—Pues yo te digo que esas dos al final acaban casándose, ya lo verás. Y si no, tiempo al tiempo…
—¡Uy, casarse dice! Tú menciona la palabra matrimonio en presencia de Ruth y la cabeza le empezará a dar vueltas como a la niña del exorcista…
—Lo que te digo, que tus amigas le tienen alergia a la convivencia…
—Bueno, Juan y Diego llevan un porrón de años viviendo juntos…
—Es que he dicho tus amigas, no tus amigos. La verdad es que siempre he pensado que Juan y Diego son los más sensatos del grupo…
—¡Hombre, muchas gracias!
—No te incluía a ti, boba. Me refiero a Ruth y a Ali.
—Pero a Ruth aún no la conoces.
—Pero por lo mucho que me hablas de ella es como si la conociera hace años…
—Joder, ¿tanto hablo de ella?
—Un montón, cariño, pero no pasa nada, sé que es tu mejor amiga. Yo también te hablo de mis amigos. Aunque tú ya los conoces a todos…
—Eso es verdad… ¿Al final a quiénes has invitado?
—Pues a ver… A Chema, a Mónica, a Raquel, a Tomás, a Miriam y a Nacho y Laura…
—¿Todos te han dicho que sí?
—Casi todos. Incluso Nacho y Laura. Dejarán al crío con los padres de él…
—Empiezo a estar nerviosa con todo esto… Nunca pensé que me fuera a casar…
—Yo también estoy nerviosa, Pilar…
—Es que todavía me cuesta hacerme a la idea…
—¿De qué? ¿De que nos vayamos a casar?
—No, de que podamos hacerlo… No sé, siempre he ido a las bodas hetero y me daba mucha rabia pensar que yo no podría hacerlo…
—Si es que en el fondo eres muy tradicional y te mola ese rollo del noviazgo, la boda, la luna de miel, la decoración del piso…
—¡Pero si ni siquiera nos vamos de luna de miel!
—¡Pues ya nos iremos! Cuando acabemos con lo del piso o cuando sea…
—¿Y me llevarás a un sitio bonito?
—Te llevaré a donde tú quieras, mi niña…
—Me encanta cuando te pones ñoña…
R
uth está inquieta. Son más de las siete y continúa en la oficina cuando su hora de salida nunca es más tarde de las cinco. No tiene trabajo pendiente, no tiene que esperar ninguna llamada, no tiene nada que hacer. Navega por Internet con desidia. Sólo quiere estar sola y, a esas horas, el único sitio en donde puede estarlo es en la oficina. Sara ya habrá llegado a casa. Hace un rato le envió un mensaje a su móvil diciéndole que se retrasaría, que tenía que acabar unas cosas. Sara no le ha contestado. O no ha querido hacerlo o no lo ha visto aún. Y es que Sara sería muy ingenua si no se hubiera dado cuenta todavía de la velocidad a la que Ruth se está alejando de ella. Y Ruth ya no distingue si es por miedo a algo que no acaba de concretar o una simple falta de motivación en sus sentimientos por ella.
A los pocos días de llegar a Madrid, Sara comenzó a trabajar gracias a uno de los contactos de Ruth en otra agencia. No es gran cosa, un mero puesto de recepcionista pero Sara dijo que de momento le bastaba para ir tirando. Y ya queda poco para la boda de Pilar y para que Sara ocupe su habitación en el piso. Ruth no hace más que contar los días para que eso ocurra. Y eso le provoca ansiedad y sentimiento de culpa. No debería estar sintiendo eso.
Agarra el teléfono y llama a Juan. Le pregunta que si le importa que se pase un momento por su casa. Él le dice que no hay problema. Pero, por el tono de voz de Ruth, añade: «¿Estás bien?». «No, no estoy bien», responde ella antes de colgar, apagar el ordenador y salir de la oficina como alma que lleva el diablo.
