¡Muérdeme! (13 page)

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Authors: Christopher Moore

BOOK: ¡Muérdeme!
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—Oh, sí. En China se usó cuando yo era niña y unos gatos vampiro invadieron la ciudad.

—¿Y aún tienen la receta en una tienda de la calle Stockton?

—Es una buena receta —dijo añadiendo al agua lo que quedaba del paquete.

—¿Y cómo vas a usar esto?

—Con petardos.

—Esto es húmedo, ¿cómo va a usarse con petardos?

—No lo sé, pero me gustan los petardos.

Los Animales se taparon la nariz y empezaron a salir de la cocina.

—Huele a culo de mofeta fermentado —dijo Jeff.

La abuela dijo algo en cantonés, seguido de un «cabrones» pronunciado en un escalofriante inglés sin acento.

—¿Qué? ¿Qué ha dicho? —preguntó Jeff.

—Ha dicho: «Así es como se sabe que la receta es buena, caballeros» —respondió Troy Lee.

El Emperador

Un sótano oscuro. Mil gatos vampiro durmiendo. Un vampiro que fue humano. Un enorme híbrido de gato vampiro  afeitado. Le quedaban cinco cerillas. No había salida. Faltaba media hora para el atardecer, quizá menos.

El Emperador no era hombre inclinado a usar tacos, pero tras calibrar la situación y quemarse los dedos con la cuarta cerilla que le quedaba dijo:

—Pues menuda mierda.

No había solución, hay veces en que un hombre, hasta el más valiente y noble de los hombres, debe decir en voz alta la cruda verdad, y la verdad era que su situación era una mierda.

Había intentado todo lo que se le había ocurrido para escapar del sótano, desde usar grandes bidones vacíos de cincuenta y cinco litros para construir una escalera hasta la ventana hasta pedir ayuda a gritos como un hombre ardiendo, pero ni siquiera desde la plataforma de bidones consiguió la palanca o la fuerza necesaria para apartar el contenedor de la ventana.

Podía oír a Holgazán y a Lázaro gimoteando en el callejón.

Todas las demás ventanas estaban tapiadas, las puertas de acero atrancadas, y, por supuesto, hacía mucho que los ascensores y cables habían desaparecido de los huecos de ascensor (lo descubrió tras pasarse una hora intentando abrir las puertas con una barra metálica que cogió de los estantes donde Tommy Flood se acurrucaba con la cosa-Chet). Por el hueco del ascensor se filtraba un polvoriento rayo de atardecer procedente de alguna parte, y eso le indicó que no podría subir por allí y que la noche estaba peligrosamente cerca, ya que la luz estaba teñida de un ligero color anaranjado.

Lucharía, oh sí, no se rendiría sin luchar, pero hasta ese pequeño espadachín magníficamente ágil había caído bajo el ataque de los gatos. ¿Qué posibilidades tenía él en la oscuridad, con solo una barra metálica por arma? Había mirado en los bidones vacíos buscando algún acelerador con el que poder quemar a sus enemigos antes de que despertasen, pero no había tenido suerte. Los barriles habían contenido algo seco o sólido, y de no ser así tampoco habría sabido cómo evitar asfixiarse con el humo de los gatos quemados.

Entonces, pensando en la forma de escapar de las llamas, se le ocurrió un modo de salvarse. Volvió a la despensa donde estaban Chet y Tommy y encendió una de sus preciadas cerillas para orientarse. Sí, la puerta tenía cerrojo, y dentro había suficientes barriles y estantes como para construir una barricada. La cerilla se apagó y palpó por todo el cuarto hasta tocar la espalda de Tommy, su carne fría. Cogió a su antiguo amigo por las axilas y lo arrastró fuera del estante hasta sacarlo de la habitación, tropezando por el camino. Tiró el cuerpo fuera e hizo una mueca por el crujido que se escuchó cuando cayó sobre los cuerpos inmóviles de los gatos muertos.

