—Me alegro. ¿Has sabido algo más acerca del asesinato de Nils?
—No. Mejor dicho, sí, la policía se puso en contacto conmigo hoy.
—¿Contigo?
—Ajá.
—¿Qué querían?
—Saber si Nils se había puesto en contacto conmigo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué? ¿Supongo que no lo hizo?
—No. No he sabido nada de él desde que abandonó nuestras oficinas de Kinshasa.
—Hace unos veinticuatro años —precisó Linn.
—Eso.
—Y ahora lo han matado. Desaparecido durante casi veinticuatro años y de pronto lo asesinan. ¿No te parece extraño?
—Increíble.
—¿Y dónde estuvo todo ese tiempo?
—Quién sabe.
Daría su mano derecha por hablar con quien lo supiera. Esa pregunta estaba en los primeros puestos de su agenda desde hacía tiempo. ¿Dónde demonios había estado Wendt? «El original está en un lugar desconocido.» Eso podía significar cualquier lugar del mundo. Una zona de búsqueda bastante amplia.
Se echó un poco hacia atrás y vació su copa.
—¿Has vuelto a fumar?
La pregunta surgió de la nada y a Bertil no le dio tiempo a esquivar el golpe.
—Sí.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
Linn advirtió el tono cáustico. Su marido estaba dispuesto a atacar si ella seguía por allí. Así que abandonó la ofensiva.
¿Quizás estaba más afectado por la muerte de Nils de lo que quería reconocer?
—¡Ahí está!
Mårten señaló la pared de piedra blanqueada del sótano. Olivia siguió su dedo y vio una enorme araña negra saliendo de una grieta en la pared.
—¿Ese es
Kerouac
?
—Sí, una auténtica araña de sótano, no una araña casera común, tiene ocho años.
—Vaya.
Olivia miró a
Kerouac
y se le erizó el vello. Aquella araña posiblemente tenía artritis. La vio desplazarse cautelosamente por la pared, con unas patas largas y negras y un cuerpo de más de un centímetro de diámetro.
—Le encanta la música pero es muy exigente, tardé unos años en aprenderme sus gustos. ¡Ahora verás!
Mårten pasó el dedo por la otra pared, cubierta de arriba abajo de discos de vinilo, grandes y pequeños. Mårten era todo un melómano. Un amante de los vinilos que poseía una de las colecciones más selectas de Suecia. Sacó un 45 rpm de Little Gerhard, un antiguo rey del rock de los tiempos de Maricastaña, y puso la cara B en un tocadiscos.
Uno de esos con brazo y aguja.
No pasaron muchos acordes cuando de pronto
Kerouac
detuvo su lento avance por la pared. Cuando la voz de Little Gerhard salió potente por los altavoces, la araña cambió de sentido y volvió a reptar hacia la grieta.
—Bien, y mira ahora.
Mårten parecía un niño impaciente. Rápidamente sacó un CD de su colección, bastante más limitada, de la pared corta, al tiempo que retiraba la aguja del vinilo y metía el CD en un reproductor.
—¡Fíjate ahora! ¡Y escucha!
Era Gram Parsons. Un músico de country que había dejado una huella imperecedera en el mundo de la música antes de morir de una sobredosis. Se oyó
Return of the Grievous Angel
en el magnífico equipo de Mårten. Olivia observó a
Kerouac
. La araña se detuvo de repente, a escasos centímetros de su guarida. Giró su grueso cuerpo negro casi ciento ochenta grados y empezó a avanzar por la pared de nuevo.
—Es bastante evidente, ¿no? —Mårten miró a Olivia y sonrió.
Ella no supo si se encontraba en el departamento psiquiátrico de Säter o en casa de la inspectora jefe Mette Olsäter. Asintió con la cabeza y le preguntó si era ceramista.
—No, esa es Mette.
Olivia había señalado la puerta detrás de la cual había un gran horno de cerámica. Se volvió hacia Mårten.
—¿Y tú qué haces? ¿En qué trabajas?
—Soy pensionista.
—Sí, pero ¿antes de jubilarte?
Stilton y Mette estaban en el vestíbulo cuando Mårten y Olivia subieron del sótano. Mette los miró de reojo, se inclinó ligeramente hacia Stilton y bajó la voz.
—Sabes que siempre tendrás una cama aquí.
—Gracias.
—Y piensa en lo que te he dicho.
—¿Sobre?
—Rune Forss. Tú o yo.
Él no contestó. Mårten y Olivia llegaron a su lado. Stilton se despidió de Mårten con una leve inclinación de la cabeza y salió. Mette le dio un ligero abrazo a Olivia y le susurró:
—Gracias por traer a Tom.
—Fue él quien me trajo a mí.
—Sin ti jamás habría venido.
Olivia sonrió apenas. Mette le dio su tarjeta de visita, con su número de teléfono. Olivia se lo agradeció y siguió a Stilton. Cuando Mette hubo cerrado la puerta, se volvió y miró a su marido. Él la atrajo hacia sí. Sabía perfectamente la tensión que ella había soportado. Le acarició el pelo.
—Tom estaba accesible —dijo.
—Sí.