Para un taxi en cuanto sale del edificio de oficinas y quince minutos después se está bajando frente al portal de Juan y Diego. Su amigo le abre la puerta con cara de preocupación. Espontáneamente, sin pensar muy bien en por qué lo está haciendo, Ruth se cuelga de su cuello y lo abraza. Juan, sorprendido, responde al abrazo mientras cierra la puerta del piso tras ellos. Le dice que Diego no está, lo que implícitamente quiere decir que tiene total libertad para contarle lo que le ocurre. Nunca la ha visto con esa agitación, con esa mirada fúnebre que tiñe sus ojos. La hace pasar al salón y Ruth se sienta en el sofá sin quitarse la chaqueta. Juan pone un cenicero en la mesita lo que propicia que ella abra el bolso, saque el tabaco y empiece a fumar. Da caladas al cigarro mientras sus piernas se mueven con un tic nervioso. Juan se sienta a su lado. «¿Qué es lo que te pasa?» Ruth cierra los ojos y niega con la cabeza. «No lo sé, Juan, no sé qué me pasa… Es Sara, soy yo, es todo. Esta historia me está superando», le dice sacudiendo el cigarrillo en el cenicero. «Pero si estabais muy bien, ¿no?», le pregunta temeroso. «Sí, tú lo has dicho, estábamos bien. Lo estábamos hasta que se vino a Madrid… Ya sé que a mí también me hacía ilusión pero ahora no sé si es tan buena idea. Desde que se vino las cosas han cambiado…» Ruth se quita la chaqueta y la deja a un lado. Apaga el cigarrillo y se enciende otro. «¿Qué es lo que ha cambiado?», le pregunta Juan pacientemente. «Todo, Juan, todo. Me siento agobiada todo el tiempo y lo único que quiero es estar sola. Y cada vez que lo pienso me siento como una hija de puta. Sé que Sara no tiene la culpa de nada. Que soy yo la que tiene un problema…» «Pero, Ruth, tranquilízate. Falta muy poco para que Pilar se vaya de su piso. Entonces Sara se irá de tu casa y las cosas volverán a la normalidad.» Ruth mira a su amigo con los ojos vidriosos. «No creo que las cosas sean tan fáciles, Juan. Empiezo a creer que hay algo que se ha roto.» Juan la mira tratando de hallar la respuesta adecuada. «¿Sabes que desde que se vino a casa no hemos hecho el amor ni una sola vez?», le dice de sopetón. «Y ya ha pasado más de un mes. ¿Tú lo ves normal? Y más en mí…» Juan asiente. «Pero, Ruth, no seas tan drástica, estáis pasando una mala racha. Si yo te contara las temporadas sin sexo que hemos pasado Diego y yo…», se echa a reír para restarle importancia. «Sabes a lo que me refiero, Juan. Además, vosotros lleváis media vida juntos. Sara y yo vamos a hacer ahora un año. Sólo un año. Y así, de repente, todo se ha esfumado.» «¿Y ella?», le pregunta Juan. «¿Ella qué?» «¿Cómo actúa ella? ¿Cómo se comporta?» Ruth esconde la cara entre sus manos meneando la cabeza. «¿Ella? Ella es un encanto —dice descubriendo el rostro de nuevo—. La verdad es que no sé cómo me aguanta…» «Te aguanta porque te quiere, Ruth, tan sencillo como eso.» «Ya…», murmura ella apoyando la barbilla en sus manos y dejando la mirada perdida. «¿Y tú?» «¿Yo qué?» «Que si la quieres.» Ruth clava sus ojos en los de Juan antes de contestar. «No lo sé, Juan. Ese es el problema.»
Son más de las diez cuando Ruth llega por fin a casa. Sara está viendo la televisión. Sus miradas se cruzan un instante. Sara en el sofá, Ruth en el umbral de la puerta. Pasado ese instante ambas fingen normalidad. Sara se levanta y le da un beso a Ruth. Le pregunta si ha cenado. Al responderle que sí vuelve a sentarse en el sofá. Ruth se quita la chaqueta y se sienta junto a ella. Las dos miran fijamente la pantalla sin cruzar una sola palabra. Un rato después, cuando Ruth considera que ya ha pasado el tiempo suficiente, se levanta del sofá, va al baño a lavarse los dientes, le dice a Sara que está muy cansada y se escabulle al dormitorio. No mucho tiempo después, Sara la imita. Apaga el televisor, se lava los dientes y entra en la habitación. Creyéndola ya dormida, se desviste a tientas y se mete en la cama con cuidado. Escucha un inaudible suspiro. Ruth se siente culpable.
