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Authors: Fredric Brown

Tags: #Cicncia Ficción, Humor

Marciano, vete a casa (18 page)

BOOK: Marciano, vete a casa
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—Está muy cerca de la esquina norte. Sentado en uno de los bancos y mirando a un árbol.

La señora Randall suspiró.

—Probablemente pensando en su gran discurso. Esta semana se cree que es Ishurti, pobre hombre. —Retiró su silla—. Iré a decirle que el café ya está preparado.

Luke se levantó y abrió la boca para decirle que él mismo iría a buscarle. Pero luego recordó que el hombre de la barba no podía verle ni oírle, de modo que sería difícil entregarle el mensaje. Volvía a cerrar la boca y no dijo nada.

Cuando la puerta se cerró, la señora Murcheson apoyó una mano en su brazo.

—Una pareja tan agradable... —dijo—. Es una pena.

—Ella parece simpática —dijo Luke—. Yo... no llegué a hablar con su marido. ¿Acaso los dos están...?

—Sí, claro. Pero cada uno piensa que es el otro quién lo está. Cada uno cree que se encuentra aquí para cuidar del otro.

La señora Murcheson se acercó más.

—Pero yo tengo mis sospechas, señor Deveraux. Creo que ambos son espías que pretenden estar locos. ¡Espías venusianos!

Las eses fueron terriblemente sibilantes; Luke se echó hacia atrás, y con el pretexto de limpiarse el café de los labios se limpio también la cara.

El nombre de Ishurti le resultaba familiar, pero no podía recordar de qué se trataba. De pronto, pensó que se encontraría violento si la señora Randall traía a su esposo a la mesa mientras él aún seguía allí, de modo que terminó su café rápidamente y se excusó, diciendo que quería subir a ver si su esposa estaba ya despierta.

Logró evadirse en el último momento; los Randall ya atravesaban la puerta del jardín.

Ante la puerta de su habitación oyó como Margie se movía en el interior. Llamó con suavidad para no sobresaltarla y entró.

—¡Luke! —Ella le echó los brazos al cuello y le besó—. ¿Has ido a dar un paseo por el jardín?

Aún estaba medio desnuda, y el vestido que había dejado caer sobre la cama para recibirle completaría su atuendo.

—Hice eso y tomé una taza de café. Ponte el vestido y llegaremos a tiempo para el desayuno.

Se sentó en una silla contemplando cómo su esposa realizaba la acostumbrada serie de contorsiones comunes a todas las mujeres cuando se meten un vestido por la cabeza.

—Margie, ¿quién o qué es Ishurti?

Hubo un sonido ahogado en el interior del vestido y luego apareció la cabeza de Margie, mirándole un poco incrédula mientras acabad de vestirse.

—Luke, ¿es que no has leído los periódicos...? No, claro. Pero de cuando los leías, deberías recordar a Ishurti, a Yato Ishurti.

—Ah, sí, ya me acuerdo.

Los dos nombres juntos le hicieron recordar quién era el hombre.

—¿Ha salido mucho en los periódicos últimamente?

—¿Si ha salido mucho? Sale todos los días. Durante los tres últimos días ha sido la gran noticia. Mañana pronunciará un discurso por radio, dirigido a todo el mundo; quieren que todos lo escuchen, y los periódicos hablan de ello desde que se supo la noticia.

—¿Un discurso por radio? Creía que los marcianos solían interrumpirlos.

—Ya no pueden hacerlo, Luke. Es algo en lo que les hemos vencido, por fin. La radio utiliza ahora un nuevo tipo de micro de garganta, en el que no pueden interferir los marcianos. Esa fue la sensación hace cosa de una semana, antes del anuncio del discurso de Ishurti.

—¿Cómo funciona? Me refiero al micrófono.

—En realidad no capta los sonidos. No estoy muy bien enterada, de modo que no conozco todos los detalles, pero el micro puede captar directamente las vibraciones de la laringe del orador y transformarlas en ondas de radio. Ni siquiera es necesario que hable en voz alta; sólo con que..., ¿cuál es la palabra?

—Subvocalice —dijo Luke, recordando su reciente experimento para hablar a su subconsciente en esa forma.

¿Habría conseguido algo? No había visto señales de marcianos por allí.

—¿De qué tratará el discurso?

—Nadie lo sabe, pero todos piensan que de los marcianos, porque ¿de qué otra cosa querría hablar Ishurti a todo el mundo en estos momentos? Hay rumores, aunque nadie sabe si son verdad o mentira, de que uno de los marcianos ha establecido por fin un contacto lógico con él, y le ha hablado de las condiciones que los marianos imponen para volver a su casa. Parece posible, ¿no crees? Deben de tener un jefe, ya sea un rey o un dictador, o un presidente, o como ellos le llamen. Y si querían presentar un ultimátum, ¿no te parece que Ishurti es el hombre más adecuado?

Luke consiguió reprimir la sonrisa que asomaba a sus labios y asintió de modo casual. Qué desilusión iba a llevarse Ishurti al día siguiente...

