—¿Qué quieres decir? —preguntó Susanne.
—No sé exactamente qué quiero decir. No tengo ninguna duda de que nuestro hombre cree en toda esa mierda, pero quizá no sea lo que lo impulsa a matar. Quizá esté escondiendo otro motivo detrás de todo esto. ¿Por qué borró todos los archivos del ordenador de Blüm? ¿Y por qué robó documentos? Y no soy el único que ha pensando en esta posibilidad.
Entonces, Fabel hizo un breve resumen de lo que le había dicho Brauner.
—¿Frau Doktor? —Van Heiden le invitó a que respondiera a la afirmación de Fabel. Susanne frunció el ceño.
—Es posible. Las personas que tienen un motivo para asesinar a menudo «lo disfrazan» para que encaje con algún otro plan psicológico. —Se dirigió de nuevo a Fabel—. ¿Quieres decir que puede haber una división entre motivo y método? ¿Que su necesidad de matar no obedece al placer o la realización psicótica que el asesino obtiene con el asesinato?
—Exacto.
—Es posible. No puedo decir que sea probable, pero es posible.
La puerta de la sala de reuniones se abrió. Maria Klee entró con una carpeta gruesa y se disculpó por llegar tarde, aunque no parecía muy arrepentida y sí bastante satisfecha de sí misma. Fabel se quedó callado un segundo antes de seguir.
—La única forma de estar seguros —continuó Fabel— es verificando más hechos. Hay que encontrar más pruebas. Si las víctimas están relacionadas de algún modo, tenemos que encontrar esa conexión. Y hay que encontrar a Klugmann y descubrir qué nos oculta. ¿Hemos avanzado en ese tema?
Anna Wolff contestó.
—No, jefe. Lo siento. Es obvio que Klugmann sabe perderse. Estamos vigilando de cerca a su novia, Sonja, pero no ha intentado ponerse en contacto con ella.
Fabel se tocó la barbilla con el pulgar y el índice. Estaba preocupado.
—Quiero que estudiemos más detenidamente la conexión odinista. Tengo un nombre que hay que comprobar, el Templo de Asatru. Werner, también quiero que vayas a visitar al señor MacSwain otra vez y le preguntes dónde estaba cuando asesinaron a Angelika Blüm.
—¿Crees que es un posible sospechoso?
—Bueno, no nos dio tiempo de montar la vigilancia sobre él y, más o menos, podría encajar con la descripción que nos dio la chica del edificio de Blüm. Aunque si los datos son exactos, MacSwain tiene el pelo demasiado oscuro. —Fabel hizo una pausa. Su mente avanzaba, y una irritación amarga se reflejaba en su rostro—. Es imposible establecer los hechos que relacionan a las tres víctimas si no tenemos la identidad de una de ellas. Tenemos que averiguar sin falta la identidad de Monique. Es nuestra prioridad número uno. Alguien, en algún lugar, tiene que saber quién es.
Maria Klee lanzó la carpeta que llevaba sobre la mesa de reuniones. Todo el mundo miró en su dirección; sonreía de oreja a oreja, algo poco habitual en ella.
—Yo lo sé.
—¿Qué? —dijeron Van Heiden y Fabel a la vez.
—Conozco la identidad de Monique. Y tengo que decirte que es una bomba, jefe. —Maria se volvió hacia Van Heiden con aire de desafío—. Y alguien, en algún lugar, nos ha estado ocultando información clave para esta investigación.
—Por el amor de dios, Maria, dinos quién es. —La voz de Fabel sonó tensa y débil. Era el mayor avance en la investigación hasta el momento.
—La víctima se llama Tina Kramer. Tenía veintisiete años. —Lo declaración sencilla de Maria pareció electrificar el aire viciado de la sala de reuniones—. La buena noticia es que he descubierto su identidad. La mala es cómo la he descubierto.
—Al grano, Maria —dijo Fabel.
