Más allá de las estrellas (28 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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—Oh, capitán Solo —suspiró Atuarre, comprendiendo al fin lo ocurrido, ¡estás loco!

Se apartó vacilante de la ventana y procedió a examinar su situación. Debía actuar sin demora. Corrió hacia el pupitre de control, localizó los interruptores de los separadores y, contrastándolos con los indicadores colgados sobre las tuberías de los túneles que convergían en la estación de enlace, manipuló los tres que no estaban conectados al
Halcón
. Los tubos se desprendieron por el otro extremo y sus paredes se plegaron en dirección a la estación de enlace.

Después Atuarre puso en marcha el módulo de autopropulsión de la estación y sus ruedas se pusieron en movimiento. Atuarre la guió hasta el
Halcón Milenario
, recogiendo la tubería extendida entre uno y otra a medida que avanzaba.

Contuvo la confusión que reinaba en su mente recurriendo a la disciplina propia de un Guardia Montado trianii y empezó a trazarse un plan. Un minuto después, el
Halcón Milenario
despegaba de Mytus VII.

Atuarre, pilotando la nave con Pakka instalado en el asiento del copiloto, escudriñó la base. Sabía que el personal debía estar muy ocupado intentando controlar desesperadamente las pérdidas de presión y fugas de aire en toda la extensión de sus sistemas perforados. Pero la nave de asalto bien pertrechada de la Espo ya había abandonado la base; Atuarre alcanzó a distinguir el destello de su motor mientras el navío ascendía velozmente a lo lejos. Alguien había comprendido lo ocurrido y había sabido reaccionar con gran rapidez, lo cual venía a crearle un nuevo problema. Debía impedir que ninguna otra nave de la Autoridad pudiera despegar.

Hizo volar la nave espacial a baja altura sobre la hilera de naves de menores dimensiones que tenía estacionadas la Autoridad. La artillería del
Halcón
tronó una y otra vez en un fuerte bombardeo de castigo a bajo vuelo. Las naves aparcadas y sin piloto explosionaron y se inflamaron una tras otra, provocando una sucesión de explosiones secundarias. Todos los vehículos, una media docena, quedaron inutilizados.

Atuarre sobrevoló en una arremetida el profundo cráter que marcaba el lugar donde antes se alzaba el Confín de las Estrellas. Puso el propulsor principal al máximo y salió zumbando en pos del vehículo de asalto de la Espo. Enfocó todos los escudos desviadores hacia la popa, pero sólo se produjeron algunos disparos esporádicos poco afinados de cañones de turbo
-
láser. El personal de la base estaba demasiado atareado intentando evitar que el aliento vital se disipara en el vacío. Eso suponía una cierta ventaja, una pequeña ayuda en el cumplimiento de lo que parecía una tarea imposible.

El campo antichoque del Confín de las Estrellas debía de haber estado a punto de alcanzar el límite de sobrecarga, pensó Han. En efecto, durante los primeros segundos que siguieron a la explosión de la planta generadora de energía, formidables fuerzas habían actuado sobre la torre y todo lo que ésta contenía.

Pero el efecto inmovilizador empezó a ceder a medida que los sistemas se iban adaptando.

El humo y el calor desprendidos por el destrozado Ajusticiador y los circuitos auxiliares del sistema de control primario ahora destruidos impregnaban el aire de la cúpula, asfixiando y cegando a los presentes.

Se produjo una carrera general de una masa indiferenciada de cuerpos en dirección al ascensor. Han oyó al voz de Hirken que pedía orden a gritos mientras el mayor de la Espo bramaba órdenes de mando y la esposa del Vicepresidente Ejecutivo y otras personas chillaban aterrorizadas.

Han esquivó la muchedumbre que se abalanzaba hacia los ascensores, vadeando entre el campo antichoque y el humo que flotaba en el aire. Como todos los sistemas de emergencia, el campo antichoque se alimentaba de fuentes de energía de reserva situadas dentro del Confín de las Estrellas. Las reservas de la torre debían de ser limitadas. Han sonrió en medio de las sombras y la confusión; a los espos les aguardaba una sorpresa.

Han bajó las escaleras del anfiteatro a ciegas, tosiendo y confiando en no envenenarse con las emanaciones de los aislantes quemados y los circuitos fundidos. Entonces tocó algo con la punta del pie.

Reconoció el módulo de control abandonado del Vicepresidente Ejecutivo Hirken, lo apartó de un puntapié y continuó su camino. Por fin localizó a Bollux al tropezar sobre el pie del droide.

—¡Señor, capitán! —exclamó alegremente Bollux—. Creíamos que nos había abandonado definitivamente.

—Ahora mismo nos marchamos; ¿puedes moverte?

—Ya estoy estabilizado. Max ha improvisado una conexión directa entre él y yo. La vocecita de Max Azul brotó débilmente del pecho de Bollux.

—Capitán, intenté advertirle que esto podía ocurrir cuando revisé los datos.

Han habla cogido el brazo del droide con una mano, ayudándole a incorporarse sobre sus vacilantes piernas.