—Margie, ¿cuándo viste a un marciano por última vez?

Ella le dirigió una mirada un poco rara.

—¿Por qué Luke?

—Oh..., por nada. Sólo quería saberlo.

—Pues... en este momento hay dos de ellos en la habitación.

—Ah..., —dijo él.

No había dado resultado.

—Ya estoy lista. ¿Nos vamos?

Ya estaban sirviendo el desayuno. Luke comió sin apetito, sin probar el jamón y los huevos. ¿Por qué no había dado resultado? ¡Maldito subconsciente! ¿Acaso no podía oírle cuando subvocalizaba? ¿O es que no le creía?

De pronto, Luke comprendió que tenía que marcharse a algún sitio. Aquel lugar, y quizá sería mejor que se enfrentara con el hecho de que se trataba de un manicomio, aunque le llamaran sanatorio, no era el adecuado para resolver un problema como el suyo. Y aunque la presencia de Margie era maravillosa, no dejaba de ser una distracción.

Se hallaba solo cuando inventó a los marcianos; tendría que volver a estar solo para exorcizarlos. Solo y lejos de todo. ¿La cabaña de Carter Benson? Desde luego. ¡Allí había empezado todo!.

Claro que en agosto haría un calor infernal, pero por esa misma razón podía tener la seguridad de que no encontraría a Carter en la cabaña. De modo que no tendría que pedirle permiso; así su amigo no sabría que se encontraba allí, y no podría delatarle si empezaban a buscarle. Margie no conocía aquel lugar; nunca habían hablado de ello.

Tendría que trazar sus planes cuidadosamente. Era demasiado pronto para fugarse porque el banco no abría hasta las nueve y tenía que detenerse allí para sacar dinero de su cuenta. Gracias a Dios, Margie había depositado el cheque en una cuenta conjunta y le había traído la ficha para registrar su firma. Tendría que retirar varios cientos de dólares para poder comprar un coche usado, no había otro medio de llegar a la cabaña de Benson. Y Luke había vendido su coche antes de dejar Hollywood.

Lo vendió sólo por ciento cincuenta dólares, cuando unos meses antes —cuando aún gustaban los viajes de placer— quizás habría conseguido quinientos. Bien, eso quería decir que ahora podría comprar otro por poco dinero; quizá por menos de cien dólares. O podría escoger un coche lo bastante bueno para llevarle hasta la cabaña y permitirle realizar viajes a Indio cuando necesitara provisiones, si es que iba a pasar allí algún tiempo hasta que consiguiera su propósito.

—¿Te pasa algo, Luke?

—No. Nada en absoluto.

Pensó que ahora era el momento de empezar a preparar el terreno para su huida.

—Sólo que me encuentro un poco nervioso. No he podido dormir en toda la noche; no creo que haya pegado los ojos más de un par de horas.

—Deberías subir a la habitación para tenderte un rato, querido.

Luke hizo ver que vacilaba.

—Bueno..., quizás un poco más tarde. Si empiezo a sentir sueño. En este momento me siento embotado y nervioso, pero dudo que pueda dormir.

—De acuerdo. ¿Qué te parece que hagamos?

—¿Qué opinas de unas cuántas partidas de
badmington
? Es posible que eso me canse lo bastante para poder dormir unas horas.

Hacía un poco de viento para que el badminton resultara agradable, pero jugaron durante una media hora —hasta las ocho y media— y luego Luke bostezó y dijo que tenía sueño.

—Será mejor que subas conmigo —sugirió—. Así podrás llevarte lo que necesites de la habitación, y luego podrás dejarme tranquilo hasta la hora de comer, si es que puedo dormir hasta entonces.

—Ya puedes ir, querido. No necesito nada. Te prometo que no te molestaré hasta las doce.

Él la besó brevemente, deseando que el beso pudiera ser más largo, ya que quizá no volvería a verla durante algún tiempo, y se fue a la habitación.

Se sentó primero frente a la máquina de escribir y le dejó una nota diciendo que la amaba mucho, pero que tenía algo muy importante que llevar a cabo, y que no se preocupara porque no tardaría en volver.

Luego buscó el bolso de Margie y cogió el dinero suficiente para pagar un taxi, si es que lo encontraba. Ahorraría tiempo si podía hacerlo, pero aunque tuviera que recorrer todo el camino a pie llegaría al banco a eso de las once, y aún le quedaría mucho tiempo.

Luego miró por la ventana para ver si podía distinguir a Margie en el jardín, pero no la vio. Probó con la ventana del otro extremo del pasillo y tampoco pudo verla desde allí. Pero cuando bajaba las escaleras escuchó su voz que salía de la puerta abierta del despacho del doctor Snyder.

—... No estoy preocupada, pero me pareció que sus palabras eran algo extrañas. De todos modos, no creo que...

Luke salió en silencio por una puerta lateral y caminó por el jardín hasta un rincón donde un bosquecillo ocultaba la valla de la vista de los edificios. El único peligro era que alguien, al otro lado de la valla le viera franquearla y telefoneara a la policía o al sanatorio.