Volvió en la oscuridad, palpando hasta encontrar el pelo de Chet. Buscó lo que creía que eran sus patas delanteras y volvió a recorrer la habitación remolcando al enorme gato vampiro afeitado. Chet pesaba menos que Tommy, pero no por mucho, y el Emperador estaba sin aliento. No podía permitirse parar. El rayo de luz del hueco del ascensor ya era rojo.

Oyó a Holgazán ladrar al otro lado de la ventana.

—¡Huid, hombres, corred! ¡Idos de aquí! Os encontraré por la mañana. ¡Huid!

Nunca había alzado la voz a los hombres, ni siquiera cuando estaban en peligro, y oyó a Lázaro gemir ante su orden, y luego el sonido de Holgazán gruñendo al ser arrastrado por el cogote. Ya comprendería el mensaje cuando estuviera a una o dos manzanas de distancia. Los hombres estaban a salvo.

Cerró la puerta metálica, tirando de ella hasta oír el chasquido del cierre. Luego dedicó la penúltima de sus cerillas a examinar el sencillo cerrojo y echar un último vistazo a la habitación, intentando memorizar dónde estaban los barriles y estantes que tendría que mover a oscuras.

Cuando se consumió la cerilla escuchó agitación fuera. A la derecha de la puerta había unos estantes metálicos. Los cogió y los derribó ante la puerta. Sí, la puerta se abría hacia fuera, pero ¿qué más daba eso? Cuantas más cosas pusiera entre los gatos vampiro y él, mejor. Cogió la ropa que tenía a sus pies y la lanzó sobre los estantes, y luego retrocedió, arrojando ante él todo lo que tocaba, como si cavara un túnel hacia el fondo. Finalmente se arrastró hasta la estantería donde se habían acurrucado Tommy y Chet y se quedó allí mirando hacia la puerta. Buscó el mango del cuchillo de cocina que llevaba a la espalda, lo sacó y lo sostuvo ante sí.

Al otro lado de la puerta se oyeron ruidos de gatos, maullidos, siseos y aullidos. Habían despertado y se estaban moviendo. Un arañazo en la puerta, seguido de un torbellino de arañazos, como si alguien hubiera enchufado una pulidora, y todo se acalló con la misma rapidez con que había empezado y solo pudo percibir su propia respiración.

No. Había movimiento. Un ligero rumor de ropas, seguido de un suave ronroneo. Y venía de su lado de la puerta, estaba seguro. El Emperador sujetó el cuchillo con los dientes y encendió la última cerilla. La habitación estaba tal y como esperaba que estuviera, con una pila de restos y barriles, pero de debajo de los estantes que bloqueaban el paso a la puerta ascendía una capa de niebla que se desplazaba por el suelo hacia él, moviéndose en pequeñas oleadas que se asemejaban al sonido de un ronroneo.

13

Las crónicas de Abby Normal,

quien al verse mancillada por la infame marca de la mordedura de rata debe encontrar quien la asesine

¿Cómo habría podido imaginar que mi karma de trágico fracaso extendería sus viscosos tentáculos para encapullar a mi heroico Fu más allá de nuestro apasionado romance?

Pues eso, que estaba superhistérica porque los polis habían estado a punto de pillar a la condesa y necesitaba desahogarme con Fu, y no tuve oportunidad porque nada más volver a la guarida de amor, corrí al consuelo de sus brazos, y lo tiré suavemente al suelo donde lo besé con lengua hasta provocarle arcadas de éxtasis. Entonces me apartó como si yo fuera un chicle Sabrosiglobo que hubiera perdido la parte sabrosa de tanto masticarlo.

Así que va y me dice: «Ahora, no, Abby. Tenemos una crisis».

«Tú sí que vas a tener una crisis, pedazo de empollón, la crisis de mi tacón en tus pelotas», le solté con mi tono más hiphopero de fulana de barrio.

Y él ignora del todo mis sentimientos heridos y dice: «¡Jared, la puerta! ¡Ha dejado la puerta abierta!».

