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Authors: Fernando Fedriani

Tags: #Romántico

Magia para torpes (9 page)

BOOK: Magia para torpes
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Aquel verano no pudimos viajar fuera de España porque los dos teníamos que estudiar. Por eso, no tengo fotos en el álbum de ninguna ciudad espectacular, ni de nada llamativo. La siguiente página, de hecho, es de una fiesta ya en Halloween, con unos amigos de la facultad de Silvia que eran súper pijos. Yo me vestí de niña del exorcista y Silvia... Bueno, la verdad es que no sé de qué iba ella. Se la ve en la foto con un hacha clavada en la cabeza y con la cara maquillada entera de blanco. Supongo que iba de muerta estándar. A nuestro lado había un chico vestido con un cuchillo ensangrentado y con un pollo de goma. Y todo de negro. Era un disfraz absurdo. ¡Me aburrían un montón esos amigos de Silvia!

En la página siguiente del álbum llega el fin de año. Fuimos a una discoteca que hay en la Isla de la Cartuja, en uno de los antiguos pabellones... ¿puede ser el del COI? Ella llevaba un vestido azul y yo tengo una corbata con perritos. Hay varias fotos de esa noche. Fuimos con mis amigos, con una representación bastante selecta de estos. Olga está con la corbata del que era su novio en la cabeza. Ese chico, aquel novio, le duró quince o veinte días. No más. Ella le puso los cuernos con otro. Y dejaron de hablarse, claro. En la misma página hay otra imagen en la que se nos ve a los dos en el cine, a Silvia y a mí, en el Alameda. Es una auto—foto. O sea, que nos la hicimos nosotros mismos, estirando el brazo. También hay otra de un fotomatón, de esa misma semana.

¡Uy! ¡Una foto clave! Salgo de beduino en la Cabalgata de los Reyes Magos. Todos los años salgo, aunque en este álbum solo tengo esta foto. Estoy vestido de verde y pringo de betún la cara de Silvia. Ella tiene una bolsa de plástico repleta de caramelos. Hay, en la misma página, una foto de la Estrella de la Ilusión. A Silvia y a mí siempre nos pareció la mejor de las carrozas. El problema de que tu novio sea un beduino es que nunca puedes ver la cabalgata con él. En concreto, las fotografías de esta página están tomadas cerca de la comisaría de mi suegro, donde nos vimos por segunda vez en nuestra vida.

Hay una foto de la mañana de Reyes. Es la casa de Silvia, en Sevilla Este. Hay caramelos por todas partes y globos. Y un pequeño cartel que ponía "Federico". Y un par de regalos para mí. Aquella fue la primera vez que me sentí de su familia, en sentido estricto. Más allá, en la misma página, hay una foto en el fútbol, en el Pizjuán, en un partido de Copa. Estoy con el padre de Silvia. Íbamos ganando dos a cero. Él me invitó a verlo, dado que los abonados también pagamos en los partidos de Copa del Rey.

Hasta ahora no os he contado que nuestra relación no fue "de corrido". Perdón por la expresión, sé que suena fatal. La utilizo porque no sé explicarlo de otro modo: tuvimos un parón importante. Ella aprovechó para irse con una beca Séneca a la Complutense. Le gustó tanto la experiencia que pasó allí dos años, haciendo dos cursos completos y un postgrado. En ese tiempo, y en los meses posteriores, ni cortamos ni seguíamos juntos. Fuimos como los

Ojos del Guadiana. Eso sí, con poca agua. Y eso se evidencia en la escasez de fotos de esos años. Sin embargo, y aunque nos dimos espacio y tiempo, y aunque ambos estuvimos con otras personas, siempre tuvimos claro que volveríamos a estar juntos por derecho.

