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Authors: Fredric Brown

Tags: #Cicncia Ficción, Humor

Marciano, vete a casa (16 page)

BOOK: Marciano, vete a casa
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Pero ningún marciano era dado, en ese sentido. Al rato, a la hora, o como mucho al cabo de un día, aquel hombre de buena voluntad se hallaba volviendo a empezar con otro marciano distinto. En realidad, las personas que trataban de mostrarse amables con ellos se encontraban cambiando de marcianos con más frecuencia que aquellos que los maldecían a cada momento. Las personas amables les aburrían. Los conflictos y las discusiones eran su pasión; adoraban las peleas.

Muchos de los psicólogos preferían trabajar en pequeños grupos, en secciones. Especialmente aquellos que, como miembros del Frente Psicológico, estudiaban o trataban de estudiar la sicología de los marcianos. Hasta cierto punto es una ventaja el tener marcianos cerca cuando uno los estudia o habla de sus peculiaridades.

Era a una de esas secciones, un grupo de seis científicos, a la que pertenecía el doctor Snyder. Aquella misma tarde iban a celebrar una reunión. Puso papel en la máquina de escribir; sus notas ya estaban preparadas. Hubiera querido presentar un informe oral; le gustaba hablar, mientras que el tener que mecanografiar su informe le resultaba odioso. Pero siempre existía la posibilidad de que la interferencia de los marcianos hiciera imposible un discurso coherente y obligase a que el informe fuese dado a conocer en su forma escrita. Si los miembros de la sección aprobaban su informe, éste sería pasado a un organismo superior para su detenido estudio; quizá hasta se publicase. Y el doctor Snyder no tenía ninguna duda de que su informe merecería ser publicado.

15

Entre otras cosas, el informe del doctor Snyder decía lo siguiente:

En mi opinión, la debilidad psicológica de los marcianos, su talón de Aquiles, reside en el hecho de que les es imposible mentir.

Tengo conocimiento de que este punto ha sido observado y discutido, y también de que muchos, en especial nuestros colegas rusos, creen firmemente que los marcianos pueden mentir y de hecho lo hacen, y que sus razones para decir la verdad sobre nuestros asuntos, puesto que nunca ha sido posible demostrar que mienten sobre las cuestiones que afectan a los terrestres, son dos. Primero, porque ello hace que sus denuncias sean más efectivas y mortificantes, ya que no podemos dudar de los que nos dicen. Segundo, porque al poder demostrar que no mienten en las cosas pequeñas nos preparan para que creamos, a pies juntillas en la posible gran mentira que nos cuentan sobre su naturaleza y sus propósitos contra nosotros. La idea de que debe existir una gran mentira parecerá más natural a nuestros amigos los rusos que al resto de nuestros asociados, ya que durante tanto tiempo han vivido con su propia gran mentira...

El doctor Snyder dejó de escribir, volvió a leer la última frase y luego la tachó. Esperaba que su informe alcanzase una difusión internacional, y por tanto no era prudente despertar por adelantado los prejuicios de algunos de sus lectores contra lo que iba a exponer.

Creo, sin embargo, que puede llegar a demostrarse claramente, por medio de un argumento lógico, que los marcianos no sólo no mienten nunca, sino que les es imposible hacerlo.

También resulta obvio que su propósito consiste en mortificarnos todo lo posible.

Sin embargo nunca han pronunciado la única afirmación que aumentaría nuestra miseria más allá de lo humanamente soportable; nunca nos han dicho que piensan quedarse de modo permanente entre nosotros. Desde la Noche de la Llegada, su única respuesta, cuando se dignan contestar a la pregunta de cuándo piensan volver a su casa o por cuánto tiempo piensan quedarse, es la de que eso no nos importa, u otras palabras en ese sentido.

Para la mayoría de nosotros, lo único que hace deseable la supervivencia es la esperanza, la esperanza de que algún día, ya sea mañana o dentro de diez años, los marcianos se irán y nunca más volveremos a verlos. El que su llegada fuese tan repentina e inesperada nos autoriza a pensar que su marcha pueda efectuarse del mismo modo.

Si los marcianos pudieran mentir, sería absurdo que no nos dijeran que proyectan convertirse en habitantes permanentes de la Tierra. Por lo tanto, no pueden mentir.

Y una agradable conclusión de este argumento lógico es que ellos saben que su estancia entre nosotros no es permanen...

Una aguda risita resonó a sólo unos centímetros del oído del doctor Snyder. Éste dio un salto en su silla, pero dominó el impulso de volverse, sabiendo que encontraría el rostro del marciano odiosamente pegado al suyo.

—Muy listo, Mack, muy listo. Y retorcido como un sacacorchos.

—Es algo perfectamente lógico —dijo el doctor Snyder—. Está demostrado. No puedes mentir.

—Sin embargo, puedo hacerlo —dijo el marciano—. Y ahora, desarrolla la lógica de eso durante un rato, Mack.

El doctor Snyder desarrollo la lógica de aquello, y gimió. Si un marciano decía que podía mentir, entonces o bien decía la verdad y podía hacerlo, o por el contrario mentía y...