Falta menos de una semana para la boda de Pilar. Ruth y Sara, mientras cenan, bromean sobre ello. Hacen conjeturas acerca de cómo será la novia de Pilar y sobre el ser las últimas en conocerla y justo el día de la boda. Por un momento Ruth siente que su ánimo se ha distendido. Se nota mucho más tranquila. Ríe y sonríe con Sara. Recogen la mesa juntas. Ruth friega los platos que Sara la pasa después de vaciarlos en el cubo de la basura. Se van al sofá. Ruth cambia los canales de la televisión con el mando a distancia. Sara se va enroscando sobre su cuerpo. La besa en el cuello. Mete la mano bajo su ropa. Ruth se mantiene quieta, ausente, con la mirada fija en la pantalla del televisor. No responde. Finalmente Sara se da por vencida. Un suspiro exasperado escapa de su garganta. Se aparta de Ruth y la mira. «¿Se puede saber qué te pasa?», le increpa. Ruth la mira con cara de sorpresa. «Nada, ¿por qué?» «¿Como que nada? Ruth, cada vez que te toco es como si no estuvieras. Y tú apenas me tocas, ni me besas ni nada de nada. ¡Joder! ¿Sabes cuánto llevamos sin follar?», dice elevando la voz y levantándose del sofá con fastidio para ir al baño. A Ruth le empiezan a zumbar los oídos. Pero sigue empeñada en hacer como si nada. «¿Es que llevas la cuenta?», le pregunta Ruth sarcástica. «Pues no, no llevo la cuenta», responde Sara volviendo a aparecer en el salón con el cepillo de dientes en la mano. «Pero sé que hace mucho. Bueno, más bien desde que me vine aquí. Y, vamos, no es que tú seas alguien a quien haga falta presionar mucho para echar un polvo.» Vuelve a meterse en el cuarto de baño. Ruth sigue mirando la tele. Deja que Sara se calme sola. «Me voy a la cama», le anuncia de mala gana antes de meterse en la habitación. Ruth continúa viendo la tele.
¿Qué es lo que le ocurre a Ruth? Sería muy fácil juzgarla utilizando la manida psicología de barra de bar y decir que lo que tiene es miedo. Si tan sólo fuera miedo se podría hacer algo al respecto. El miedo puede racionalizarse. Pero cuando una no sabe por qué actúa como lo hace, por qué se siente completamente paralizada en ciertas ocasiones no hay raciocinio que valga. En cada vez más ocasiones Ruth siente que se bloquea, que se vuelve materia inerte que no siente nada, que no quiere sentir, que se sabe atrapada en una red cuya araña no puede ver pero a la que presiente. No podría dar una explicación. Sólo actúa. Sin pensar. Sin argumentar sus decisiones. Ruth sale del trabajo cada día y se va al gimnasio. O queda con Juan para tener alguna charla en la que él insiste en decir que a lo que le ocurre se le llama miedo y ella insiste en que ese no es su nombre. Cuando llega a casa, Sara ya está allí, viendo la televisión, leyendo una revista, hablando por teléfono con alguien. Sara intenta acortar distancias con ella. Pasa por alto su mal humor. Intenta hablar con ella. Le pregunta qué le pasa. Pero siempre recibe la misma respuesta. Nada. Nada. Nada. Nada. Hasta que Sara se cansa y deja de preguntar. Pasan un par de días. Quizá tres. Y Sara vuelve a preguntar. Y de nuevo la misma respuesta. Nada. Nada. Nada. Nada.
