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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha visto (9 page)

BOOK: Nadie lo ha visto
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—¿No se quedó con ningún detalle?

—Me fijé en el ruido. El motor sonaba…, qué diría yo… Sonaba como si fuera viejo. No sonaba como un coche nuevo.

—¿Puede haber sido algún vecino?

—No, hoy he preguntado a todos los vecinos, precisamente porque me parecía raro que hubiese alguien aquí fuera, conduciendo en mitad de la noche. Pero ninguno de ellos estuvo fuera y, además, yo sé cómo suenan los coches de los vecinos. Aquí vivimos poca gente.

—¿Cuántos son?

—Nosotros y el veterinario que vive en la casa de al lado. Después están los Jonsson, que son campesinos y dueños de las tierras que hay alrededor. Viven en la casa más grande, la que está a la izquierda del camino, un poco más abajo, pasada la del veterinario. Y también hay una familia con niños, los Larsson, en la casa más cercana al agua, a la derecha.

—¿Sabe qué hora era cuando oyó el coche?

—Alrededor de las tres, diría.

—¿Le ha contado esto a la policía?

—Sí, llamé esta mañana. Ya he estado allí hoy para que me interrogaran.

—Entiendo. ¿Podemos hacerle unas preguntas delante de la cámara? —pidió Johan.

Después de hacerse de rogar un poco, la mujer aceptó. El resto de los vecinos de la zona se negaron en redondo.

Con todo, a Johan no le quedó más remedio que reconocer para sus adentros que Grenfors tenía razón. Había sido una buena idea ir y entrevistar a los vecinos.

Volvieron a la redacción y montaron un reportaje de dos minutos, que remitieron a Estocolmo cinco minutos antes de que comenzara la principal emisión de noticias, para mayor satisfacción del redactor.

K
ristian Nordström llegó a las dependencias de la policía a las cinco en punto, como habían acordado. Tenía buen aspecto, constató Knutas cuando se estrecharon la mano. Había decidido proceder al interrogatorio en su despacho, acompañado por el inspector Lars Norrby.

—¿Un café? —ofreció Norrby.

—Sí, gracias, con leche. Vengo directamente desde el aeropuerto y el café de los aviones es una porquería.

Se retiró el cabello de la frente con la mano y volvió a echarse hacia atrás en la silla. Cruzó una elegante pernera de pantalón sobre la otra y sonrió algo tenso al comisario, que sacó la grabadora y la colocó sobre la mesa delante de ellos.

—¿Tenemos que tener eso?

—Lo siento, pero es necesario —afirmó Knutas—. Espero que no te moleste demasiado.

—No sé, todo esto es un poco duro.

—Intenta hacer como si no estuviera. Esto es, como te dije por teléfono, un mero interrogatorio de rutina. Hemos hablado con todos los que estuvieron en la fiesta excepto contigo. Por eso estás aquí.

—Sí, claro.

Norrby volvió con el café y pudieron empezar el interrogatorio.

—¿Qué hiciste la tarde del 4 de junio, el segundo día de Pentecostés?

—Estuve, como ya sabéis, cenando en casa de mi vieja amiga Helena Hillerström y de su novio Per Bergdal. Helena y yo nos conocíamos desde hace muchos años. Desde que íbamos a la escuela.

—¿Fuiste allí solo?

—Sí.

—¿Puedes contarnos lo que pasó aquella noche?

—Al principio fue todo muy agradable. Cenamos y bebimos bastante vino del caro. Hacía un año que no nos juntábamos todo el grupo. Después de la cena empezamos a bailar. Ninguno de nosotros tenía que trabajar al día siguiente, así que yo creo que todos estábamos dispuestos a divertirnos.

—¿Cómo empezó la pelea entre tú y Per Bergdal?

Kristian sonrió nervioso y se pasó la mano por la incipiente y bien arreglada barba, que apenas era mucho más que una sombra oscura.

—Bueno, fue una tontería. No sé qué coño se pudo imaginar. Se comportó como un jodido neandertal. Todo empezó cuando yo estaba bailando del todo normal con Helena. De repente, llegó Per hecho una furia y la separó de mí. No tuve tiempo de reaccionar. Luego los vi salir fuera, a la terraza que da a la parte de atrás. No le di mayor importancia y me puse a bailar con Beata. Al poco rato entró Helena corriendo. Lloraba, y se metió en el cuarto de baño. Se quedó allí. No la vi más aquella noche.

«Querrás decir que no la has visto nunca más», pensó Knutas, aunque no dijo nada.

—¿Qué pasó luego?

—Salí para hablar con Per. Apenas asomé por la puerta, recibí un buen puñetazo en la cara. Jodido estúpido… —murmuró casi para sí mismo, meneando la cabeza.

—¿No se lo devolviste?

—Desde luego que lo habría hecho si los otros no nos hubieran separado. Después de aquello, lógicamente se acabó la fiesta. Consiguió joderla del todo.

—¿Cómo te fuiste de allí?

—Compartí taxi con Beata y con John. Ellos viven en Visby y yo, en Brissund.

—¿Entonces ellos se bajaron del taxi y seguiste solo hasta tu casa?