—Como sabéis, cotejé sus huellas con nuestra base de datos y la del Bundeskriminalamt; es decir, la base de datos de delincuentes fichados. No encontré nada. Así que amplié la búsqueda. Hice la típica comprobación de huellas por eliminación, en la que incluí las huellas dactilares que no pertenecen a delincuentes convictos.
—Pero eso sólo nos deja las huellas de los miembros de la policía… —A media frase, la voz de Van Heiden se apagó y su expresión cambió.
—Exacto… —Maria abrió la carpeta y sacó una fotografía tamaño folio de una mujer. Rodeó la mesa, se puso detrás de Fabel y colgó la imagen en la pizarra con una chincheta, al lado de donde Fabel había escrito «Monique». Maria dio una palmada a la fotografía como si quisiera pegarla para siempre en la pizarra de la investigación. Cogió el borrador y suprimió el nombre «Monique» de la pizarra, y cogió un rotulador de punta gorda para escribir «Tina Kramer» con grandes mayúsculas. Fabel se levantó y se quedó mirando la cara de la fotografía: era la misma que la de la foto del depósito de cadáveres que había colgado al lado. Tenía el pelo más oscuro de lo que él recordaba, peinado todo hacia atrás. Llevaba una camisa de uniforme color mostaza con charreteras verdes. Detrás de él, Fabel oyó que el silencio electrificado de la sala estallaba en un murmullo de excitación. Al cabo de un rato, se dirigió a Maria.
—Mierda, no me lo puedo creer… ¿Es una de los nuestros?
—Sí. O al menos en parte. Pertenece… —Maria se corrigió a sí misma—. Pertenecía a la policía de Niedersachsen, con base en Hanover. Era Kommissarin de la Schutzpolizei. Según los datos que tengo, era de Hamburgo y, atentos a esto, fue trasladada al Bundeskriminalamt; concretamente al BAO, aquí en Hamburgo. —Maria examinó un informe de la carpeta—. Y no es una cagada administrativa con las huellas. En 1995, servía en un Sonder Einsatz Kommando de armas especial de la policía de Niedersachsen con base en Hanover. Hubo un atraco a un furgón de seguridad y se produjo un tiroteo entre los atracadores y la unidad. Recibió un disparo en la pierna. En el muslo derecho. Es nuestra chica, no hay duda.
—¿La trasladaron al BAO? —Fabel se volvió hacia Van Heiden. Su voz era seria y fría.
—Ni se te ocurra, Fabel. —Van Heiden hizo una mueca y un gesto con las manos como queriendo apartar de sí la acusación—. ¡Yo no sabía nada de esto! La Besondere Aufbau Organisation tiene una estructura bastante autónoma…, pero te juro que voy a descubrir quién lo autorizó sin saberlo o aprobarlo.
—Sólo para que me quede claro —intervino Susanne—. ¿El BAO es la unidad especial encargada de la lucha contra el terrorismo internacional?
—Sí —respondió Maria—. Es una colaboración entre nosotros, el Bundeskriminalamt, el servicio secreto del BND y el FBI estadounidense. Su objetivo principal es recabar información de inteligencia.
—Y seguramente llevan a cabo operaciones encubiertas —añadió Fabel. Se volvió hacia Maria—. ¿Seguía en el BAO?
—Sí. Y el traslado comenzó hace poco más de un año.
Van Heiden y Fabel se miraron. Pero fue Werner quien expresó lo que todos estaban pensando.
—Justo antes de que Klugmann fuera expulsado del cuerpo. Esta víctima… —Miró a Maria.
—Tina Kramer.
—Esta víctima, Tina Kramer —continuó Werner—, es agente del BAO, una unidad de inteligencia de lucha contra el crimen y el terrorismo altamente secreta, y también es ex agente del SEK. Y Klugmann es ex miembro del Mobiles Einsatz Kommando.
Maria Klee volvió a ocupar su asiento en la mesa, se recostó en la silla y se pasó los dedos por el pelo rubio y corto.