Así que Jared se tambalea por todo el
loft
hasta llegar a la puerta, y yo le suelto: «Me estás dando de sí las botas».

Y Jared dice: «¡Niebla de ratas! ¡Niebla de ratas! ¡Niebla de ratas!».

Y yo: «No me llames eso, zorra. ¿Quién te sujetaba el pelo cuando te bebiste esa botella de crema de menta y potaste verde durante una hora?».

Y Fu va y dice: «Abby, mira».

Me señala las jaulitas de plástico de la mesita de café, que están vacías, y luego el vapor que flota por la habitación y que sale de debajo de la nevera de la cocina y eso.

Y yo: «Explícate,
s’il vous plaît
».

Y Fu: «Cuando anocheció, las ratas despertaron ya como vampiros. Y Jared y yo empezamos a poner en las botellitas de agua la sangre que se dejó Jody. Pero cuando nos dimos la vuelta ya se estaban escapando las que aún no habíamos dado de comer. Y entonces vimos que de alguna de las jaulas salía niebla, y la niebla iba a por las bolsas de sangre».

«Y muerden», suelta Jared.

«Sí que muerden», suelta Fu. Y se levanta la pernera del pantalón y me enseña dónde lo han mordido como una docena de veces.

Y voy yo y digo: «No puedes volverte vampiro sin mí».

Y él: «No, para eso debería tener en mí algo de su sangre, y he tenido mucho cuidado para que no pasara».

Y de repente tengo un chorro de niebla subiéndome por las botas (llevaba mis Doc Martens rojas) y de él sale una cabecita.

Entonces Fu saca una raqueta de tenis como de la nada y sacude a la cabeza de rata, que atraviesa la habitación para dar contra la pared, dejando atrás como una cola de cometa de bruma.

¡Lo sé! Una raqueta de tenis. ¿QCÑ?

Y voy yo y digo: «¿De dónde has sacado una raqueta de tenis? ¿Es algún secreto tuyo?».

«Se te escapa lo importante», canturrea Jared, como si se me escapara lo importante. «¿Es que no te enteras? Lo que debemos hacer es ponernos histéricos porque nos van a comer, doña Inconsciente.»

Y en ese momento la niebla empieza a tomar forma y a venir a por mí, y Fu vuelve a lanzar a otra rata de niebla al otro lado de la habitación.

Y yo digo: «Vale, lo pillo. ¿Qué hacemos?». Y como que hago un gesto señalando el botón de mi chupa solar, porque Fu le cambió las baterías, que las sacó de un ordenador portátil, y estoy pensando en tostar roedores.

Y Fu me suelta: «No, todavía no. Tenemos que pensar en un modo de poder estudiarlas. Necesito que vuelvan a ser ratas. Y tengo que descubrir cómo se manifiesta esta niebla. Porque, técnicamente, esto no es posible».

Y yo le digo: «¿Quieres decir que es magia?».

«Quiero decir que no sé de nada así en la naturaleza.»

«Como la magia.»

«La magia no existe.»

«La condesa dice que es magia.»

«Mi abuela cree que el microondas es magia.»

Así que yo suelto: «¿Y no lo es?».

Y Fu suelta: «La magia solo es ciencia que aún no comprendemos».

«Te lo dije.»

Y él suspira hondo y me pone su cara de científico exasperado, y suelta: «Tenemos que devolverlas a las jaulas. No pueden alimentarse cuando están con forma de niebla, así que solo hay que hacer que coman para cogerlas y meterlas en las jaulas».

Y yo suelto: «¿Te puedes creer que Tommy no pudiera aprender en cinco semanas a convertirse en niebla y que tus ratas lo hayan hecho como de la noche a la mañana? Debe de ser un retrasado total».

«O tenemos ratas genio», dice Jared, mientras Fu le quita de un raquetazo otra cabeza de rata de la pierna.

Y voy yo y digo: «No, no creo que sea eso. ¿Por qué no ponéis sangre en un plato y cuando se vuelvan sólidas para comer, las mandáis a la jaula de un raquetazo?».