Los dos se quedaron en silencio en el autobús que les llevaba de vuelta al centro de la ciudad. Absorto cada uno en sus pensamientos. Stilton pensaba, sobre todo, en su encuentro con los Olsäter. Era la primera vez que los veía en casi cuatro años. Estaba sorprendido de lo fácil que había resultado el reencuentro. Lo poco que había hecho falta decir. Lo rápido que todo se tornó natural.
El próximo paso era Abbas.
Luego pensó en aquel rostro en el espejo del vestíbulo. Que no era el suyo. Había sido un shock.
Olivia pensaba en el caserón.
En el sótano y en
Kerouac
. ¿No es un poco raro tratar con una araña? Sí, pensó, claro que lo es. ¿O tal vez más bien original? Mårten era una personal original, con un trasfondo fascinante, pensó. En el sótano le había hablado un poco de ello. Cómo se había jubilado de su gabinete de psicología infantil. Cómo había librado una dura batalla durante muchos años por una nueva pedagogía infantil en Suecia y cómo en parte lo había logrado. Durante un largo período también había trabajado codo con codo con Skå-Gustav Jonsson
[3]
y participado en algunos proyectos para niños en situación precaria. Y había sido activista político de izquierdas.
Mårten le caía bien.
Y Mette.
Y toda su extraña y cálida casa.
—Las cosas se torcieron con el Visón, ¿eh? —dijo de pronto Stilton.
—Bueno, torcerse… —Olivia miró por la ventanilla del autobús—. Me tiró los tejos.
Stilton asintió con la cabeza.
—Sufre de
deco
—dijo.
—¿Qué es eso?
—Delirios de grandeza socavados por complejos de inferioridad. Un dios sobre pies de barro.
—Pues a mí me ha parecido repulsivo.
Stilton sonrió.
Se separaron en Slussen. Olivia iría a pie hasta Skånegatan; Stilton, al garaje subterráneo de Katarina.
—¿No vas a la caravana? —le preguntó.
—No.
—¿Qué vas a hacer allí? En el garaje subterráneo de Katarina.
Stilton no contestó.
—También puedo tirar por allí, por Mosebacke —añadió ella.
Stilton tuvo que aguantarse. Durante el corto paseo hasta el garaje de Katarina, ella le habló de su visita a la tienda de Jackie Berglund y del encuentro con los cabrones del ascensor. Evitó comentar nada acerca del gato. Cuando hubo terminado, Stilton le lanzó una mirada significativa.
—Entonces, ¿vas a abandonar?
—Sí —dijo ella.
—Muy bien.
Pero Olivia no pudo dejar de preguntarle:
—¿Qué te llevó a dejar la policía? ¿Tuvo que ver con el asesinato de Jill Engberg?
—No.
Se detuvieron al llegar a las escaleras en Mosebacke. De pronto Stilton se alejó hacia las escaleras al otro lado del garaje, las de piedra. Olivia lo siguió con la mirada.
En una estancia parcialmente en penumbra de Bergsgatan, el equipo MH estaba viendo un vídeo que habían descargado de Trashkick. Aquel en que desnudaban a Tom Stilton, le pintaban la espalda con un espray, lo agredían y lo arrojaban contra un muro de piedra. El silencio era notable cuando acabó el vídeo. Todos sabían quién era Stilton. O había sido. Ahora acababan de ver a un desecho humano maltratado. Forss encendió una lámpara y rompió el silencio.
—Eso era lo que más o menos cabía esperar —dijo.
—¿Qué?
Klinga miró a Forss.
—Stilton perdió los papeles ya en el 2005, se derrumbó en mitad de una investigación, la del caso Jill Engberg, una fulana. Tuve que hacerme cargo yo de la investigación. Desapareció de la noche a la mañana. Dimitió y se largó. Y ahora, ya veis cómo ha acabado.
Forss hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pantalla, se levantó y descolgó su americana.
—Pero ¿no crees que deberíamos hablar con él? —dijo Klinga—. Por lo que hemos visto, también lo han agredido.
—Desde luego. Cuando lo encontremos. Nos vemos mañana.
Mårten y Mette se habían acostado. Su hijo Jimi tuvo que ocuparse de recoger los platos. Los dos estaban agotados y apagaron las lámparas de noche enseguida, aunque no se durmieron. Mårten se volvió hacia su mujer.
—Crees que me comporté como un insensible, ¿no?
—Pues sí.
—Te equivocas. Estuve interpretando los gestos de Tom todo el tiempo. Mientras tú y Olivia hablabais de Koster, él estaba allí, muy presente, escuchaba y cavilaba, pero vi que nunca intervendría en la conversación por sí mismo, así que lo invité a hacerlo.
—Probaste fortuna.
—No.
Mette sonrió y lo besó en el cuello suavemente. Él se arrepintió de no haberse tomado un Viagra un par de horas antes. Se volvieron cada uno hacia su lado.
Mårten pensaba en sexo. Mette, en una maleta vacía en Nordkoster.
