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Authors: Eduardo Galeano

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Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 (7 page)

BOOK: Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982
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Alonso de Ojeda, veterano de las guerras contra los moros, fue a visitarlo en son de paz. Lo invitó a subir a su caballo y le puso estas esposas de metal bruñido que le atan las manos, diciéndole que ésas eran las joyas que usaban los reyes de Castilla en sus bailes y festejos.

Ahora el cacique Caonabó pasa los días sentado junto a la puerta, con la mirada fija en la lengua de luz que al amanecer invade el piso de tierra y al atardecer, de a poquito, se retira. No mueve una pestaña cuando Colón pasa por allí. En cambio, cuando aparece Ojeda, se las arregla para pararse y saluda con una reverencia al único hombre que lo ha vencido.

[103][158]

1496 - La Concepción

El sacrilegio

Bartolomé Colón, hermano y lugarteniente de Cristóbal, asiste al incendio de carne humana.

Seis hombres estrenan el quemadero de Haití. El humo hace toser. Los seis están ardiendo por castigo y escarmiento: han hundido bajo tierra las imágenes de Cristo y la Virgen que fray Ramón Pane les había dejado para su protección y consuelo. Fray Ramón les había enseñado a orar de rodillas, a decir Avemaría y Paternóster y a invocar el nombre de Jesús ante la tentación, la lastimadura y la muerte.

Nadie les ha preguntado por qué enterraron las imágenes. Ellos esperaban que los nuevos dioses fecundaran las siembras de maíz, yuca, boniatos y frijoles.

El fuego agrega calor al calor húmedo, pegajoso, anunciador de lluvia fuerte.

[103]

1498 - Santo Domingo

El Paraíso Terrenal

Al atardecer, a orillas del río Ozama, Cristóbal Colón escribe una carta. Le cruje el cuerpo, atormentado por el reuma, pero le brinca de gozo el corazón. El descubridor explica a los Reyes Católicos lo que se muestra evidentísimo: el Paraíso Terrenal está en el pezón de una teta de mujer.

Él lo supo hace un par de meses, cuando sus carabelas entraron en el golfo de Paria. Ya van los navíos alzándose hacia el cielo suavemente… Navegando aguas arriba, hacia donde no pesa el aire, Colón ha llegado al límite último del Oriente. En esas tierras las más hermosas del mundo, los hombres muestran astucia, ingenio y valentía y las mujeres, bellísimas, llevan por todo vestido sus largos cabellos y collares de muchas perlas enroscados al cuerpo. El agua, dulce y clara, despierta la sed. No castiga el invierno ni quema el verano; y la brisa acaricia lo que toca. Los árboles brindan fresca sombra y, al alcance de la mano, frutas de gran deleite que llaman al hambre.

Pero más allá de esta verdura y esta hermosura, no hay navío que pueda subir. Ésa es la frontera del Oriente. Allí se acaban las aguas, las tierras y las islas. Muy arriba, muy lejos, el Árbol de la Vida despliega su vasta copa y brota la fuente de los cuatro ríos sagrados. Uno de ellos es el Orinoco, que no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan fondo.

El mundo no es redondo. El mundo es una teta de mujer. El pezón nace en el golfo de Paria y asciende hasta muy cerca del cielo. A la punta, donde fluyen los jugos del Paraíso, ningún hombre llegará jamás.

[50]

La lengua del Paraíso

Los guaraos, que habitan los suburbios del Paraíso Terrenal, llaman al arcoiris serpiente de collares y mar de arriba al firmamento. El rayo es el resplandor de la lluvia. El amigo, mi otro corazón. El alma, el sol del pecho. La lechuza, el amo de la noche oscura. Para decir «bastón» dicen nieto continuo; y para decir «perdono», dicen olvido.

[17]

1499 - Granada

¿Quiénes son españoles?

Las mezquitas siguen abiertas en Granada, siete años después de la rendición de este último reducto de los moros en España. Es lento el avance de la cruz tras la victoria de la espada. El arzobispo Cisneros decide que Cristo no puede esperar.

Moros llaman los españoles cristianos a los españoles de cultura islámica, que llevan aquí ocho siglos. Miles y miles de españoles de cultura judía han sido ya condenados al destierro. A los moros también se les dará a elegir entre el bautismo y el exilio; y para los falsos conversos arden las hogueras de la Inquisición. La unidad de España, esta España que ha descubierto América, no será el resultado de la suma de sus partes.

Por orden del arzobispo Cisneros, marchan a prisión los sabios musulmanes de Granada. Altas llamas devoran los libros islámicos, religión y poesía, filosofía y ciencia, ejemplares únicos que guardaban la palabra de una cultura que ha regado estas tierras y en ellas ha florecido.

Desde lo alto, los labrados palacios de la Alhambra son testigos mudos del avasallamiento, mientras las fuentes no cesan de dar agua a los jardines.

