—Comercias como un vulgar mercader —los labios del villip se curvaron en una mueca burlona—. A Elegos le hubiera dado vergüenza verte caer tan bajo.
—Bueno, supongo que gracias a ti nunca sabremos realmente lo que hubiera pensado, ¿no es así? Tú y yo, Shedao Shai. Los huesos contra Ithor.
—¿Cuándo nos encontraremos?
Corran lo pensó un instante.
—Dentro de un ciclo lunar. Soy un Jedi, quiero luchar bajo la luna llena.
—Recuerda la lección de Sernpidal. Puedo arreglarlo para que realmente luches bajo una luna llena. Dos ciclos planetarios. Hay una meseta en la cima de una montaña al oeste de aquí. Lo haremos allí.
—Dos semanas.
—Cuatro días.
—Diez.
—Me estoy cansando de este juego,
jeedai
—la furia colmaba sus palabras—. Una semana. No más.
Corran asintió.
—Una semana.
La cara del villip se suavizó un momento, pero luego volvió a endurecerse.
—Siete ciclos planetarios a partir de ahora. Hasta entonces, habrá tregua. Que así sea.
—Bien, muy bien. Nos veremos pronto.
—Así será —la voz del villip se hundió en un gruñido profundo—. Ven preparado para morir.
El almirante Pellaeon estaba en el puente del
Quimera,
con las manos a la espalda. Contemplaba el holograma de su homólogo en la Nueva República.
—Sí, almirante Kre'fey, estoy de acuerdo en que todo ha salido mejor de lo que esperaba. La tregua Jedi es más larga de lo que yo pensaba que sería.
—Así es, almirante, y estamos haciendo buen uso del tiempo. —El bothan caminaba lentamente, mientras la holocámara le seguía para mantenerlo en el centro de la imagen—. La modificación que realizamos en nuestro armamento demostró ser muy efectiva y derribó muy rápidamente dos de sus naves pequeñas. No estoy seguro de cómo responderán en el futuro, pero podemos aprovecharnos de sus debilidades cambiando de táctica en plena batalla. Mis técnicos están trabajando en la elaboración de modificaciones.
—Los míos también —respondió Pellaeon—. ¿Cree usted que los yuuzhan vong cumplirán este acuerdo si su líder pierde?
—O lo cumplen o, si Horn muere, mi primo ordenará un ataque total e inmediato. Ese trato no ha tenido muchos seguidores por aquí —Kre'fey se rascó el cuello—. De todas formas, sabemos que volveremos a enfrentarnos con los yuuzhan vong. Tengo algunas ideas nuevas, cuyos archivos le estoy transmitiendo. Tengo una nave de reserva para ayudarnos. Cuando usted decida, procederemos.
—Revisaré esos informes y se lo haré saber —Pellaeon saludó solemnemente a su homólogo—. Mande a Horn mis mejores deseos. Si tuviera cuarenta años menos, me ofrecería para ir en su lugar.
—Le encantará oír eso, señor —el bothan enseñó los colmillos al sonreír—. No creo que haya una persona en toda la flota que no diga lo mismo. Bueno, puede que una, pero siempre hay una excepción a toda regla.
Corran puso la tapa a su sable láser recién recargado.
—Me parece, jefe Fey'lya, que, por lo que me dice, no le parece bien el acuerdo al que he llegado con el líder vong. Me lo ha repetido ya unas qui-nientas veces.
—Y se lo diré otras mil, si he de hacerlo. No tenía usted derecho ni autoridad ninguna para usurpar la prerrogativa de la Nueva República de ir a la guerra con su estúpido duelo. Y se lo diré todas las veces que sea necesario hasta que lo entienda y anule el trato.
Los ojos verdes del Jedi le miraron fríamente.
—Creo que hay una cosa que tiene que entender. Me importa un cubo de escupitajos de hutt lo que usted piense. Le recuerdo que su negativa a dar permiso a los Jedi fue lo que hizo que el ejército de la Nueva República me llamara a filas. Y llegué a ese acuerdo con esa autoridad.
—No era un oficial de rango en tierra.
—Pues lo cierto es que sí. El general Dendo estaba herido.
—Pero eso usted no lo sabía.
Corran le sonrió, enseñándole los dientes.
—¿Me está diciendo que no lo sentí a través de la Fuerza?
Eso hizo que el bothan se quedara de una pieza, pero también vio que una tercera persona en la sala fruncía el ceño al oírlo: Luke Skywalker.
—Corran, no es momento de jugar a esas cosas con el jefe Fey'lya.
—Tienes razón, Maestro. No hay tiempo para jueguecitos —el corelliano contempló el sable láser en su mano—. Jefe Fey'lya, olvida usted nuestra historia común. Hace unos quince años, usted me prohibió que hiciera algo. Yo dimití del ejército de la Nueva República, e igual hizo el resto del Escuadrón Pícaro; pero, aun así, alcanzó nuestros objetivos. Así que, por favor, acepte de nuevo mi renuncia al ejército. Su autoridad sobre mí ya no existe.
Fey'lya parpadeó con los ojos violetas, y miró a Luke.
—Maestro Skywalker, ordénele que abandone este duelo.
—No.
Los ojos del bothan parecían finas vetas de amatista.
—¿Los Jedi aprueban este duelo?
Luke le sostuvo la mirada.
—Dentro de una semana bajaré a Ithor para actuar como hombre de confianza de Corran.
—Entonces los Jedi se adjudican el derecho a determinar el destino de Ithor.
El tono astuto de las palabras de Fey'lya hizo enfadar a Corran. —Tiene razón, Maestro. Los Jedi no pueden caer en esa trampa. Así que, renuncio a ser un Jedi también.
—No puedes.
