Más Allá de las Sombras (61 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Los ojos de Kaede se llenaron de pesadumbre.

—Amor mío, no daré mi bendición a tu muerte.

Solon le sostuvo la mirada durante un largo tiempo y después dejó a un lado el corazón de dragón.

—Entonces me quedo —dijo.

Kaede giró sobre sí misma y se colocó de cara a él sobre su regazo. Le puso las manos a los lados de la cara y miró a lo más hondo de sus ojos.

—Por favor, no vuelvas a pedírmelo. Por favor.

—No lo haré.

La fiereza de Kaede al hacerle el amor lo dejó sin aliento. Lo cabalgó hasta alcanzar un clímax silencioso y ni siquiera cuando sus pupilas se dilataron, se le entrecortó la respiración y le clavó las uñas en los hombros sus ojos se apartaron de los de Solon. Después se pegó a él, temblando, mezclando lágrimas y sudor en su pecho, pero no dijo ni una palabra.

Capítulo 82

—No sé si debería haberme casado contigo —dijo Jenine—. Creo que cometí un error.

Estaban sentados en el enorme carruaje del rey dios, que avanzaba traqueteando hacia el Túmulo Negro. A pesar de los peligros que acarreaba llevarla a la batalla, Dorian había sido incapaz de dejarla atrás. Podría urdirse en Khaliras algún complot que se la arrebatase. Además, si él sufría otro episodio, era la única persona en la que confiaba para que lo disimulara.

—Pero me quieres —dijo Dorian—. Sé que sí.

—Te quiero —reconoció ella—. Te respeto, disfruto de tu compañía y creo que eres brillante y honorable. Eres un gran hombre...

—¿Pero? —preguntó Dorian con rigidez.

Salió todo de golpe.

—Pero no es como era con Logan. Sé que no es justo compararte con un hombre que ha muerto, y quizá ahora que no está solo recuerdo lo bueno de él. También sé que quizá no es justo esperar que el amor sea igual cada vez. A lo mejor con Logan me enamoré como se enamora una niña mientras que el amor de una mujer crece poco a poco y avanza con cautela. No sé cómo se supone que debe ser, Dorian, pero a veces me siento muy vacía. Quizá debería haber esperado.

Soy un fraude.
Pero ¿qué podía hacer Dorian? ¿Decirle la verdad? ¿Mandarla de vuelta a Cenaria y a su encaprichamiento con un principito de tres al cuarto al que ni siquiera conocía? Juntos estaban cambiando un reino, llevando la luz a una tierra oscura. ¿Qué podía darle Logan en comparación con eso? ¿Por qué debía el amor de Logan valer más que el suyo?

El amor de Jenine estaba creciendo. Dorian lo sabía. Crecería más aún cuando se diera cuenta de que estaba embarazada de él, estaba seguro. Lo había visto en sus momentos de locura en el campo de batalla y no le había dado crédito entonces, ni a eso ni a nada de lo que había visto allí, pero en los días transcurridos desde entonces había vuelto a mirar a Jenine y estaba convencido de que era cierto. No gemelos, como había vaticinado en un principio, sino un hijo, varón. Tal vez los gemelos serían sus próximos hijos. Estaba esperando el momento adecuado para darle la noticia, pero no lo había encontrado.

Todavía pasaba con ella todo el tiempo del día que le era posible. Hacían el amor con menos frecuencia ahora que Dorian usaba el harén, pero los celos que Jenine pudiera haber sentido se veían compensados por la repentina inversión de los sentimientos de las concubinas hacia ella. Dorian le había atribuido el mérito de que salvaran la vida. Esa generosidad hizo añicos su envidia y su odio. En vez de rivales derrotadas, Jenine de repente tenía hermanas, y su aislamiento se derritió con la nieve de la primavera.

Aquello era real. No era perfecto, pero era lo mejor que podían conseguir. En eso consistía ser rey dios. Además, si él y Jenine escapaban sin más, uno de los vürdmeisters gobernaría con más brutalidad si cabe que el padre de Dorian. Toda relación, todo matrimonio, tenía sus pequeñas mentiras. Era rey. Un rey tomaba decisiones por sus súbditos basándose en la información que ellos no tenían. Era la carga del gobierno. Dorian había sopesado las opciones de Jenine, y había escogido.

