—Déjame ver… —Olivia se estiró para ver la foto.
Stilton se inclinó hacia ella. Los dos contemplaron a la pareja. Él no dijo nada.
—Parecen felices —comentó Olivia.
—Ya.
—Y ahora los dos están muertos. Qué triste.
Olivia sacudió la cabeza y devolvió la foto. Mette la cogió y se levantó. Puesto que era la única que trabajaba oficialmente en la investigación nadie protestó cuando cogió la bolsa de plástico azul con todo el material dentro. De camino hacia la puerta divisó un pequeño juguete para gatos en el alféizar de la ventana. El único que Olivia había guardado.
—¿Tienes gato? —preguntó.
—Tenía, pero… desapareció.
—¡Qué pena!
Mette salió del edificio con la bolsa en la mano y fue directamente hacia su Volvo negro. Subió, lo puso en marcha y se fue. Unos metros detrás, otro coche salió a la calzada en su misma dirección.
Bertil Magnuson se hallaba frente a la ventana de su despacho, a oscuras. Estaba en contacto continuo con K. Sedovic. Bertil repasó algunos escenarios en su cabeza. El primero y más desesperado consistía en obligar a Olsäter a detener el coche y quitarle la bolsa a la fuerza, lo que implicaba un asalto en plena calle a un alto cargo policial y conllevaba considerables riesgos. El segundo era esperar a ver adónde se dirigía. ¿A lo mejor iba a su casa? Allí podrían entrar furtivamente y hacerse con la bolsa, con muchos menos riesgos. El tercer escenario era que Mette Olsäter se dirigiera directamente a la comisaría.
Lo que sería devastador.
Pero, desgraciadamente, lo más probable.
Se había producido un extraño silencio en la cocina de Olivia. Hacía un rato que Stilton tenía la cabeza como una olla a presión. Había aparecido información de lo más asombrosa. Para él. Después de tantos años. Al final Olivia miró a Abbas.
—O sea, que Nils Wendt era el padre del hijo que esperaba Adelita.
—Así es.
—¿Te contó algo más sobre ella el tal Bosques?
—Sí.
Abbas volvió a abrirse la cazadora y sacó un pequeño menú del avión.
—Memoricé lo que me dijo y luego lo apunté, durante el vuelo.
Abbas empezó a leer la nota que tenía en la mano.
—Muy guapa. Era de Playa del Carmen, en México. Estaba emparentada con un famoso artista. Se dedicaba a… —Se interrumpió.
—¿A?
—No consigo leer lo que escribí, supongo que durante una turbulencia… ¡Sí! A los tapices. Tejía unos tapices preciosos. Era muy querida en Mal País y amaba a Dan Nilsson… Eso es todo.
—¿Dónde se conocieron?
—Creo que en Playa del Carmen, y luego se mudaron a Costa Rica para iniciar una nueva vida juntos. Tal como lo expresó Bosques.
—¿Y eso fue a mediados de los ochenta? —preguntó Olivia.
—Sí, y entonces ella se quedó embarazada.
—Y fue a Nordkoster, donde la asesinaron —dijo Stilton.
—¿Quién? ¿Y por qué? —preguntó Abbas.
—Tal vez fue Bertil Magnuson —dijo Stilton—. Wendt escribió que su voz aparece en la cinta de casete. Además, también tiene una casa de veraneo en Nordkoster.
—¿Ya la tenía entonces?
—Sí —dijo Olivia. Recordó lo que Betty Nordeman le había contado.
—Entonces se cae tu teoría sobre Jackie —observó Stilton.
—¿Por qué? Quizá Magnuson también conoce a Jackie. Quizá también es uno de sus clientes. Y quizá ya la conocía entonces y los dos están involucrados en el asunto. Había tres personas en la playa.
Stilton se encogió de hombros. No tenía ganas de seguir hablando de Jackie Berglund. Olivia se volvió hacia Abbas.
—Los que entraron en casa de Wendt, ¿qué les pasó?
—Cambiaron de idea.
Stilton miró a Abbas de reojo. No sabía lo que había sucedido, pero suponía que habría detalles no aptos para los oídos de la joven Rönning. Abbas era consciente de ello.
—Pero debían de andar buscando lo que Bosques te dio, ¿no? —aventuró Olivia.
—Es posible.
—Me pregunto quién los contrató. Debió de ser alguien desde Suecia, ¿no?
—Sí.
—Y ahora dirás que fue Jackie Berglund. —Stilton sonrió al decirlo. Había adquirido el suficiente respeto por Olivia para rehuir la jerga. Se levantó y miró a Abbas.
—¿Te parece bien si…?
—La cama está hecha.
—Gracias.
Un diálogo que Olivia interpretó como que esa noche Stilton dormiría en casa de Abbas.
Ya no había ninguna autocaravana a disposición.
Resultó que el escenario desolador, el tercero, fue el que finalmente se desarrolló. Mette fue a la comisaría con su bolsa y entró por las puertas de cristal. K. Sedovic informó a Bertil Magnuson.
