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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (36 page)

BOOK: Mestiza
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El pánico se desató en mí, y no logré dominarlo. Empecé a levantarme, pero Seth me puso las manos en las rodillas. Gracias a los dioses, yo llevaba vaqueros, porque si su piel tocaba la mía y comenzaba esa mierda de los estúpidos chisporro­teos, seguramente perdiese los estribos.

—Álex, escúchame.

—¿Qué te escuche? Estás diciendo que no tendré control sobre nada —moví la cabeza como loca. El movimiento me provocó dolor en el cuello, pero ignoré los pinchazos—. Eso no puede ocurrir. No puedo con eso. No creo en estar destinada a nadie ni en el destino.

—Álex, cálmate. Mira. Sé que esto está entre las peores cosas que te pueden pasar, pero tienes tiempo.

—¿Qué quieres decir con que tengo tiempo?

—Nada de esto te afecta aún. Ahora mismo no vas a querer nada que yo quie­ra —me soltó las rodillas y se echó atrás, alejándose de mí—. Pero para mí no fun­ciona así. Estar cerca de ti implica que la conexión me esté volviendo loco. Como ahora mismo, que tienes el corazón a mil. El mío también lo está, estar cerca de ti es como… estar dentro de tu cabeza, pero tú aún tienes tiempo.

Procesar todo esto no era fácil. Quiero decir, entendía lo que me estaba di­ciendo. Desde que empezó con todo eso de la palingénesis, lo que sea que había entre nosotros le estaba envolviendo con su cuerda súper especial, pero no a mí. No hasta que cumpliese los dieciocho. ¿Y entonces?

—¿Por qué Lucian no me contó nada de esto?

—No te quedaste, Álex.

Le hice una mueca.

—No me gusta nada de esto, Seth. Estamos hablando de siete meses. En siete meses tendré dieciocho años.

—Ya lo sé. Siete meses de ayudarte a entrenar, así que imagina el inferno por el que voy a pasar durante todo este tiempo.

Lo intenté, pero no pude.

—Esto no va a funcionar.

Se echó hacia delante y se llevó un mechón de pelo por detrás de la oreja.

—Esto es en lo que estoy pensando. Se me ocurrió una idea. Ahora, escúcha­me bien. Yo por ahora puedo con esto, porque aunque la energía sea fuerte, no lo es tanto. Puedo soportarlo, pero después de que Despiertes, las cosas cambiarán. Si no podemos con ello; si no puedes con ello, entonces nos separaremos. Me iré. Tú no podrás por la escuela, pero yo sí. Me iré hasta la otra punta del mundo.

—Pero el Consejo, Lucian, te quiere aquí conmigo —puse los ojos en blanco—. Por lo que sea. Estás destinado aquí.

Seth se encogió de hombros y se tumbó de espaldas.

—Da igual. Que le den al Consejo. Soy el Apollyon. ¿Qué puede hacerme Lucian?

Esas eran palabras peligrosamente rebeldes. Me gustaron un poco.

—¿Harías eso por mí?

Me devolvió la mirada, sonriendo un poco.

—Sí. Lo haría. Pareces sorprendida.

Dejé caer una de mis piernas por el lateral de la cama mientras me inclinaba hacia él.

—Sí. ¿Por qué ibas a hacerlo? Parece que todo lo que pase es bueno para ti.

—¿Crees que soy una mala persona o algo? —continuó sonriéndome.

Parpadeé, me había pillado por sorpresa.

—No… no lo creo.

—¿Entonces por qué piensas que te forzaría a esto? Estar separados no hará que nuestra conexión deje de hacerse más fuerte, pero parará la transferencia de energía. Las cosas… serán intensas en cuanto ocurra la transferencia. Si me voy, cada uno de nosotros seguirá siendo el mismo.

De la nada me vino el por qué.

—Esto es por ti. No crees que puedas soportarlo.

Sólo respondió a mis palabras torciendo los labios burlonamente. Esta cosa de la conexión debía de molestarle en serio si creía que no iba a poder con ello. Al final, si las cosas se acababan pasando de la raya, había una salida. Yo aún tenía el control. Y Seth también.

—¿En qué piensas?

Saliendo de mis pensamientos, le miré.

—Los próximos siete meses van a ser un asco para ti.

Seth inclinó la cabeza hacia atrás y rió.

—Ah, no lo sé. Esto,
esta cosa
, tiene sus beneficios.

Me eché hacia atrás, cruzando los brazos.

—¿Y eso?

Sonrió.

—¿En qué piensas?

—En que hemos tenido una conversación entera sin insultarnos. Sin que te des cuenta, me acabarás considerando tu amigo.

—Poco a poco, Seth. Poco a poco.

Volvió a mirar al techo. No tenía estrellas que brillasen, sólo pintura blanca normal. Sin pensarlo, me volví a mover, tocando la mano que estaba al lado de mi pierna. Llámalo experimento, pero quería ver lo que pasaría.

Seth movió la cabeza en mi dirección.

—¿Qué estás haciendo?

—Nada —y nada es lo que ocurrió. Confundida, le agarré la mano.

—No parece que sea nada —entrecerró los ojos.