[64][218][223]

1500 - Florencia

Leonardo

Acaba de volver del mercado con varias jaulas a cuestas. Las coloca en el balcón, abre las puertitas y huyen los pájaros. Mira los pájaros perdiéndose en el cielo, aleteos, alegrías, y después se sienta a trabajar.

El sol del mediodía le calienta la mano. Sobre un amplio cartón, Leonardo da Vinci dibuja el mundo. Y en el mundo que Leonardo dibuja, aparecen las tierras que ha encontrado Colón por los rumbos del ocaso. El artista las inventa, como antes ha inventado el avión, el tanque, el paracaídas y el submarino, y les da forma como antes ha encarnado el misterio de las vírgenes y la pasión de los santos: imagina el cuerpo de América, que todavía no se llama así, y la dibuja como tierra nueva y no como parte del Asia.

Colón, buscando el Levante, ha encontrado el Poniente. Leonardo adivina que el mundo ha crecido.

[209]

1506 - Valladolid

El quinto viaje

Anoche ha dictado su último testamento. Esta mañana preguntó si había llegado el mensajero del rey. Después, se durmió. Se le escucharon disparates y quejidos. Todavía respira, pero respira bronco, como peleando contra el aire.

En la corte, nadie ha escuchado sus súplicas. Del tercer viaje había regresado preso, atado con cadenas, y en el cuarto viaje no había quién hiciera caso de sus títulos y dignidades.

Cristóbal Colón se va sabiendo que no hay pasión o gloria que no conduzca a la pena. No sabe, en cambio, que pocos años faltan para que el estandarte que él clavó, por vez primera, en las arenas del Caribe, ondule sobre el imperio de los aztecas, en tierras todavía desconocidas, y sobre el reino de los incas, bajo los desconocidos cielos de la Cruz del Sur. No sabe que se ha quedado corto en sus mentiras, promesas y delirios. El Almirante Mayor de la Mar Océana sigue creyendo que ha llegado al Asia por la espalda.

No se llamará el océano mar de Colón. Tampoco llevará su nombre el nuevo mundo, sino el nombre de su amigo, el florentino Américo Vespucio, navegante y maestro de pilotos. Pero ha sido Colón quien ha encontrado ese deslumbrante color que no existía en el arcoiris europeo. Él, ciego, muere sin verlo.

[12][166]

1506 - Tenochtitlán

El Dios universal

Moctezuma ha vencido en Teuctepec.

En los adoratorios, arden los fuegos. Resuenan los tambores. Uno tras otro, los prisioneros suben las gradas hacia la piedra redonda del sacrificio. El sacerdote les clava en el pecho el puñal de obsidiana, alza el corazón en el puño y lo muestra al sol que brota de los volcanes azules.

¿A qué dios se ofrece la sangre? El sol la exige, para nacer cada día y viajar de un horizonte al otro. Pero las ostentosas ceremonias de la muerte también sirven a otro dios, que no aparece en los códices ni en las canciones.

Si ese dios no reinara sobre el mundo, no habría esclavos ni amos, ni vasallos, ni colonias. Los mercaderes aztecas no podrían arrancar a los pueblos sometidos un diamante a cambio de un frijol, ni una esmeralda por un grano de maíz, ni oro por golosinas, ni cacao por piedras. Los cargadores no atravesarían la inmensidad del imperio en largas filas, llevando a las espaldas toneladas de tributos. Las gentes del pueblo osarían vestir túnicas de algodón y beberían chocolate y tendrían la audacia de lucir prohibidas plumas de quetzal y pulseras de oro y magnolias y orquídeas reservadas a los nobles. Caerían, entonces, las máscaras que ocultan los rostros de los jefes guerreros, el pico de águila, las fauces de tigre, los penachos de plumas que ondulan y brillan en el aire.

Están manchadas de sangre las escalinatas del templo mayor y los cráneos se acumulan en el centro de la plaza. No solamente para que se mueva el sol, no: también para que ese dios secreto decida en lugar de los hombres. En homenaje al mismo dios, al otro lado de la mar los inquisidores fríen a los herejes en las hogueras o los retuercen en las cámaras de tormento. Es el Dios del Miedo. El Dios del Miedo, que tiene dientes de rata y alas de buitre.

[60]

1511 - Río Guauravo

Agüeynaba

Hace tres años, el capitán Ponce de León llegó a esta isla de Puerto Rico en una carabela. El jefe Agüeynaba le abrió su casa, le ofreció de comer y de beber, le dio a elegir entre sus hijas y le mostró los ríos de donde sacaban el oro. También le regaló su nombre. Juan Ponce de León pasó a llamarse Agüeynaba y Agüeynaba recibió, a cambio, el nombre del conquistador.

Hace tres días, el soldado Salcedo llegó, solo, a orillas del río Guauravo. Los indios le ofrecieron sus hombros para pasarlo. Al llegar a la mitad del río, lo dejaron caer y lo aplastaron contra el fondo hasta que dejó de patalear. Después, lo tendieron en la hierba.

