Marea viva (34 page)

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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Marea viva
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Se la llevó al dormitorio y la abrió encima de la cama. Todo seguía allí, tal como lo recordaba: el cráneo de ave que él y su madre habían encontrado en Skumbuktarna; partes de huevos de ave; preciosas piedras y pedazos de madera, así como trozos de cristal tallados por el mar. También cosas extrañas devueltas por el mar a la playa. Medio coco, por ejemplo, y luego todos los caparazones y las conchas. Conchas de cañadillas, de almejas, de ostras y de zamburiñas. Conchas que él e Iris habían recogido aquel verano, cuando tenían nueve años y estaban enamorados. Y luego el pasador de pelo encontrado un poco más tarde, ese mismo verano. El pasador de Iris. Lo había hallado entre las algas de la playa y había pensado devolvérselo, pero ella había regresado a casa después de las vacaciones y al año siguiente él ya no se acordaba, ni del pasador ni de Iris.

Lo sacó de la caja.

Qué curioso, incluso había un pequeño pelo de Iris después de tantos años. Sostuvo el pasador a la luz de la lámpara de mesa. Iris era rubia. Ese pelo era oscuro, casi negro. Qué extraño.

Ove intentó recordar cuándo lo había encontrado. ¿No había sido la misma noche que…? ¡Sí, maldita sea, fue entonces! De pronto lo recordaba con claridad. Había encontrado el pasador entre las algas, al lado de unas pisadas frescas en la arena, y luego había oído aquellas voces en la playa y se había escondido detrás de las rocas.

La noche de marea viva.

Abbas retiró el cuchillo del marco de la puerta. Olivia se había tomado su té y se había ido. Él la había acompañado hasta la puerta. Nada más. Luego marcó un número en el teléfono y esperó. Recibió respuesta. En una de sus lenguas maternas, el francés, expuso su deseo a una persona al otro extremo de la línea.

—¿Cuánto tardarás? —dijo.

—Dos días. ¿Dónde nos vemos?

—En San José, Costa Rica. Te enviaré un SMS.

Colgó.

17

Uno de ellos tenía migas en la pechera, el otro masticaba antiácidos mientras andaba, un tercero había olvidado lavarse los dientes. Todos acababan de despertarse, pero estaban en forma mientras avanzaban por los pasillos de la Brigada Criminal.

Mette había citado a su grupo a una hora especialmente temprana. A las 6.30 todos estaban reunidos en la sala. Diez minutos más tarde ya había transmitido la información que le había dado Olivia el día antes. La completó con la conversación que Lisa Hedqvist había mantenido con Gardman la noche anterior. En realidad, no dijo nada nuevo. Pero ahora sabían dónde había vivido Wendt antes de volver a Suecia. Un gran mapa de Costa Rica se mostró en la pantalla. Mette señaló Mal País, en la península de Nicoya.

—He enviado a alguien allí.

Nadie reaccionó. Todos sabían que Mette sabía lo que hacía.

Bosse Thyrén se acercó a la pizarra. Mette lo había llamado la noche anterior y le había dado la información necesaria para que investigase.

—He repasado el itinerario de Wendt —dijo Bosse—. Facturó en el aeropuerto de San José, Costa Rica, con el mismo nombre que utilizó para alquilar un coche aquí. Dan Nilsson.

—¿Cuándo?

—El viernes diez de junio a las 23.10, hora local. —Bosse lo anotó en la pizarra.

—¿Con qué pasaporte viajó?

—Estamos en ello. El avión voló a Londres vía Miami y llegó a las 6.10. Allí cogió un avión que aterrizó en Landvetter, Gotemburgo, el domingo doce de junio a las 10.35.

—¿Todavía como Dan Nilsson?

—Sí. En Landvetter cogió un taxi hasta la estación central y, teniendo en cuenta que apareció en Nordkoster esa misma noche, podemos deducir que se dirigió directamente a Strömstad y allí tomó un barco.

—Gracias, Bosse. ¿Has podido dormir un poco?

—No. Pero estoy bien.

Mette le lanzó una mirada de aprobación.

Rápidamente relacionaron la información de Bosse con su anterior exposición de los pasos de Wendt después de abandonar Nordkoster. Ahora disponían de un patrón de sus movimientos que abarcaba desde San José en Costa Rica hasta el hotel Oden en Karlbergsvägen. Vía Nordkoster.

—El departamento técnico tiene más información del móvil de Wendt. Lo han podido encender.

Uno de los investigadores más veteranos ofreció una carpeta de plástico a Mette.

—¿Lo has leído?

—Sí.

—¿Algo que valga la pena?

—Sí, desde luego.

Se ha quedado un poco corto, constató Mette al leer el informe rápidamente. Contenía, entre otras cosas, una lista detallada de las llamadas realizadas. Con fecha y hora.

Ove Gardman había llamado a Olivia la noche anterior para contarle lo del pasador. Un pasador con un pelo negro. ¿Podía ser de utilidad?

Podía.

Además, Gardman tenía que participar en un coloquio sobre biología marina en Estocolmo al día siguiente y pensaba coger el primer tren de la mañana.

