Al subir, entro directamente.
—¿Ric?
No hay respuesta. Tampoco se oye el sonido del agua en el cuarto de baño. Avanzo hasta su habitación. Está completamente sopa. Me acerco de puntillas. Lo miro y me atrevo a acariciarle la frente. Jamás lo había observado mientras tiene los ojos cerrados. Hay algo conmovedor en la gente que duerme. Se vuelven vulnerables. Como si se hubieran ido muy lejos y nos confiaran, en cierto modo, su cuerpo.
Está tan profundamente dormido que si me acurrucara contra él ni se enteraría. Pero no me atrevo. Me conformo con mirar la forma de su espalda y de su brazo. Con observar los rasgos de su rostro, su mandíbula, sus labios. Sus largas pestañas y sus párpados custodian una mirada que pronto renacerá. Lo vuelvo a acariciar y me deleito en la idea de que, pese a estar dormido, aprecia mi gesto.
Ric, confías en mí a la hora de dejarme la puerta abierta. Te encomiendas a mí para que te cuide. Me permites tocarte como nunca antes lo había hecho. ¿Por qué no me confiesas tu secreto? ¿Cómo has caído enfermo? ¿Acaso ese plan delirante te está desgastando? Sé que no hablarás. Quisiera que este instante durara para siempre, no pido otra cosa en mi vida que volver a sentir lo mismo que ahora.
Pero muy a mi pesar la imagen de las carpetas en la mesa de la cocina termina por imponerse. Ric no confesará nunca, pero yo tengo una oportunidad de averiguar las cosas por mi cuenta. Vuelvo la cabeza y las veo. ¿Debo seguir a mis dedos, que se pierden en su pelo, o bien a mi instinto, que me obliga a aprovechar esta ocasión única? En mi cabeza, el abogado y el procurador llegan a las manos. Se está armando una buena. El procurador amenaza pero el abogado le saca la lengua. Eso pone nervioso al otro, que salta por detrás de su pupitre para meterle un buen bofetón. Se persiguen para hacer amagos de estrangularse el uno al otro con sus estolas de piel. Es patético. Pido un aplazamiento de la sesión.
Me levanto. Cierro la puerta de su habitación para que me oiga. Me tiemblan las manos. ¿Cuál abro primero? Cojo una al azar. Contiene facturas. La segunda, una colección de fichas de intervenciones informáticas. La siguiente, fotos de la residencia de los Debreuil, un magnífico edificio con diferentes niveles de tejados superpuestos, los talleres y lo que parecen ser distintas entradas a la finca. Otros clichés muestran un panel con teclado numérico, sin duda tomado con un teleobjetivo, en el que una mano va pulsando los distintos números de una contraseña. Se puede reconstruir fácilmente la secuencia. También hay fotos tomadas desde el aire. Paso de un documento a otro, agitada. ¿Cómo habrá obtenido todo aquello? La última carpeta es roja y mucho más gruesa. Tiro de las gomas. Tengo un presentimiento. En primer lugar, un calendario con la fecha del treinta y uno marcada con una cruz. También hay planos de la fábrica, del edificio y de diferentes talleres. Algunos muestran itinerarios señalados en azul. De pronto doy con algo que me llama todavía más la atención: es un plano que dice «Sala principal del museo». No es fácil de descifrar, pero se distingue la posición de las vitrinas. La número diecisiete lleva un intenso subrayado rojo.
Oigo un ruido proveniente de la habitación de Ric.
—¿Julie?
—¡Voy!
Se ha incorporado en la cama. Está despeinado por culpa de mis caricias, y también por haber estado apoyado en la almohada. Se estira.
—¿Llevo mucho rato dormido?
«Según se mire: demasiado para ti e insuficiente para mí».
En solo doce días, la víspera de la inauguración, Ric va a robar el contenido de la vitrina diecisiete de la colección de los Debreuil. Probablemente las piezas más hermosas de la colección. ¿Cómo podría yo vivir con normalidad sabiendo eso?
