Una inesperada lluvia de arroz recibe a Pilar y Pitu cuando aparecen por la puerta. Entre risas agachan la cabeza y se protegen de los granos mientras comienzan a repartir abrazos y besos entre todos. Es en este momento cuando ya no puedo controlarme más y las lágrimas comienzan a salir de mis ojos. Sé que nadie lo verá raro, lo achacarán a la emoción, a la alegría. Yo sólo tengo que sonreír al tiempo que lloro para que nadie piense que mis lágrimas son, en realidad, de tristeza. La tristeza de ver cómo dos personas se quieren mientras que la persona a la que yo quiero sigue recluida en su atalaya de miedos y excusas absurdas.
Ruth me mira con algo parecido a acritud en sus ojos. Reprobándome que esté llorando porque ella sabe exactamente cuál es el motivo de mi contenido llanto. Por supuesto, ella no llora. Ni por la alegría de su amiga ni por estar sacándome de su vida del modo en que lo está haciendo. Ella no llora nunca, en ninguna circunstancia.
Pilar se planta frente a nosotras y nos rodea a cada una con un brazo alrededor de nuestro cuello. Nos abraza con fuerza meneándonos con comicidad. Luego se separa de nosotras y su euforia se calma unas décimas. Nos mira a una y a otra alternativamente enarbolando una sonrisa de felicidad que no le cabe en la cara.
—Bueno, chicas, ya sabéis, de una boda sale otra. A ver si vosotras sois las siguientes… —nos dice entusiasmada.
Ruth me mira sin expresión. Yo le sostengo la mirada. Luego mira a Pilar y dice con una sonrisa cínica:
—¡Uy! No creo…
Acto seguido nos da la espalda y abraza a Pitu como si tal cosa. Yo miro a Pilar cuya sonrisa se ha borrado de sus labios. Sus ojos parecen hacerme una única pregunta: «¿Qué es lo que pasa?». Yo sacudo la cabeza y bajo la mirada por un instante. Al volver a subirla me encuentro con los ojos de Juan. Me mira serio, consternado, sabedor de un secreto que se supone sólo mío y de Ruth pero que él, directa o indirectamente, ha acabado por averiguar. Primero me pasa el brazo por los hombros y me estrecha contra su costado pero enseguida ese gesto se transforma en un abrazo. Y yo, sin poderlo evitar, me refugio en su pecho para que nadie pueda ver que mis lágrimas nada tienen que ver con el entusiasmo que domina a los demás. Que estoy llorando porque todo ha terminado.
LIBERTAD MORÁN
nació en Madrid, aunque a ella le hubiera gustado más nacer en Kuala Lumpur o en Vénus. Y lo hizo precisamente un martes 13 de febrero de 1979, bajo el signo de Acuario, al igual que Paul Auster, su escritor favorito (aunque como es
lerda torpe
un pelín dispersa y parece mentira que se pase la vida conectada a Internet, ha tardado casi veinte años en descubrirlo). Comparte cumpleaños con Costa-Gavras, Kim Novak, Oliver Reed, Stockard Channing, Peter Gabriel, Bibiana Fernández, Robbie Williams, Mena Suvari y La Mala Rodríguez. Por tanto, si se diera el caso de que lo celebraran todos juntos, la fiesta sería cualquier cosa menos aburrida. Rara quizá, pero no aburrida. De todas formas, como tal evento nunca tendrá lugar, podéis dormir tranquilos.
Su infancia transcurrió durante los míticos años ochenta. Merendaba con
Barrio Sésamo
y madrugaba los sábados sólo para poder ver
La bola de Cristal
y a su antaño adorada Alaska (porque ahora, la verdad, a raíz de sus tratos con Interlobotomía y derivados, le está cogiendo un poco de tirria). Tímida, apocada y de gustos raros, en comparación a los demás infantes con los que compartía pupitre en el colegio, pronto descubrió en los libros un agradable refugio en el que pasar todo el tiempo muerto que, por desgracia, tenía. Devoró casi al completo la colección de El Barco de Vapor, los libros de
Los Cinco
(obvia decir que su personaje favorito era Jorge. O Jorgina, según las diferentes ediciones) y casi cualquier cosa que tuviera letras, desde el lateral de las cajas de cereales hasta un libro de cuentos de Chejov que había en su casa por alguna extraña razón (ella era la única que leía). Sin pensarlo dos veces se subió a una banqueta para poder cogerlo y, acto seguido, se sentó en un rincón a leerlo. Tenía cinco años. Nunca lo superó. Hoy en día afirma que tendría que haberse dejado de tanto libro y haberse dedicado más a aprender a ser superficial, frívola y vulgar si de verdad no quería ser una pobre infeliz en el futuro.
