Nunca se ha cansado de darle vueltas a ese episodio de su pasado. Porque la gente siempre cree que exagera las pocas veces que cuenta que Olga la echó de su casa. Y no exagera en absoluto. Olga llenó dos maletas con su ropa y le ordenó que se largara. Ruth nunca olvidará su rostro sin expresión al decírselo. Cómo, en un solo segundo, pasó de ser para Ruth la persona de la que tan enamorada estaba a ser una completa desconocida que, sin compasión alguna, la expulsaba de ese piso cuyo alquiler las dos, no sólo Olga, habían pagado religiosamente mes tras mes. Cómo ese castillo cuyos muros Ruth creía construidos en sólida piedra resultaron ser de un frágil cristal que se rompió en miles de fragmentos en un solo instante. Ese instante en que sus miradas se cruzaron, la de Ruth incrédula, temerosa, anegada en lágrimas, la de Olga impasible, fría y cruel. «Vete de aquí», le dijo. Sin hablar nada, sin permitirle pedir explicaciones, sin argumentar su decisión en algún motivo por absurdo y endeble que fuese. Olvidando todo, los años que pasaron juntas, los esfuerzos de Ruth por estar siempre a la altura de las circunstancias, las cosas de las que tuvo que prescindir por Olga, sólo por permanecer a su lado. Nada de eso pareció importarle. Ella sólo quería una cosa. Que Ruth saliera de su vida. Y Ruth no tuvo más remedio que hacerlo.
Con el tiempo se enteraría de que el principal motivo de esa desalmada e inhumana ruptura fue que Olga había iniciado meses atrás su relación con Eva. Eva, la mujer con la que a día de hoy continua viviendo, con la que ha tenido una hija, con la que, muy probablemente, se acabará casando aunque Olga siempre haya defendido fehacientemente la ley de parejas como buena militante del GYLIS que es. De qué manera Olga, con la influencia de Eva o sin ella, pasó de ser la persona cariñosa y razonable que era al monstruo que la echó de su propia casa es algo que durante años ha atormentado a Ruth en sus noches de insomnio hasta que el paso de esos mismos años ha ido diluyendo el recuerdo y el dolor de las heridas. Pero las cicatrices que de ello quedaron vuelven a doler con los cambios de estación, con los factores externos, con el roce de una uña ajena que araña ahí dónde hubo tanto dolor y le recuerda el sufrimiento pasado. A veces vuelven a doler con la aparición de una mujer tan fascinante como lo era Olga. Y traen consigo el temor de que una misma historia pueda volver a repetirse en una suerte de devenir cíclico del que Ruth siempre ha estado huyendo desesperadamente.
Y ahora Pilar se descuelga diciendo que se casará con su novia en cuanto la burocracia se lo permita. Una novia a la que Ruth aún no ha podido conocer porque estaba ocupada afianzando una relación con una mujer que desde el principio amenazó con convertirse en alguien muy importante, quizá demasiado, en su vida. Y Ruth teme que si su relación con Sara continua, tal y como todo el mundo da por sentado, tal y como ella misma quiere aunque la asuste tanto reconocerlo en voz alta, llegue el momento en que su novia la ponga entre la espada y la pared y le pida, no ya que se case con ella, eso sería lo de menos, sino simplemente que vivan juntas. Una simple convivencia es motivo suficiente para que a Ruth le tiemblen las rodillas y sienta el impulso de salir corriendo. Quizá por eso se encuentra tan cómoda en una relación a distancia. Porque de ese modo sólo comparten los buenos momentos y después cada una se va a una casa diferente. En una ciudad diferente. Lo suficientemente lejos como para no hacerse daño sin querer.
El jueves por la noche se reúnen en casa los de siempre, Juan y Diego, Pilar, Sara, la propia Ruth y uno que no es de siempre pero que está ganando puntos para serlo, David. Se toman el hecho de que Ali salga en televisión como todo un acontecimiento. Han comprado cosas para beber y picar y un rato antes del comienzo Ruth se afana haciendo palomitas para todos. Le han estado enviando a Ali mensajes de ánimo al móvil durante toda la tarde. Aunque, la verdad, a Ruth este tipo de debates la cansan. Cada parte defiende su postura y nunca se llega a una conclusión y, mucho menos, a un acuerdo. Da igual dónde se desarrollen, si en un plató de televisión, en la oficina con las compañeras o en una cafetería, el resultado es siempre el mismo: impotencia por ambas partes al no haber convencido a su contraria porque cada una de ellas está convencida de tener la razón absoluta. Antes le gustaban, ahora la aburren. Porque ya sabe cuáles van a ser los argumentos expuestos por cada uno de los invitados, cuáles los ataques y las pullas, los insultos y las faltas de respeto. Y, siendo sincera, no cree que Ali esté en condiciones emocionales de hacerle frente a un hatajo de integristas católicos después de lo que pasó hace un mes con la última chica con la que estuvo saliendo.