En la panadería parece que me han dado cuerda. Todo me hace sobresaltarme. Ayer solté un grito digno de película de terror al pensar que me perseguía un loco con un cuchillo. En realidad era Nicolas, que me traía las baguettes haciendo el tonto.
Más vale que al señor Calant no se le ocurra asomarse, o yo misma me encargaré de saldar sus cuentas. Incluso Sophie ha notado mi estado, y eso que no le he dicho nada.
—Esta historia te está volviendo loca —me dice—. No sé si vas a poder aguantar la presión.
«Como mucho en doce días, estará en la cárcel o huido, no tienes de qué preocuparte».
Espero que Ric no renuncie a la idea de escaparnos juntos. Seguramente estará convencido de que soy demasiado buena como para aceptar vivir como una fugitiva. Me considerará incapaz de abandonar mi pequeña y cómoda existencia para darme a la fuga con él. ¿Estará en lo cierto?
¿Qué estaría yo dispuesta a hacer por él? Más allá de todos los discursos, de los sueños, ¿de qué sería verdaderamente capaz? Eso es lo que marca la diferencia. Y temo mi respuesta. Me da miedo que Ric me pida algo que yo no sea capaz de darle.
Sin embargo, no tengo ninguna duda de lo que significa para mí. No es solo un chico guapo del que me he encaprichado porque me sentía sola. No. Yo no lo buscaba, no esperaba ni un ligue ni ningún otro tipo de relación. Se ha producido un cambio en mí por su culpa. El resultado me supera, me tiene pillada, y me hace sentirme viva, es cierto, pero también podría destrozarme.
Si no me cree capaz de seguirlo en su huida, debo hacerle cambiar de opinión. Necesito transmitirle el mensaje, sutil y eficazmente. Solo entonces me propondrá que me vaya con él. Prometido, no llevaré apenas equipaje: un par de bragas, un pelapatatas y mi osito de peluche. No tengo ni un segundo que perder.
Ric todavía no se ha recuperado de su gripe. Intenta levantarse pero su cuerpo no le obedece. Cada vez estoy más convencida de que su mal es resultado de la angustia ante la proximidad de la fecha definitiva de su robo. Pero, si tanto le cuesta soportarlo, ¿por qué lo hace? Si no tiene las agallas necesarias, ¿por qué semejante empeño? Quizá su mujer esté secuestrada y solo así podrá pagar el rescate. O quizá tenga dieciocho hijos ilegítimos que en algún lugar del mundo se mueren de hambre, de ahí este intento de darles una vida mejor. A menos que tenga un lío secreto con Jade y esta se haya empeñado en ponerse las mismas tetas que Léna. La cuestión es que, debilitado por su enfermedad, Ric apenas sale de su apartamento.
Con el pretexto de hacerle cambiar de aires lo he invitado a cenar en mi casa esta noche. Acepta sin dudarlo. Creo que a estas alturas no peco de orgullosa si digo que oficialmente busca mi compañía. Trompetas, cañonazos y palomas liberadas. A ser posible no suelten las palomas antes de lanzar los cañonazos o será una carnicería. Gracias.
Traigo de la panadería ensaladas y un pastel ligero para que se acuerde de nuestro primer encuentro. Como he aprendido de la experiencia, compruebo el estado de mi calentador de agua y desenchufo todo lo que no sea indispensable para un correcto desarrollo de la velada, incluido el teléfono. Nada debe estropear nuestro encuentro. Tenemos que hablar, yo debo plantearle las preguntas que me tienen en vilo y él no puede irse sin haber respondido. Nuestro futuro depende de ello, sobre todo el mío.
Ha tenido el detalle de afeitarse y ponerse una camisa. Cuando entra en mi casa se detiene y mira a su alrededor.
—Tengo la impresión de que ha pasado una eternidad desde que estuve aquí por última vez.
«Si quisieras te daría la llave».