Paso por alto algunas fotografías y páginas de álbum porque quiero llegar al viaje que hicimos hace tres veranos y que consolidó definitivamente nuestro retorno. Nos fuimos con Susana y Jorge a Ámsterdam. Hay como dos o tres páginas de ese viaje porque supuso nuestro "nuevo comienzo". Se nos ve a los dos chicos frente al escaparate de una prostituta, en el Barrio Rojo. También salimos en un coffe—shop. Sin embargo, mi foto favorita es en la que aparecemos en una plaza dedicada a un ajedrecista. ¡Max Euwe! Hay un tablero enorme y pueden jugar los visitantes. Por supuesto, eché una partida contra Silvia, como en nuestros orígenes, recordando aquel primer viaje a Granada. Al fin y al cabo, la situación se parecía mucho. También en Ámsterdam le gané, aunque entonces sí me besó con algo de más pasión.

Me he saltado, porque sería decir de todos los años lo mismo, las fotografías que tenemos en la Feria. No sé qué primo suyo, o conocido, trabajaba en EMASESA, la empresa local que gestiona el agua y los residuos. Todos los años acabábamos un par de días en esa caseta y, por ese motivo, hay varias fotos allí. En total, le cuento a Silvia tres trajes de gitana. Se repiten, en estos años. Tiene uno entalladito, otro con un montón de volantes y el tercero que es... pues muy sencillito, como muy normal. Mi favorita es una fotografía que tenemos en los coches de choque. Silvia sale conduciendo. Es el único lugar en el que la he visto conducir. Algún día, cuando se saque el carné, pienso que aplicará las técnicas que aprendió en la Feria. ¡Y será un peligro!

Por supuesto, también hay un par o tres de fotografías, en el álbum, del Domingo de Ramos. Son casi tan tradicionales como nuestras fotos del Sloopy Joe's del día de mi cumpleaños. Siempre estrenaba corbata. Y ella... Ella lo estrenaba todo ese día. Porque era así. Como una Barbie. ¡Anda que no tenía complementos Silvia!

Ahora que lo pienso, en estos años, casi todo se repetía. Aunque progresivamente voy teniendo menos fotos. Hay por ahí otro viaje que hicimos a Lisboa. Se nos ve junto al monumento ese tan enorme... ¿A Colón, era? El otro viaje largo que hicimos fue a París. ¡Esas fotos sí que son típicas! En la puerta del Sagrado Corazón, en la Torre Eiffel... ¡Todos los turistas tienen las mismas! Ella se compró otro gorro gris y no se lo quitó en toda la semana. Y yo estaba tan contento porque, cómo no, viajar nos permitía dormir juntos.

Bodas, bautizos, comuniones... ¡Ah, y nuestras celebraciones de licenciatura! Dos o tres conciertos (Sabina, Ismael Serrano, Shakira...). También hay un par de fiestas de la primavera en la Avenida Reina Mercedes. Aquí tenemos un par de fotos en la copistería, junto a mi jefe. ¡Uy! Y del día en que Fernando Alonso vino a Sevilla para hacer una exhibición. Salimos... ¡junto al calvo de Telecinco! Que ahora está en otra cadena. Lo malo de los álbumes de fotos es que uno no es consciente de la cantidad de cosas que faltan. Y faltan muchas cosas porque estos años han dado para mucho más.

La tengo aquí. Ahora me doy cuenta, justo cuando coloco en el álbum la última fotografía, en la que estamos con unos amigos en el Pub O'Neils, en el Edificio Viapol, celebrando que íbamos a irnos a vivir juntos. Me doy cuenta ahora. Es un pub irlandés y ella y yo salimos bastante abrazados. El resto de amigos están flanqueados por unas jarras de cerveza enormes. Me doy cuenta ahora... de que no tengo ninguna fotografía con Silvia de los meses en los que hemos vivido juntos. Antes cualquier cosa era pretexto para hacer una fotografía y, de pronto, se nos fueron las ganas de hacernos fotos. ¿Por qué será?

Ahora que caigo, nunca lo de pasar página fue tan literal.

QUINCE

Creo que es un poco como las estrellas esas luminosas que pegamos en el techo. Cuando las colocas, te encantan... Sin embargo, luego pasan las semanas y dejas de reponer las que se van cayendo. No conozco a nadie que las vuelva a pegar, que se tome la molestia de subirse a una silla para volver a colocar una estrella que se ha caído. Y... ¡Dios! ¡Estamos hablando de una estrella! Si no somos capaces de coger una silla para colocar en el techo una estrella adhesiva, imagínate la pereza que nos daba cambiar una bombilla, salvo que fuera imprescindible.

