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Authors: Eduardo Galeano

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Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 (6 page)

BOOK: Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982
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Al verlos llegar, el águila humilló la cabeza. Estos parias, apiñados en la orilla de la laguna, mugrientos, temblorosos, eran los elegidos, los que en tiempos remotos habían nacido de las bocas de los dioses.

Huitzilopochtli les dio la bienvenida:

—Éste es el lugar de nuestro descanso y nuestra grandeza —resonó la voz—. Mando que se llame Tenochtitlán la ciudad que será reina y señora de todas las demás. ¡México es aquí!

[60][210]

Los peligros

El que hizo al sol y a la luna avisó a los taínos que se cuidaran de los muertos.

Durante el día los muertos se escondían y comían guayaba, pero por las noches salían a pasear y desafiaban a los vivos. Los muertos ofrecían combates y las muertas, amores. En la pelea, se esfumaban cuando querían; y en lo mejor del amor quedaba el amante sin nada entre los brazos. Antes de aceptar la lucha contra un hombre o de echarse junto a una mujer, era preciso rozarle el vientre con la mano, porque los muertos no tienen ombligo.

El dueño del cielo también avisó a los taínos que mucho más se cuidaran de la gente vestida.

El jefe Cáicihu ayunó una semana y fue digno de su voz: Breve será el goce de la vida, anunció el invisible, el que tiene madre pero no tiene principio: Los hombres vestidos llegarán, dominarán y matarán.

[168]

La telaraña

Bebeagua, sacerdote de los sioux, soñó que seres jamás vistos tejían una inmensa telaraña alrededor de su pueblo. Despertó sabiendo que así sería, y dijo a los suyos: Cuando esa extraña raza termine su telaraña, nos encerrarán en casas grises y cuadradas, sobre tierra estéril, y en esas casas moriremos de hambre.

[152]

El profeta

Echado en la estera, boca arriba, el sacerdote-jaguar de Yucatán escuchó el mensaje de los dioses. Ellos le hablaron a través del tejado, montados a horcajadas sobre su casa, en un idioma que nadie más entendía.

Chilam Balam, el que era boca de los dioses, recordó lo que todavía no había ocurrido:

—Dispersados serán por el mundo las mujeres que cantan y los hombres que cantan y todos los que cantan… Nadie se librará, nadie se salvará… Mucha miseria habrá en los años del imperio de la codicia. Los hombres, esclavos han de hacerse. Triste estará el rostro del sol… Se despoblará el mundo, se hará pequeño y humillado…

[25]

El viejo mundo

1492 - La mar océana

La ruta del sol hacia las indias

Están los aires dulces y suaves, como en la primavera de Sevilla, y parece la mar un río Guadalquivir, pero no bien sube la marea se marean y vomitan, apiñados en los castillos de proa, los hombres que surcan, en tres barquitos remendados, la mar incógnita. Mar sin marco. Hombres, gotitas al viento. ¿Y si no los amara la mar? Baja la noche sobre las carabelas. ¿Adonde los arrojará el viento? Salta a bordo un dorado, que venía persiguiendo a un pez volador, y se multiplica el pánico. No siente la marinería el sabroso aroma de la mar un poco picada, ni escucha la algarabía de las gaviotas y los alcatraces que vienen desde el poniente. En el horizonte, ¿empieza el abismo? En el horizonte, ¿se acaba la mar?

Ojos afiebrados de marineros curtidos en mil viajes, ardientes ojos de presos arrancados de las cárceles andaluzas y embarcados a la fuerza: no ven los ojos esos reflejos anunciadores de oro y plata en la espuma de las olas, ni los pájaros de campo y río que vuelan sin cesar sobre las naves, ni los juncos verdes y las ramas forradas de caracoles que derivan atravesando los sargazos. Al fondo del abismo, ¿arde el infierno? ¿A qué fauces arrojarán los vientos alisios a estos hombrecitos? Ellos miran las estrellas, buscando a Dios, pero el cielo es tan inescrutable como esta mar jamás navegada. Escuchan que ruge la mar, la mare, madre mar, ronca voz que contesta al viento frases de condenación eterna, tambores del misterio resonando desde las profundidades: se persignan y quieren rezar y balbucean: «Esta noche nos caemos del mundo, esta noche nos caemos del mundo».

[49]

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1492 - Guanahaní

Colón

Cae de rodillas, llora, besa el suelo. Avanza, tambaleándose porque lleva más de un mes durmiendo poco o nada, y a golpes de espada derriba unos ramajes.

Después, alza el estandarte. Hincado, ojos al cielo, pronuncia tres veces los nombres de Isabel y Fernando. A su lado, el escribano Rodrigo de Escobedo, hombre de letra lenta, levanta el acta.

