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Authors: Douglas Coupland

Microsiervos (27 page)

BOOK: Microsiervos
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Sábado
Día de Año Nuevo de 1994

Abe ha salido en dirección al aeropuerto de SFO y nos hemos ido todos a dar un paseo en la Carpa: Karla, Ethan, Todd, Bug y yo.

Hemos pasado por delante de la casa de Thomas Watson Jr., en el número 99 de Notre Dame Avenue, San José, California. Watson llevó a IBM a la época de los ordenadores y lo hicieron presidente de la compañía en 1952. En 1953 desarrolló el primer dispositivo de almacenamiento para ordenadores con carácter comercial. Murió un día de fin de año.

Hemos oído por la radio que Bill se ha casado en Lanai, en Hawai, y hemos gritado tan fuerte que la Carpa casi se sale de la carretera. Y, por lo que parece, Alice Cooper también estaba ahí. De modo que, para celebrarlo, hemos puesto nuestras viejas cintas de Alice Cooper y hemos comprado un kit de fondue «Joey Heatherton» en una tienda de segunda mano y después lo hemos enviado por correo a Microsoft. Probablemente pensarán que es una bomba.

«¡Venga!, Bill, por favor, por favor, dame otro pedacito de queso caliente y con burbujitas», ha susurrado Susan con voz de niña desde el asiento trasero.

«Me siento como si estuviéramos en un programa de protección de testigos —ha dicho Todd—. Puedes dejar a Bill, pero Bill nunca te dejará a ti.»

Hemos ido también a The Garage, el Museo Técnico de la Innovación en San José. Esperábamos una exposición del tipo «Los piratas del Caribe», con
dead-heads
bionanimatrónicos manipulando un Altair en la reproducción de un garaje de Sunnyvale del año 1976.

En lugar de ello, había una habitación vacía, un simulador de proteínas en 3D de Silicon Graphics y un mapa de cromosomas en la sección de biotecnología:

Bocio: base del par de genes n.° 8

Epilepsia: mitad inferior del par de genes 20

Cabello rojo: mitad del par 4

Albinismo: parte inferior del par 11.°

Karla ha dicho que una cuarta parte de los gatos totalmente blancos son sordos: el rasgo de la blancura y el de la sordera están unidos y no es posible poseer uno sin que exista posibilidad de que aparezca el otro.

Esto ha derivado en una discusión sobre algoritmos relacionados con la cría de animales que ha durado hasta que hemos llegado a Berkeley, donde nos dirigíamos a una fiesta tipo
yuppie
en casa de un amigo de la universidad de Karla. Ethan ha bebido demasiado y ha contado chistes fuertes, y los
yuppies
no han estado nada contentos. Hemos tenido que llevarlo al jardín trasero y serenarlo un poco. Ha dicho: «Y qué es la cuenta de un bar, sino una sobretasa sobre la realidad .» No tenemos muy claro si tiene problemas con la bebida o qué le pasa.

La música que ponían era de Herb Alpert y Brazil 66. Podía ser la fiesta de nuestros padres, cuando lo del
Apollo 9
. Más tarde, aunque todos nos habíamos puesto de acuerdo en no hacerlo, hemos acabado alrededor de un Mac exclamando oooh y aaaah ante una tentadora muestra de shareware.

Anécdota : Hemos hablado con Pablo y Christine los amigos de Karla —gente tipo «tenemos una vida»— que organizaban la fiesta. Les he preguntado: «¿Estáis casados?»

«Bueno —ha dicho Pablo—, fuimos a Tailandia y un tipo vestido con una túnica de seda amarilla agitó las manos alrededor de nuestros cuerpos y... —Pablo ha hecho una pausa—. Bueno, me parece que no sabemos si estamos casados o no.»

«Fue algo a lo Mick y Jerry», ha dicho Christine.

Más tarde, Pablo ha contado una historia profunda e íntima acerca de cómo encontró la religión en el interior de Tailandia y, justo en el momento más intenso de la narración, en el que todo el mundo guardaba silencio, Ethan ha entrado en la cocina, ha oído algo de la conversación y ha dicho: «¿Tailandia? ¡Me encanta Tailandia! Me muero por comprar una cadena de centros turísticos en Tailandia y Bali, algo así como el Club Med, pero un poco más años noventa. Los llamaré "Club Zen", ¿vale? Por todo el rollo del budismo. Lo llenaré todo de estatuas y monumentos y haré que parezcan auténticos, como si uno estuviera en un monasterio de verdad, pero con priva y biquinis. ¡Eso sí que es el nirvana! En cuanto gane el próximo millón...»

Ha sido un momento muy ethaniano.

¡Ah!, en el museo de San José había un montón de eso que se llama aerogel: un sólido, pero compuesto casi todo por aire. Parecía pensamiento solidificado. Era precioso.

Otro «¡Ah!»: Susan se queja de que Bug pasa las noches en vela triturando papel y el zumbido de las cuchillas la está volviendo loca.