—Ni siquiera he encontrado el momento para desmontar el disco duro de tu ordenador.
—No te preocupes. Seguramente tenías cosas más importantes que hacer.
«Como robar planos o pensar en cómo infiltrarte en el museo Debreuil».
Se ofrece a ayudarme a poner la mesa pero yo lo obligo a sentarse.
—Apenas te mantienes en pie. Déjame a mí.
«Pareces tan cansado que casi estoy por pedirte que me dejes ocuparme a mí de tu robo».
Me pregunta por mis padres, por Xavier y por los demás. Luego se interesa por cómo me va en la panadería. Tiene un don para hacerme hablar, y de paso evitar tener que descubrirse. Lo que me pregunto es si esta estrategia será consciente. Me da la sensación de que actúa así con todo el mundo, en todo momento, desde siempre. Intenta protegerse.
Con lo poco que come, la cena no dura mucho. Sus ojos brillan cada vez más, pero es por la fiebre. Hasta ahora siempre se las ha apañado para que nuestra conversación no se aventure en terrenos demasiado invasivos para él. En ese punto de la cena, debo pasar al fin a la ofensiva.
—¿Tu enfermedad no te ha pasado demasiada factura en tu trabajo?
—Nada catastrófico. Solo he tenido que mover las citas.
—¿Ninguna urgencia?
—No, he tenido suerte.
—¿Y vas a tomarte vacaciones de aquí a fin de año?
—Todavía no lo sé. ¿Y tú?
«Bien jugado, pero no voy a caer en tu trampa».
—No, solo algún día aquí y allá.
Vuelvo al ataque:
—¿Y en Navidades irás a visitar a tu familia?
—Aún faltan dos meses, ya lo decidiré. ¿Y tú tienes novedades sobre el apartamento de la señora Roudan?
«Escurridizo el bicho».
—Aún tiene las escrituras el notario. Es un hermoso regalo, la verdad.
Las agujas del reloj siguen avanzando. Debo decirle algo antes de que el lobo vuelva a la madriguera. Lo miro fijamente.
—Ric, si tienes problemas ya sabes que puedes compartirlos conmigo.
Suelta una risotada nerviosa. Tema sensible.
—Mi único problema es esta maldita gripe, y bastante me estás ayudando ya.
—No me refiero a eso.
No consigo sostener su mirada. Bajo los ojos.
—No sé si lo sabes, pero eres muy importante para mí.
—Gracias, Julie. Tú también lo eres para mí.
—No quiero que te suceda nada…
—No te preocupes que no me va a pasar nada.
—Porque si te sucediera cualquier cosa, aunque fuera muy difícil de contar, recuerda que siempre me tendrás aquí para escucharla.
Me mira de un modo extraño. En su actitud algo se ha tensado. Lo conozco. Está replegándose sobre sí mismo. Su boca se retrae hasta convertirse en un mero trazo. Tengo miedo pero no debo echarme atrás.
—Ric, todos hacemos tonterías o nos fijamos metas inalcanzables.
Su mirada se endurece.
—Julie, ¿qué intentas decirme?
Su voz es fría.
—Trato de ayudarte, nada más.
—Eres muy amable y aprecio mucho todo lo que haces por mí, pero no tienes por qué preocuparte, todo está en orden.
—Me gustaría que no hubiera secretos entre nosotros. Que tuvieras en mí la suficiente confianza como para poder contarme todo lo que te sucede.
Gira la cabeza. Su rostro está huidizo. Cuando vuelve a mirarme ya no es el Ric que yo conozco. Es un extraño que fusila con la mirada a la intrusa que trata de violar su intimidad.
¿Debo insistir? ¿Debo persistir con la incomodidad que se acaba de instalar entre nosotros? Sin duda comienza a sospechar que algo sé. Seguramente tiene miedo. Debo tranquilizarlo pero no sé cómo. Estoy a punto de echarme a llorar. Lo único que se me ocurre hacer es tenderle la mano. Él no la acepta.