—Siento salirte con esto cuando tienes tantas otras preocupaciones, Dorian, pero me prometí cuando nos casamos que nunca te mentiría, y el silencio empezaba a parecer una mentira. Lo siento. Es cierto que tomé una decisión. Es cierto que me casé contigo. Es cierto que te quiero. Lo que pasa... es que cuesta ser una adulta todo el tiempo. Has confiado en mí para que sea tu reina, y todavía sigo portándome como una niña pequeña. Lamento ser una decepción tan grande.

—¿Una decepción? —preguntó Dorian—. Lo has hecho mejor de lo que podría haber imaginado. Yo ni siquiera empecé a portarme como un adulto hasta que fui mucho más mayor que tú. Estoy muy orgulloso de ti, Jenine. Te quiero más que a nada en el mundo. Entiendo que estés confundida. Este es un lugar confuso. Entiendo que tengas dudas. Llevamos dos meses casados y te has dado cuenta de que has suscrito un compromiso para el resto de tu vida, y eso da miedo. Sí, me duele un poco, pero nuestro amor es lo bastante grande para aguantar un par de arañazos. Gracias por decirme la verdad. Ven aquí.

Se abrazaron, y Dorian sintió el alivió sin reservas de Jenine. Deseaba que ella notara sus titubeos, que le preguntara qué pasaba. Si se lo preguntaba, le hablaría de Logan. Se lo contaría todo.

Al cabo de unos segundos, Jenine lo soltó. Él la dejó ir, y el momento pasó.

—Te quiero, Dorian —dijo ella, mirándolo a los ojos sin verlo.

—Yo también te quiero, Jenine. —
Todavía no la llamo Jeni. ¿Por qué será?

* * *

Kylar abrió los ojos poco a poco. Sentía la boca como si la tuviera llena de algodón. Su cuerpo entero era un coro de quejas tras dormir apoyado en un árbol. Mientras movía la mandíbula para quitarse la sensación algodonosa, se incorporó. Se tocó el punto de la mejilla en el que Durzo había untado el veneno. La piel nueva estaba sensible, pero no quedaría cicatriz: Durzo tenía razón. El muy cabrón siempre la tenía.

Amanecía en el bosque. Kylar estaba a punto de maldecir en voz alta cuando cobró conciencia de una presencia entre los árboles. Se llenó los pulmones con una bocanada lenta y profunda y trató de reavivar sus sentidos. Esa mañana no había animales en el bosque, aunque Kylar no sabía si todas las aves habían emigrado y las ardillas hibernaban o si el motivo era más siniestro. Flexionó con lentitud los músculos de sus piernas y espalda, juzgando si le daría un calambre en caso de intentar un movimiento repentino. Escudriñó el bosque, volviendo la cabeza con pausa. El sonido de su sombra de barba al rozar el cuello de su túnica fue un levísimo suspiro. La longitud del vello le confirmó que solo había pasado inconsciente esa noche.

No había nada en el bosque. Ningún sonido fuera de lugar. Creía que podía confiar en que su cuerpo respondería. El viento suspiraba al pasar entre los grandes robles y las escasas hojas restantes susurraban secretos contra él. Sin embargo, algo lo había despertado. Kylar estaba seguro. Instintivamente, buscó el ka’kari para camuflarse con su invisibilidad, pero el ka’kari no estaba. En lugar de eso metió las manos dentro de las mangas y aflojó las dagas que llevaba atadas allí. Escrutó los árboles.

Un soplo de aire le alcanzó la coronilla.

Se lanzó a un lado mientras hundía un cuchillo en el árbol por encima de su cabeza. Rodó una vez, se puso en pie y saltó hacia atrás diez pasos largos, con las dagas en las manos.

Durzo se rió con voz queda.

—Siempre me gustó verte saltar. —Estaba enganchado como una araña al árbol contra el que Kylar había dormido.

