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Authors: Gilles Legardinier

Tags: #Romántico

Mañana lo dejo (31 page)

BOOK: Mañana lo dejo
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El interior de la casa es todavía más espectacular. Las paredes, los muebles, cada objeto transmite la leyenda de la marca y de su ilustre fundador. Charles Debreuil fue el primero en hacer uso de las maletas que él mismo inventó. Pero fue su hijo Alexandre, el padre de Albane, quien hizo fortuna gracias a sus famosos bolsos. Como en las vidrieras de las iglesias, las paredes del hall narraban la epopeya familiar con todo lujo de detalles. Los Debreuil sabían cómo interpretar su propia leyenda.

—La señora Debreuil llegará en un momento.

—Tenemos poco tiempo —replico yo sin complejos.

Desaparece. La señora Bergerot se inclina sobre mí.

—Ya había visto fotos en las revistas, pero es todavía más hermoso en la realidad.

Xavier se mantiene ligeramente atrasado, con las manos cruzadas sobre su chaqueta, dispuesto a abalanzarse sobre todo aquel que se atreva a atentar contra la riquísima Irina. Sin duda para imponer todavía más, no se ha quitado las gafas de sol. Dentro está mucho más oscuro y me da miedo que se trague algún mueble.

Albane Debreuil entra en la sala. Lleva un traje de precio desorbitado y va cargada de joyas.

—MpИbet, señora Dostoïeva.

O habla ruso, y entonces la hemos jodido, o ha memorizado una palabra para epatarnos.

Las dos mujeres se dan un apretón de manos mientras se calibran la una a la otra. En cuestión de porte, la señora Bergerot no tiene nada que envidiar a la heredera. Merece el Óscar a mejor actriz. Me acerco.

—Mis respetos, señora. Me llamo Valentina Serguev y soy la secretaria particular y la traductora…

Me aprieta la mano.

—Dígale a su jefa que estoy encantada de recibirla entre estos muros cargados de historia. Me han hablado mucho de ella. Me gustan las mujeres capaces de hacerse dueñas de su destino y me llena de alegría la idea de crear una sociedad conjunta.

Fingiendo ser una traductora experta, chapurreo unas palabras del modo más discreto posible y con un acento dudoso. La señora Bergerot asiente con satisfacción. Esta vez no hay duda: me está robando el Óscar.

Entramos en el elegante despacho de la señora de esos lares. Sophie ya nos espera allí. Jamás olvidaré su expresión cuando nos vio entrar a los tres. A la panadera, al soldador profesional y a la loca de su amiga. Su cara parece la del primer conquistador que descubrió un templo inca.

Nos presentan como si no nos conociéramos. Un momentazo. Unos cuantos lugares comunes. La prensa es formidable, Rusia también y lo mismo para los bolsos. Sophie toma fotos mientras la señora Debreuil intenta hacerse la simpática con su nueva mejor amiga. Despiden muy educadamente a Sophie. Ha estado genial. No hay duda de que su actuación me costará cara cuando volvamos a vernos.

La señora Debreuil nos hace sentarnos frente a su mesa en unos sillones ligeramente más bajos que el suyo. Sutilmente, nos domina a todos, instalada bajo un inmenso retrato de su padre. Xavier se mantiene de pie detrás.

—Quizá prefiera que su guardaespaldas espere en la sala de al lado.

—Imposible —respondo—. Eso vulneraría nuestros procedimientos de seguridad.

—La señora Dostoïeva no corre ningún peligro aquí.

—No podemos transigir, lo lamento.

La señora Debreuil acepta y nos tiende dos carpetas de piel especialmente marcadas y fabricadas para la ocasión.

—Aquí están las cifras de la empresa y nuestros proyectos. Por lo que he entendido la señora Dostoïeva ha decidido invertir en empresas de lujo.

—Está en Europa para evaluar diferentes proyectos. Luego tiene planeado un viaje a América. Y a continuación decidirá.

—Entiendo.

La señora Debreuil comienza entonces a explicarnos su marca. Nos da la impresión de que todo lo que dice lo tiene muy bien ensayado. Me da miedo que la señora Bergerot nos delate respondiendo a algún comentario que supuestamente no entiende, pero desempeña su papel a la perfección. De vez en cuando se inclina para murmurarme algo y después asiente. Siento a mis espaldas la presencia tranquilizadora de Xavier.

Albane Debreuil sonríe cortésmente. Qué no hace uno con tal de llenar sus cajas fuertes vacías y seguir llevando esa vidorra.

La señora Bergerot recorre con la mirada los documentos en inglés, y señala un párrafo acerca de los fondos de la empresa. De pronto se inclina hacia mí.

—Aquí hay un desequilibrio. Pídele que te lo explique.

«Pero ¿qué hace? Esto no es una auditoría. ¿De dónde ha sacado esos conocimientos económicos? Y yo que pensaba que se había tirado el pisto para regañar a Mohamed».

—La señora Dostoïeva me pide que le explique el párrafo seis.

Albane Debreuil suelta una risita incómoda.