—¿Qué ha ocurrido, Max? ¿No había suficiente energía en la planta?

—No, la planta tenía energía en abundancia; pero las planchas de enlaces reforzados de la armadura son muchísimo más resistentes de lo que yo había supuesto al principio. Los escudos desviadores exteriores contuvieron la fuerza de la explosión, es decir, todos menos el del extremo superior, ése se disolvió por efecto de la sobrecarga. Toda la fuerza se fue en esa dirección. Y nosotros también.

Han se detuvo de golpe. Le habría gustado poder verle la cara a la pequeña computadora, aunque tampoco le habría servido de gran cosa.

—¿Intentas decirme que hemos puesto el Confín de las Estrellas en órbita, Max?

—No, capitán —respondió Max con voz sombría—. Una amplia trayectoria curva, tal vez, pero en ningún caso una órbita.

Han tuvo que apoyarse en Bollux tanto como el droide se apoyaba en él.

—¡Oh, no! ¿Por qué no me lo advertiste?

—Lo intenté —le recordó Max enfurruñado.

Han hizo funcionar su cerebro a marchas forzadas.

La cosa tenía sentido: la gravedad específica relativamente baja de Mytus VII y la ausencia de fricción atmosférica debían determinar una velocidad de escape bastante mediocre. Aun así, si los campos antichoque de la torre no hubieran estado conectados en el momento de la gran explosión, en aquellos momentos todos los que se encontraban en el Confín de las Estrellas estarían convertidos en moco coloidal.

—Además —añadió Max irritado—, ¿no es siempre preferible esto a estar muerto? ¿De momento al menos?

Han se serenó; era inútil intentar discutir aquella lógica. Volvió a sostener parte del peso de Bollux.

—Muy bien, muchachos; he trazado un nuevo plan. ¡En marcha!

Echaron a andar otra vez, alejándose de los ascensores.

—Todos los ascensores estarán desconectados; los sistemas de mantenimiento y quién sabe cuántas cosas más deben de tener acaparada toda la energía de reserva. Vi una escalera de servicio en los planos de la torre, pero Hirken y compañía no tardarán en recordarla, también. No hay tiempo que perder.

Doblaron la esquina del núcleo de servicios, mientras Han intentaba orientarse. Estaban a punto de llegar a una salida de emergencia pintada de amarillo, cuando la puerta se abrió bruscamente y apareció un espo empuñando un fusil antidisturbios. El hombre se llevó una mano a la boca formando una bocina y gritó:

—¡Vicepresidente Ejecutivo Hirken! ¡Por aquí, señor!

Entonces descubrió a Han y Bollux y volvió el rifle sobre ellos. Con sólo una microcarga en su pistola, Han tuvo que dispararle rápidamente a la cabeza. El espo se desplomó.

—Por pelota —gruñó Han, todavía cogido del brazo del droide, y se agachó a coger el rifle antidisturbios.

Se arrastró bruscamente con su carga a través de la puerta de emergencia. Un furor de gritos llegó hasta sus oídos; los demás habían comprobado que los ascensores no funcionaban y alguien había recordado la escalera. Han cerró la puerta detrás de él y descargó una ráfaga de disparos sobre el mecanismo de la cerradura. El metal empezó a ponerse incandescente y a fundirse. Era una aleación duradera que dentro de pocos instantes habría rechazado su calor, soldando la cerradura. Los que habían quedado al otro lado podrían abrirse paso haciéndola estallar con sus armas de mano, pero ello les llevaría un tiempo precioso.

Mientras bajaban las escaleras medio corriendo, medio rodando, Bollux preguntó:

—¿Dónde vamos ahora, señor?

—Al almacén de las cápsulas de estasis.

Tomaron a la carrera la curva de un descansillo y por poco caen al suelo.

—¿Has notado eso? La gravedad artificial empieza a fluctuar. Un rato más y los canalizadores de la energía lo desconectarán todo excepto los sistemas de supervivencia.

—Oh, comprendo, señor —dijo Bollux—. Las cápsulas de estasis de que me hablaban usted y Max.

—El droide se merece un premio. Cuando esas cápsulas empiecen a desconectarse, algunos prisioneros bastante curiosos quedarán en libertad. Y el tipo capaz de sacarnos de este aprieto es uno de ellos... Doc, el padre de Jessa.

Siguieron bajando, dejando atrás las dependencias particulares de Hirken y las plantas de interrogación, sin cruzarse con ninguna otra persona en la escalera.

Las fluctuaciones de gravedad disminuyeron, pero seguía siendo difícil posar firmemente el pie. Llegaron a otra puerta de emergencia y Han la abrió manualmente.

Al otro lado de un pasillo había una segunda puerta, que alguien había dejado abierta. A través de ella Han pudo ver un largo y ancho pasadizo que discurría entre altas pilas de cápsulas de estasis almacenadas verticalmente como si fueran ataúdes. Las hileras inferiores ya estaban a oscuras, vacías, mientras las superiores todavía seguían activas. Las cápsulas de las dos hileras intermedias empezaban a parpadear.