Bertil consideró por un momento desaparecer. Abandonar el país. Hacer un «Nils Wendt». Sin embargo, abandonó la idea. Nunca funcionaría, lo sabía.
Y cayó en la cuenta de a qué se había reducido todo.
A una cuestión de tiempo.
Aparcó el Jaguar frente a su casa y subió a la terraza. Tomó asiento y encendió un purito. La noche estival era clara y cálida, el agua reverberaba. Se oían cantos en Bockholmen. Linn estaba en casa de una vecina celebrando, como ella misma lo había expresado, una cena de mujeres sosa y aburrida con unas mujeres que se hacían llamar «Mujeres de Stocksund». Un grupo de amas de casa que se dedicaban a la beneficencia y la versión actualizada del
tupperware
. Linn tenía muy poco en común con ellas, solo el barrio. Pero puesto que Bertil le había dicho que tenía reuniones de negocios pendientes y que tal vez se haría tarde, decidió asistir a la cena.
Elegantemente vestida.
Y guapa.
Bertil estaba pensando en ella sentado en su silla. En cómo reaccionaría. En sus ojos. En cómo lo miraría y cómo manejaría él esa humillación. Y luego pensó en el motivo de todo ello. En los esbirros de la Brigada Criminal que ahora mismo estarían alrededor de una mesa, escuchando una cinta en la que él admitía inequívocamente su participación en un asesinato. En el grado de instigador.
Bertil Magnuson.
Pero ¿qué otra cosa podía haber hecho?
¡La existencia de la compañía estaba en juego!
Así que optó por otra vía que la que Nils Wendt había propuesto.
Una opción nefastamente equivocada. Ahora lo sabía.
Cuando fue a coger la botella de whisky en el mueble bar se imaginó todos los titulares posibles y oyó las preguntas excitadas de periodistas de todo el mundo. Y él no tendría ninguna respuesta que ofrecerles.
Ni una sola.
Estaba inexorablemente atado al asesinato.
La tenue luz apenas llegaba al delgado y blanco brazo que colgaba del techo. Las siglas dibujadas KF casi se habían borrado. Acke estaba tumbado en una cama, inconsciente, anestesiado, intubado. Ovette, sentada en una silla, lloraba en silencio. Lloraba por todo lo que había ido mal durante toda su vida. Ni siquiera había sido capaz de cuidar de su hijo. El pequeño Acke. Ahora estaba en la cama, retorciéndose y doliéndose, y ella no podía hacer nada para procurarle alivio. Ni siquiera sabía cómo consolarlo. No sabía nada. ¿Por qué había acabado así? No podía culpar de todo a Jackie. Después de todo, Ovette era una persona adulta y libre que había tomado sus propias decisiones. Pero ¿hasta qué punto era libre? En los primeros tiempos, después de que la echaran de Red Velvet, había recibido alguna ayuda. No tenía derecho a ningún tipo de subsidio de desempleo, pues durante aquellos años había trabajado en negro. Estaba fuera del sistema. Más tarde, trabajó un tiempo de limpiadora, pero no se sentía a gusto y no era nada habilidosa en esas tareas. Tras unos años volvió a lo que sabía hacer.
Vender sexo.
Pero por entonces había envejecido y ya no era tan atractiva, ni siquiera para ese mercado. Además, no quería llevar clientes a casa. Por Acke. Así pues, tuvo que salir a la calle.
La calle.
El asiento trasero de un coche, patios interiores, garajes.
En el peldaño más bajo de la escala.
Miró a Acke. Oyó el débil burbujeo de los tubos. Si al menos hubieras tenido un padre, pensó. Un padre de verdad, como tus amigos. Alguien que pudiera ayudarnos. Pero no lo tienes. Tu padre no sabe nada de ti.
Ovette tragó saliva y oyó que la puerta chirriaba a sus espaldas. Se volvió y vio al Visón entrando con una pelota de fútbol en la mano. Se levantó y se acercó a él.
—Salgamos —susurró.
Ovette se lo llevó pasillo abajo. Necesitaba fumar y allí había un pequeño balcón con una puerta de cristal. Una vez llegaron, encendió un Blend amarillo y miró la pelota.
—La ha firmado Zlatan.
El Visón le mostró una firma que con una buena dosis de buena voluntad podría interpretarse como la de Zlatan. Ovette sonrió y le dio una ligera palmadita en la mano.
—Gracias por molestarte, no son muchos los que lo hacen, ya sabes.
El Visón lo sabía. Así era la vida. Si estabas donde estaba Vettan se trataba de apretar los dientes y aguantar. No quedaba mucho margen para preocuparse por los demás. Eso era aplicable a todos los de su entorno.
—Lo voy a dejar —dijo Ovette.
—¿Dejarlo?
—La calle.
El Visón la miró y reparó en que lo decía en serio.
Precisamente en ese instante, precisamente allí.
En el otro extremo del pasillo, apareció una doctora junto con dos policías. Los responsables de la investigación MH. Los técnicos acababan de informarlos: no había huellas de un cuerpo en los restos de la autocaravana. Al menos Stilton está vivo, pensó Forss, y sintió un alivio que incluso a él le sorprendió. Ahora querían hablar con Acke Andersson. Stilton había mencionado su nombre en relación con las peleas en jaulas y con la agresión que había sufrido. Querían saber si el niño podía proporcionarles alguna pista acerca de los autores. Era posible que fueran los mismos que estaban detrás del asesinato de Vera Larsson y de los vídeos de Trashkick.