—Ya veo que es experta en finanzas. Hay que matizar esa cifra teniendo en cuenta las provisiones de fondos hechas dada la desaceleración económica. Nada alarmante.

Traduzco. La señora Bergerot me pide que me incline:

—Esta explicación no es válida ya que en la página anterior ya ha deducido todas las posibles pérdidas a las ganancias. No puede ponerlo dos veces. Es un fraude.

«Alucinante. Aparte de vender croissants, la señora Bergerot podría haber obtenido el Nobel de economía».

—¿Hay algún problema?

—Nada importante. La señora Dostoïeva quería solo destacar que deberíamos presentarle a un consejero fiscal más experimentado que el que redactó estos documentos…

La señora Bergerot asiente:

—¡
Da, da
!

Por poco me desmayo. Afortunadamente Albane Debreuil retoma su discurso sin notar nada raro. Tras veinte minutos miro ostensiblemente mi reloj y la corto:

—Lo siento, pero tenemos una agenda muy apretada y debemos cumplirla. Nos esperan para la posible compra de un viñedo de dos mil hectáreas a bastantes kilómetros de aquí.

La señora Debreuil asiente.

—Sin embargo, ya que no va a ser posible visitar los talleres, a la señora Dostoïeva le gustaría ver el museo de su colección privada.

—La inauguración del museo es dentro de dos días, me gustaría que vinieran entonces. La señora Dostoïeva podría ser la invitada de honor en la cena. Incluso cortar el cordón. Y si quiere, puede quedarse unos días. Yo misma la alojaría en esta casa.

—Es muy amable, pero el día uno tenemos que estar en Nueva York para una gala benéfica con el Presidente.

—El Presidente… entiendo. Si les apetece podemos ir al museo ahora y yo misma se lo enseñaré. Todavía está un poco revuelto, pero lo importante ya está en su sitio. Denme un minuto, el tiempo de poner un poco de orden.

72

Mientras nos guía por los pasillos de su casa, Albane Debreuil habla sin parar. Su vida, sobrecogedores testimonios de mujeres a quienes sus bolsos les han cambiado la vida, las horribles imitaciones, nuevos productos en desarrollo, como un bolso para palos de golf… Apasionante. Yo escucho distraídamente. Me siento como el atleta que está a punto de entrar en el estadio. La meta me espera en la vitrina diecisiete. Acabo de correr un triatlón y apenas me siento cansada. Espero que al menos la vitrina no contenga una joya demasiado pesada o una máscara de oro macizo, o me será difícil correr con ella. En cualquier caso, pienso llevarme la medalla. Es mi objetivo final, la cúspide de mi carrera, y le saco a Ric veinticuatro horas de ventaja. Lo voy a dejar con dos palmos de narices, y después le haré una ofrenda de mi victoria.

Llegamos al pasillo que cogerán los futuros visitantes. Las alfombras todavía tienen plástico. Cables sueltos cuelgan de los falsos techos. Aunque la tentación es grande, he aprendido a la fuerza que nunca hay que llevárselos a la boca. Las herramientas dificultan la entrada. Parece como si el lugar acabara de ser evacuado de urgencia para que nosotras podamos hacer la visita tranquilamente.

En las paredes se han colgado unas fotos destinadas a ir poniendo a los visitantes en situación antes de penetrar en el santuario de la leyenda. En ellas aparece Charles Debreuil posando con todo tipo de famosas. También están todos los carteles publicitarios. En algunas fotos se ve a Albane, siempre bien rodeada.

Nuestra anfitriona nos explica:

—El público accederá a través de la entrada principal. El parking tiene cien plazas. También hay una tienda con productos de diferentes precios. Un merchandising específico para el evento.

Llegamos hasta la entrada, custodiada por tres agentes de seguridad.

—Supongo que el lugar está convenientemente protegido, ¿no? —pregunto.

—Contamos con los mayores avances tecnológicos. Todo está vigilado, desde cualquier sitio de la finca. Podemos vigilar y bloquear todos los alrededores en menos de cuatro segundos.

«Buena suerte, Ric».

Atravesamos dos pequeñas salas en las que se explican los diferentes métodos de fabricación. Los cuartos tienen veintitrés veces el tamaño de mi apartamento y su única función es explicar cómo se hace un bolso…

La señora Bergerot murmura:

—Necesito ir al baño.

—La señora Dostoïeva quiere saber el valor de las piezas que va a exponer.

—El conjunto de la exposición está tasado en veintiséis millones. Pero más allá del precio, algunas piezas tienen un valor incalculable. Tenemos algunos bolsos y joyas que pertenecieron a la colección privada de mi abuelo. Mi padre, a su vez, incrementó considerablemente su precio. Pero ahora podrán juzgarlo ustedes mismas.

Llegamos a una sala más amplia. Creo reconocerla gracias a los planos de Ric. Albane abre los brazos como una sacerdotisa en trance.

—He aquí el corazón de nuestro museo. ¡Mi abuelo y mi padre hubieran estado tan orgullosos!

Estamos en una sala sin ventanas. Algunas luces directas logran crear un efecto elegante, pero también hay cámaras y detectores por todas partes. La puerta está blindada. Es una auténtica caja fuerte.