Pero nadie le vio.

18

Era el quinto día de agosto del año 1964. Unos cuantos minutos antes de la una de la tarde en Nueva York. Aquel día iba a ser quizá el momento crucial.

Yato Ishurti, secretario general de las Naciones Unidas, estaba sentado, solo, en un pequeño estudio de Radio City. Preparado y expectante. Lleno de esperanzas y de temores.

El micrófono de laringe ya estaba colocado. Llevaba tapones en los oídos para impedir cualquier distracción una vez empezara a hablar. Y también cerraría los ojos en el mismo instante en que el hombre de la sala de control le indicara que la emisión estaba en marcha, para no sufrir tampoco distracciones visuales.

Recordando que el pequeño micrófono aún no estaba conectado, tosió ligeramente mientras contemplaba la pequeña ventana de cristal y al hombre que estaba detrás de ella.

Iba a hablar a la mayor audiencia que nunca oyera la voz de un solo hombre. Excepto unos cuantos salvajes y los niños demasiado pequeños para hablar o comprender, casi todos los seres humanos de la Tierra le escuchaban, ya fuese directamente o a través de un traductor.

Aunque apresurados, los preparativos habían sido completos. Todos los gobiernos de la Tierra habían cooperado, y todas las emisoras del mundo recogerían su discurso para retransmitirlo de inmediato, al igual que todos los barcos que surcaban los mares.

Debía recordar la necesidad de hablar con lentitud y de hacer una pausa al final de cada frase, para que miles de traductores que debían transmitir la emisión en los países de habla extranjera pudieran seguir su discurso.

Incluso las tribus de los países más primitivos podrían oírle; se habían hecho todos los preparativos posibles para que los nativos oyeran las traducciones locales cerca de los aparatos receptores. En las naciones civilizadas todas las fábricas y oficinas que no habían cerrado a causa de la depresión interrumpirían el trabajo para que los empleados se reunieran alrededor de las radios y los altavoces públicos; las personas que se hallaban en sus casas y no tenían radio, debían acudir a las casas de los vecinos que las tuvieran.

Podía decirse que cerca de tres mil millones de personas le escucharían. Y también, cerca de mil millones de marcianos.

Si tenía éxito seria el hombre más famoso... Pero Ishurti apartó su mente con rapidez de aquella idea egoísta. Debía pensar en la humanidad, no en sí mismo. Si conseguía el éxito, se retiraría en el acto para que nadie pudiera acusarle de intentar obtener beneficios de su éxito.

Si fracasaba... Pero tampoco debía pensar en eso.

Ningún marciano parecía estar presente en el estudio, ni tampoco en la parte de la sala de control que podía distinguir a través de la pequeña ventana.

Volvió a toser, ya en el último instante. Vio cómo el hombre en la sala de control cerraba un contacto y luego le hacía una señal.

Yato Ishurti cerró los ojos y empezó a hablar:

—Pueblos de todo el mundo, os hablo a vosotros y a través de vosotros a nuestros visitantes de Marte. Principalmente me dirijo a ellos. Pero es necesario que vosotros también me escuchéis, de modo que cuando haya terminado podáis responder a una pregunta que os haré.

»Marcianos, cualesquiera que sean vuestras razones, no nos habéis confiado el porqué de vuestra presencia entre nosotros. Es posible que seáis seres malignos y perversos, y que nuestro dolor sea vuestra alegría. Es posible que vuestra psicología, vuestra forma de pensar, sea tan distinta de la nuestra que no podamos comprender vuestros motivos, aunque tratéis de explicarlos.

»Pero yo no creo ninguna de esas cosas. Si realmente sois lo que parecéis o pretendéis ser, vengativos y perturbadores, habríamos observado, al menos en alguna ocasión, como peleabais o discutíais entre vosotros. Pero eso nunca ha sido visto ni oído.

»Marcianos, tratáis de engañarnos, pretendiendo ser lo que no sois.

A través de toda la Tierra hubo un suspiro reprimido, cuando la gente se movió.

Ishurti continuó:

—Marcianos, tenéis un propósito oculto para hacer lo que hacéis. A menos que vuestra razón esté más allá de mi comprensión, a menos que vuestros propósitos estén fuera de la lógica humana, debe tratarse de una de dos alternativas.

»Puede que vuestro propósito sea benigno; que hayáis venido para nuestro bien. Sabíais que estábamos divididos, odiándonos los unos a los otros, luchando y siempre al borde de la guerra final. Puede que hayáis visto que, siendo como somos, sólo podríamos unirnos en una causa común, y un odio común que trascienda nuestros odios fraternales, que ahora parecen tan ridículos que resultan difíciles de recordar.

»O también es posible que vuestro propósito sea menos benevolente, si bien tampoco antagónico. Es posible, que, sabiendo que estamos, o estábamos, en el umbral de los viajes interplanetarios, no queráis que vayamos a Marte.

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