Todo pertenece, desde hoy, a esos reyes lejanos: el mar de corales, las arenas, las rocas verdísimas de musgo, los bosques, los papagayos y estos hombres de piel de laurel que no conocen todavía la ropa, la culpa ni el dinero y que contemplan, aturdidos, la escena.

Luis de Torres traduce al hebreo las preguntas de Cristóbal Colón:

—¿Conocéis vosotros el Reino del Gran Kahn? ¿De dónde viene el oro que lleváis colgado de las narices y las orejas?

Los hombres desnudos lo miran, boquiabiertos, y el intérprete prueba suerte con el idioma caldeo, que algo conoce:

—¿Oro? ¿Templos? ¿Palacios? ¿Rey de reyes? ¿Oro?

Y luego intenta la lengua arábiga, lo poco que sabe:

—¿Japón? ¿China? ¿Oro?

El intérprete se disculpa ante Colón en la lengua de Castilla. Colón maldice en genovés, y arroja al suelo sus cartas credenciales, escritas en latín y dirigidas al Gran Kahn. Los hombres desnudos asisten a la cólera del forastero de pelo rojo y piel cruda, que viste capa de terciopelo y ropas de mucho lucimiento.

Pronto se correrá la voz por las islas:

—¡Vengan a ver a los hombres que llegaron del cielo! ¡Tráiganles de comer y de beber!

[49]

1493 - Barcelona

Día de gloria

Lo anuncian las trompetas de los heraldos. Se echan al vuelo las campanas y los tambores redoblan alegrías.

El Almirante, recién vuelto de las Indias, sube la escalera de piedra y avanza sobre el tapiz carmesí, entre los relumbres de seda de la corte que lo aplaude. El hombre que ha realizado las profecías de los santos y los sabios llega al estrado, se hinca y besa las manos de la reina y el rey.

Desde atrás, irrumpen los trofeos. Centellean sobre las bandejas las piezas de oro que Colón cambió por espejitos y bonetes colorados en los remotos jardines recién brotados de la mar.

Sobre ramajes y hojarascas, desfilan las pieles de lagartos y serpientes; y detrás entran, temblando, llorando, los seres jamás vistos. Son los pocos que todavía sobreviven al resfrío, al sarampión y al asco por la comida y por el mal olor de los cristianos. No vienen desnudos, como estaban cuando se acercaron a las tres carabelas y fueron atrapados. Han sido recién cubiertos por calzones, camisolas y unos cuantos papagayos que les han puesto en las manos y sobre las cabezas y los hombros. Los papagayos, desplumados por los malos vientos del viaje, parecen tan moribundos como los hombres. De las mujeres y los niños capturados, no ha quedado ni uno.

Se escuchan malos murmullos en el salón. El oro es poco y por ningún lado se ve pimienta negra, ni nuez moscada, ni clavo, ni jengibre; y Colón no ha traído sirenas barbudas ni hombres con rabo, de esos que tienen un solo ojo y un único pie, tan grande el pie que alzándolo se protegen de los soles violentos.

[44]

1493 - Roma

El testamento de Adán

En la penumbra del Vaticano, fragante de perfumes de Oriente, el papa dicta una nueva bula.

Hace poco tiempo que Rodrigo Borgia, valenciano del pueblo de Xátiva, se llama Alejandro VI. No ha pasado todavía un año desde el día en que compró al contado los siete votos que le faltaban en el Sacro Colegio y pudo cambiar la púrpura del cardenal por el capuchón de armiño del Sumo Pontífice.

Más horas dedica Alejandro VI a calcular el precio de las indulgencias que a meditar el misterio de la Santísima Trinidad. Nadie ignora que prefiere las misas muy breves, salvo las que en su cámara privada celebra, enmascarado, el bufón Gabriellino, y todo el mundo sabe que el nuevo papa es capaz de desviar la procesión del Corpus para que pase bajo el balcón de una mujer hermosa.

También es capaz de cortar el mundo como si fuera un pollo: alza la mano y traza una frontera, de cabo a rabo del planeta, a través de la mar incógnita. El apoderado de Dios concede a perpetuidad todo lo que se haya descubierto o se descubra, al oeste de esa línea, a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y a sus herederos en el trono español. Les encomienda que a las islas y tierras firmes halladas o por hallar envíen hombres buenos, temerosos de Dios, doctos, sabios y expertos, para que instruyan a los naturales en la fe católica y les enseñen buenas costumbres. A la corona portuguesa pertenecerá lo que se descubra al este.

Angustia y euforia de las velas desplegadas: ya Colón está preparando, en Andalucía, su segundo viaje hacia los parajes donde el oro crece en racimos en las viñas y las piedras preciosas aguardan en los cráneos de los dragones.

