Fabel lanzó una dura mirada al eslavo. Le parecía que hablaba alemán con bastante solidez, a pesar del fuerte acento.
—¿Qué hacía en el piso de Angelika Blüm? ¿Y qué hacía por fuera de la escena del crimen de Sankt Pauli?
—Como ha señalado su amigo, tenemos interés en el mismo caso. Antes de morir, Frau Blüm estaba investigando ciertas transacciones inmobiliarias en las que participaba el grupo de empresas Eitel, ¿verdad?
Fabel se encogió de hombros para no concretar su respuesta. El eslavo sonrió.
—Estos negocios inmobiliarios se pusieron en marcha para beneficiar a Klimenko International, que es un consorcio con sede en Kiev. Este local en el que estamos estaba ocupado hasta hace poco por Klimenko International.
—¿Eran negocios ilegales? —preguntó Fabel.
El eslavo hizo un gesto con la mano para quitar importancia a esa cuestión.
—¿Técnicamente? Es probable. Dependían de la información que pasaban a Klimenko fuentes oficiales del gobierno de Hamburgo, quizá de un modo más predecible de lo que habrían querido las autoridades.
—Deje que lo adivine, ¿estos negocios se centrarían en la sociedad Neuer Horizont?
—Quizá esté usted más familiarizado con la situación de lo que creía. Sí, Herr Fabel, es correcto. Hay propiedades inmobiliarias por todo Hamburgo que tienen, por sí mismas, muy poco valor comercial. Pero en cuanto se anuncia que una zona va a rehabilitarse o a someterse a una urbanización importante, el valor del suelo en el que está la propiedad inmobiliaria aumenta de un modo espectacular.
—Así que Klimenko International y Neuer Horizont pueden hacer una fortuna comprando barato y antes de tiempo.
—Esa era la idea. Ahora le diré algo que no volveré a repetir y que jamás será capaz de demostrar. Klimenko International es una tapadera de mi Gobierno. Ucrania es un país pobre, Herr Fabel. Sin embargo, tiene el potencial para convertirse en una parte de Europa muy rica y con mucha influencia. Hay gente que utilizaría cualquier instrumento o arma —y quiero decir cualquiera— que tenga a su disposición para asegurarse de que ese potencial se desarrolla. Klimenko International era una de estos instrumentos. Respondiendo a su pregunta…, la razón por la que estaba en el piso de Frau Blüm era descubrir si había algo allí que incriminara a mi Gobierno o pudiera ayudarme a llevar a cabo la misión que tengo encomendada. Luego le explicaré cuáles son los objetivos de esa misión. Pensé que quizá habían pasado por alto algún papel o información que no estuviera relacionado directamente con el asesinato, sino con la operación Klimenko. Los subestimé.
—No fue cosa nuestra. La persona que mató a Angelika Blüm borró todos los archivos de su ordenador, y tenemos la sospecha de que se llevó carpetas de su piso.
El eslavo se quedó mirando perplejo a Fabel y se pasó la mano por la cabeza, tocándose el abundante pelo blanco; luego, continuó hablando con su alemán de acento fuerte y gramaticalmente perfecto:
—Hay un tercer elemento en juego. Un elemento que, en parte, ya conoce. —Hizo una breve pausa, como queriendo puntuar la información proporcionada para enfatizar la importancia de lo que iba a seguir—. El testaferro en Hamburgo de la operación Klimenko era Pavlo Klimenko, el jefe putativo del consorcio. Klimenko es, en realidad, un agente del servicio secreto del SBU con una hoja de servicios impresionante en el ejército. Por desgracia, para aquellos que están detrás de esta empresa, hace algún tiempo se pusieron en juego otros intereses. ¿Le suena el nombre de Vasyl Vitrenko?
Fabel asintió con la cabeza.
—Supuestamente, es el jefe de una organización criminal ucraniana. Una banda nueva que está absorbiendo las actividades de todas las demás bandas de la ciudad.