Debido a tanta lectura pronto le entró el gusanillo de imitar a aquellos a los que leía; y es que a cada tonto le da por una cosa distinta. Así que, para no desperdiciar ese arrebato de estupidez supina, se puso manos a la obra: decidió que le iba a escribir un cuento y un dibujo que lo ilustrara a cada niño y niña de su clase de preescolar. Lo de los cuentos digamos que resultó medianamente sencillo, sin embargo lo de los dibujos… Bueno, dejémoslo en que un elefante borracho con un pincel en la trompa dibuja mejor que ella. No obstante, ya había germinado en su interior la semilla de la escritura (como se puede observar en el artificioso lirismo de la anterior frase) y la estampa de la cabeza de Libertad inclinada sobre páginas en blanco que emborronaba frenéticamente con su caótica caligrafía comenzó a ser habitual. Lástima que nadie le pusiera remedio estampando su cabeza contra el papel…
Llegaron los años noventa, el
grunge
, los vaqueros de pata de elefante, Emilio Aragón intentando ser cantante pop… y la adolescencia. Frente a la explosión hormonal que se desataba en sus compañeros de generación y que los llevaba a flirtear torpemente en discotecas light o en las ferias durante las fiestas del barrio (esos míticos topetazos al objetivo amoroso en los coches de choque al ritmo de Camela… que ella nunca sufrió), Libertad redobló sus esfuerzos en el plano literario y se le metió entre ceja y ceja que tenía que escribir una novela. Eso fue en 1991, año en que
Sensación de Vivir
se convirtió en la serie de moda, así que os podéis imaginar cuál fue el resultado de la historia que su tonta cabecita ideó… En fin, todos tenemos un pasado y derecho a ignorarlo cuando más nos conviene.
Pero no desesperó, siguió escribiendo miles de páginas fallidas, esquemas, fichas de personajes… ¡Hasta dibujaba los planos de las casas y pisos en los que vivían los protagonistas (técnico, el único tipo de dibujo que se le dio siempre bien)! Y entretanto descubrió otro tipo de literatura muy poco recomendable para su tierna edad: Henry Miller, Anaïs Nin, Charles Bukowski, William S. Burroughs o Jack Kerouac así como todo tipo de autores malditos o escritorzuelos que hablasen de sexo, drogas y rock'n'roll. Pero también autores de la llamada Generación X (saliéndonos un poco del aburrido tema que nos ocupa, muy interesante el artículo enlazado), empezando por el que le puso nombre, Douglas Coupland. Comenzó a interesarle la novela urbana y generacional, así como las historias que hicieran hincapié en los personajes más que en un género u otro (género literario; las cuestiones de género e identidad llegarían más tarde para darle la oportunidad de utilizar la palabra
performatividad
y sentirse inteligente).
En 1994 murió Charles Bukowski y Kurt Cobain se suicidó (por las mismas fechas nació Justin Bieber; alguien en algún lugar debió pensar que como broma era cojonuda). Pero 1994 es también el año en que la joven Libertad terminó de escribir su primera novela,
Nadie dijo que fuera fácil
, aquella que comenzó siendo un remedo de la
olvidable
famosa serie de Jason Priestley y que, al final, dejaba a Historias del Kronen a la altura de
Verano azul
.
Con quince años Libertad ya había descubierto y asumido su bisexualidad sin problemas. Descubierto, asumido y casi olvidado porque, como comprenderán ustedes, a mediados de los noventa en una ciudad dormitorio de Madrid de cuyo nombre no quiere acordarse, poco podía hacer (al menos en lo tocante a la parte lésbica). ¡Cuánto daño ha hecho el celibato a la literatura! Si Libertad hubiera nacido unos pocos años más tarde, le habría bastado con conectarse a algún chat en el que conocer gente y se habría dejado de pamplinas. Por desgracia para todos, no fue así, por lo que en aquel momento a nuestra querida amiga lo único que se le ocurrió fue seguir escribiendo una novela tras otra… Una novela tras otra… una tras otra, una tras otra… otra… otra… tra… (imaginénse ustedes aquí un dramático efecto de eco. ¿Ya? Gracias. Sigamos).
Antes de cumplir la mayoría de edad todas sus
estupideces
absurdas
divagaciones
reflexiones en forma de novela o relato corto llenaban docenas y docenas de cuadernos. Y, por supuesto, estaban convenientemente transferidas a un adecuado soporte informático para que toda su perdida de tiempo obra no desapareciera. A partir de los dieciséis se atrevió a que algunas personas leyeran sus
paranoias
interesantes historias. Lo malo fue que varias de esas personas cometieron la estupidez de alentarla a que siguiera escribiendo. Pobres, no sabían lo que hacían…
1996 marcó un punto de inflexión en la vida de la joven escritora. Fue ése el año en que, de un modo fortuito y como por casualidad, descubrió el ambiente gay y quedó totalmente fascinada. Conoció el mundo de la noche, los bares, las discotecas, el whisky… y los multiples amoríos que todo aquello implicaba.