PROPÓSITOS PARA EL AÑO NUEVO

Yo: penetrar en el complejo de Apple

Karla: sin revelar (no quiere que le traiga mala suerte)

Ethan: ralentizar el tiempo

Todd: visitar los depósitos de chatarra más a menudo, levantar 110 kilos y salir con alguien

Susan: colarse con el ordenador en el Departamento de Vehículos de Motor y salir con alguien

Bug: revisar su imagen y salir con alguien

680X0

un Los Ángeles de Lego en llamas

luna

880 Nimitz Freeway

crackers Premium Saltine 1

Control y sensación de dominio

Yo Robot

Los diseñadores del cohete
Apollo
y los ingenieros de la NASA de Houston y Sunnyvale crecieron en los años treinta y cuarenta con los sueños de Buck Rogers y los vagabundeos exoterrestres de
Amazing Stories
.
Cuando esta generación aeroespacial se hizo mayor, optó por construir aquellos sueños en metal.

Martes
4 de enero de 1994

Esta mañana me he levantado enfermo: al final he pillado la gripe. Pensaba que podía ser resaca, pero no. A pesar de que estoy para el arrastre, quiero escribir lo que ha sucedido hoy.

En primer lugar, hacia mediodía, Michael ha entrado de golpe por las puertas correderas en un estado de ánimo radiante y nos ha invitado a ver nuestra... (con tono de voz de presentador de concurso televisivo)... ¡oficina nueva! Ethan ha vendido el Ferrari para poder firmar el contrato de arrendamiento. «¡Adiós a los ochenta!», ha dicho. (Ahora lleva un Honda Civic de 1987. «Me siento como si estuviera en el colegio.»)

Con un desparpajo poco habitual en él, ha gritado: «¡Convoy! ¡Todo el mundo... a nuestra oficina nueva! Usted también, señora Underwood... nos han liberado del Habitrail.»

Nos hemos apretujado en dos coches y hemos ido a través de las afueras cubiertas de viñas y los céspedes cuidadosamente segados de los parques tecnológicos de Palo Alto, donde nadie jugaba al Frisbee, hasta la calle Hamilton, situada una manzana al sur de la calle University, en el centro de la ciudad. Y allí ha sido donde me he enterado de lo que ha estado haciendo mi padre durante todo este tiempo.

Mientras Michael abría una puerta de roble situada en un segundo piso, me ha dicho en un tono de voz destinado a que todo el mundo lo oyera: «Pensé que el talento de tu padre como constructor de trenes eléctricos podría tener aplicaciones traducibles a nuestro mundo...»

La pintura húmeda olía a pepino y nata agria, y me han entrado ganas de echar la papilla, pero se me ha pasado todo cuando he visto lo que temamos ante nosotros... la escultura más envolvente que he visto en mi vida, todo un mundo de Lego: cientos de placas grises de 50 X 50 botones colocadas en el suelo y en las paredes, sujetas todas por diminutos tornillos de latón. Sobre las placas, había construidos rascacielos, animales, laberintos y vías férreas, sobresaliendo de las paredes, doblando las esquinas, pasando por agujeros. Los colores eran llamativos: Lego puro.

Había un esqueleto tendido junto a un pelotón de robots; flores cúbicas crecían junto a los vagones cargados de monedas de cinco centavos que giraban por las vías azules del tren. Había un ayuntamiento de Palo Alto —una moderna caja de los años setenta estilo edificio de oficinas—, y había un 747, y una pipa... y... ¡todos los objetos imaginables! Postes y torres de color, y perros y chalets...

«Me parece que tu padre se merece una reverencia, ¿no crees, Daniel?»

Mi padre, que estaba detrás de nosotros arreglando un castillo, parecía nervioso pero satisfecho, y jugueteaba con un montón de piezas amarillas de dos botones.

El universo que había construido era la fusión de un Guggenheim y un Toys-R-Us. Todos nos hemos quedado pensando. Susan se ha puesto lívida. Ha dicho: «¿Te has gastado todo el dinero que he sacado de la amortización de las acciones en... Lego?» Se ha puesto de color púrpura.

Ethan me ha mirado: «La adicción de Michael.»

Yo también estaba desconcertado. En la magia del momento, he mirado hacia un rincón —y me he dado cuenta de que mi madre también miraba— y he visto una casita blanca en el rincón más alejado: brotaba de la pared y tenía una pequeña valla de estacas a su alrededor y seguro que su ocupante vigilaba todo lo que sucedía bajo su ventana. He exclamado: «Oh, papá, esto es... la cosa más real que he visto en mi vida.»

Y entonces me he preguntado sobre cómo descubrimos la belleza que reside en el interior de la gente, y las extrañas maneras que el mundo tiene para hacer que esta belleza salga al exterior.

Voy a escribir lo que viene a continuación sólo porque es lo que ha sucedido y, como estoy enfermo, no quiero que se me olvide: podría borrarme la memoria sin querer. Quiero una copia de seguridad.

Lo que ha sucedido es que, cuando todos estaban con los oohs y los ahhs mientras miraban las esculturas hechas con Lego (y acotando sus nuevos lugares de trabajo), los colores que tenía ante los ojos han empezado a flotar, las palabras de todo el mundo han dejado de tener coherencia dentro de mi cabeza, he tenido que bajar a la calle en busca de aire fresco y he salido por la puerta dando tumbos.