¿Es que acaso es un juego para Ruth? Ni ella misma comprende por qué estaba tan ilusionada por tener al fin a Sara cerca, en su misma ciudad, y ahora sólo puede pensar en volver a llegar a su casa y que el silencio sea lo único que la reciba. Porque sí, es verdad, a Ruth le hacía ilusión que Sara viniera a Madrid. Ella dejó claro que no quería vivir bajo el mismo techo pero eso no era óbice para que la presencia de su novia en la misma ciudad que ella habita no la llenara de alegría. Por fin podrían dejar de echarse de menos. No depender de los viajes ni de las ofertas del puente aéreo. No planificar cada minuto que pasan juntas sino ir dejando que las cosas vayan surgiendo. Le gustaba esa perspectiva. Ir a buscar a Sara a su trabajo. Quedar entre semana como cualquier otra pareja. Quedarse a dormir en casa de la una o de la otra, según apeteciera. Ese planteamiento le gustaba. Lo que no esperaba era reaccionar como lo ha hecho durante el último mes. Poco le parece importar la certeza de que Sara se marchará del piso en cuanto Pilar se case y deje libre la habitación del suyo. En los pocos momentos que consigue calmar la desazón, la inquietud que se acrecienta en su interior, se intenta convencer de que en cuanto eso ocurra las cosas volverán a ser como antes. Que ella se calmará y se relajará. Que lo que le está sucediendo es una simple mala racha.
Pero hay otra parte dentro de Ruth, una parte oscura y negativa que va ganando fuerza día a día, que le dice que se está equivocando, que, en el fondo, no es eso lo que ella quiere, que lleva ya un año con la misma persona y ni siquiera puede decir con seguridad que cree que sea la adecuada para ella. Esa parte de Ruth es la que cada día que pasa la obliga a comportarse de un modo en el que ni ella se reconoce.
Habría que decir que esta es la primera vez que a Ruth le ocurre algo así. Aunque también es cierto que, después de Olga, con nadie ha llegado tan lejos como con Sara. Con nadie había durado tanto tiempo ni había hecho tantos planes ni había tenido que cargar con la responsabilidad de que esa persona dejara todo, su casa, su trabajo, su vida, y se trasladase a otra ciudad sólo por estar más cerca de Ruth. Eso la agobia sobremanera. Temiendo defraudarla lo está haciendo doblemente. Porque intuye que tal vez Sara ya se esté preguntando si de verdad ha tomado una decisión correcta viniéndose a Madrid. ¿Para qué estar más cerca de tu novia si esa novia no parece estar feliz de tenerte a su lado?
A veces piensa que si se comporta así es para que Sara se canse y sea ella quien la deje. Su desasosiego es tal que no le importa no ser ella esta vez quien deje una relación. Porque en el fondo sí lo estará haciendo, estará provocando que alguien tome por ella una decisión acorde con lo que ella parece querer. Pero, ¿realmente Ruth quiere que Sara salga de su vida? Se ha acostumbrado mucho a ella. Si Sara la dejara, ella volvería a su rutina de trabajo, copas con amigos y conocidos y algún cuerpo anónimo con el que saciarse de vez en cuando. Eso ya lo conoce. Pero también conoce la relación estable, la convivencia, la incertidumbre de que ese castillo de naipes pueda venirse abajo cuando una menos se lo espera. Y entre una y otra opción sigue sin saber con cuál quedarse.
En otro momento pensó que en una disyuntiva de ese tipo serían los sentimientos los que equilibrasen la balanza. Ahora se da cuenta de que no es tan fácil. ¿Cómo pueden los sentimientos equilibrar nada si Ruth ni siquiera está segura de lo que siente? Si alguien le preguntara si quiere a Sara, si está enamorada de ella, no sabría qué responder. Ya se lo dijo a Juan. Y se lo sigue diciendo cada vez que se ven y él insiste en preguntárselo y en que mire dentro de sí misma en busca de la respuesta. Sabe que cualquier respuesta sería legítima. Si fuese que no, que no la quiere, su desazón tendría un motivo último. Si fuese que sí, que sí la quiere, que sí está enamorada de ella, que sí quiere tenerla en su vida y no sacarla fuera de ella, las razones de su comportamiento seguirían siendo un misterio.
La noche antes de la boda de Pilar, Ruth se encuentra más calmada. Ese mismo fin de semana, Pilar sacará las últimas cosas de su habitación y Sara se podrá instalar en ella. El particular calvario de Ruth que se ha prolongado durante el último mes y medio tocará a su fin. ¿Cambiarán las cosas entonces? Ruth no está segura.