—Supongo —me di por vencida con mi experimento improvisado y levanté la mano—. No deberías de… —sea lo que fuese que iba a decir, murió en mis labios. Increíblemente rápido, Seth me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos.

—¿Esto es lo que querías? —preguntó como si nada.

Ocurrió. Al estar tan cerca de él, esta vez pude ver de dónde venían las mar­cas. Las gruesas venas de su mano fueron las primeras en oscurecerse, multiplicán­dose antes de extenderse por el brazo. Fascinada, vi cómo esa especie de tatuajes cubrían toda su piel. Ante mis ojos se separaron de sus venas, serpenteando por su piel. Estallando en diferentes diseños mientras él —nosotros— seguíamos cogidos de las manos.

—¿Qué significan? —miré hacia arriba. Tenía los ojos cerrados—. ¿Las mar­cas?

—Son… las marcas del Apollyon —respondió lentamente, como si le costase formar las palabras y frases—. Son runas y hechizos… hechas para proteger… o en nuestro caso, alertarnos el uno al otro de nuestra presencia mutua… o algo. Tam­bién significan otras cosas.

—Oh —las runas corrieron por su piel, por la punta de sus dedos. Llámame loca, pero estaba segura de que esas marcas reaccionaban al tacto de nuestra piel, y por un segundo llegué a creer que esos glifos iban a saltar de su piel y a extenderse por la mía.

—¿Yo… también seré así algún día?

—¿Umm?

Separé la mirada de nuestras manos y miré hacia arriba. Seth seguía con los ojos cerrados, con aspecto relajado. De hecho, era más que eso. Parecía… feliz. Contento. Nunca le había visto así.

—¿Este es uno de los beneficios? —lo dije de broma, pero me di cuenta antes de que pudiese responder. Era porque estaba cerca de mí. Algo tan fácil como eso le afectaba. Yo le afectaba así. Recordé lo que me dijo tras mi encuentro con Kain.

—Realmente tengo todo el poder en esto.

Abrió los ojos y le brillaban como dos enormes joyas rojizas.

—¿Qué?

Mis dedos se apretaron contra los suyos, y sus labios se abrieron, dejando escapar un suspiro. Entonces, lentamente, con cuidado, fui soltando sus dedos. Interesante.

—Nada.

—No te tenía que haber contado la verdad sobre eso —su voz tenía algo brus­co—. Lo tienes, por lo menos por ahora.

Ignoré la última parte y solté la mano del todo antes de que las marcas me pudiesen tocar. No nos dijimos nada durante unos minutos. Me recosté sobre las almohadas, y Seth volvió a cerrar los ojos. Durante ese rato de silencio, observé el rítmico subir y bajar de su pecho. Casi parecía estar durmiendo. Estando tan relaja­do, su belleza no parecía tan fría. Esta vez fui yo la primera en romper el silencio.

—Y… ¿qué estás haciendo tú?

—¿Ahora? —sonaba adormecido—. Estoy haciendo planes. Cosas que voy a enseñarte; en el entrenamiento, claro.

Levanté las cejas.

—No sé qué me puedes enseñar tú que no pueda Aiden.

Entonces Seth se rió, y cuando habló, su voz parecía un tanto engreída.

—Oh, Álex, tengo mucho que enseñarte. Cosas que Aiden nunca podrá enseñarte.

Mirándole, admití que había una pequeña —mínima— parte de mí que estaba deseando ver lo que estaba planeando enseñarme. Estaba segura de que sería en­tretenido e incluso provechoso.

No hablamos más después de eso, y de repente se me fueron las ganas de todo, dejándome agotada. Mis párpados se volvieron demasiado pesados como para mantenerlos abiertos, y sólo quería echar a Seth para poderme tumbar un poco. Y es que él ocupaba bastante espacio aquí, tirado en medio de mi cama.

No me sorprendió que Seth abriese los ojos y me mirase. Cuando me mostró una medio sonrisa y se levantó de la cama, me preguntó si habría sentido que esta­ba a punto de darle una patada en un costado.

Se acabó el factor sorpresa.

—¿Te vas? —no sabía qué otra cosa decir.

Seth no respondió. Levantó los brazos por encima de la cabeza y se estiró, mostrándome una fila de duros músculos cuando la camiseta negra se le levantó por encima del estómago. Me vino a la mente la imagen de un gato. Así era como él se movía, felino y depredador. Tenía una gracia sutil que no era ni humana ni de mestizo.

—¿Sabes lo que significa tu nombre? ¿Tu nombre real, Alexandria?

Moví la cabeza.

Sonrió despacio.

—Significa «Defensora de los Hombres» en griego.

—Oh. Suena guay. ¿Y tu nombre qué…?

De repente, se inclinó y salió disparado. Lo hizo tan rápido que no tuve ni tiempo de echarme hacia atrás, que por cierto, es una reacción totalmente natural cuando el Apollyon viene hacia alguien así de rápido. Puso sus labios sobre mi frente sólo el tiempo suficiente como para que estuviese segura de que me había dado un amable beso antes de incorporarse.

—Buenas noches Alexandria, Defensora de los Hombres.