Otra vez la risa demoníaca volvió a estallar en sus oídos.

Y luego el silencio. El doctor Snyder sacó la hoja de su máquina de escribir y, resistiendo la tentación de doblarla en los pliegues necesarios para hacer una pajarita de papel, la rompió en pequeños trozos; luego los echó a la papelera y hundió la cara entre sus manos.

—Doctor Snyder, ¿se encuentra bien? —sonó la voz de Margie.

—Sí, Margie.

Levantó la cabeza y trató de recobrar la compostura; debió de conseguirlo, porque aparentemente ella no observó nada anormal.

—Tenía los ojos cansados —añadió—. Estaba descansando un momento.

—¡Ah! Bueno, ya he enviado el manuscrito. Y sólo son las cuatro. ¿Está seguro de que no quiere que haga alguna otra cosa antes de marcharme?

—No. Espere, sí, hay algo. Podría buscar a George y decirle que cambie la cerradura de la puerta de Luke. Quiero decir que puede poner una cerradura corriente.

—Muy bien. ¿Ha terminado su informe?

—Sí, ya lo he terminado.

—Bien. Iré a buscar a George.

Margie se marchó, y él escuchó el taconeo mientras bajaba por la escalera en dirección a las habitaciones del portero, en el sótano.

El doctor Snyder se puso en pie casi sin darse cuenta. Se sentía terriblemente cansado, terriblemente descorazonado. Necesitaba descansar, dormir un rato. Si se quedaba dormido y llegaba tarde a la cena o a la reunión, no tenía ninguna importancia. Necesitaba el sueño más que la cena o la inútil discusión con sus colegas.

Caminó cansado por el alfombrado pasillo, subió al segundo piso y empezó a avanzar por el corredor.

Hizo una pausa delante de la puerta de Luke y la contempló con ojos irritados. Un tipo con suerte, pensó. Estaría allí leyendo o descansando. Y si había marcianos en la habitación, ni siquiera se daría cuneta de ello. No los vería ni oiría.

Perfectamente feliz, perfectamente sereno. ¿Quién era el loco, Luke o los demás? Y además tenía a Margie.

Que se lo llevara el diablo. Debería entregarlo a los lobos, a los otros psiquiatras, para que experimentaran con él, probablemente haciéndolo tan desgraciado como todos los demás si lo curaban, o volviéndole loco de alguna otra forma menos afortunada.

Debería hacerlo; pero no lo haría.

Se dirigió a su habitación, la que utilizaba cuando no quería ir a su casa en Signal Hill, y cerró la puerta. Cogió el teléfono y llamó a su esposa.

—Creo que no podré ir a casa esta noche, querida. Pensé que sería mejor avisarte antes de que empezases a cenar.

—¿Pasa algo, Ellicott?

—Sólo que me siento muy cansado, voy a tenderme un rato, y si me quedo dormido... La verdad es que necesito un poco de sueño.

—Tienes una reunión esta noche.

—Es posible que no vaya. Pero si voy a la reunión, iré después a casa en vez de regresar aquí.

—Muy bien, Ellicott. Los marcianos se han mostrado hoy especialmente irritantes. ¿Sabes que dos de ellos...?

—Por favor, querida, no quiero saber nada de los marcianos en estos momentos. Ya me lo contarás en otra ocasión. Adiós, querida.

Mientras colgaba el teléfono, se encontró mirando un rostro desencajado que se reflejaba en el espejo, su propio rostro. Sí, necesitaba dormir. Volvió a coger el aparato y llamó a la recepcionista, que también atendía la centralita y llevaba el registro.

—¿Doris? No quiero que me molesten bajo ningún pretexto. Si hay alguna llamada para mí, dígales que he salido.

—Bien, doctor. ¿Hasta cuándo?

—Hasta que le avise. Y si no lo hago antes de que usted se marche, ¿querrá explicárselo a Estelle cuando venga a hacer su guardia? Gracias.

Volvió a contemplar su rostro en el espejo. Observó que sus ojos parecían hundidos y que sus cabellos eran ahora el doble de grises que cuatro meses antes.

«¿De modo que los marcianos no pueden mentir, eh?», se preguntó en silencio.

Y luego dejó que la idea llegase a su conclusión lógica. Si los marcianos podían mentir —y así lo aseguraban—, el hecho de que no dijesen que se quedaban para siempre no era ninguna prueba evidente de que no lo hicieran.

Quizás obtenían un sádico placer al permitirnos mantener la esperanza, a fin de disfrutar con nuestros sufrimientos antes de aniquilar a la humanidad al negar cualquier posible esperanza de rescate. Si todo el mundo se suicidaba o se volvía loco ya no les quedaría ninguna diversión; ya no quedaría nadie a quien atormentar.

Sin embargo, la lógica de su informe había sido tan hermosa y sencilla...

Su mente se sintió confusa y por un instante no pudo recordar donde estaba el error. ¡Ah, sí! Si alguien dice que puede mentir, es que puede hacerlo; de otro modo, mentiría al decir que puede mentir, y si ya está mintiendo...

