Finalmente, un torrente de néctar oscuro se abría paso mientras el tronco de la planta se partía en dos y acababa desplomándose.
Las bacterias atacaban sin piedad y rápidamente. Su metabolización de la vida del planeta liberaba mucho hidrógeno y oxígeno. La temperatura comenzó a subir, los océanos se oscurecieron y una sombra apestosa se elevó sobre Ithor.
Las bacterias llegaron adonde yacía el cuerpo sin vida de Shedao Shai en lo que se consideraría poco tiempo a escala humana. Su carne resistió a las bacterias un momento, pero el agente infeccioso se abrió paso a través de laherida que le había infligido Corran. Las bacterias se lo comieron, consumiendo huesos y tejidos. Su esqueleto se deshizo, sus huesos crujieron y se convirtieron en fluido negro cuando la médula fue devorada. Finalmente, las bacterias licuaron su cráneo, eliminando el último rastro de su presencia en un planeta cuya muerte debería haber salvado.
Pellaeon contempló fijamente la representación holográfica de Ithor.
—Estoy de acuerdo, almirante, han hecho algo. Oxígeno, hidrógeno, las altas temperaturas. Si Skywalker está en lo cierto, toda vida está siendo devorada…
—el almirante imperial se estremeció, incapaz de concebir la utilización de un arma que metabolizara un planeta entero.
La comandante Yage miró desde su posición en la estación de sensores.
—Almirante, la flota yuuzhan vong se está moviendo. Salen por un punto externo.
—¿El punto alfa-siete?
—El único que tienen abierto.
Pellaeon hizo un gesto a la diminuta representación holográfica de Kre'fey, que se levantaba en una esquina del escáner planetario.
—Están saliendo por alfa-siete. Es hora de moverse. Ithor clama venganza.
Deign Lian sonrió al contemplar al villip con el rostro de su señor.
—Ya está hecho, maestro bélico Tsavong Lah. Shedao Shai ha muerto. La amenaza de Ithor ha sido eliminada. Nos marchamos.
—Espléndido —la imagen del villip sonrió, y la cara del Maestro Bélico casi parecía agradable—. Lo has hecho bien, Lian. El
Legado del Suplicio
es tuyo.
Cuando llegues a Dubrillion, tendrás órdenes esperándote.
—Entiendo, señor —Deign Lian asintió solemne—. Y espero sus.. ¿qué ha sido eso?
Una sacudida estremeció violentamente el
Legado del Suplicio,
tirando al villip de su soporte. Deign Lian lo recogió, y otro empujón sacudió la nave. El yuuzhan vong cayó de rodillas.
Algo va mal, muy mal.
Ignorando los gritos del villip que yacía en el suelo, Deign Lian salió del camarote y corrió hacia el puente.
En la semana de tregua que consiguió Corran para la Nueva República, los almirantes Kre'fey y Pellaeon no habían perdido el tiempo. Al estudiar el comportamiento de las naves yuuzhan vong, tanto de las grandes como de las pequeñas, habían descubierto un punto débil que creían poder explotar.
Los pilotos de los cazas habían descubierto que la proyección de vacíos reducía la capacidad del piloto para maniobrar. Los dos almirantes se preguntaron si no pasaría lo mismo al revés, sobre todo en el caso de las naves principales. Y, con ese fin, Kre'fey había hecho llamar al
Arco Iris de Corusca,
de la flota encargada de defender Agamar, y lo hizo llegar a la parte trasera de una luna, fuera de la vista de la flota yuuzhan vong. Cuando los yuuzhan vong comenzaron a irse, el crucero Interdictor apareció en una órbita cercana a Ithor y alineó sus cuatro proyectores de gravedad. Eso duplicó la masa de Ithor e hizo aumentar su campo de gravedad, lo que provocó que el planeta comenzara a absorber lentamente al
Legado del Suplicio
hacia su moribunda superficie.
Los yuuzhan vong a bordo del
Legado
se pusieron manos a la obra para contrarrestar ese efecto. Activaron más dovin basal, intentando enlazarse con la gravedad del sol y las lunas. Ralentizaron la caída y acabaron por detenerla.
Poco a poco, retomaron la ruta de salida, y, cuando Deign Lian llegó al puente, la nave ya estaba de nuevo en movimiento.