[180]

1493 - Huexotzingo

¿Dónde está lo verdadero, lo que tiene raíz?

Ésta es la ciudad de la música, no de la guerra: Huexotzingo, en el valle de Tlaxcala. Dos por tres, los aztecas la asaltan, la lastiman, le arrancan prisioneros para sacrificar ante sus dioses.

Tecayehuatzin, rey de Huexotzingo, ha reunido esta tarde a los poetas de otras comarcas.

En los jardines del palacio, conversan los poetas sobre las flores y los cantos que desde el interior del cielo vienen a la tierra, región del momento fugaz, y que sólo perduran allá en la casa del Dador de la vida. Conversan y dudan los poetas:

¿Son acaso verdaderos los hombres?

¿Será mañana todavía verdadero

nuestro canto?

Se suceden las voces. Cuando cae la noche, el rey de Huexotzingo agradece y dice adiós:

Sabemos que son verdaderos

los corazones de nuestros amigos.

1493 - Pasto

Todos son contribuyentes

Hasta estas remotas alturas, muy al norte, llega el recaudador del imperio de los incas.

Los indios quillacingas no tienen nada para dar, pero en este vasto reino todas las comunidades pagan tributos, en especies o en tiempo de trabajo. Nadie puede, por lejos que esté y pobre que sea, olvidar quién manda.

Al pie del volcán, el jefe de los quillacingas se adelanta y pone un cartucho de bambú en manos del enviado del Cuzco. El cartucho está lleno de piojos vivos.

[53][150]

1493 - Isla de Santa Cruz

Una experiencia de Miquele de Cuneo, natural de Savona

La sombra de los velámenes se alarga sobre la mar. La atraviesan sargazos y medusas que derivan, empujados por las olas, hacia la costa.

Desde el castillo de popa de una de las carabelas, Colón contempla las blancas playas donde ha plantado, una vez más, la cruz y la horca. Éste es su segundo viaje. Cuánto durará, no sabe; pero su corazón le dice que todo saldrá bien, ¿y cómo no va a creerle el Almirante? ¿Acaso él no tiene por costumbre medir la velocidad de los navíos con la mano contra el pecho, contando los latidos?

Bajo la cubierta de otra carabela, en el camarote del capitán, una muchacha muestra los clientes. Miquele de Cuneo le busca los pechos, y ella lo araña y lo patea y aúlla. Miquele la recibió hace un rato. Es un regalo de Colón.

La azota con una soga. La golpea duro en la cabeza y en el vientre y en las piernas. Los alaridos se hacen quejidos; los quejidos, gemidos. Por fin, sólo se escucha el ir y venir de las gaviotas y el crujir de la madera que se mece. De vez en cuando una llovizna de olas entra por el ojo de buey.

Miquele se echa sobre el cuerpo ensangrentado y se remueve, jadea, forcejea. El aire huele a brea, a salitre, a sudor. Y entonces la muchacha, que parecía desmayada o muerta, clava súbitamente las uñas en la espalda de Miquele, se anuda a sus piernas y lo hace rodar en un abrazo feroz.

Mucho después, cuando Miquele despierta, no sabe dónde está ni qué ha ocurrido. Se desprende de ella, lívido, y la aparta de un empujón.

Tambaleándose, sube a cubierta. Aspira hondo la brisa del mar, con la boca abierta. Y dice en voz alta, como comprobando:

—Estas indias son todas putas.

[181]

1495 - Salamanca

La primera palabra venida de América

Elio Antonio de Nebrija, sabio en lenguas, publica aquí su «Vocabulario español-latino». El diccionario incluye el primer americanismo de la lengua castellana:

Canoa: Nave de un madero.

La nueva palabra viene desde las Antillas.

Esas barcas sin vela, nacidas de un tronco de ceiba, dieron la bienvenida a Cristóbal Colón. En canoas llegaron desde las islas, remando, los hombres de largo pelo negro y cuerpos labrados de signos bermejos. Se acercaron a las carabelas, ofrecieron agua dulce y cambiaron oro por sonajas de latón de ésas que en Castilla valen un maravedí.

[49][154]

1495 - La Isabela

Caonabó

Absorto, ausente, está el prisionero sentado a la entrada de la casa de Cristóbal Colón. Tiene grillos de hierro en los tobillos y las esposas le atrapan las muñecas.

Caonabó fue quien redujo a cenizas el fortín de Navidad, que el Almirante había levantado cuando descubrió esta isla de Haití. Incendió el fortín y mató a sus ocupantes. Y no sólo a ellos: en estos dos años largos, ha castigado a flechazos a cuantos españoles pudo encontrar en su comarca de la sierra de Cibao, por andar cazando oro y gente.

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