Las bombillas se van fundiendo. Los cuadros se compran, pero después hay que colocarlos, y se quedan apilados en el desván. Nunca los colocaba porque me faltaba la broca correcta, la número seis, esa que tal vez presté a alguien o dejé en el lugar incorrecto, y nadie va a Leroy Merlyn por una sola broca, pues esos establecimientos pillan siempre a tomar por culo... y al final la convivencia y el trabajo dejan poco espacio para perder una tarde en ir a una casa de bricolaje a por una broca del seis. Vas dejando pasar las cosas. Y el tiempo pesa.

Los planes, las promesas, todo se nos gastó. Al comienzo te hace ilusión el primer rollo de papel higiénico que colocas. Luego vas sintiendo que es un rollo tu papel, el papel que juegas en la vida del otro. ¡Eso me pasó a mí con Silvia! ¿Y qué va detrás? Te molesta el ruido, la pelea por la almohada deja de tener gracia y terminas por comprar otra almohada para tener un motivo menos para discutir. Después, viene la segunda televisión. Así uno puede ver el partido del Getafe, el famoso partido de la discordia, mientras ella sigue cualquier otro programa en otra habitación.

Inicialmente me interesaba saber qué veía ella en la otra tele. Yo veía otra cosa, pero me interesaba por su elección. Llegó un momento en el que ella se refugiaba frente a su pantalla, o yo frente a la mía, y nos volvíamos autistas. ¡Por no hablar del portátil! Los pequeños notebook te permiten tener autonomía hasta en el váter. Llega el momento en el que te ves chateando con la persona que comparte la vida contigo. Y lejos de sentiros más cerca, vais viviendo una vida independiente, sin apenas intereses en común.

Soy más bien de letras, y seguro que no acierto ni una sola referencia exacta. Digo por decir: mil quinientas veces apagamos la lámpara de pie. Cuarenta y siete lasañas congeladas nos comimos. Doce litros de lejía gastamos. Quinientas setenta servilletas ensuciamos, pues siempre se nos olvidaba comprar rollo de cocina. El lavavajillas se pone dos veces por semana, sin falta. También terminamos por hacer otras cosas dos veces por semana. Por el contrario, solo diez veces salimos a comer a la terraza. Solo dos veces cenamos frente a las estrellas, de noche. Solo una vez brindamos con lambrusco. Tres veces llenamos la bañera para bañarnos juntos. Y nunca, absolutamente nunca, hicimos realidad nuestra ilusión de cambiar el color de las paredes.

Terminé por escuchar "El Larguero" sin falta, cada noche. Las dos primeras semanas le dejaba un caramelo junto a la almohada, como en los hoteles. Pronto dejé de hacer la cama y solo cuando ella me reprendía le metía mano (al asunto, que no a ella). Se fue. Se marchó. Se fue la estrella de la ilusión demasiado rápido y no sé por qué. Las estanterías se fueron llenando de cosas, pero las mesas auxiliares se fueron arrinconando. ¿Decorar para quién?

Solo dos veces invitamos a nuestros amigos a tomar algo. Sus conjuntos de lencería se fueron repitiendo, cada vez más, y ya me los sabía de memoria, cuando los miraba. Comencé a ganar peso y ella también, a pesar de que cada vez cocinábamos menos. Y peor. Olvidé, cada vez más, el beso de despedida antes de irme a trabajar.

Los lunes llegaba un poco más temprano. Los martes un poco más tarde. Los miércoles un poco más temprano. Los jueves algo más tarde. Llegó un momento en el que, en realidad, poco importaba algo de eso. Llegara o no, no estaba. Cruzábamos miradas aburridas. Olvidé que, en otro tiempo, vivir juntos suponía un sueño para los dos. En otro tiempo sentía que vivir con ella era el mejor regalo que la vida podía darme. Ya la tenía y ahora, poco a poco, me ilusionaba que ella volviera un poco más tarde para poder poner la televisión grande y ver en ella los programas que yo deseaba ver. Y si ella salía, las pocas veces que salió sin mí, pensaba en lo cómodo que era estar frente al ordenador sin tener que dar explicaciones, cenar lo que quisiera, dejar de lavarme los dientes, como cuando era niño. "Solo yo controlo, solo yo determino mis hábitos de higiene", decía la canción de Ismael que me gustaba escuchar, cuando ella no estaba, y que habla de la masturbación.

