Retorna la vista hacia mí. Me mira fijamente. Poco a poco se va dibujando en sus labios media sonrisa burlona.
—Así que lo de tus reuniones no era cierto…
—¡Pufff…! —exclamo exasperada escondiendo la cabeza en las manos para que no me vea reírme de lo absurdo de la situación—. ¡Por dios, Ruth! Soy una puta administrativa, ¿qué pinto yo en una reunión? Es más, ¿qué clase de reuniones crees que puede tener una editorial jurídica? —digo ya al borde de la carcajada—. No me digas que te lo has creído en algún momento…
Ruth menea la cabeza negativamente y con una tímida sonrisa mientras juega distraída con el azucarillo vacío de su café, la mirada perdida en un punto inconcluso de la mesa.
—Entonces —comienza en un tono calmado y monocorde, todavía sin mirarme—, ¿qué es lo que quieres saber? ¿Si somos una pareja? ¿Si te quiero? ¿Si quiero seguir contigo?
—Pues sí, mira, eso estaría bien —hago una pausa—. Entiéndeme, Ruth, hay momentos en los que tengo la sensación de que vas a salir corriendo.
—No llegaría muy lejos —dice riendo—. Fumo demasiado, me ahogaría enseguida y tendría que parar…
—Ruth… —la reprendo.
—Vale, vale —deja el azucarillo, se remueve en su asiento y coloca la espalda contra el respaldo de la silla en una postura correcta y formal que le permite mirarme de frente, directamente a los ojos—. Mira, Sara, hay cosas que hablan por sí solas. Si siempre has sabido que mis reuniones eran mentira… No creo que haya mucha gente a la que le apetezca cruzarse medio país cada dos semanas sólo por pura diversión… Quiero decir, ¿tanta falta te hace ponerle un nombre a lo que ocurre entre nosotras? —pregunta con un cierto tono de hastío.
—Pues sí —le digo categóricamente interrumpiendo lo que fuera a decir a continuación. Ruth aprovecha para tomar aire. El tono de su voz suena sincero. Pero la conozco lo suficiente como para saber que es muy buena imprimiendo convicción a unas palabras que no siente. Al fin y al cabo, es a lo que se dedica. A vender ilusiones.
—Sara, no quiero jugar con las ilusiones de nadie —dice a continuación como si hubiera podido leer mis pensamientos—, y menos con las tuyas. Lo que has visto en todo este tiempo es lo que hay. Soy así. No me gusta albergar esperanzas. Hacerme ilusiones con algo o con alguien es abonar el terreno para la decepción. Y eso es algo a lo que no estoy dispuesta…
—Ruth, no desvíes el tema —la corto—. Es más, ¿qué coño te crees? ¿Que a las demás nos gusta llevarnos desilusiones? Pues mira, no. Las demás nos acojonamos tanto como tú cuando conocemos a alguien. Pero le echamos un par de ovarios y tiramos para adelante. Nos arriesgamos. Peleamos por lo que queremos.
—Yo también…
—¡Y una mierda! Si de ti dependiera seguirías en este plan hasta no se sabe cuándo. No hablarías. No pondrías las cartas encima de la mesa. Te limitarías a ver pasar el tiempo sin decir esta boca es mía…
—¡Muy bien, Sara, tú ganas! —me interrumpe haciendo que regrese a su voz el tono beligerante de hace un rato—. Somos una pareja, eres mi novia y yo soy la tuya. ¿Qué más quieres? ¿Una petición formal de matrimonio?
—Eso no, Ruth, bonita, aún no han aprobado la ley… —le respondo utilizando su misma ironía—. Pero de momento me conformaré con saber que me consideras algo más que una amiga con la que te acuestas. Y a la que te mueres por ver cada fin de semana… —añado burlona.
Se echa a reír y me lanza a la cara el azucarillo hecho una pelotita. La acompaño en las risas. Pero noto que evita mirarme. Ahora tiene los ojos fijos en las punteras de sus zapatillas.