—Pedazo de cabrón, ¿dónde está el ka’kari? ¿Qué has hecho?

Durzo siguió riéndose.

—Dame el ka’kari —dijo Kylar.

—A su debido tiempo.

—Espera, ¿para qué te lo pido? Puedo... —Kylar extendió la mano para hacer acudir al ka’kari.

—¡NO! —gritó Durzo.

Kylar se detuvo.

—El Cazador es nocturno —dijo Durzo—. Su sentido del olfato es mejor que el de cualquier sabueso, tiene el oído fino y su visión no tiene nada que envidiar a la de un águila, hasta cuando corre a toda velocidad. Si lo he organizado todo bien, tendrás hasta que oscurezca antes de que empiece a darte caza.

—¿Qué...?

Durzo soltó una mano del roble y se sacó una espada negra de la espalda. Se la lanzó a Kylar.

—Hagas lo que hagas, no retires el ka’kari de Curoch. Todo lo mágico que entra en el bosque queda marcado. Recibe un olor, para que, si lo sacan del bosque, el Cazador pueda encontrarlo. El ka’kari puede enmascarar ese olor, pero no he dado con un modo de eliminarlo con el tiempo que tenía. Así pues, en cuanto quites el ka’kari de Curoch, el Cazador vendrá. No sé exactamente lo rápido que es, pero si de verdad necesitas usar la espada, saca el ka’kari de encima, úsala y luego aléjate cagando leches de ella. Podrían pasar minutos u horas, pero el Cazador llegará. Lo arriesgará todo para conseguir esta espada.

Durzo había vuelto a salvar la vida de Kylar. Este sabía que sus posibilidades de entrar en el bosque de Ezra eran ínfimas, y menores aún las de robar Curoch y volver a salir. Durzo también lo había sabido. Como era típico en él, jamás diría nada que comunicase a Kylar lo mucho que significaba para él, pero haría cualquier cosa por demostrarlo.

—Viejo cabrón —insultó Kylar, pero su tono decía:
Gracias, maestro
.

—Puedo transferirte magia para que corras. Si no fuerzas demasiado, deberías poder llegar a tiempo y disponer aún de energía para combatir. Yo me voy a Cenaria. Así, el Cazador tiene que seguirnos en direcciones opuestas. Debería bastar. No corras a tope como cuando la hermana Ariel te dio poder, ¿comprendido?

—Comprendido —dijo Kylar. Por eso Durzo estaba encaramado al árbol. Lo hacía más difícil de rastrear. Además, Kylar sospechaba que el suelo tenía todo tipo de trampas.

Durzo no había acabado. Habló con voz queda.

—Kylar, el hecho de que Curoch estuviese en el bosque me dice que Neph está usando a Iures para romper los conjuros de Jorsin y Ezra en el Túmulo Negro. Eso vuelve plausible lo que Elene decía de un titán. También significa que llevas derecho a él justamente lo que más desea. Si te quita a Curoch, podría destruir el mundo, y no es una metáfora. Durante siete siglos he hecho todo lo que he podido para mantener los artefactos de tanto poder lejos de las manos de los hombres y las mujeres dispuestos a usarlos sin escrúpulos. Si fracasas, Neph deshará todo lo que he hecho en siete siglos.

—¿Tanto confías en mí? —preguntó Kylar.

Durzo hizo una mueca.

—Ven aquí, estás malgastando horas de luz.

Kylar se le acercó.

—Cuando Jorsin Alkestes me encomendó esta tarea, Kylar, me comprometió con un juramento que según él era tan antiguo como los mismos Ángeles de la Noche. Si lo deseas, aquí está. —Durzo enderezó la espalda y agravó la voz, y Kylar supo que estaba recordando a su amigo y rey Jorsin Alkestes—. Soy Sa’kagé, un señor de las sombras. Reclamo las sombras para que no lo haga la Sombra. Soy el fuerte brazo del veredicto. Soy el Caminante de las Sombras. Soy la Balanza de la Justicia. Soy El Que Defiende Invisible. Soy Matasombras. Soy Sin Nombre. Los coranti no quedarán sin castigo. Mi camino es duro, pero sirvo intacto. En la ignominia, nobleza. En la vergüenza, honor. En la oscuridad, luz. Haré justicia y amaré la piedad. Hasta que vuelva el rey, no soltaré mi carga.