En la primera vitrina hay un portadocumentos, un protector de escritorio y un cartapacio.

—Esas piezas han reinado en los despachos de los monarcas de Inglaterra. Fueron un regalo personal de mi abuelo, y mi padre las recuperó hace años en una subasta de recaudación de fondos para la Corona británica.

Busco la vitrina diecisiete. La presión aumenta. Si quiero huir con su contenido no tengo más remedio que pasar por la puerta de esta sala. En el hall me encontraré con los tres gorilas. Si finjo estar tranquila y confiada, no me harán nada.

Vitrina seis: un collar de esmeraldas y diamantes. Magnífico. Un piloto rojo indica que la vitrina está correctamente cerrada y que las piezas siguen en su sitio. Con el precio de ese collar Ric y yo podríamos vivir años y años.

Vitrina diez: un maletín que perteneció al bailarín y coreógrafo Vladimir Tarkov y en cuyo bolsillo secreto llevaba una reliquia de santa Clotilde. Lo llevaba a todas partes como amuleto y antes de salir a escena, lo besaba.

Vitrina doce: la maleta en la que el cuerpo del disidente argentino Pablo Jumeñes fue arrojado al río Paraná, cerca de Rosario.

—Si se inclinan verán los restos de sangre y las marcas que hicieron sus uñas cuando intentaba escapar. Tuvo que sufrir enormemente antes de morir ahogado —explica la señora Debreuil.

Por fin vislumbro la vitrina diecisiete pero no alcanzo a distinguir lo que contiene. La catorce y la quince tienen joyas cada cual más grande y cara. Hay también un huevo de Fabergé. Parece la Torre de Londres.

Por fin llegamos a nuestro objetivo: la vitrina marcada por Ric. Cuando veo su contenido sufro un shock. Solo contiene un viejo bolso. Necesito saber. Hago un esfuerzo sobrehumano para impostar con un tono ligero:

—Su museo es maravilloso. Me encanta la alternancia de las vitrinas. ¿Cuál ha sido el criterio a la hora de distribuir los objetos?

—La escenografía está muy pensada, pero cada día hacemos cambios.

Estaba segura. Han debido de cambiar el contenido de esa vitrina en el último momento. ¿Cuál sería la joya que Ric perseguía? ¿La de la seis? Me quedo paralizada frente a la diecisiete. Eso me obliga a cambiar todos mis planes. La señora Bergerot se acerca. Se da cuenta de que algo me perturba pero no se atreve a preguntarme ya que Albane está demasiado cerca y podría oírnos. Así que se limita a contemplar el viejo bolso conmigo.

—Esta es una pieza muy especial —dice la señora Debreuil—. Confieso que tuve mis reparos a la hora de presentarla al público. Al principio habíamos ideado poner aquí una de nuestras joyas más hermosas…

«Ya lo creo. Y no sabes hasta qué punto me supone eso un trastorno».

—¿Ah, sí?

—Nuestro comisario nos dijo que la parte patrimonial no estaba suficientemente bien representada. Ese bolso fue el primer artículo salido de nuestros talleres. Es el ancestro de todas nuestras colecciones. La base de nuestro producto más célebre.

No conseguía volver en mí y la señora Bergerot parecía estar atravesando el mismo trance que yo.

—Parecen fascinadas.

—El primer ladrillo de un edificio siempre es emocionante —consigo pronunciar.

Albane parece dudar:

—Si esto le hace feliz a la señora Irina, me encantaría regalárselo.

—Muchas gracias, pero la señora Dostoïeva no está acostumbrada a recibir ese tipo de regalos.

—Parece tan encantada con él. Pregúntele qué opina. De todas formas había pensado en regalarle nuestro último modelo. En vez de eso, ¡prefiero regalarle el primero! Si nos asociamos siempre podrá acceder a nuestro patrimonio.

Le traduzco. La señora Bergerot sigue inmóvil. Sin esperar respuesta, la señora Debreuil dirige una señal a una cámara. Un ligero clic resuena en la sala. La colección resulta realmente impenetrable. No sé cuál era la joya que quería Ric robar, pero con tantos sistemas de seguridad nunca lo habría logrado.

Albane Debreuil abre la ventana blindada y saca el bolso. Se lo da a la señora Bergerot.

—He aquí un modesto recuerdo de nuestro primer encuentro. ¡Y solo le pido a cambio una larga amistad!

Traduzco con dificultades. Mi mente está en otra parte. ¿Qué le diré a Ric? ¿Qué victoria podría ofrecerle? Si a pesar de mis explicaciones él sigue adelante con el robo, le atraparán seguro. No he conseguido solucionar nada. No he sido capaz de salvarlo. Voy a perderlo. Si fracasa, acabará en la cárcel. Si lo consigue, huirá sin mí. Y lo perderé igualmente.

Necesito otro plan para evitar la catástrofe. La única idea que se me ocurre es secuestrarlo para siempre. Y contar con que, con el paso de los años y gracias al síndrome de Estocolmo, llegue a amarme.

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