0Olivia pensaba en su gato. Estaba echada sobre la cama, extrañaba el calor del gato a sus pies. Su ronroneo, sus golpecitos contra sus piernas. La máscara blanca en la pared la miraba. La luz de la luna se reflejaba en sus blancos dientes. Ahora solo quedamos tú y yo, pensó, ¡y tú no eres más que una maldita máscara de madera! Saltó de la cama, bajó la máscara y la lanzó debajo de la cama. Volvió a meterse bajo el edredón. ¿Vudú?, pensó de pronto. Ahora está bajo la cama, mirándome y urdiendo algo maligno. Aunque el vudú es de Haití, la máscara es africana y
Elvis
está muerto.
¡Y
Kerouac
es una maldita araña!
¡Estoy exultante de alegría! ¡Exultante!
Nota.
Olivia estaba desnuda frente al espejo del baño, contemplando su joven rostro envejecido. Veintitrés años ayer y al menos cincuenta hoy, pensó. Con la cara hinchada y enrojecida, los ojos veteados por finas estrías rojas. Se envolvió en su albornoz blanco y sintió que los pechos le dolían y el vientre se contraía. Solo me faltaba esto, pensó, y volvió a meterse en la cama.
En el tejado de la comisaría de Bergsgatan hay algunas celdas destinadas a los detenidos en prisión provisional. Todas estaban vacías aquella mañana, salvo una. En ella había un gorrión en el suelo de cemento que echaba de menos un poco de compañía. En cambio, había gran actividad en una de las salas de investigaciones del edificio C.
—¿La maleta estaba vacía?
—Sí —dijo Mette.
—¿Dónde está ahora?
—Olivia se la dejó al chico que está a cargo de las cabañas, Axel Nordeman.
Mette se había sentado en la parte de atrás de la sala. Algunos miembros de su equipo estaban trabajando muy concentrados. Hablaban en voz baja, pero se palpaba la tensión. La información sobre la maleta era interesante. La visita de Nils Wendt a la isla de Nordkoster podía arrojar alguna pista. ¿Qué hacía allí? ¿Con quién se reunió? ¿Por qué dejó atrás una maleta vacía? Mette había enviado a un par de agentes allí la noche anterior, antes de acostarse. Ellos se ocuparían de la maleta y preguntarían a los residentes.
—¿Sabemos cuándo llegó a Nordkoster? —preguntó Lisa Hedqvist.
—Todavía no, recibiremos un informe de los chicos que están allí a lo largo del día. En cambio, sabemos dónde lo vio Olivia Rönning por primera vez: en Hasslevikarna, en el norte de la isla. No supo decirme exactamente cuándo, ella misma se había perdido, pero estima que alrededor de las nueve de la noche.
—Luego, unas horas más tarde, la visitó en su cabaña, ¿no es así?
—Un par de horas más tarde, poco antes de las doce —dijo Mette—. Lo que sí sabemos con mayor exactitud es que cogió un taxi bote en el muelle de Västra a las doce en punto que lo trasladó a Strömstad. Allí se acaban las pistas.
—No del todo.
Bosse Thyrén se levantó. Se había puesto manos a la obra discretamente, sin llamar la atención, en cuanto Mette lo llamó la noche anterior.
—Dan Nilsson reservó un billete en el tren de la mañana de Strömstad, el de las 4.35 del lunes, luego cogió el rápido desde Gotemburgo, a las 7.45, y llegó a la estación central de Estocolmo a las 10.50. Lo he comprobado con el servicio de reservas de los ferrocarriles SJ. En la estación central alquiló un coche en Avis a eso de las once y cuarto, y poco antes de las doce se registró en el hotel Oden, en Karlbergsvägen. Como Dan Nilsson. Los técnicos están revisando su habitación.
—Muy bien, Bosse. —Mette se volvió—. ¿Sabemos algo más de su móvil?
—No. Pero hemos recibido el informe del forense. La sangre en la roca en el escenario del crimen es de Nils Wendt. También había fragmentos de piel. La sangre en el suelo al lado de las rodadas también era suya.
—¿Quiere decir que el aplastamiento en la cabeza puede atribuirse a la roca?
—Parece que sí.
—Pero ¿murió del golpe? ¿O se ahogó?
Lisa echó un vistazo al informe forense.
—Estaba vivo cuando llegó al agua. Probablemente inconsciente. Murió ahogado.
—Pues ya lo sabemos. —Mette se levantó—. Buen trabajo, chicos. Ahora nos centraremos en dilucidar sus movimientos desde el momento en que se registró en el hotel hasta poco antes de que se descubriera su cadáver. Debieron de verlo en el hotel unas cuantas veces, aparte de cuando se registró. Sin duda comió en algún restaurante, tal vez utilizó la misma tarjeta de crédito con que alquiló el coche, tal vez llamó desde el hotel.
—No lo hizo, ya lo he averiguado —dijo Lisa.
—Bien.
Mette se dirigió hacia la puerta. Todos se pusieron en movimiento.
Unos edificios más allá, en el mismo barrio, se hallaba Rune Forss en una sala parecida acompañado por Janne Klinga. El MH había sido ascendido y formaba ahora un equipo de investigación criminal debido a Vera Larsson. Fue ampliado con un par de agentes y pusieron a disposición de Forss bastantes recursos adicionales.