Desde los diecisiete hasta los veinticuatro años su vida fue un patético divertido caos en el que la joven escritora se movía como pez en el agua. Añora melancolicamente aquella época en la que se mezclaban largas noches de farra cerrando los bares de medio Madrid, novios, novias, ligues de una noche, amores imposibles, niñatas insufribles, breves resacas (y no como ahora, que un par de cubatas la tumban durante tres días), viajes, manifestaciones, charlas, coloquios, debates, festivales de cine, programas de radio… Porque sí, además de descubrir el mundo de la noche marica, también descubrió el activismo LGTB y se tiró a él de cabeza con la
estupidez
fuerza y la pasión propias de la ingenuidad e inocencia de su corta edad.
Y es ahora, tras muchos años, cuando Libertad se ha dado cuenta de que siempre ha estado en el bando incorrecto. Se equivocó de colectivo en el que militar, de editorial en la que publicar, de amigos en los que confiar y de personas a las que amar. Le echa la culpa a su idealismo, pero eso es lo que dicen todos los idiotas para justificarse. Y ella ya no tiene remedio.
No obstante, durante aquellos años se lo pasó estupendamente bien. Se independizó antes de haber cumplido los veinte, conoció a mucha gente, hizo muchas cosas con las que disfrutó, contaba a sus amigos por docenas (angelito, aún no sabía que se trataba de meros conocidos), reía mucho y muy alto y bailaba hasta el amanecer. Era todo tan idílico… Y es que el tiempo y la pérdida de neuronas es lo que tiene: consigue que creas de verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor.
2003 se alzó como el segundo punto de inflexión de su
absurda
agitada trayectoria vital. Motivada por esa tonta esperanza juvenil de alcanzar su sueño (publicar libros), envió una novela a un premio de literatura. Y le tocó la china, oigan. Sonaron campanas celestiales y armoniosos violines. Y a ella casi le dio un soponcio y un ataque de ansiedad cuando le comunicaron que había resultado finalista del V Premio Odisea con la novela
Llévame a casa
.
Y entonces, justo cuando conseguía su sueño de ser escritora, fue el momento en que dejó de serlo. Lamentable. Lamentable que no sucediera antes, claro. Porque sí, con veinticuatro añitos nuestra pipiola amiga publicó un libro por primera vez. Y por primera vez se topó de frente con algo de lo que había oído hablar, pero que nunca había experimentado: el bloqueo.
Muchos pensarán que eso no es cierto puesto que tras la publicación de esa primera novela le siguieron tres más: esa famosa (¡juas!) trilogía compuesta por
A por todas
(2005),
Mujeres estupendas
(2006) y
Una noche más
(2007), novelas editadas y reeditadas en distintos formatos y ediciones (algunas incluso con nocturnidad y alevosía). Sin embargo, esas novelas se convirtieron en un trabajo más, su forma de escribir perdió frescura y, lo más importante, dejó de escribir por el mero placer de hacerlo.
Desde el otoño de 2007, momento en que se publicó su última novela hasta la fecha y que, además, coincidió con el inicio de la crisis económica mundial (con el estallido de las hipotecas subprime) Libertad apenas sí se ha dejado notar por el mundillo literario: el relato
La otra noche
en la compilación
Las chicas con las chicas
, así como una mención a sus novelas en el ensayo
… que me estoy muriendo de agua
de María Castrejón y un artículo crítico dedicado a su obra en
Ellas y nosotras. Estudios lesbianos sobre literatura escrita en castellano
a cargo de Jackie Collins. Pero, vamos, que en estos dos últimos ella no ha tenido nada que ver.
Durante todo este tiempo ha hecho muchas cosas. De algunas prefiere no hablar, aunque también la han tenido en la palestra pública, nocturna y editorial, porque empezaría soltar sapos y culebras por esa
bocaza
boquita de piñón que la naturaleza le ha regalado. Otras no son nada del otro jueves (intentar sobrevivir pese a la crisis, huir de Madrid, regresar a Madrid, cambiarse de piso veintisiete veces y descubrir con gran desolación que el 90% de la gente en la que confiaba le estaba reservando una puñalada por la espalda en el momento que menos lo esperaba). Quizá lo más relevante sea su desmedida afición por las series (afición que ha alegrado sobremanera la cuenta corriente de sus sucesivos proveedores de Internet y, especialmente, la de Verbatim). Al igual que sucedió con los libros durante su infancia y adolescencia, en la edad adulta ha descubierto en la ficción televisiva serializada uno de los mejores refugios para olvidarse de ella misma.