—Ruth… —la llamo. Ella me mira. Las cejas alzadas le infieren a su rostro un aura de indefensión—. ¿Tan difícil ha sido?
Menea la cabeza con un movimiento ambiguo. Exhala un suspiro que se mezcla con una risa resignada. Un momento después recupera la compostura, se vuelve a colocar en su asiento y se enciende un cigarrillo. La conversación ha terminado para ella.
—Bueno, ya está. Todo aclarado. ¿Por qué no pagamos esto y nos vamos a dar una vuelta?
Tras un paseo por el puerto regresamos a mi casa para comer. Cuando llegamos Sofía ya está despierta aunque no precisamente activa. Su pequeño cuerpo está hecho un ovillo sobre el sofá mientras mira con cara de pocos amigos un programa del corazón. Al oírnos entrar levanta la vista hacia nosotras y sonríe.
—¡Ey, tortolitas! ¿Qué tal? ¿Venís de dar una vuelta?
—Algo así —contesta Ruth crípticamente al tiempo que se quita el abrigo y lo deja sobre una silla. Sofía y yo nos miramos cómplices sin que Ruth se percate.
—Por tu postura y vestimenta supongo que comerás en casa —le digo a Sofía—. Pensábamos pedir comida china, ¿te apuntas?
Sofía hace como que se lo piensa pero sé que aceptará. Le encanta todo lo que implique no cocinar.
—Venga, vale, guay —dice incorporándose.
El móvil de Ruth suena desde el interior de su bolso. Lo coge y responde con un alegre «Hola, Juan». Acto seguido se escabulle a mi cuarto para hablar a solas. Sofía se levanta del sofá.
—Voy a mirar los folletos —anuncia dirigiéndose a la cocina. Yo la sigo.
Ya en la cocina Sofía despega los imanes de la nevera para coger los muchos folletos de comida a domicilio que vamos colgando en la puerta. Se vuelve hacia mí estudiándolos con atención.
—A ver… Este no, que parece que hagan los rollitos con el sobaco —dice dejando uno sobre la mesa de la cocina. Yo la miro fijamente esperando a que levante la vista. Cuando por fin lo hace, se me queda mirando extrañada—. ¿Qué? —dice estridentemente extrañada.
—He hablado con Ruth —anuncio. Su semblante cambia a la curiosidad más absoluta.
—¿Sí? ¿Y qué te ha dicho? —me pregunta abriendo mucho los ojos.
—Pues bueno, después de ponerse a la defensiva, soltar una sarta de ironías y verse acorralada —sonrío—, al fin ha admitido que sí, que somos una pareja…
Sofía se echa a reír y me da un golpe en el hombro.
—¡Muy bien, chica…! Aunque no sé si darte la enhorabuena o el pésame… ¡Ya tienes novia formal…! Con todo lo que eso conlleva… ¡Puffff! —dice agitando una mano.
—¡Qué boba eres, tía! —exclamo divertida.
Ruth hace acto de presencia en la cocina.
—¿Habéis pedido ya? —pregunta mirándonos a una y otra alternativamente. Ambas negamos con la cabeza.
—Aún no, ¿alguna preferencia? —le pregunto.
—No —responde Ruth dándome un beso en la mejilla y acercándose a la nevera para sacar una cerveza—. Lo que queráis. Me gusta todo.
—Por cierto, Sofía, cambiando de tema —digo volviendo la mirada a mi compañera—. Tengo entendido que anoche volviste a triunfar…
A Sofía casi se le salen los ojos de las órbitas. Su rostro va cambiando de tonalidad hasta alcanzar un rojo intenso.
—No me oiríais, ¿verdad? —nos mira a ambas alternativamente. Ruth menea la cabeza con despreocupación dándole un sorbo a la cerveza—. ¿Y tú?
—Yo me estaba quedando dormida —miento con una sonrisa en los labios—. Sólo os oí llegar. Pero vamos, que una ya está acostumbrada a tus ligues… Por cierto, ¿dónde está? ¿Sigue durmiendo o ya le has echado?