Las voces de sus amigos llaman a Ruth desde el salón avisándola de que el programa está empezando. Ella sale de la cocina con un par de enormes boles llenos de palomitas recién hechas. Le tiende uno a Juan y se queda con el otro mientras se sienta en el brazo del sofá junto a Sara. Los seis miran atentamente hacia el televisor. La cabecera da paso a un breve reportaje acerca de la situación actual del colectivo gay con imágenes harto manidas: carrozas de manifestaciones pasadas, calles de Chueca y parejas gays cogidas de la mano mientras una voz en
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narra brevemente los avances logrados en los últimos años que parecen a punto de culminar con la aprobación del matrimonio. En contraposición ofrecen otras imágenes de la manifestación del Foro de la Familia y del insigne experto que se llevó al Congreso para esgrimir las razones por las que tal ley no debería aprobarse. Al finalizar el pequeño reportaje, la cámara enfoca a la conductora del debate y, tras ella, aún en penumbra, a seis personas sentadas en sillas y enfrentadas en grupos de a tres. «¡Ahí está Ali!», exclama David alborozado reconociendo la silueta de su novia. Los focos iluminan a los participantes en el debate y la cámara los va enfocando según son presentados por la moderadora. A un lado un representante del dichoso foro familiar, un psicólogo —Ruth supone que de corte opusino— y una periodista conocida por sus radicales puntos de vista sobre gays y lesbianas. El bando rosa cuenta con la representación del presidente del GYLA, un polémico escritor de pública y notoria homosexualidad y Ali, a quien presentan como militante del GYLA, fundadora de la asociación lesbofeminista Chicas en acción y, además, como persona educada por una pareja de lesbianas. Los seis miran la pantalla expectantes.
Tras las primeras apreciaciones de la presentadora, el psicólogo, con el guión muy bien aprendido a juzgar por la cantidad de papeles que tiene entre manos, se lanza de lleno a su arenga en un tono pretendidamente conciliador: «La Academia Americana de Pediatría publicó hace un tiempo una declaración por la que apoyaba el derecho de homosexuales y lesbianas de adoptar a los hijos de su compañero, alegando que "los niños nacidos o adoptados por un miembro de una pareja del mismo sexo, merecen la seguridad de dos padres legalmente reconocidos". Para justificar tal afirmación, la Academia afirmó que "un número suficiente de estudios sugiere que los hijos de padres homosexuales tienen las mismas ventajas y expectativas de salud, adaptación y desarrollo que los hijos de heterosexuales"». Ante este inicio, el bando rosa se mueve desconcertado en sus asientos, quizá preguntándose dónde asestará su oponente el primer golpe. Callan y miran al psicólogo con atención, el cual no se demora en demostrar la verdadera naturaleza de su postura: «Seguramente estos pediatras, con el fin de velar por la salud infantil, tomaron en consideración las ventajas de tener dos seguros de salud y dos ayudas sociales por fallecimiento del progenitor. Incluso, la pensión de alimentos y las visitas en caso de separación de la "pareja" —el respetable señor gesticula con cinismo haciendo comillas con los dedos—. Pero no está de más preguntarse cuál es el verdadero bienestar de un niño en estos casos. Porque, salvo que las cosas cambien, el interés del niño es el centro de toda ley de adopción, que aspira a darle lo más parecido al hogar que no conoció. Paradójicamente, la pareja de un hombre y una mujer unidos en matrimonio y viviendo con su progenie bajo el mismo techo, es decir, la familia tal como todos la entendemos y vivimos desde que el hombre es hombre, es sólo una alternativa más, producto de costumbres repetidas, y tan válida como cualquier otra "forma de organización de la vida íntima" —de nuevo las comillas con los dedos—. Pero veamos los hechos porque, lamentablemente, si no buscamos argumentos racionales que demuestren esta verdad que hasta hoy nadie dudaba, corremos el riesgo de parecer "intolerantes" —más comillas con los dedos y sonrisita diabólica. Ali y sus compañeros de debate murmuran entre ellos. El psicólogo continúa con su exposición sin preocuparse en fingir que no la está leyendo—: Dos son los argumentos que esgrimen los defensores de esta nueva acepción de "familia": el primero, que es preferible para un niño abandonado vivir con una pareja homosexual que la acoja que no tener familia alguna. El segundo argumento es que denegar a las parejas homosexuales el derecho de adopción es una discriminación. Para responder a esta reclamación es necesario distinguir entre dos conceptos: el trato desigual y la discriminación. La discriminación sería un trato desigual no justificado. Así, por ejemplo, es acorde con los criterios de justicia el trato desigual de la ley cuando exige el pago de un impuesto de la renta proporcional a la riqueza del declarante. Del mismo modo, una persona de baja estatura no puede alegar discriminación al ser rechazada como jugador de baloncesto, azafata o policía, o una persona con problemas de visión, para puestos donde esa cualidad es relevante. En el caso que nos ocupa, la homosexualidad de los adoptantes es una característica relevante para la educación y desarrollo de un niño».