—Sí.

—¿Vives solo?

—Sí.

—¿Tienes novia?

—No.

—¿Por qué?

Su reacción a esa pregunta les sorprendió. Kristian se puso muy rojo.

—¿Y a vosotros qué cojones os importa eso?

—Claro que nos importa —respondió Knutas con calma—. Al menos mientras esta investigación continúe abierta. Contesta a la pregunta.

—No tengo ninguna respuesta.

—¿Eres gay?

Nordström se puso, si cabe, todavía más rojo.

—No.

—Vamos, vamos… —insistió Knutas—. Eres un tío bien parecido y no dudo de que eres consciente de ello. Parece que tienes un buen trabajo, eres
single
y estás en la mejor edad. ¿Has tenido alguna relación especialmente duradera?

—Pero ¿qué cojones es esto? ¿Sois psicólogos o de qué va esto?

—No, somos policías. Y queremos saber.

—No he estado nunca casado, ni prometido y no he convivido con nadie todavía. Mi trabajo me exige que viaje doscientos cincuenta días al año. No es totalmente descabellado pensar que eso tenga algo que ver en el asunto —dijo Nordström sarcástico—. Si queréis saber si practico el sexo, entonces la respuesta es sí. Eso puede uno obtenerlo de muchas maneras y no necesito más en este momento de mi vida.

Se incorporó a medias en la silla.

—¿Es suficiente con esto o queréis saber algo más? ¿Qué posturas son las que más me gustan?

Norrby y Knutas se quedaron sorprendidos de su violenta reacción.

—Tranquilízate. Siéntate —pidió Knutas.

Kristian Nordström se volvió a sentar y se secó el sudor de la frente con un pañuelo. «Parece un hombre sensible», pensó Knutas. Aquí tendrían que avanzar con más cuidado.

—¿Cómo era tu relación con Helena Hillerström?

—Buena. Éramos buenos amigos. Nos conocíamos desde el ciclo superior de la escuela básica.

—¿Hubo alguna vez entre vosotros algo más que amistad?

—No. No, eso no llegó a ocurrir nunca.

—¿Abrigaste algún sentimiento hacia ella más que los puramente amistosos?

—Claro está que me parecía guapa. Como a todos. Bueno, tú mismo la habrás visto.

—¿No hubo nunca nada entre vosotros?

—No.

—¿Por qué crees que no lo hubo?

—Ni idea. Nunca surgió la ocasión.

—Según Per Bergdal, estuvisteis liados, la expresión es suya, durante un tiempo, hace años.

—Bobadas.

—¿De dónde crees que lo habrá sacado?

—Ni idea. Es tan jodidamente celoso… Se imagina cualquier cosa.

N
o sacaron mucho más de Kristian Nordström durante el primer interrogatorio. Le dejaron volver a su casa y prometió mantenerlos informados si pensaba abandonar la isla.

Después, los dos policías se tomaron un café juntos para cambiar sus impresiones.

—A éste no tenemos que perderlo de vista —dijo Knutas.

—No, parece que se mueve en terreno minado. Una persona muy temperamental —convino Norrby pensativo—. Deberíamos interrogar a otras personas del grupo de amigos para averiguar si es cierto lo que dice.

Knutas era de la misma opinión.

—Voy a poner inmediatamente a alguien para que lo vigile.

VIERNES 8 DE JUNIO

E
n un aula de la pequeña escuela de Kyrkskolan, en Roma, Emma Winarve daba vueltas haciendo los últimos preparativos para celebrar el fin de curso. Al otro lado de la ventana se alzaba la torre de madera de la iglesia hacia el cielo gris, los manzanos estaban en flor y junto al patio de la escuela pastaban las ovejas de Mattsson, ávidas de la primera hierba del verano.

El aula, decorada con hojas de abedul y con lilas, no tardaría en llenarse con dieciséis niños expectantes de ocho años, que tenían ante sí unas largas vacaciones de verano.

Ella había estado ausente unos días y quería estar un rato a solas antes de que la clase entrara en tromba.

Desde el asesinato de Helena habían pasado tres días increíbles. No podía entender que aquello hubiera ocurrido de verdad. Había llorado y hablado y hablado y llorado y hablado. Con Olle, con los amigos comunes que tenían Helena y ella. Con todos los presentes en la fiesta. Con los padres de Helena, con los vecinos y con sus compañeros de la escuela. Per Bergdal estaba detenido en la comisaría de Visby y no podía hablar con nadie.

Emma se mantuvo en contacto con la policía y con el fiscal.

Rogó y suplicó que la dejaran hablar con Per, sin resultado. Eran inflexibles. El fiscal había decretado para Per incomunicación total. Tenía prohibido cualquier tipo de contacto con el exterior, por razones de la investigación.

Estaba segura de que era inocente. Se preguntaba cómo sería la vida de Per cuando todo aquello hubiera pasado. Condenado por la prensa y por todos. Todos dudarían, hasta que encontraran al verdadero asesino. ¿Y quién era? Se estremecía sólo de pensarlo. ¿Sería alguien a quien Helena se encontró por casualidad? ¿O alguien a quien conocía? ¿Alguien de quien Emma no sabía nada?