—Vasyl Vitrenko es… era un alto coronel del Berkut. Vitrenko tiene una hoja de servicios que muchas personas admiran hasta el punto de adularlo. Otras lo consideran un monstruo. El diablo. En otro tiempo, en otro lugar, me encomendaron la responsabilidad de encontrar a Vitrenko y poner fin a sus peores excesos. Vitrenko ha reunido a diez de sus ex oficiales subordinados, hombres que sirvieron a sus órdenes en Chechenia o Afganistán, o en ambos sitios. Estos hombres tienen un historial de valentía extraordinaria y crueldad extrema. Cada uno de estos oficiales se mantiene absolutamente leal a Vitrenko. Más aún, Vitrenko ha prometido hacerlos millonarios. Una promesa que ya está muy cerca de cumplir. Uno de estos oficiales era un tal comandante Pavlo Klimenko.
—¿Así que Vitrenko le robó el plan de corrupción delante de sus narices? —Fabel soltó una risa amarga.
Los ojos verdes del eslavo brillaron bajo la sombría luz artificial del despacho modular.
—Así es, Herr Hauptkommissar. Pero antes de que empiece a relamerse demasiado, querría señalar que su Gobierno también es capaz de llevar a cabo negocios turbios. ¿Cuál era el objetivo de la operación en la que participaba el desventurado Herr Klugmann?
—No estoy dispuesto a hablar de eso con usted.
—¿No? Muy bien, Herr Hauptkommissar. Permítame que responda yo a mi pregunta. Usted cree que Herr Klugmann realizaba una operación de vigilancia para recabar información sobre las actividades de Vasyl Vitrenko y su banda. ¿Correcto?
Fabel se encogió de hombros y asintió con la cabeza.
—Pues no, Herr Fabel. Herr Klugmann sólo tenía un objetivo: contactar y negociar con Vasyl Vitrenko. Klugmann era un agente del BND y tenía que ofrecerle un trato. Su Gobierno, que conoce perfectamente el pasado asesino de Vitrenko y su presente delictivo, está dispuesto a ofrecerle la inmunidad y un negocio lucrativo.
—¿Por qué diablos el Gobierno federal alemán haría negocios con un importante criminal?
—Por los atentados del 11 de septiembre de 2001.
—¿Qué?
—Ocho de los diez terroristas suicidas que llevaron a cabo los ataques contra el World Trade Centre de Nueva York vivieron o pasaron por Hamburgo justo antes del ataque. Ha sido un episodio bastante bochornoso tanto para la ciudad como para el país. En resumen, ustedes los alemanes harían lo que fuera para ayudar a los norteamericanos. Y los norteamericanos necesitan toda la ayuda que puedan obtener. Vasyl Vitrenko es un hombre sumamente inteligente y culto; también es un experto destacado en Afganistán y en el terrorismo islámico. La CIA ha dejado claro al BND que quedarían muy agradecidos si pudieran pescarles a Vitrenko. Su compañero, Klugmann, recibió la orden de iniciar las negociaciones, y el piso en el que mataron a la chica era el lugar donde se llevaban a cabo.
Fabel miró con dureza al eslavo y luego a la chica rubia. No sería la primera vez que la conveniencia y el imperativo de un «bien mayor» primaban sobre la ley. El eslavo lo miraba impasible, dejando que se tomara su tiempo para considerar su respuesta. Al final, Fabel dijo:
—Pero el único contacto que tuvo Klugmann con la nueva banda ucraniana era alguien llamado Vadim. Aparte de él, no estableció ningún contacto.
—No exactamente. Lo que tiene que preguntarse, Herr Fabel, es quién es la fuente de esa información y si tiene algún interés en confundirle. Vadim es, en realidad, uno de los hombres de Vitrenko, Vadim Redchenko, y Klugmann tendría contactos con él en calidad de intermediario principal. Pero Klugmann se reunió tres veces con Vitrenko. El resultado final de estas reuniones tan sólo puedo suponerlo. Pero las pruebas de la decisión de Vitrenko son sanguinariamente evidentes.
—¿Quiere decir que Vitrenko está cometiendo estos espantosos asesinatos?
—No tengo ninguna duda, Herr Hauptkommissar.