—El bar del Royal Viking, cerca de la estación central. ¿Va bien? —propuso Olivia.

—Perfecto.

Gardman entró en el bar vestido con tejanos azules deslavados y camiseta negra. Estaba bronceado, con el pelo descolorido por el sol. Olivia lo vio entrar y se preguntó si estaría soltero. Entonces dejó de mirarlo. Gardman se acercó a la barra y pidió un café solo. Cuando se lo sirvieron, se volvió, miró la hora y vio a una chica de pelo oscuro sentada junto al ventanal panorámico. Bebió un sorbo de café y esperó. Un sorbo más tarde, Olivia levantó la cabeza y volvió a mirarlo.

—¿Olivia Rönning? —preguntó Gardman.

Olivia se quedó desconcertada, pero asintió con la cabeza. Gardman se acercó.

—Ove Gardman —se presentó.

—Hola.

Gardman tomó asiento.

—Qué joven eres —comentó.

—¿Sí? —repuso Olivia—. ¿De veras?

—Bueno, ya sabes, oyes una voz por teléfono y te haces una idea de la persona y… en fin, creí que serías mayor.

—Tengo veintitrés años. ¿Has traído el pasador?

—Sí. —Y sacó una bolsita de plástico transparente con un pasador dentro.

Olivia lo examinó y Gardman le contó dónde lo había encontrado.

Cómo.

Y, sobre todo, cuándo.

—¿Justo antes de oír las voces?

—Sí, lo encontré entre las algas, al lado de unas pisadas recientes en la arena y las seguí con la mirada y entonces vi aquella gente, y la oí, y fue entonces cuando me escondí.

—Es increíble que te acuerdes.

—Sí, pero piensa que fue un hecho muy especial. Seguramente no lo habría recordado con tanto detalle si no hubiera encontrado el pasador.

—¿Puedo quedármelo temporalmente?

Olivia cogió la bolsita de plástico y miró al joven.

—Por supuesto, claro que sí. Por cierto, saludos de Axel, Axel Nordeman, Me llevó a Strömstad esta mañana.

—Gracias.

Gardman echó un vistazo a su reloj de pulsera.

—Caramba, tengo que irme, lamentablemente.

¿Ya?, pensó Olivia. Él se levantó y la miró.

—El coloquio empieza dentro de media hora. Me ha encantado conocerte. ¿Me dirás si ha servido de algo?

—Por supuesto.

Gardman asintió con la cabeza y se fue. Olivia lo siguió con la mirada. ¿Por qué no le he propuesto tomar una cerveza antes de que vuelva a Nordkoster?, se reprochó.

Lenni lo hubiera hecho.

El joven inspector Janne Klinga había conseguido con cierta dificultad averiguar dónde vivía Stilton. En una autocaravana en el bosque de Ingenting. No sabía dónde exactamente. Así pues, estuvo paseando un rato entre propietarios de perros y adoradores del sol madrugadores hasta que finalmente la encontró. Llamó a la puerta. Stilton miró por la ventana con el rabillo del ojo y luego abrió. Klinga lo saludó con la cabeza.

—¿Interrumpo algo?

—¿Qué quieres?

—Creo que hay algo en lo que nos contó ayer. Lo de los Kid Fighters.

—¿También lo cree Rune Forss?

—No.

—Pasa.

Klinga entró y miró alrededor.

—¿También vivía aquí antes? —preguntó.

—¿Cuándo?

—Cuando Vera Larsson aún vivía aquí.

—No.

Stilton no tenía intención de abrirse. Estaba en guardia. Podía tratarse de un ardid de Forss para fastidiarlo, no lo sabía. No sabía nada de Janne Klinga.

—¿Sabe Forss que estás aquí?

—No. Sería mejor que quedara entre nosotros.

Stilton contempló al joven policía. A lo mejor era un buen chico que había acabado al lado de un mal tipo. Hizo un gesto hacia un banco y Klinga tomó asiento.

—¿Por qué has venido?

—Porque creo que anda bien encaminado. Hemos bajado esos vídeos Trashkick y anoche los revisé. Vi ese tatuaje en uno de los chicos maltratadores. KF con un círculo alrededor. Tal como usted dijo.

Stilton no respondió.

—Luego busqué
cagefighting
y encontré bastantes cosas, sobre todo en Inglaterra, niños que pelean en jaulas, aunque parece ser que a menudo los padres están presentes.

—No creo que hubiera padres cuando yo lo vi.

—¿En Årsta?

—Ajá.

—Fui allí esta mañana, a esa gruta. Está completamente vacía.

—Supongo que se asustaron cuando aparecí y han retirado todo el tinglado.

—Es probable. De hecho, había bastantes indicios de actividad, trozos de cinta adhesiva, tornillos, bombillas y un montón de cosas más. Aunque, claro, no podemos vincularlo a las peleas en jaulas directamente.

—No.

—Pero he puesto vigilancia en el lugar.

—¿Sin el visto bueno de Forss?

—Le dije que fue donde usted resultó agredido y que tal vez valía la pena vigilar el lugar.

—¿Y se lo tragó?