Algunas veces ella me decía "creo que me estás descuidando", a lo que yo siempre le contestaba que tenía mucho curro. Y no mentía, la verdad. Es cierto que tenía mucho trabajo. A veces era ella la que tenía faena, y yo la reprendía si me llenaba de papeles la mesa en la que a mí me gustaba poner el portátil. Le explicaba una y otra vez que, desde otra mesa, el cargador lo tenía que arrastrar por el suelo. Tenía uno de los contactos despellejados. Esa era la única mesa que tenía lo suficientemente cerca el enchufe como para dejar el cable sin desenrollar. ¡Y ella nunca se acordaba de que esa era mi mesa! Y mi mesa, esa mesa, la que estaba más cerca del enchufe, la llenaba de demandas y de papeles del juzgado, y yo me ponía muy nervioso porque no respetaba mi espacio (un buen día me reconoció que le gustaba esa mesa porque le permitía estar un poco más cerca de mí).

A veces me miraba con la mirada tierna. Ahora sé que me estaba queriendo decir "dame un abrazo". Pero yo no lo hacía. No lo hacía y ella se iba triste. Cuando pasaba un rato, yo levantaba la cabeza de lo que estaba haciendo y le preguntaba "¿qué te pasaba antes?". Y ella me respondía "ya nada". Y yo me quedaba como si nada, lógicamente.

Ahora sé que entonces debí acercarme y decirle: "me declaro en huelga de hambre hasta que me digas qué te pasaba antes y hasta que me permitas hacer realidad todos tus deseos". Nunca lo hacía, claro. Nunca me declaraba en huelga de hambre. Me limitaba a seguir escribiendo en el portátil tras aceptar su "ya nada", sin prestar atención al pijama nuevo que se había puesto para mí. Tampoco le echaba demasiada cuenta a lo limpio que dejaba el baño, cuando ella lo hacía. Y si yo limpiaba, entonces no echaba demasiada cuenta en hacerlo bien, que es bien distinto.

De todas formas, y de lejos, lo peor es que jamás pensé que ella se iría. Yo suponía que ese era su sitio. Daba por hecho que su lugar natural estaba junto a mí. A pesar de que no la trataba bien, de que le hacía daño, de que era frío y distante muchas veces, aunque con el resto del mundo fuera más cariñoso. Jamás pensé que ella podría irse. Jamás pensé que ella, cada día, dudaba sobre si la vida que llevábamos se parecía en algo a lo que soñaba desde niña. Yo no la hacía feliz, ahora lo sé. Eso yo no me lo planteaba. Ni siquiera me daba cuenta de que se moría un poquito cada vez que yo entraba y cogía una cerveza del frigorífico antes de decirle "hola".

Esperaba a que me dijera las cosas, no le preguntaba. Jamás le preguntaba. Y si ella en el trabajo tenía un día importante, yo lo pasaba por alto. Después, por el contrario, yo le daba importancia a cuestiones que eran una absoluta tontería. "Cariño, esta tarde son los octavos de final de la UEFA y juega el Sevilla, ¿cómo quieres que salgamos a cenar?, ¿no te acuerdas de que te lo dije?". Y no lo exagero, lo prometo: lo decía casi tal cual.

No le di a ella un lugar en el centro de mi vida. Echaba más cuenta del móvil cuando me escribían otras personas. En el fondo, repito, pensaba que ella siempre estaría. En el fondo pensaba que ella era un complemento circunstancial. De compañía. Era mi acompañante en la vida. Una vida trepidante en la que casi nunca conseguía encajarla, como las piezas cuadradas del Tetris, que siempre estorban cuando todo se pone feo.

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