—A lo que hay que añadir el hecho de que desaparecieran de la escena del crimen una cámara de vídeo y lo que hubiera grabado en ella. Y todo esto cuando asesinan a uno de los principales padrinos del crimen organizado. —Se inclinó hacia delante, entrelazó los dedos y apoyó su peso sobre los codos—. ¿Recordáis que me parecía tener visto a Klugmann?
—Sí… Dios mío, es cierto —dijo Fabel—. Pero no sabías de qué.
—Le he estado dando vueltas. No sabía de qué me sonaba. Pero cuando descubrí quién era Tina Kramer, se me ocurrió mirar el historial de Klugmann en el Bundeskriminalamt. Y ¿sabéis qué? El historial que consta en los registros federales y su hoja de servicios de la policía de Hamburgo no coinciden. Hay un baile de fechas. En concreto, el año en que se licenció en el ejército. Salió seis meses antes de lo que dice su historial y aparece en un lugar muy interesante.
—¿Dónde?
—En Weingarten.
Una sonrisa amarga de complicidad irrumpió en el rostro de Fabel.
—Claro. Tendría que haberlo sabido. ¿La escuela de reconocimiento a distancia de la OTAN?
—Exacto.
—¿Fabel? —dijo Van Heiden, e hizo un gesto de impaciente confusión.
—Están todos en el ajo, joder. Si lleva iniciales, está implicado. —Se dejó caer en la silla y tiró el lápiz sobre la mesa—. La escuela de reconocimiento a distancia en Weingarten es donde se entrena el GSG9. Una unidad antiterrorista de élite que oficialmente está integrada por policías y que forma parte de la policía fronteriza de Alemania. Pero, sin embargo, nuestros primos británicos enviaron al SAS para que entrenara al GSG9.
—En cuanto vi eso, todo encajó —dijo Maria—. Conocí a Klugmann en un seminario en Weingarten, cuando yo estaba en el Mobiles Einsatz Kommando. Sólo intercambié unas palabras con él, y no sabía cómo se llamaba. Llevaba el pelo rapado y estaba mucho más delgado. Pero me apuesto el sueldo de un mes a que era Klugmann. —Apretó los labios, y su boca formó una línea recta desalentadora—. Se trata de una operación secreta. Klugmann es el agente secreto infiltrado, y utiliza tanto como puede su historial real para ganarse credibilidad. Tina Kramer es su control. Tiene una identidad falsa, pero no está infiltrada.
Fabel respiró hondo.
—¡Eso es! Joder. Ahí es exactamente donde nos llevaba este maldito caso. Nuestro supuesto asesino en serie ha eliminado a una agente federal secreta. Es una coincidencia enorme. Tenemos que volver sobre el primer asesinato, la abogada, y ver si hay alguna conexión entre ella y esta policía. Y tenemos que comprobar qué relación tienen con Angelika Blüm. —Se volvió hacia Van Heiden—. Tendremos que echarle la bronca a alguien, Herr Kriminaldirektor. Estamos hasta el cuello de mujeres despedazadas, y estos idiotas andan jugando a los espías. Tendrían que habernos informado de la identidad de esta chica en cuanto apareció muerta.
—Ya sabemos a qué venía esa llamada telefónica de doce minutos a un número inexistente —le interrumpió Werner.
Fabel dio una palmada sobre la mesa.
—¡Dios santo…, tienes razón! Klugmann debió de llamar para recibir instrucciones. El pobre estaba de verdad en estado de choque aquella noche. Se encuentra a su contacto como recién salida del matadero y llama a su control para saber qué tiene que hacer. Le dicen que llame a la policía, pero que siga adelante con la operación y siga infiltrado. ¡Cabrones! —Se volvió de nuevo hacia Van Heiden—. Esto es obstrucción y ocultación de pruebas. Quiero que alguien acabe en la cárcel por esto. ¿Cuento con su apoyo?
Fabel esperaba que a Van Heiden le molestaría que le hiciera esa pregunta delante de todo el equipo. Sin embargo, el rostro de Van Heiden transmitió firmeza, seriedad y determinación.