—¿Quién es el rey? —preguntó Kylar.

—Joden, los juramentos, ¿eh? —Durzo esbozó una sonrisilla.

—Eso es lo que en teoría tendría que ser el Sa’kagé, ¿no?

—El Sa’kagé siempre ha estado formado por matones y asesinos, pero ha habido momentos, como diamantes esparcidos en un montón de mierda, en los que han sido sinvergüenzas con un propósito.

—Gracias por la imagen.

—¿Pronunciarás las palabras? —preguntó Durzo.

—Me harías comprometerme a algo que no entiendo del todo.

—Chaval, siempre estamos comprometiéndonos a algo que no entendemos del todo.

—Pensaba que habías perdido la fe en esto y en todo lo demás.

—Ahora lo que importa no es mi fe, sino la tuya.

Era una clásica evasiva de Durzo. No se le pide a alguien que te importe que jure dedicar su vida a una gilipollez. Durzo estaba continuando la conversación que habían mantenido meses atrás sobre el destino de Kylar. Al escoger una vida en las sombras, al optar por la oscuridad, evitaría una de las mayores tentaciones del ka’kari negro: la tentación de mandar. Su poder ya casi hacía de él un dios, y el peligro estribaba siempre en que podía convertirse en aquello que pretendía destruir. Durzo ni siquiera se había confiado tanto poder a sí mismo. ¿Hasta ese punto se creía mejor hombre que su maestro?

Un hombre que servía a las sombras también veía cosas que ningún rey podría ver. Un hombre que servía en la ignominia veía injusticias que estaban ocultas a los poderosos. Nadie se molestaba en ocultar nada a Durzo Blint... salvo el miedo que le tenían.

El juramento de un Ángel de la Noche no era suficiente para constituir un destino, pero era un principio.
¿Para qué soy?

Pese a todo lo que desconocía, Kylar sabía que ansiaba justicia. Al servir en la oscuridad con ojos que penetraban la penumbra, al ser bienvenido entre las sombras, podía administrar justicia a quienes habían esquivado la justicia. Los olvidados, demasiado insignificantes para la piedad, encontrarían algo mejor de lo que se esperaban. Se pararía a quienes debían ser parados. Las facetas de los Ángeles de la Noche ya eran las de Kylar. Haré justicia y amaré la piedad.

—Lo pronunciaré —dijo.

Durzo hizo una mueca, pero le indicó que se acercara más y le puso una mano en la frente. Kylar recitó el juramento de memoria, ante la miradita de Durzo, como si preguntase:
A ver si te he enseñado bien
. Sin embargo, cuando Kylar acabó, la mano de Durzo adoptó una extraña calidez, y se puso muy serio.

—Ch’torathi sigwye h’e banath so sikamon to vathari. Vennadosh chi tomethigara. Horgathal mu tolethara. Veni, soli, fali, deachi. Vol lessara dei.

Durzo retiró la mano, con los profundos ojos límpidos y, quizá por primera vez que Kylar hubiera visto, en paz.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Kylar. Al margen de cualquier otro efecto que hubieran podido tener las palabras, se sentía inundado de poder, con mayor suavidad que cuando la hermana Ariel le había cedido fuerza, pero también con mayor solidez.

—Eso ha sido mi bendición. —Durzo sonrió en reconocimiento de que era un cabrón por bendecir a Kylar en un idioma que no entendía. Tal y como había entrenado la memoria de su aprendiz, sin duda sabía que este recordaría las palabras hasta que fuera capaz de localizar el estrambótico idioma en que habían sido pronunciadas. Sin embargo, no era propio de Durzo revelarle el sentido sin más—. Y ahora lárgate de aquí —dijo—. Tengo unos árboles a los que trepar.

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