Salcedo es ahora un globo de carne morada y crispada que velozmente se pudre al sol, apretado por la coraza y acosado por los bichos. Los indios lo miran, tapándose la nariz. Día y noche le han pedido perdón, por las dudas. Ya no vale la pena. Los tambores trasmiten la buena nueva: Los invasores no son inmortales.

Mañana estallará la sublevación. Agüeynaba la encabezará. El jefe de los rebeldes volverá a llamarse como antes. Recuperará su nombre, que ha sido usado para humillar a su gente.

—Co-quí, co-quí —claman las ranitas. Los tambores, que convocan a la pelea, impiden que se escuche su cantarín contrapunto de cristales.

[1]

1511 - Aymaco

Becerrillo

La insurrección de los caciques Agüeynaba y Mabodamaca ha sido aplastada y todos los prisioneros han marchado al muere.

El capitán Diego de Salazar descubre a la vieja, escondida en los matorrales, y no la ensarta con la espada.

—Anda —le dice—. Lleva esta carta al gobernador, que está en Caparra.

La vieja abre los ojos de a poco. Temblando, tiende los dedos.

Y se echa a caminar. Camina como niño chico, con bambolear de osito, y lleva el sobre a modo de estandarte o bandera.

Cuando la vieja está a la distancia de un tiro de ballesta, el capitán suelta a Becerrillo.

El gobernador Ponce de León ha ordenado que Becerrillo reciba el doble de paga que un soldado ballestero, por descubridor de emboscadas y cazador de indios. No tienen peor enemigo los indios de Puerto Rico.

La ráfaga voltea a la vieja. Becerrillo, duras las orejas, desorbitados los ojos, la devorará de un bocado.

—Señor perro —le suplica—, yo voy a llevar esta carta al señor gobernador. Becerrillo no entiende la lengua del lugar, pero la vieja le muestra el sobre vacío.

—No me hagas mal, señor perro.

Becerrillo husmea el sobre. Da unas vueltas en torno a esa bolsa de huesitos trémulos que gime palabras, alza una pata y la mea.

[166]

1511 - Yara

Hatuey

En estas islas, en estos humilladeros, son muchos los que eligen su muerte, ahorcándose o bebiendo veneno junto a sus hijos. Los invasores no pueden evitar esta venganza, pero saben explicarla: los indios, tan salvajes que piensan que todo es común, dirá Oviedo, son gente de su natural ociosa e viciosa, e de poco trabajo… Muchos dellos por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron con sus propias manos.

Hatuey, jefe indio de la región de la Guahaba, no se ha suicidado. En canoa huyó de Haití, junto a los suyos, y se refugió en las cuevas y los montes del oriente de Cuba.

Allí señaló una cesta llena de oro y dijo:

—Éste es el dios de los cristianos. Por él nos persiguen. Por él han muerto nuestros padres y nuestros hermanos. Bailemos para él. Si nuestra danza lo complace, este dios mandará que no nos maltraten.

Lo atrapan tres meses después. Lo atan a un palo.

Antes de encender el fuego que lo reducirá a carbón y ceniza, un sacerdote le promete gloria y eterno descanso si acepta bautizarse. Hatuey pregunta:

—En ese cielo, ¿están los cristianos?

—Sí.

Hatuey elige el infierno y la leña empieza a crepitar.

[102][103][166]

1511 - Santo Domingo

La primera protesta

En la iglesia de troncos y techo de palma, Antonio de Montesinos, fraile dominico, está echando truenos por la boca. Desde el púlpito, denuncia el exterminio:

—¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis a los indios en tan cruel y horrible servidumbre? ¿Acaso no se mueren, o por mejor decir los matáis, por sacar oro cada día? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís?

Después Montesinos se abre paso, alta la cabeza, entre la muchedumbre atónita.

Crece un murmullo de furia.

No esperaban esto los labriegos extremeños y los pastores de Andalucía que han mentido sus nombres y sus historias y con un arcabuz oxidado en bandolera han partido, a la ventura, en busca de las montañas de oro y las princesas desnudas de este lado de la mar. Necesitaban una misa de perdón y consuelo los aventureros comprados con promesas en las gradas de la catedral de Sevilla, los capitanes comidos por las pulgas, veteranos de ninguna batalla, y los condenados que han tenido que elegir entre América y la cárcel o la horca.

—¡Será denunciado ante el rey Fernando! ¡Será expulsado!

Un hombre, aturdido, calla. Ha llegado a estas tierras hace nueve años. Dueño de indios, de veneros de oro y sementeras, ha hecho buena fortuna. Se llama Bartolomé de Las Casas y pronto será el primer sacerdote ordenado en el Nuevo Mundo.

[103]

1513 - Cuareca

Leoncico

Pujan los músculos por romper la piel. Jamás se apagan los ojos amarillos. Jadean. Muerden el aire a dentelladas. No hay cadena que los aguante cuando reciben la orden de ataque.

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