—No creo que esté en condiciones de hablar con vosotros —dijo la doctora.
No lo estaba. Klinga se sentó en la silla de Ovette, cerca de la cama. Forss se colocó al otro lado. El niño tenía los ojos cerrados.
—Acke.
Fue Klinga quien lo intentó. Acke no se movió. Forss miró de reojo a la médica y señaló con el dedo el borde de la cama. La doctora asintió con la cabeza. Forss se sentó con cuidado en el borde de la cama y miró a Acke. Su registro empático no abarcaba a gente del norte maltratada ni a los sin techo asesinados, pero esto era otra cosa. Un niño apaleado y arrojado a un contenedor. Forss se sorprendió a sí mismo posando una mano en la pierna de Acke, por encima del edredón. Klinga miró la mano con el rabillo de ojo.
—Es terrible —dijo Forss en voz baja, casi para sí mismo.
Forss y Klinga salieron al pasillo. La médica se quedó con Acke.
Forss se detuvo delante de la puerta, suspiró hondo y miró hacia el otro lado. Hacia un balcón con una puerta de cristal. Allí fuera estaba Ovette, fumando y mirando hacia el pasillo. Forss reaccionó durante una décima de segundo, algo lo recorrió como un relámpago. Luego se volvió y se alejó en la dirección contraria.
Para Ovette no fue solo un relámpago. Siguió su espalda con la mirada, un buen rato, hasta que desapareció.
Sabía perfectamente quién era.
El silencio se había instalado entre Abbas y Stilton. Durante todo el camino hasta Dalagatan e incluso una vez en el apartamento. No eran hombres locuaces, y menos entre ellos. Eran personas bastante cerradas, cada uno a su manera. Sin embargo, compartían un pasado y un presente, y en el ínterin el equilibrio había sido complicado. Fue Abbas quien se mantuvo firme cuando Stilton cayó y se intercambiaron los papeles. No fue un cambio fácil, para ninguno de los dos. Stilton lo había evitado durante todo el tiempo que fue capaz. A una de las pocas personas de las que se fiaba por completo en circunstancias normales. Pero cuando las circunstancias cambiaron, en perjuicio de Stilton, no le quedaron fuerzas para volver a encontrarse con Abbas. Sabía lo que Abbas veía, y para Stilton resultaba humillante.
No para Abbas.
Tenía muchos matices que Stilton desconocía. En uno de esos matices se escondía una solidaridad incondicional y absoluta. En este caso, hacia Stilton. Había estado al tanto de su situación en la jungla de asfalto en todo momento. Cuando Stilton, en un par de ocasiones, había rozado el suicidio, Abbas había acudido a recogerlo. Para cuidarlo y luego dejarlo ir, para no hacerle más daño aún.
Stilton era muy consciente de ello.
Así pues, no hablaban mucho. Sabían. Stilton se dejó caer en una de las butacas de madera de Abbas. Este puso un CD y sacó el tablero de backgammon.
—¿Una partida?
—No.
Abbas asintió con la cabeza y retiró el juego. Se sentó en la butaca al lado de Stilton y dejó que la música lo inundara todo. Estuvieron escuchando la delicada y bella progresión de notas un buen rato. Un piano, una viola, algunas estrofas que se entremezclaban, se repetían, variaban. Stilton se volvió hacia Abbas.
—¿Qué música es esta?
—
Spiegel im Spiegel
.
—Vaya.
—Arvo Pärt.
Stilton miró a Abbas con el rabillo del ojo. Realmente lo había echado de menos.
—¿Llegaste a utilizar los cuchillos en Costa Rica? —preguntó.
—Sí.
Abbas se miró las manos de largos dedos. Stilton se incorporó ligeramente.
—El otro día Ronny me dio un libro para ti.
Stilton sacó el delgado volumen y se lo dio. Lo llevaba en el bolsillo trasero de los pantalones en la caravana, por suerte, porque el abrigo se había quemado.
—Gracias. ¡Vaya!
—¿Qué es?
—Es… Hace tiempo que lo andaba buscando.
Recuerdos de los amigos
. En la traducción de Hermelin.
Stilton vio cómo Abbas pasaba la mano delicadamente por la suave tapa del libro, como acariciando a una mujer dormida, y luego lo abrió.
—¿Qué libro es? —preguntó Stilton—. ¿De qué va?
—El mundo sufí. El que está a la vuelta de la esquina.
Stilton contempló a su amigo. Cuando Abbas abrió la boca para aclararle a aquel idiota integral que se trataba de desentumecer nuestra capacidad de pensamiento adormecida, el Visón llamó a su móvil. Este había telefoneado a Olivia porque quería hablar con Stilton y ella le había dado el número de Abbas.
—Un momento.
Le pasó el móvil a Stilton. El Visón hablaba en voz baja.