—Me aseguraré de que consigas lo que necesites, Herr Kriminalhauptkommissar.
Fabel asintió con la cabeza para darle las gracias. Van Heiden sería muchas cosas, pero también era un policía serio y honrado. Fabel se volvió hacia sus dos tenientes.
—Buen trabajo, María, buen trabajo. Igualmente, Werner, por establecer la relación con la llamada telefónica.
—Hablando de eso… —dijo Van Heiden, y descolgó el teléfono de la sala de reuniones y pulsó el botón de su secretaria—. Póngame con el Hauptkommissar Wallenstein del BAO.
Con urgencia, Fabel indicó a su jefe que se detuviera. Van Heiden canceló la llamada y colgó el auricular.
—¿Qué tienes en mente, Fabel?
Fabel sacó el móvil de Klugmann de la bolsa de pruebas. Miró de manera inquisidora a Van Heiden, quien asintió con la cabeza de forma breve y seria. Fabel encendió el teléfono y pulsó la tecla de rellamada del último número marcado. Al otro lado de la línea, el teléfono sonó tres veces. De nuevo, nadie habló cuando descolgaron.
—Soy el Kriminalhauptkommissar Fabel de la Mordkommission de la policía de Hamburgo. Quiero que me escuche con mucha atención y transmita esta información a quien esté al mando. Su operación está en peligro. Lo sabemos todo acerca de Tina Kramer y su otro agente. —Fabel tuvo mucho cuidado en no mencionar el nombre de Klugmann: aún seguía en su papel de infiltrado, y si el presentimiento que había tenido Fabel sobre quién escuchaba al otro lado no era correcto, el error que cometería podría ser letal—. Estoy con el Kriminaldirektor Van Heiden de la policía de Hamburgo y pasaremos un informe completo de la situación al Erste Bürgermeister y al Bundeskriminalamt. —Fabel hizo otra pausa. Tampoco obtuvo respuesta, pero no le colgaron. Ahora la voz de Fabel adoptó un tono más duro, más intenso—. Su agente está en peligro, y su tapadera ha quedado al descubierto. Fuera lo que fuera lo que esperaban alcanzar, ya no es alcanzable. Lo único que están haciendo es obstruir una importante investigación de asesinato. Si no colaboran con nuestra investigación con transparencia total, le prometo que me aseguraré de que se presenten cargos contra aquellas personas que estén detrás de esta operación.
Hubo un silencio eterno, y luego una voz femenina contestó:
—¿Está con nuestro agente?
Fabel miró a las personas sentadas en torno a la mesa con una expresión casi triunfal.
—No. Aún anda suelto. Lo estamos buscando. ¿Con quién hablo?
La mujer obvió la pregunta.
—Hemos perdido el contacto con nuestro agente. Por favor, si lo localiza, avísenos. Llame a este número. En breve, alguien lo llamará, Kriminalhauptkommissar. —Colgaron. Fabel soltó una risa amarga.
—Siempre pensé que había algo raro en Klugmann. Pero nunca imaginé que sería en el buen sentido, ya me entendéis.
—Sigue siendo poli, ¿verdad? —preguntó Werner.
—Sí. No sé seguro para quién trabaja, pero me hago una idea. Bueno, en cualquier caso, pronto lo descubriremos.
Nadie dijo nada. Nadie pareció advertir lo extraña que era aquella situación: una sala llena de agentes de policía en silencio, donde casi se podía cortar el aire, y todos los ojos clavados en el móvil del agente secreto desaparecido. Pasaron varios minutos. Entonces, el timbre electrónico apremiante del teléfono llenó la sala. Todos se sobresaltaron cuando sonó.
Ahora le tocaba a Fabel permanecer callado al coger el móvil y pulsar el botón de responder con el pulgar.
—¿Hauptkommissar Fabel? —Fabel reconoció al instante la voz indecisa que habló al otro lado de la línea, pero estaba demasiado cabreado para las cortesías de rigor.