—Sí. Creo que habló con alguien de la Brigada Criminal y supongo que quiere que parezca que hace algo.

Stilton supo con quién había hablado Forss. Es muy espabilada, pensó.

—Luego he consultado a nuestro equipo de investigación juvenil. No sabían nada de todo esto, pero lo investigarán.

—Perfecto.

Llegados a ese punto, Stilton abandonó todo recelo. Creía a Janne Klinga, tanto que sacó un mapa de Estocolmo y lo desdobló sobre la mesa.

—¿Ves las cruces? —dijo.

—Sí.

—Son los lugares donde han tenido lugar las agresiones, y el asesinato. He intentado averiguar si hay alguna conexión geográfica entre ellos.

—¿Y la hay?

—No entre las agresiones, pero tres de las víctimas, incluida Vera Larsson, estaban frente al centro comercial de Söderhallarna vendiendo revistas antes de ser atacados. Es esta cruz.

Se guardó para sí que, en realidad, Vera no estuvo allí vendiendo revistas aquella noche, sino él, aunque ella se había acercado al lugar y luego abandonaron el centro juntos.

—Entonces, ¿cuál es su teoría? —preguntó Klinga.

—No es ninguna teoría, solo una hipótesis. Probablemente, los autores de las agresiones elijen a sus víctimas en Söderhallarna y luego las siguen.

—Pero ¿los otros dos agredidos, hay cinco en total, no estuvieron allí?

—No he podido dar con uno de ellos, pero el otro no estuvo allí. Estaba vendiendo revistas en el centro comercial de Ringen, en Götgatan.

—Pues no está muy lejos de la plaza de Medborgarplatsen.

—No. Además, pasó por Söderhallarna antes de acercarse a Ringen.

—O sea que deberíamos vigilar un poco más los alrededores de Söderhallarna, ¿correcto?

—Es posible, no es decisión mía.

No, pensó Klinga. Supongo que es mía, o de Forss. Se sorprendió deseando que Forss fuera un poco más como Stilton.

Klinga se puso en pie.

—Si se le ocurre algo más puede ponerse en contacto directamente conmigo. Pienso llevar el asunto un poco al margen.

Era evidente al margen de quién.

—Aquí tiene mi tarjeta —añadió Klinga.

Stilton la cogió.

—Así pues, ¿queda entre nosotros?

—Descuida.

Klinga se despidió con un gesto de la cabeza y se acercó a la puerta. De pronto se volvió.

—Una cosa más. En uno de esos vídeos, el que grabaron aquí cuando Vera Larsson fue agredida, un poco antes filmaron a través del ventanuco. Debió de ser este. Se ve a un hombre desnudo que mantiene sexo con ella en este banco.

—¿De veras?

—¿Sabe quién es?

—Soy yo.

Klinga dio un leve respingo. Stilton lo miró a los ojos.

—Pero queda entre nosotros.

Klinga asintió con la cabeza, salió y estuvo a punto de darse de bruces contra una excitada Olivia Rönning. Ella le echó un vistazo, entró y cerró la puerta.

—¿Quién era ese?

—Del ayuntamiento.

—¿Ah, sí? Bueno, ¿sabes qué es esto? —Y le mostró la bolsita de plástico con el pasador.

—Un pasador de pelo.

—Sí, pero ¡de Hasslevikarna! ¡Encontrado por Ove Gardman la misma noche en que se cometió el asesinato, junto a las pisadas de los autores del crimen o de la víctima!

Stilton miró la bolsa.

—¿Y por qué no nos lo entregó entonces, en 1987?

—No lo sé, tenía nueve años y supongo que no lo relacionó. Para él, era el resto de un naufragio o algo así.

Stilton cogió la bolsa.

—Hay un pelo en el pasador —añadió Olivia—. Negro.

Llegados a este punto, Stilton sabía perfectamente qué era lo que sugería aquella mujer-misil.

—¿ADN?

—Sí.

—¿Por qué? —preguntó Stilton.

—Si el pasador es de la víctima no tendrá interés, pero ¿y si resulta que no lo es?

—Entonces podría pertenecer a uno de los asesinos.

—Exacto —asintió Olivia con vehemencia.

—¿Un hombre con un pasador de pelo?

—Tal vez uno de ellos era mujer.

—Ningún dato indica que hubiera otra mujer allí —le recordó él.

—¿Eso quién lo dijo? Un niño de nueve años aterrorizado que estaba muy lejos del lugar de los hechos, que vio unas figuras oscuras y oyó gritar a una mujer. Creyó distinguir tres o cuatro personas, pero no pudo saber si había más de una mujer. ¿Tengo o no razón?

—¿Jackie Berglund? —quiso saber él.

—Eso no lo he dicho yo.

Pero lo pensaba. Y lo sentía. En cuanto Stilton pronunció su nombre sintió una tremenda rabia. De pronto tenía un par de razones personales para poner a Jackie Berglund en el punto de mira.

Un ascensor y un gato.

Sobre todo un gato.

Pero Stilton no tenía que ver con ello.

Stilton la miró de reojo. Sabía que Olivia iba bien encaminada.

—Tendrás que hablarlo con los chicos de casos pendientes.

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