—No, se fue en cuanto se hizo de día —declara resuelta, habiendo recuperado ya su color habitual—. Bueno, vamos a pedir. Voy a por el móvil.
Sofía sale de la cocina apuradamente. Ruth y yo nos echamos a reír.
La tarde transcurre con esa fatídica sensación de que el tiempo se acaba. Comemos y luego tomamos café mientras vemos una película en el dvd. Apenas hablamos. Sofía se queda dormida a nuestro lado en el sofá. Ruth también está somnolienta pero aguanta despierta hasta el final de la película. Cuando aparecen los títulos de crédito en pantalla, respira hondamente. Me coge la mano con delicadeza, entrelazando mis dedos con los suyos, aferrándolos con fuerza. Mira nuestras manos unidas y las levanta para acercarlas a sus labios y besar la mía. Luego gira la cabeza y me da un beso largo y contenido. Resignado.
—Bueno, habrá que ir pensando en recoger el campamento…
Yo sólo asiento con la cabeza. Ella vuelve a tomar aire y se levanta del sofá resuelta. Se dirige a mi habitación. Yo me quedo sentada en el sofá viendo pasar los títulos de crédito hasta el final. Estoy sacando el disco del reproductor cuando Ruth sale de mi habitación con su bolsa de viaje en la mano. Nos miramos con tristeza. Casi con angustia. De nuevo comienza la espera. Sofía ameniza la escena con unos leves ronquidos que nos hacen esbozar una sonrisa.
—Te acompaño a coger el taxi —le digo a Ruth cuando la veo ponerse el abrigo. Cojo mi chaqueta de lana y me la pongo. Ruth mira a Sofía con sorna.
—Despídeme de ella. Dile que me daba palo despertarla.
—Vale, tranquila —le digo riéndome.
Salimos del piso y bajamos en el ascensor en completo silencio. Nos miramos con las cabezas gachas. Nos sonreímos sin ganas. El portal está en penumbra cuando llegamos a él. Me acerco al interruptor de la luz pero Ruth me detiene atrayéndome hacia ella. Deja caer la bolsa al suelo. Me abraza con fuerza, con mucha fuerza. Luego me besa casi con desesperación, dejándome sin aliento. Al separarnos me mira a los ojos. La luz que ilumina el portal, la luz mortecina de las farolas de la calle, resulta insuficiente para afirmarlo con seguridad pero diría que Ruth tiene los ojos brillantes. Parece que va a decir algo. Pero también parece que se arrepiente cuando las palabras estaban comenzando a surgir de su garganta. Sonríe para restarle importancia al momento.
—Venga, vamos fuera.
Recoge la bolsa del suelo y salimos del portal. Ruth mira hacia la calzada con una despreocupación fingida. Yo me mantengo detrás de ella. Consciente de que es lo mejor. No creo que en este momento me permitiera cerciorarme de que ha estado a punto de llorar. Me cruzo de brazos y encojo los hombros para protegerme del frío. La veo alzar la mano para llamar la atención de un taxi. Cuando el auto se para frente a nosotras se gira hacia mí y me da un nuevo abrazo, mucho menos emotivo que el de antes, y un breve beso en los labios.
—Te llamo en cuanto llegue, ¿vale? —me dice antes de darme un último beso. Asiento con la cabeza.
Abre la portezuela del taxi y me dirige una última mirada acompañada de una sonrisa. Luego cierra la puerta y el coche comienza a alejarse. Yo observo cómo se aleja dando unos pocos pasos por la acera, despojada de todo el bienestar de los últimos dos días, anhelando que vuelva a ser viernes por la tarde. Confiando en que la conversación de esta mañana haga que las cosas sean más fáciles.
—¿Ya se te ha pasado el enfado?
—Que sí, Pilar, no insistas, que no fue nada…
—Jo, es que no quiero que te enfades conmigo…
—Pero si no pasa nada. Fue un mosqueo tonto. Tenía el cable cruzado y ya está…
—Bueeeno… Es que no me gusta discutir…
—Lo sé, cariño, no le des más importancia, ¿vale?