Pero al fondo del pasillo había seis guardias alineados apuntando sobre una masa de humanos y no humanos. Los prisioneros liberados, pertenecientes a docenas de especies, gruñían y rugían dando rienda suelta a su hostilidad. Puños, tentáculos, zarpas y garras se agitaban airadamente en el aire. Los espos avanzaban con sus fusiles antidisturbios levantados, intentando contener la fuga sin disparar, temerosos de ser arrollados si abrían fuego.

Un alto ser de aspecto demoníaco se desgajó de la multitud y se arrojó sobre los espos, la cara desencajada en una enloquecida carcajada, las manos dispuestas a aferrarse a lo primero que encontraran. Un fusil antidisturbios estalló derribándole hecho un gruñente montón informe. Ello disipó las vacilaciones de los prisioneros; todos empezaron a avanzar hacia los espos al unísono. ¿Qué temor podía inspirarles la muerte, comparada con la vida en una cámara de interrogatorios?

Han hizo a un lado a Bollux, se arrodilló junto al marco de la salida de emergencia y abrió fuego sobre los guardias. Dos de ellos cayeron derribados antes de que pudieran comprender que alguien les estaba disparando por la espalda. Uno de ellos se volvió y después otro, dispuestos a repeler el ataque, mientras sus compañeros intentaban contener el hervidero de prisioneros.

Rojos dardos de luz se entrecruzaron en el aire. El humo del metal chamuscado del marco de la puerta se mezcló con los efluvios de ozono de los disparos.

Un olor a carne quemada impregnaba el aire. Los rayos de los nerviosos guardias caían fuera de la salida de emergencia o se estrellaban contra la pared, sin conseguir dar con su objetivo. Han, arrodillado para ofrecer el menor blanco posible, parpadeaba y se encogía entre el intenso fuego de sus contrincantes mientras maldecía la inadecuada puntería de su propio fusil antidisturbios.

Por fin consiguió darle a uno de los espos que disparaban contra él. El otro se arrojó al suelo para evitar caer también herido. Cuando lo vio, Han decidió recurrir a un viejo truco. Alargando el brazo a través del umbral de la puerta, apoyó su arma plana, de costado, en el suelo y apretó frenéticamente el gatillo.

Los disparos, alineados directamente con el plano del suelo, localizaron sin dificultad al espo tendido y lo inmovilizaron en cuestión de segundos.

El resto de los policías perdieron la calma. Uno dejó caer su arma y levantó las manos, pero no le sirvió de nada; la muchedumbre se desbordó por encima de él y a su alrededor como una avalancha, enterrándole bajo el asesino avance de formas humanas y de otras especies. El otro espo, cogido entre los disparos furtivos de Han y los prisioneros, quiso subirse a una de las escaleras que conectaban las pasarelas que recorrían cada una de las hileras de cápsulas de estasis.

Cuando iba por la mitad de la escalera, el guardia se detuvo y abrió fuego sobre los que intentaban seguirle. Los disparos de Han, desde un ángulo poco favorable, no consiguieron darle. Han cogió a Bollux del brazo y se encaminó hacia la caseta de vigilancia.

Los disparos del último espo habían frenado el avance de los prisioneros mientras él continuaba trepando hacia la tercera pasarela. Tres desgreñadas criaturas simiescas se desgajaron de la masa de prisioneros para salir en su persecución, desdeñando las escaleras para encaramarse valiéndose de sus largos brazos por la estructura exterior de las plataformas donde se alineaban las cápsulas. Alcanzaron el espo en cuestión de segundos.

Éste permaneció suspendido de los peldaños el tiempo suficiente para eliminar a uno de los simios.

La criatura cayó con un espantoso graznido. Los otros dos se apostaron junto al espo, uno a cada lado. Cuando quiso tirar otra vez, le arrebataron el arma de la mano y la arrojaron a los que se arremolinaban abajo. Luego agarraron por ambos brazos al despavorido guardia, lo balancearon en el aire y lo arrojaron con increíble fuerza hacia arriba. Su cuerpo fue a estrellarse contra el techo, encima de la última hilera de cápsulas, y cayó al suelo en medio de un remolino de brazos y piernas, emitiendo un desagradable ruido en el momento del impacto.

Han dejó a Bollux en un rincón y corrió al encuentro de los alborotados prisioneros. Sobre sus cabezas nuevas cápsulas de estasis iban desconectándose continuamente a medida que la energía era desviada para accionar los sobrecargados sistemas de supervivencia y habitantes de múltiples planetas comenzaron a emerger de ellas. Una vez suprimida la resistencia inmediata de los guardias, los recién escapados no sabían qué hacer. Los disparos de los guardias habían matado o herido a muchos de ellos y muchos otros habían fallecido o estaban a punto de fallecer, sin haber recibido ninguna herida, porque sus fisiologías eran incompatibles con la atmósfera del Confín de las Estrellas y habían entrado en estasis desprovistos de su equipo de supervivencia. Un tumulto de voces se ahogaban unas a otras:

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