Arrancó su mente de aquel círculo vicioso antes de que naufragase por completo. Se quitó la chaqueta y la corbata y las colgó en el respaldo de una silla, se sentó en el borde de la cama y se quitó los zapatos. Luego se tendió en la cama y cerró los ojos.

De repente, un instante después, saltó casi medio metro en el aire cuando dos maullidos increíblemente estridentes estallaron en sus oídos. Se había olvidado de los tapones. Se levantó y se los puso, volviéndose a tender.

Y soñó... con los marcianos.

16

El frente científico contra los marcianos no estaba tan organizado como el frente psicológico, pero era más activo. Al contrario que los psiquiatras, sobrecargados de pacientes, sin tiempo material para dedicarse a la investigación y experimentación, los físicos dedicaban muchas horas a estudiar a los marcianos.

Los demás tipos de investigación estaban paralizados.

El frente activo se hallaba situado en los grandes laboratorios del mundo: Brookhaven, Los Álamos, Harwich, Braunschweig, Sumigrado, Troitsk y Tokuyama, por mencionar sólo unos pocos.

Incluidos los desvanes, sótanos o garajes de todos los ciudadanos que tenían algún conocimiento en cualquier campo de la ciencia o de la paraciencia. Electricidad, electrónica, química, magia blanca y negra, alquimia, radiestesia, biótica, óptica, sónica y supersónica, tipología, toxicología y topología eran usadas como medios de estudio o de ataque.

Los marcianos deberían de tener un punto débil en alguna parte. Debía de existir algo que hiciera decir ¡ay! a los marcianos.

Se les bombardeaba con rayos alfa, beta, gama, delta, zeta, eta, theta y omega.

También, cuando se presentaba la oportunidad —y ellos ni buscaban ni evitaban el ser sujetos experimentales—, se les sometía a descargas de millones de voltios, a campos magnéticos fuertes y débiles, a microondas y a macroondas.

Se utilizó contra ellos el frío cercano al cero absoluto y el calor más ardiente que podemos conseguir, el de la fisión nuclear. No, esta última parte no fue realizada en un laboratorio. Una prueba de bomba H programada para abril fue llevada a cabo según lo previsto, a pesar de los marcianos y tras muchas vacilaciones de las autoridades competentes. Al fin y al cabo, ahora ya conocían todos nuestros secretos, así que no se podía perder nada. Y había ciertas secretas esperanzas de que algún marciano se encontrase cerca de la bomba H cuando estallase. Uno de ellos se pasó todo el rato sentado encima de la bomba. Después de la explosión, kwimmó al puente del buque insignia y se dirigió al almirante, con aspecto disgustado:

—¿Este es el mejor petardo que tienes, Mack?

Fueron fotografiados para su estudio, con todas las clases de luz conocidas: infrarroja, ultravioleta, fluorescente, de sodio, arco carbónico a la luz de una vela, fosforescente, a la luz del sol, de la luna y de estrella.

Fueron rociados con todos los líquidos conocidos, incluyendo ácido prúsico, agua pesada, agua bendita e insecticida.

Los sonidos que producían, vocales o de otro tipo, fueron registrados por todos los sistemas conocidos. Se les estudió con microscopios, telescopios, espectroscopios e inconoscopios.

Resultados prácticos, cero. Nada de lo que los científicos les hacían llegaba siquiera a incomodarles.

Resultados teóricos, insignificantes. Muy poco más se aprendió sobre ellos de lo que ya se sabía al cabo de uno o dos días de su llegada.

Reflejaban los rayos de luz sólo en ondas lumínicas dentro del espectro visible (de 0.0004 mm a 0.0007 mm). Cualquier otra radiación por encima o debajo de esa banda les atravesaba limpiamente sin que fuera afectada o reflejada. No podían ser captados por rayos X, radioondas o radar.

Tampoco producían efecto alguno en los campos gravitacionales o magnéticos. Ni les causaba el menor efecto cualquier forma de energía o materia sólida, líquida o gaseosa que intentáramos probar sobre ellos.

Ni absorbían ni reflejaban el sonido, pero podían crearlo. Eso quizá confundía más a los científicos que el hecho de que reflejasen la luz. El sonido es más sencillo que la luz, o por lo menos lo comprendemos mejor. No es más que la vibración de un medio, generalmente el aire. Y si los marcianos no se hallaban allí, en el sentido de que no eran reales y tangibles, ¿cómo podían causar la vibración del aire que nosotros percibimos como sonido? Pero lo producían, y no como un efecto subjetivo en la mente del oyente, ya que los sonidos podían ser registrados y reproducidos. Del mismo modo que las ondas lumínicas que reflejaban podían ser registradas y estudiadas en una placa fotográfica.

Desde luego, ningún científico creía que fueran diablos o demonios, por definición. Pero muchos rehusaban creer que provinieran de Marte, o de cualquier otro lugar del universo. Era obvio que estaban formados por un tipo distinto de materia —si es que se trataba de materia, tal como nosotros la entendemos—, y por tanto debían venir de algún otro universo donde las leyes de la naturaleza fuesen completamente distintas. Quizá de otra dimensión.

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