ALTONA (HAMBURGO)
Anna lograba charlar con MacSwain de forma relajada, pero apartaba la vista de su perfil de vez en cuando para mirar por la ventanilla o al parabrisas del Porsche y lanzar así cuerdas de seguridad, anclándose cada vez a un panel de señalización o algún punto de referencia. Iban en dirección al Elba. ¿Dónde diablos la llevaba?
—Estoy intrigada —dijo Anna, trasladando a su voz la máxima calma.
MacSwain sonrió con complicidad.
—Tengo en mente una cosa muy especial para ti, Sara. Te prometo que es algo que no olvidarás…
Paul Lindemann se estremeció, como si la frase de MacSwain, escuchada a través del micro de Anna, le hubiera afectado profundamente. Se volvió hacia Maria, que estaba sentada a su lado en la parte de atrás de la furgoneta Mercedes.
—Esto no me gusta nada…
—Todavía no ha dicho o hecho nada que sugiera que deberíamos intervenir. Anna se está desenvolviendo bien. Y los estamos siguiendo de cerca. Intenta relajarte.
La mirada inexpresiva que Paul lanzó a Maria no sugería que los comentarios de ésta le hubieran convencido o tranquilizado. Se llevó la radio a los labios y pidió a los dos vehículos de seguimiento que lo pusieran al día. Ambos le confirmaron que el contacto visual era bueno y que los vigilaban de cerca.
—El objetivo acaba de entrar en Helgoländer, dirección sur —informó la voz del principal coche de vigilancia—. Parece que nos dirigimos hacia Landungsbrücken…
Paul agarró más fuerte la radio, como si al hacerlo pudiera extraer de ella información más satisfactoria.
—Kastor cuatro-uno a Kastor cuatro-dos… —El primer coche llamó al segundo—. Voy a retirarme. Adelántame y ponte a la cabeza. Kastor cuatro-cuatro… —El coche principal llamaba ahora a uno de los motociclistas—. Mira a ver si puedes colocarte delante y entrar en Landungsbrücken…
Se produjo otro silencio.
—Kastor cuatro a Kastor cuatro-cuatro… —A Paul se le acabó la poca paciencia que le quedaba—. Informa…
—Hemos entrado en Landungsbrücken… —Hizo una pausa y luego añadió con un tono perplejo—: Parece que nos dirigimos a Baumwall y el Niederhafen… o el Hanseboothafen… Ahora el objetivo está en Johannisbollwerk.
Anna sintió que el nudo que tenía en el estómago se tensaba. MacSwain salió de la carretera portuaria principal y pasó por los pontones que separaban los muelles del Niederhafen y del Schiffbauerhafen, que ofrecían atracaderos para los expositores y visitantes de la Feria del barco Hanseboot. Aparcó el Porsche y rodeó el coche para abrirle la puerta a Anna. Ella se quedó quieta un momento. Oía el chirrido, el tintineo y los zumbidos del bosque de mástiles de los yates que la rodeaban.
—Vamos —dijo MacSwain sin impaciencia—. Quiero enseñarte algo.
Anna tembló involuntariamente al bajarse del coche, aunque la noche no era fría. MacSwain no lo vio, porque estaba cogiendo la cesta de mimbre del asiento trasero. Cerró la puerta y utilizó el mando del llavero para cerrar el coche y poner la alarma. Con la cesta en la otra mano, extendió el codo para que Anna lo agarrara del brazo. Ella sonrió y lo hizo. Cruzaron el pontón hacia Überseebrücke. De repente, MacSwain se detuvo junto a un barco a motor pequeño pero elegante y que parecía caro.
—Ya hemos llegado. Es pequeño, pero cómodo y rápido. Nueve metros de eslora. Tres metros de ancho.
Anna se quedó mirando la embarcación. Era de un blanco inmaculado y tenía una única raya azul pintada en el casco. En prestigio y elegancia, era el equivalente acuático del Porsche de MacSwain.
—Es precioso… —La voz de Anna sonó apagada y vacía. En aquel momento no tenía ni idea de qué iba a hacer.
—¡Joder! Tiene un barco. —Paul miró a Maria con los ojos desorbitados—. Si Anna sube y MacSwain sale del puerto, los perderemos. Mierda. No se nos ocurrió que podía tener un barco. Voy a llamar al equipo para que la saque de ahí…
Maria Klee frunció el ceño.