Flipando, murmuré algo como un adiós, pero ya se había ido antes de poder decirlo bien. Me pasé los dedos por el lugar que habían tocado sus labios. Ese gesto suyo había sido extraño, inesperado, inapropiado y… dulce.

Me relajé y estiré las piernas. Mirando al techo, me pregunté qué me tendrían reservados los próximos meses. Para la mayoría de cosas no iba preparada. Todo había cambiado, yo había cambiado, pero de lo que podía estar segura es que entre Aiden y Seth iba a aprender muchas cosas.

***

La tarde siguiente recordé la tarjeta de Lucian que había dejado sobre la mesa. Pasé el dedo bajo la solapa del sobre y lo abrí. Saqué el dinero, y por primera vez, leí la nota. No estaba mal ni era demasiado falsa, pero aun así no sentí nada al leer su elegante letra. No importaba cuánto dinero me mandase o cuántas cartas me escribiese personalmente, no podía comprar mi amor o borrar las sospechas que le rodeaban como una gruesa nube.

Pero su dinero iba a comprarme pronto unos zapatos bien bonitos.

Con eso en mente, me duché y encontré algo que ponerme que cubriese la mayor parte de las marcas. Me dejé el pelo suelto para ayudar a cubrir lo del cuello, pero no cubría todas las manchas.

Para mi sorpresa, los Guardias no me pararon cuando crucé el puente hacia la isla principal, pero según caminaba por la calle principal, tenía la sensación de estar siendo vigilada. Una mirada rápida por encima del hombro confirmó mis sospechas. Uno de los Guardias se había separado de su compañero en el puente y mantenía una distancia discreta detrás de mí. Quizá Lucian o Marcus estuviesen preocupados porque volviese a salir de allí… o hacer alguna otra cosa increíble­mente irresponsable.

Le dirigí una sonrisa descarada antes de meterme en una de las tiendas de turistas del paseo que pertenecían a los puros pero que llevaban mortales. En la que me había metido tenía una serie de cosas hechas a mano como velas, teselas de mosaico hechas de conchas y sales de baño de mar. Sonriéndome a mí misma, sentí que iba a gastar aquí algo del dinero de Lucian.

Emocionada por el gustazo que me iba a dar en tantas cosas de chica, pensé en que los simples placeres de la vida se pasaban por alto cuando te preparabas para matar daimons. Las burbujas de baño normalmente tenían poca prioridad. Cogí unas cuantas velas votivas blancas que iban dentro de barcos de espíritus hechos con madera de pino y un puñado de las grandes y macizas, de esas que olían como si hubiesen salido de una de esas tiendas de jabones.

En la fila de la caja ignoré el modo en que la empleada mortal miraba sin repa­ros mi cuello. Los puros usaban compulsiones en los mortales que vivían cerca del Covenant, para convencerlos de que todas las cosas raras que veían eran normales. Esta tipa parecía necesitar otra dosis.

—¿Eso es todo? —tartamudeó un poco en la última palabra, forzando para apartar la mirada de mi cuello.

Me moví incómoda. ¿Así iba a actuar la gente hasta que desapareciesen las malditas marcas? Mis ojos pasaron de ella a un set de papel de carta ambientado en el océano.

—¿Puedo añadir eso?

La chica asintió, y su pelo con mechas le cayó sobre la cara. Incapaz de mirar­me directamente, me despachó bastante rápido.

Fuera de la tienda me senté en uno de los bancos blancos que había por toda la calle y garabateé unas líneas. Tras cerrar el sobre, me dirigí al otro lado de la calle y acorté entre una librería y una tienda de regalos. No tenía que mirar atrás para saber que el Guardia seguía detrás de mí. Diez minutos después subí los anchos escalones de la casa de playa de Lucian y deslicé la note bajo la puerta.

Había bastantes probabilidades de que no la recibiese, pero me sentía menos culpable por gastarme mi mini fortuna en ropa nueva para la vuelta a las clases. Y es que no podía tener sólo ropa verde y de entrenamiento todo el año.

Me apresuré lejos de su porche por si acaso estaba en casa y me pillaba allí. Con mi bolsa llena de cositas olorosas, me dirigí de vuelta a la isla del Covenant.

—¿Señorita Andros?

Suspiré, me giré y miré al Guardia acosador. Ahora estaba con su compañero, tenían los dos una expresión anodina en la cara.

—¿Sí?

—La próxima vez que desee abandonar el Covenant, por favor pida permiso.

Puse los ojos en blanco, pero asentí. Había vuelto al principio desde que volví al Covenant. Aún necesitaba que me cuidasen.

De vuelta en el campus, hice una parada más antes de verme con Caleb: el jar­dín. Los hibiscos eran las fores preferidas de mamá, y había bastantes forecidos. Me gustaba pensar que olían como el trópico, pero nunca había captado ningún olor en ellas. A mamá le gustaban simplemente por lo bonitas que eran. Cogí como media docena y salí del jardín.

Según me acercaba a la residencia de las chicas, vi a Lea sentada en el porche delantero con algunas otras mestizas. Se la veía mejor que la última vez.

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