—Vaaaaleee…
—Oye, una preguntita…
—Dime.
—¿Tú eres de las que les gusta celebrar San Valentín o de las que pasan de tonterías consumistas?
—¿Es que habías pensado algo?
—No había pensado nada porque no sé si te gustaría o no…
—Mujer, esas cosas se hacen y se da la sorpresa…
—Pero ya sabes cómo soy, no se me da bien lo de dar sorpresas. Imagínate que hago algo y luego no te gusta…
—No creo, Pitu, si tú me das una sorpresa seguro que me gusta…
—O imagínate que no hago nada y tú esperabas que lo hiciera…
—Pues a lo mejor lo haría yo…
—Jo, cariño, ¿tienes respuesta para todo?
—Por supuesto.
—Mírala ella… Pero no me has respondido, ¿te gusta o no?
—¿El qué?
—Lo de celebrar San Valentín.
—Haz lo que te apetezca, cielo…
—¡Jo, Pilar! Que con lo torpe que soy seguro que hago lo contrario a lo que esperas…
—No creo.
—Bueno, pues como no me dices nada, atente a las consecuencias…
—Lo haré, lo haré…
—¡Y encima se lo toma a guasa la tía…!
—Oye, cambiando de tema, ¿qué te pareció la chica con la que está Ali?
—¿Ana? Pues no sé, me pareció maja aunque habla menos que las piedras. ¿Por qué lo dices?
—Porque me da mal rollo. No le pega nada a Ali. Parece la típica mosquita muerta que luego te da la puñalada por la espalda.
—Mujer, será tímida. Pero es que cualquiera lo parecería al lado de Ali…
—Pero es demasiado tímida. No sé, no me acaba de convencer…
—¿Y tú? ¿Le has preguntado a Ali que piensa de mí?
—Te pica la curiosidad, ¿eh?
—Sí, claro, un poco.
—A todos les caes muy bien, por mucho que digas que eres borde y tienes mala leche…
—A todos a los que he podido conocer, claro.
—Claro, claro. Pero tranquila, Ruth ya no piensa que te he inventado. Los demás le han asegurado que eres de carne y hueso…
—Es un alivio, ya empezaba a sentirme como la mujer invisible…
T
enías planeado un debate para después de la proyección pero cuando te acercas a apagar el televisor, todas las chicas que han venido a ver los primeros capítulos de
The L Word
que has bajado de Internet sólo saben discutir acerca de cuál de las protagonistas está más buena. Observas la escena con decepción. Piensas que será mejor posponer el debate para cuando hayan visto la temporada completa. Te acercas hasta Ruth y Sara. Ruth tiene cara de alucinada pero sabes que sólo pretende hacer un poco el ganso. Sara la mira con expresión condescendiente sin poder contener la risa.
—¡Joder, Ali, creo que me he enamorado! —dice con la boca abierta de la impresión—. ¡Por favor! —exclama exageradamente—. ¿Por qué no hay tías así aquí!
—¡Muchas gracias, Ruth! —exclama Sara golpeándola en el hombro.
—Nena, no te ofendas pero… es que… ¡madre mía! —Ruth sigue metida en su papel.
—Déjame adivinar —le dices con sorna—. Shane, ¿verdad?
—¿Quién si no? ¡Qué voz, qué ojos, qué todo…!
La miras alzando una ceja con incredulidad.
—¿No tienes nada más que decir? Esperaba que al menos tú hicieras algún comentario ingenioso…
Ruth deja de bromear, cambia el gesto y vuelve a su ironía habitual.
—Bueno, dejando aparte de que todas están para mojar pan, de que es una versión bollo de Melrose Place y de que no hay quién aguante a la niñata escritora esa… la verdad es que me ha parecido una pijada completamente irreal —me espeta sonriéndome y guiñándome un ojo.