—Pero eso tirará por tierra toda la operación. No podemos detenerlo por nada; no ha hecho nada malo. Lo único que haremos será descubrir la tapadera de Anna y alertar a MacSwain de que está bajo sospecha. Y Anna aún no nos ha pedido que intervengamos.
—Dios santo, Maria, si la saca al río, estará totalmente desprotegida. No podemos dejarla así de expuesta… —Cogió la radio. Maria puso la mano sobre la suya.
—Espera, Paul —dijo Maria—. Podemos avisar a la Wasserschutzpolizei y quizá incluso podamos solicitar un helicóptero. Estamos justo entre la policía portuaria de Landungsbrücken y la Wache de Speicherstadt; podemos conseguir refuerzos en el río en cuestión de minutos. Dile al equipo que avance, pero que se mantenga a distancia. Si sospechamos que Anna tiene problemas, podemos hacerles intervenir antes de que salga del atracadero. —Maria cogió su móvil con un gesto decisivo—. Llamaré a la Wasserschutzpolizei…
La mente de Anna iba a toda velocidad. Aquél era un elemento que no había previsto en su plan. Simplemente, se quedó mirando perpleja las líneas elegantes del barco como si mirara un arma cargada que apuntara en su dirección. Había bajado la guardia, y MacSwain lo notó.
—¿Sara? ¿Pasa algo? Esperaba que te impresionaría…
La voz de MacSwain devolvió a Anna al instante a la tarea que tenía entre manos.
—Lo siento. Es que los barcos no son lo mío, precisamente.
—¿Cómo? —MacSwain estaba escandalizado—. Eres de Hamburgo, ¿no? ¡Llevas el mar en la sangre! —MacSwain bajó por la pequeña escalera metálica, sujetando con cuidado la cesta con la mano que tenía libre. La dejó sobre la cubierta y extendió la mano para ayudar a Anna a bajar del muelle.
—No…, en serio, John… Tengo un problemilla con los barcos. Me mareo. Y me dan miedo…
MacSwain esbozó una gran sonrisa y sus ojos verdes brillaron bajo la luz tenue.
—No te pasará nada. Sube a ver qué tal. Ni siquiera lo pondré en marcha. Si no estás a gusto, iremos a cenar a la ciudad… Sólo pensé que sería bonito ver las luces de la ciudad desde el agua.
Anna tomó una decisión.
—De acuerdo. Pero si no estoy a gusto, vamos a otro sitio… ¿Trato hecho?
—Trato hecho…
En la furgoneta de mando, Paul miró a Maria muy serio y le dijo:
—Llama a Fabel.
SPEICHERSTADT (HAMBURGO)
—Yo fui comandante de las fuerzas del Ministerio del Interior soviético. Del MVD Kondor. Los norteamericanos suministraron a las fuerzas rebeldes las armas más sofisticadas, y pronto la guerra en Afganistán se convirtió en el Vietnam de la Unión Soviética. Fue una época terrible. Había sido siempre una guerra muy violenta, pero cada vez volvían más chicos en bolsas de plástico. Y lo que era peor, muchos de ellos desaparecían sin dejar rastro. Era evidente que no estábamos ganando el conflicto, y las actitudes eran cada vez más inflexibles. —El eslavo sacó una cajetilla de tabaco con letras cirílicas del bolsillo de su abrigo y se lo ofreció primero a Fabel y luego a Mahmoot. Los dos dijeron que no con la cabeza. El hombre se encogió de hombros, sacó un cigarrillo sin filtro y se lo colocó entre los labios ligeramente carnosos. Sacó del bolsillo un pesado encendedor de cromo; Fabel vio que tenía una especie de emblema con un águila. Las hebras de tabaco crujieron cuando encendió el cigarrillo y dio una larga calada—. No me siento orgulloso de todo lo que pasó durante esa época oscura, Herr Fabel. Pero la guerra es la guerra. La guerra se alimenta, por desgracia, de represalias. En Afganistán, las represalias se volvieron cada vez más extremas. En ambos bandos.