Pero, por desgracia para Deign Lian, para la tripulación del
Legado
y para la propia nave viviente, el
Arco Iris de Corusca
había hecho algo más que activar sus proyectores de gravedad. Los oficiales de armamento programaron aplicaciones de disparo para el gran crucero yuuzhan vong. Su telemetría se envió a la flota de defensa principal. Cada caza que salió de las naves, los cruceros y los destructores estelares empleó esos datos para apuntar sus torpedos de protones y sus misiles de impacto.
Las explosiones se sucedieron sobre la curva de la atmósfera de Ithor.
Chocaron contra el
Legado,
que carecía de vacíos gravitacionales, haciendo saltar en pedazos el coral yorik. La energía liberada en las detonaciones incineró el tejido neuronal y quemó a los dovin basal. La primera andanada desintegró completamente la popa, abriendo la nave al vacío espacial. Pero antes de que el aire y la tripulación fueran absorbidos al exterior, tuvo lugar otra explosión que vaporizó aún más restos de la nave y prendió la atmósfera en su interior. El
Legado
estaba en llamas.
Deign Lian tuvo un momento de agonía cuando la bola de fuego recorrió el interior del transporte. Habría gritado, pero el aire se quemó en sus pulmones antes de que pudiera articular sonido alguno. En el medio segundo de claridad que tuvo su mente, oyó a Shedao Shai aconsejándole que aceptara el dolor, que lo hiciera parte de sí mismo para poder unirse a los dioses. Su último pensamiento fue rendirse al dolor, dejar que le consumiera, negándose a sí mismo la meta definitiva porque no pudo llegar a admitir que Shedao Shai le había enseñado la única forma de llegar a ella.
El ataque resquebrajó la estructura del
Legado.
La nave se rompió en tres, y la parte delantera se alejó por un momento del planeta. La popa en llamas cayó hacia Ithor, cogiendo velocidad. La parte del centro flotó unos pocos segundos en el espacio y empezó a precipitarse lenta y torpemente hacia el planeta. La proa, con los moribundos dovin basal rindiéndose uno a uno, también sucumbió al abrazo de Ithor.
La verdad es que daba igual que el
Legado
estuviera ardiendo al entrar en contacto con la atmósfera del planeta. La simple fricción de la entrada generaría tanto calor que la tartana habría ardido en una atmósfera con tanto oxígeno. Las llamas se extendieron, y pronto ardió el planeta entero. La atmósfera sobrecalentada se expandió, alargando pequeños tentáculos que se retorcían muy cerca de los cazas y de la flota de la Nueva República. Una de las llamas llegó a rozar una corbeta yuuzhan vong y provocó la explosión de la nave, pero el resto ya se habían alejado lo suficiente para escapar.
La flota yuuzhan vong, o lo que quedaba de ella, desapareció rápidamente por el punto de salida.
Ithor, que una vez fue un planeta pacífico, ardió a su paso. Y con él se consumieron las esperanzas de la Nueva República.
El almirante Gilad Pellaeon se detuvo en la rampa de su transbordador, se giró y estrechó la mano al almirante Kre'fey. Al hacerlo tuvo una profunda sensación de pérdida.
—Usted sabe, almirante, que me hubiera gustado que las cosas salieran de otra manera. Trabajar con usted ha sido fascinante, incluso un placer. El espacio imperial se beneficiará de lo que he aprendido aquí.
El bothan asintió.
—Lo sé, almirante, y siento lo mismo. También sé que, pese a lo que digan las malas lenguas, usted no alberga ningún sentimiento xenófobo. Yo jamás he percibido nada que no fuera respeto por su parte, y no siento más que respeto y admiración por usted.
—Gracias, Traest —el oficial imperial separó la mano y se la llevó a la espalda—. Si hubiéramos conseguido defender Ithor y salvarlo, estoy seguro de que no me habrían pedido que volviera. Tienen miedo, es obvio. Esa arma era ciertamente algo imparable. No estoy seguro de que el mero hecho de tener flotas orbitando planetas vaya a impedir a los yuuzhan vong hacer lo que quieran en donde quieran, pero si no tengo la flota en casa, la población civil será presa del pánico, y entonces estaremos perdidos. Nosotros tenemos, en versión microcosmos, el mismo problema que la Nueva República.