Era verdad que Helena y ella se conocían bien y también lo era que se lo contaban todo una a otra. O, al menos, eso era lo que creía. ¿O tendría Helena secretos que Emma no conocía? Esos pensamientos la atormentaban. La hacían sentirse cansada e irritada en medio del dolor. Discutió con Olle, porque le parecía que él era incapaz de comprender. Le gritó y llegó a arrojar un paquete de leche al suelo, que puso perdida toda la cocina. Salpicó hasta las vigas del techo, según pudo advertir a la mañana siguiente, cuando lo estuvo limpiando.

Todo aquello era como una pesadilla. Como si en realidad no hubiera sucedido. Retiró las últimas macetas con flores medio mustias que quedaban en la ventana. «Me las llevaré a casa, a ver si se recuperan», pensó.

Echó una ojeada al reloj. Casi las nueve. Ya tenía que abrir la puerta del aula.

Los niños la saludaron con timidez, cuando entraron en tropel y se colocaron al lado de sus pupitres. Estaba claro que sabían que la mujer asesinada era la mejor amiga de su señorita. Emma les dio la bienvenida y se sintió conmovida al ver lo guapos que se habían puesto para el fin de curso. Vestidos con colores claros y con el pelo recién lavado. Con vestidos y camisas bien planchados. Los zapatos relucientes y flores en el pelo.

Se sentó al piano.

—¿Estáis todos preparados? —preguntó, y los alumnos asintieron.

Al momento las voces claras de los niños llenaron el aula. Cantaron
Den blomstertid nu kommer
, acompañados por Emma al piano.

Estaban siguiendo al pie de la letra la tradición de fin de curso. Emma dejó volar sus pensamientos en medio de la canción, cuyos versos se sabía de memoria al cabo de tantos años en la escuela.

Vacaciones de verano, sí. Por su parte, no abrigaba ninguna esperanza. En aquellos momentos, sólo intentaba no venirse abajo. No derrumbarse. Tenía que ocuparse de sus hijos. Sara y Filip tenían derecho a unas estupendas vacaciones de verano. Estaban entusiasmados con todas las cosas que iban a hacer juntos. Viajar, bañarse en la playa, ir a ver a sus primos, hacer una excursión a la isla de Gotska Sandön, quizá ir a Estocolmo a dar una vuelta. ¿De dónde sacaría fuerzas para todo? Cierto que la conmoción se difuminaría. Que la tristeza se iría alejando. La ausencia de Helena le dolía. Y de eso no se recuperaría con facilidad. ¿Y cómo iba a poder comprender lo ocurrido? Que su mejor amiga hubiera sido asesinada de una manera que sólo pasaba en las películas. O lejos, en algún otro lugar.

La fecha del sepelio estaba decidida. La inhumarían en Estocolmo. Los ojos se le llenaron de lágrimas con sólo pensarlo. Desechó aquellos pensamientos.

De pronto, advirtió que los niños se habían callado. No tenía ni idea de cuánto tiempo había seguido tocando el piano después de que finalizara la canción.

P
ara Johan, la estancia en Gotland estaba a punto de tocar a su fin. Al menos por aquella vez. Había comentado con Grenfors acerca de cuánto tiempo estaba justificado permanecer en la isla. La policía había silenciado cuanto tenía que ver con la investigación del caso. Todo indicaba que no habían aparecido nuevas pistas o indicios. El novio seguía detenido, y lo más probable era que solicitaran para él prisión provisional. Ignoraban las razones por las cuales era sospechoso. La sensación que causó al principio la noticia del asesinato ya había remitido, ahora ya sólo aparecía de forma esquemática en las emisiones. Era viernes, y durante el fin de semana no se ofrecía ninguna emisión de
Noticias Regionales
. Por su parte, las
Noticias Nacionales
no tenían interés en mantener a un reportero en la isla, salvo que surgiera alguna novedad. Se decidió que Johan y Peter regresaran a Estocolmo a la mañana siguiente.

Johan dispondría de unos días libres. Primero haría una limpieza a fondo y la colada. Iría a ver a su madre y estaría un poco con ella. Aún estaba triste tras la muerte de su padre, fallecido de cáncer el año anterior. Los cuatro hermanos hacían lo que podían para ocuparse de ella, y, puesto que Johan era el mayor, era natural que asumiera más responsabilidad. Trataría de animarla. La invitaría al cine y, quizá, a un restaurante. Luego se iba a dedicar a relajarse. Leer. Escuchar música. Ir al fútbol. El domingo, el Hammarby se enfrentaba al Fútbol Club AIK en Råsunda. Su amigo Andreas había conseguido entradas.

Tenía que pasar por el local de la redacción para recoger sus cosas, pero decidió dar primero un paseo por la ciudad. Una llovizna suave y fina mojaba las calles. No quiso llevarse un paraguas. Alzó el rostro hacia el cielo, cerró los ojos y dejó que las gotas le cayeran sobre las mejillas. Siempre le había gustado la lluvia. Lo tranquilizaba. En el entierro de su padre llovió y la lluvia hizo que lo recordara mejor. Más digno y sereno, de alguna manera.

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