Era un día cálido y soleado —¡Oh, California!—, he caminado al azar y he terminado en la resplandeciente plaza del ayuntamiento de Palo Alto, cocida en la luz blanca del cemento al sol; a mi alrededor, los funcionarios zumbaban en todas direcciones y se dirigían a comer con aire eficiente. He oído pasar coches.

Mi cuerpo estaba perdiendo la capacidad de regular la temperatura y tenía frío y calor alternativamente, no estaba seguro de si tenía hambre o de si el virus me había desactivado el estómago; me sentía como si mi sistema estuviera a punto de bloquearse.

Me he sentado en el calor y la luz de los escalones inferiores del edificio, sintiéndome mareado, sin saber muy bien dónde estaba, y entonces me he dado cuenta de que había alguien a mi lado, y era mi padre. Y ha dicho: «No te encuentras bien, ¿verdad, hijo?»

Y yo he dicho: «Nnn... no.»

Y él ha dicho: «Te he seguido por la calle. He estado detrás de ti todo el rato. Es la gripe, ¿no? Pero hay algo más que la gripe.»

No he dicho nada. «¿Verdad?», ha preguntado. «Sí.»

«Soy un hombre joven, Daniel, pero estoy atrapado en este viejo saco de huesos. No puedo evitarlo.»

«Papá...»

«Deja que termine. Y por eso piensas que soy viejo. Crees que no entiendo las cosas. Que no me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor, pero claro que me doy cuenta. Y me he dado cuenta de que tal vez estoy demasiado alejado de ti y de que quizá no paso bastante tiempo contigo.»

«"Tiempo-presencia"», he dicho, y he lamentado esa mala broma en el mismo momento en que pronunciaba esas palabras.

«Sí, "Tiempo-presencia".»

Han salido dos secretarias riendo de algún chiste que estaban contando, y ha pasado a nuestro lado un
yuppie
con un fajo de documentos.

El interior de mi cabeza ha bajado en picado, como si estuviera dando una vuelta en la montaña rusa del parque de atracciones Knott's Berry Farm. Me he encontrado diciendo: «Michael no es Jed, Papá. No lo es. Ni yo tampoco. No puedo estar todo el rato intentando mantenerme a su altura. Porque por mucho que corra, nunca lo atraparé.»

«¡Oh, hijo mío...!»

En ese momento, yo tenía la cabeza entre las piernas y tenía que mantener los ojos cerrados porque la luz de la plaza me hacía daño, y me he preguntado si así era como se le ponían los ojos a Ethan cuando tomaba sus medicamentos antidepresivos, y entonces me he puesto a pensar en la pequeña piscina de plástico en la que Jed y yo jugábamos cuando éramos pequeños, y creo que la cabeza me estaba funcionando mal.

Y entonces he sentido los brazos de mi padre alrededor de mis hombros, me he estremecido y me ha atraído hacia él.

Me encontraba demasiado mal y no he entendido lo que mi padre me decía: «Tú y tus amigos me habéis ayudado cuando yo estaba perdido. Todos vosotros, con vuestra ayuda y vuestro cariño espontáneo, me habéis salvado en un momento en que nadie más podía salvarme. Y ahora yo puedo ayudarte a ti. Estaba perdido, Daniel. Si no fuera por ti y por tus amigos, nunca habría encontrado los espacios verdes o las aguas tranquilas. Ahora no tendría tranquilidad de espíritu...»

Pero ya no sé qué le he contestado. Tengo leves recuerdos: mis brazos tocando el cemento caliente, una señal de stop, una rama de sagú rozándome la mejilla; el rostro preocupado de mi padre mirando por encima del mío; las nubes encima de mi cabeza; pájaros y árboles; los brazos de mi padre sosteniéndome; depositándome en el parque Lego; mi madre diciendo: «¿Daniel?», y la voz de mi padre diciendo: «Está bien, cariño. Sólo necesita dormir mucho, mucho rato.»

5
Trekpolítika
Lunes
17 de enero de 1994

Un terremoto ha sacudido Los Ángeles a las 4.31 de la mañana y las imágenes han empezado a llegar de inmediato vía CNN. Karla y yo nos hemos quedado en casa para verlas y Ethan, hijo del valle de Simi, que lo ha oído por la radio mientras venía de San Carlos, ha cruzado corriendo el chorro del aspersor de nuestro jardín para poder verlo en nuestra tele. (Su factura de Cablevisión sigue pendiente de pago.) Los daños parecen localizados, pero son muy grandes: el Valle de San Fernando, Northridge, Van Nuys y parte de Santa Mónica y Pacific Palisades.

«¡Las autopistas! —gemía Ethan—. Mis queridas autopistas... la de Antílope Valley, destripada y destrozada, la 405, hecha una ruina, la autopista de Santa Mónica en La Ciénega... todas destruidas.»

Nunca habíamos visto llorar a Ethan. Ante un paso elevado especialmente destrozado, me ha dicho: «La primera vez que besé a una chica fue junto a esa salida de autopista: nos sentábamos en el terraplén y mirábamos pasar los coches.»

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