—Ojalá fuera un problema tan simple —Kre'fey miró en derredor, al hangar de popa del
Ralroost
y a los grupos de refugiados ithorianos diseminados por el lugar—. Para empezar, y como poco, supongo que se culpará a la Nueva República de la pérdida de Ithor. Por otro lado, cada pequeño sector administrativo ha decidido que tiene que defenderse solo. Además, la destrucción de Ithor ha sembrado el terror en el Gobierno. Algunos quieren rendirse a los yuuzhan vong, otros quieren luchar, y estoy seguro de que a más de uno le gustaría pactar con ellos con tal de destruir a un viejo enemigo.
Pellaeon asintió.
—De alguna manera, la victoria sobre el Imperio fue lo peor que pudo pasar a la Nueva República. Vuestro odio hacia nosotros os unió entonces, pero ahora hay fuerzas que quieren dividiros en su propio beneficio. Sin embargo, usted es afortunado porque su papel en todo esto ha sido elogiado en gran medida.
El bothan suspiró.
—Mi primo va a ser condecorado por su breve actuación en el primer encuentro. Ahora se cree un héroe. Le parece de rigor elevarme a su nivel, lo que le eleva a él todavía más, que es lo que quiere la gente.
—Es lo que necesitan: héroes en los que creer.
—Lo sé, Gilad, y no les quitaré a sus héroes, pero preferiría que creyeran en usted o en los Jedi, en lugar de en alguien que sacó partido de estar en el lugar inadecuado en el momento erróneo —Traest se rascó la cabeza—. Lo siento mucho por Corran Horn.
Pellaeon asintió lentamente.
—Sí, el hombre que perdió Ithor.
—Vaya, parece que sólo ha visto los primeros holotelediarios. Tras esta semana ya le acusan de ser el hombre que mató a Ithor.
—Alguien tenía que cargar con las culpas —el almirante imperial sonrió—. Durante la media hora que hubo entre su victoria y la destrucción del planeta, estuve orgulloso de lo que había hecho, de la postura que adoptó. No sólo ganó, sino que permitió salvar muchísimas vidas. Todo eso para nada.
—Peor que para nada. Los Jedi están siendo ridiculizados. Los militares van a ser sometidos a una auditoría en el Senado —Traest sonrió—. ¿No sobrará trabajo en el espacio imperial?
—Yo estaba pensando decirle que me guardara un sitio en el imperio que piensa crear en las Regiones Desconocidas.
—Será un placer, señor —el bothan sonrió y sus dientes brillaron—. Le mantendré informado del curso de los acontecimientos.
—Se lo agradezco, yo haré lo mismo —Pellaeon asintió y miró a los otros dos hombres que se acercaban a él—. General Antilles, coronel Fel, ¿qué han decidido?
Jagged Fel se llevó las manos a la espalda.
—Voy a enviar uno de mis escuadrones de vuelta con usted, señor. Llevará un informe a mi padre. Yo me quedaré aquí con dos escuadrones, en apoyo al Escuadrón Pícaro. Espero, señor, que comprenda mi deseo de permanecer aquí.
—Lo entiendo, sí. Le respeto e incluso le envidio —Pellaeon ofreció la mano al joven. Luego se la dio a Wedge Antilles—. No será ésta la última vez que me vean, amigos. Ahora mismo, mi pueblo tiene miedo de ayudarles, pero llegará un momento en que lo que les dé realmente miedo sea el no hacerlo. Y entonces volveré. Sólo espero que no sea demasiado tarde.
—Eso esperamos nosotros también —Traest Kre'fey volvió a dar la mano al almirante Pellaeon—. Que tenga un buen viaje y que su órbita sea segura.
—Lo mismo digo —Pellaeon asintió y subió por la rampa. Miró hacia atrás una vez, sólo para asegurarse de que iba a recordar cómo eran, porque lo cierto es que no estaba nada seguro de volver a verlos. Entonces, la rampa se cerró y el transbordador le llevó a casa.
Jaina seguía aturdida, ahí sentada, en la cabina de meditación del
Ralroost.
La muerte de Anni había dejado un vacío en su vida que la sorprendía y a la vez la aterrorizaba. La sorprendía porque conocía a Anni desde hacía poco tiempo.
Sí, volábamos juntas y dormíamos en la misma habitación, pero..
A Anni le gustaba apostar, y nadie en su sano juicio jugaría con una Jedi, así que Jaina tuvo que buscarse otras formas de pasar el tiempo libre. Cuando estaban juntas se llevaban muy bien. Ella sabía que Anni la apreciaba, y ella apreciaba a Anni a su vez.