—Ric, no quiero perderte. Lo único que deseo es vivir contigo sin importar el tipo de vida que elijas para nosotros. No quiero hacerte razonar ni te pondré nunca trabas, solo quiero saber qué es eso que te preocupa hasta el punto de ponerte enfermo.
Se contiene, pero noto que algo hierve dentro de él. No es la reacción que esperaba. Hace girar rápidamente su tenedor, como si fuera un arma. Reflexiona por última vez. Finalmente me mira y se levanta:
—Julie, te quiero mucho pero me voy a marchar. Creo que es mejor que no nos veamos durante un tiempo. Te llamaré. Gracias por la cena.
Se va de mi apartamento. El portazo suena como un disparo en el corazón.
Estamos a 19 de octubre, son las 21.23, y estoy muerta.
Es de noche y hace un poco de frío. Desde el balcón del apartamento de Jérôme, tiemblo mientras observo las luces de la ciudad parpadear. De pronto me viene a la mente la estúpida idea de saltar por encima de la baranda, pero luego pienso en la bofetada que me daría la señora Roudan cuando me viera aparecer por las puertas del paraíso. Además, tampoco estoy segura de merecer el paraíso. Sobre todo si los gatos y sus nuevas vidas tienen algo que opinar al respecto.
La fiesta por el divorcio de Jérôme va de maravilla. Me da la sensación de que algunos de los que llegaron solteros terminarán por marcharse en pareja. Jérôme habla con su primera ex mujer. Se ríen. Sería gracioso que volvieran a casarse. Los observo desde fuera a través del cristal. Veo también al mensajero del destino, al tipo con cara de ardilla. Habla con una chica guapa de pelo corto. Seguramente le está preguntando qué es lo más estúpido que ha hecho en su vida. Puede que ella conteste que cortarse así el pelo.
Si vuelve a preguntármelo ya sé lo que debo contestar: conseguir que el hombre al que amaba me dé la espalda. Unas horas antes todavía teníamos posibilidades. Le quedaba tiempo suficiente para que me propusiera huir con él. Tiempo suficiente para besarnos y sentir la fuerza de un sentimiento tal vez compartido. Tiempo suficiente para hacerle renunciar a su proyecto mediante un recurso distinto del interrogatorio. Pero ya no estamos en ese punto.
La confianza es la base de todo. Debería haber confiado en él, haberle dejado jugar sus cartas como quisiera sin entrometerme. Si a Jérôme se le ocurriera organizar la elección de Miss Patosa, sin duda me llevaría el primer premio. Perder a Ric, ¿qué hay peor que eso? Su imagen cuando se marchó de mi apartamento, su voz cuando me dijo que era mejor que no nos volviéramos a ver, el dolor que se me formó en el pecho. Jamás podré olvidarlo. Son cicatrices invisibles que siempre quedan ahí.
Cuando sea vieja, esté sola y moribunda, abocada a la tristeza por haber perdido a quien, lo sé, era el hombre de mi vida, seguiré abrazando su única foto, de un hermoso domingo frente al coche de Xavier.
En diez días llegará el día fatídico y Ric robará las joyas de la vitrina diecisiete. Es un ladrón, y sin embargo me cuesta condenarlo por el delito que va a cometer. Le deseo incluso que le salga bien y obtenga así toda la alegría que yo no he sido capaz de ofrecerle. Pero en el fondo sé que nunca nadie lo querrá como yo. Bueno, eso tampoco es cierto. La única verdad es que jamás nadie podrá aportarme tanto como me daba él.
Ric no es un criminal. Si lo fuera no tendría esa mirada, esas palabras ni esos gestos. Y no digo esto cegada de amor. Si fuera un vulgar ratero no se habría puesto enfermo conforme la fecha se aproximaba. ¡Cuando pienso que para colmo le he complicado tanto la vida que lo he obligado a prescindir de la única persona que le hacía un poco feliz!