«Lo hemos intentado ya. Lo adivinaron», dice Fu.

Y Jared va y dice: «¿Lo ves? Son ratas genio».

Entonces, voy y le digo a Fu: «Tiene fijación con las ratas».

Fu dice: «Sí. Lo he notado. También se vuelven sólidas cuando las expongo a la luz ultravioleta, pero entonces empiezan a quemarse».

Entonces Jared dice: «Una vez que Lucifer Segundo se quedó atrapada en el desagüe del garaje, la sacamos usando la aspiradora de mi padre».

Y Fu va y dice: «Eso es. Podemos cogerlas con un aspirador».

Y yo: «¿Y no se escapará la niebla por el otro lado?».

«Puedo poner en el depósito del aspirador una luz ultravioleta muy débil. Quizá baste para volverlas sólidas sin quemarlas. Haré algunas pruebas mientras estás fuera.»

Y voy yo y le digo: «Fu, sabes que me pones cachonda cuando te pones en plan empollón, pero ¿qué quiere decir “mientras estás fuera”?».

Y va él y responde: «“Mientras estás fuera”, yendo a por la aspiradora. No tenemos aspiradora».

Así que miro a Jared, tan inútil, tan tambaleándose sobre mis botas Skankenstein®, y suelto: «Pues no pienso cargar con una aspiradora en el tranvía o en el autobús F. Dame las llaves de tu coche».

Y Fu se queda con la boca abierta a lo «Oh, no» y los ojos a lo anime en plan «¿Quéeeeeee?».

Y yo le digo: «A no ser que quieras a tu coche más que a mí».

Y él dice: «Vale». Y me da las llaves. Lo que resulta que fue muy mala idea por su parte.

Ciao por ahora. Me las piro. Ha llegado la grúa.

Pues eso, que resulta que conducir un coche es mucho más difícil que en
Grand Theft Auto: Zombie Hooker Smackdown
. Aunque los daños han sido como menores, se podrían haber evitado del todo si no hubiera que cambiar tanto de marcha. Todo me fue bien al ir a comprar la aspiradora, porque solo usaba la primera y la segunda. La cosa se torció al volver a casa, cuando empecé a sentirme segura y decidí comprobar si había una tercera. Aun así, todos los gritos y lágrimas por parte de Fu me parecieron como pasados de
emo
, teniendo en cuenta que cuando la grúa bajó el Honda no podían verse los daños si no te arrastrabas bajo el coche y mirabas ahí donde la boca de incendios había reorganizado un par de cosas con alambres. Y los Honda son en su mayoría a prueba de agua, así que tampoco importa mucho, ¿no?

La cosa fue algo así…

Yo iba toda en plan ninja a la ferretería Ace de la calle Castro, pero no aparqué porque eso requiere recular, cosa que no se encuentra en mi conjunto de habilidades. Así que me paro en doble fila y corro dentro y el carroza del mostrador va y me suelta: «No puedes aparcar ahí».

Y yo le respondo: «Que te jodan,
muerdeculos
, busco a un colega».

Pues eso, que encuentro a mi Chapuzas Bob gay y él me suelta: «Cariño, ¿cómo estás? Llevas unas botas de fábula».

Y yo: «Gracias, me gusta tu delantal. Necesito una aspiradora».

Y él: «¿De qué tamaño?».

Y yo: «Para que contenga como cien ratas».

Y él: «Chica, tenemos que irnos juntas de fiesta o de compras y aperitivos».

Y yo me siento como halagada del todo, porque lo de ir de compras es algo sagrado para los gais, pero estoy de misión y le suelto: «En rojo, si lo tienes». Porque el rojo es el nuevo negro y va con mis Docs.

Así que vamos a la sección de aspiradoras, y Bob va y dice: «¿Y cómo está el Señor Oscuro?».

Y voy yo y digo: «Oh, se ha ido. Intentó morderme la yugular, así que la condesa lo tiró por la ventana y eso hirió sus sentimientos».

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