—Vale, despídeme —Corran frunció el ceño—. Hay partes del Código Jedi que no me las trago, y además, estas ropas… Hay insubordinación, pues échame. Éste es un problema que no necesitas.
El Maestro Jedi negó lentamente con la cabeza.
—Lo que no entiende, jefe Fey'lya, es que Corran actúa para proteger la vida.
Aunque caiga, será una vida contra las muchas que hemos conseguido evacuar.
Será una familia la que sufra, no muchas. Y cuando gane, porque ganará, Ithor estará a salvo, y los yuuzhan vong sabrán que esta invasión les costará tremendamente cara.
Corran se tensó al escuchar las palabras de Luke. Mirando a Borsk Fey'lya, parecía que, aunque el bothan oía las palabras, no llegaba a entrarle en la cabeza su verdadero significado.
Está a kilómetros de aquí, intentando averiguar cómo dará la vuelta a la situación en su propio beneficio, tanto si ganamos como si perdemos.
Corran le dio la vuelta a la empuñadura de su sable láser y se lo ofreció al jefe Fey'lya.
—Tome, aquí lo tiene, baje ahí y pelee usted mismo.
—No, no podría.
—Lo sé, jefe, y no porque piense que es usted un cobarde —Corran negó lentamente con la cabeza y le volvió a dar la vuelta al sable láser, poniendo el dedo sobre el botón de encendido—. Pero esta lucha no es la suya, es la mía.
Estoy preparado para ella, y, dado que no puedo perder, no lo haré.
El bothan esbozó una sonrisa burlona.
—Si fracasa será como Thrawn y Vader a los ojos de la gente.
—Si pierdo, jefe Fey'lya, Ithor será olvidado con el baño de sangre que vendrá después —Corran se deshizo de la furia y adoptó una expresión tran-quila—. Y es justamente para impedir eso por lo que lucho con Shedao Shai. La conservación de la vida y la libertad son las únicas razones para luchar. Y por esa causa, ganaré.
Anakin se quitó de encima las manos de su madre mientras miraba por el ventanal de la estación médica. Daeshara'cor yacía en la cama, sin apenas moverse, cubierta hasta el cuello con una sábana blanca. Anakin podía oír su respiración, pero cada vez era más débil y rápida.
Leia habló en voz baja.
—No tienes por qué entrar.
Yo no quiero, pero tengo que hacerlo.
Anakin resopló y miró a su madre.
—Ella…, ella ha preguntado por mí. He de hacerlo.
¿Quieres que entre contigo?
Él tragó con fuerza, a pesar del nudo que tenía en la garganta.
—No. Puedo hacerlo. Tú…
—Te esperaré aquí.
—Gracias —Anakin se secó una lágrima y entró en la estancia. Los androides se afanaban con otros pacientes. Se puso a un lado de la cama y apoyó su mano en la mano cubierta de Daeshara'cor.
Ella se sobresaltó ligeramente y abrió los ojos. Su expresión de sorpresa se convirtió en felicidad, aunque apenas duró un segundo. Emanaba tristeza, y Anakin podía sentir que su chispa vital se desvanecía.
—Anakin.
—Hola, ¿qué tal estás? —Anakin cerró los ojos de repente—. Pero seré idiota…
Daeshara'cor sacó la mano de debajo de la sábana y le secó una lágrima.
—No pasa nada. El veneno…
Anakin resopló.
—A Corran le mordieron. Y se salvó.
—Química humana… Diferente de la twi'leko —bajó la mano y apretó la de Anakin con todas sus fuerzas, que a él le parecieron muy pocas—. No pueden hacer nada. Me muero.
— ¡No! No es justo. ¡No puedes! —Anakin gruñó mientras las lágrimas le corrían por las mejillas—. Tú no, no como…
—¿Chewbacca?
A Anakin le flojearon las rodillas y comenzó a caerse, pero una silla le recogió. Se cubrió la cara con las manos y sintió que Daeshara'cor le acariciaba el pelo.
—Cometí un error y él murió. Cometí un error y tú te estás muriendo.
—No hay muerte… Sólo la Fuerza.
Él la miró entre lágrimas.
—Pero sigue siendo doloroso.
—Lo sé —ella sonrió débilmente—. Anakin, quiero que sepas… que aunque yo muera…, yo no hubiera cambiado nada…, y Chewbacca tampoco.
—¿Cómo puedes decir…
Ella le acarició la mejilla, y sus dedos estaban helados.
—Él murió… Yo muero… en favor de la vida. Tú me salvaste de la oscuridad.
—Yo te salvé… no como recompensa, sino para que puedas seguir al servicio de la vida, de la Fuerza.
Él alargó la mano y cogió la de ella.
—Jamás la serviré tan bien como Chewie o como tú.
Daeshara'cor sonrió de nuevo, las comisuras de sus labios temblaban.
—Ya lo haces, Anakin, y cada vez mejor. Cuando superes esto, serás más fuerte de lo que nadie puede imaginar. Estamos orgullosos de ti, tan orgullosos..
Su voz se desvaneció junto con su sonrisa, mientras la vida se le escapaba.
Anakin apretó la mano de Daeshara'cor contra su cara, pero su carne ya estaba carente de vida. Bajo su mirada, ella se iluminó hasta quedar transparente, y finalmente desapareció bajo la sábana que la había cubierto.
Luke Skywalker permanecía en silencio en el lado sur de la altiplanicie, envuelto en su túnica negra. La montaña seguía elevándose por el oeste. El granito expuesto al aire casi parecía una enorme cara solemne, mirando hacia abajo, hacia la superficie verde que tenía justo a la altura de su barbilla. Luke se dio cuenta de que su propia expresión de seriedad se parecía a la de la montaña, pero no la cambió.