El presidente del GYLA intenta meter baza pero la moderadora lo calla con un gesto y vuelve a mirar hacia el psicólogo para que prosiga. «¿Y por qué resulta tan relevante? En primer lugar, porque, aunque son poco divulgados por "políticamente incorrectos" —las comillas vuelven a la carga mientras el bando gay esgrime unas sonrisas irónicas—, estudios científicos serios muestran que los niños de hogares homosexuales son cuatro veces más propensos a buscar su identidad sexual experimentando con conductas homosexuales —casualmente (o quizá no) esta sentencia coincide con un primer plano de Ali que no oculta su indignación—. Tomemos en cuenta otro dato: la tasa más alta de suicidio en Estados Unidos se produce entre los adolescentes con tendencias homosexuales. Conociendo las enormes presiones que derivarían de una identidad sexual confusa, permitir esa adopción equivaldría a colocar a esos niños, de por vida, una carga traumática con tal de reafirmar socialmente los derechos gays. En segundo lugar, está comprobada la mayor promiscuidad de las uniones homosexuales, que se rompen cuatro veces más que las heterosexuales. Imaginemos de nuevo las consecuencias sobre los niños, tan necesitados de estabilidad. ¿Cuántos padres o madres podría llegar a tener un solo niño?» Tanto Ali como el escritor y el presidente del GYLA tratan de pedir la palabra pero la presentadora, que ya ha dejado claro de qué parte está, les ruega que aguarden su turno y dejen terminar al psicólogo. «Asimismo —continua el agradecido ponente con una sonrisa hacia la moderadora—, para un buen desarrollo de su personalidad, los niños necesitan contar con modelos de identidad masculina y femenina. ¿Cómo podrán llegar a entender la complementariedad entre los sexos? ¿Cómo vivirán su propia sexualidad? Lo quieran o no, las uniones homosexuales serán siempre una minoría, y esos niños, por mucho que se les diga, nunca podrán sentirse iguales a los demás. ¿Encuentran ustedes una respuesta adecuada a la pregunta "¿por qué mis amigos tienen papá y mamá?" o bien "¿qué es una mamá?" —el hombre lanza una mirada retadora a sus oponentes—. En definitiva, los niños no pueden ser utilizados como instrumento para la reivindicación de los derechos de un grupo social, ni la adopción es una institución que pueda regirse por los criterios de la corrección política —hace una pequeña pausa antes de finalizar—. Sin embargo, hay cosas que no es justo negar: la dignidad humana que tiene todo homosexual como persona y la existencia de las uniones homosexuales en nuestra sociedad. Pero reconocer efectos en el derecho a una situación de hecho no implica identificarla con instituciones naturales y jurídicas como el matrimonio y la familia. También es cierto que no todo el colectivo homosexual exhibe su "orgullo gay" tratando de generalizar su modo de vida y extender la influencia de un comportamiento minoritario al resto de individuos. Pero los niños son las personas más vulnerables de nuestra sociedad, dignos de una protección y cuidado especiales. ¿Vamos a hipotecar su desarrollo por el avance de la agenda política de una minoría?»
Más ancho que largo y con una sonrisa de satisfacción que no le cabe en la cara se reclina en su asiento dando por terminada su intervención. Sus compañeros de ideología lo miran asintiendo con la cabeza y también sonríen. La presentadora mira hacia el bando contrario concediéndoles al fin la réplica. El presidente del GYLA echa un rápido vistazo a las notas que ha estado tomando y se dispone a hablar: «En primer lugar quisiera dejar clara una cosa. El informe que una de las organizaciones convocantes de la manifestación de hace unos días y que ustedes esgrimen tan orgullosos para advertir a la población del apocalipsis que se cernirá sobre el futuro de los niños de este país se ha elaborado con más de doscientos estudios realizados en todo el mundo. Muchos de ellos han sido sacados fuera de contexto puesto que originariamente eran favorables a la adopción por parte de parejas homosexuales. Otros muchos y esto ya lo digo yo, puesto que ustedes se lo callan, son estudios de asociaciones ultrarreligiosas de Estados Unidos que, por ejemplo, niegan la teoría de la evolución de Darwin por lo que su rigor científico resulta bastante dudoso. Del mismo modo, cabe recordar que los encargados de presentar dicho informe son profesores de universidades pertenecientes a la Asociación Católica de Propagandistas así como otras organizaciones de corte religioso. No está de más señalar que vivimos en un estado laico en el cual la iglesia católica no debería estar poniendo impedimentos a una ley con la que la mayoría de la población está de acuerdo ni, mucho menos, ejercer de inquisidores ni defensores de una moral que sólo es compartida por sus acólitos. Sus apreciaciones sobre la mayor promiscuidad homosexual voy a pasarlas por alto puesto que me parece una opinión tremendamente parcial y subjetiva, tan sólo decir que las señoras prostitutas no viven del aire y, como todos sabemos, su número es bastante elevado. En lo que sí debo darle la razón es en lo que se refiere al suicidio. Sí, es cierto, la tasa de suicidios entre adolescentes gays y lesbianas es trece veces superior a la registrada entre heterosexuales. Pero esto es debido a la homofobia que sufren en su entorno, no al hecho de ser homosexuales. En cuanto a las consecuencias que podrían derivarse del hecho de crecer en una familia homoparental, voy a cederle la palabra a mi compañera Alicia Martínez que podrá contar de primera mano que su educación en una familia de esas características no le ha supuesto ningún impedimento a su normal desarrollo».