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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha visto (7 page)

BOOK: Nadie lo ha visto
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En el cuarto hacía calor y olía a cerrado. Wittberg abrió la ventana que daba al aparcamiento de la policía. Los rayos de sol jugaban al escondite entre las hojas de color verde claro de los árboles. La bandera sueca ondeaba al viento. Un remolque lleno de bulliciosos estudiantes con sus gorras blancas de bachilleres pasaba por la calle Birkagatan. Fin de curso y fiesta nacional. Y ellos allí dentro, hablando del que quizá fuera el peor asesinato ocurrido en Gotland.

—Estamos aquí para recapitular la situación —dijo Knutas—. Melena Hillerström fue asesinada entre las 8.30 y las 12.30. Las pisadas, la sangre y las huellas del arrastramiento, abajo en la playa, demuestran que la muerte se produjo en Gustavs, así que el cuerpo no fue trasladado hasta allí desde ningún otro sitio. El informe preliminar del forense dice que murió a consecuencia de los violentos golpes que recibió en la cabeza. El tipo de lesiones del cráneo induce a pensar que se produjeron por los golpes asestados con un arma de filo, probablemente un hacha. El cuerpo también presentaba varios cortes de hacha. Además, el asesino le introdujo las bragas en la boca. Helena Hillerström estaba desnuda. Si fue violada o no, aún no lo sabemos, no hay ningún indicio externo de violencia sexual. Tampoco se ha apreciado ningún tipo de violencia dirigida contra los órganos sexuales. El cuerpo va camino de la Unidad de Medicina Legal del hospital de Solna. Parece que tardaremos un par de días en conocer el resultado preliminar de la autopsia. Las bragas han sido enviadas al Laboratorio Nacional de Ciencias Forenses, SKL, para su análisis. Los expertos no han podido encontrar restos de semen ni en el cuerpo, ni en las bragas. Veremos lo que dicen los análisis. El resto de su ropa no ha aparecido.

—¿Y el arma del crimen? —preguntó Wittberg.

—Tampoco ha aparecido —replicó Sohlman—. Hemos rastreado detenidamente la zona donde apareció el cadáver. No se ha encontrado nada de interés, salvo unas colillas de cigarrillos que también hemos remitido a SKL para que sean analizadas. Hemos entrevistado a los vecinos de la zona, nadie oyó nada, nadie ha visto nada. La única pista importante que tenemos hasta ahora son las huellas de los zapatos. Las mismas huellas aparecen tanto en la playa como en el bosquecillo, unos zapatos deportivos de marca desconocida, del número 45. Tienen que ser del asesino.

Se levantó. Desplegó con cierta dificultad un mapa y lo fijó en la pared. Era un mapa de la playa de Gustavs y sus alrededores. Se secó el sudor de la frente con un pañuelo y señaló el lugar donde había aparecido el cadáver.

—Aquí estaba el cuerpo. Las huellas muestran que la víctima hizo este recorrido a lo largo de la playa. Después debió de regresar y recorrer el mismo camino de vuelta. En uno de los extremos de la playa, desde el que salió Helena, la hierba está pisoteada. Parece como si el asesino hubiera estado allí, esperándola. Puede que supiera qué camino iba a seguir y la alcanzara antes de que tuviera tiempo de llegar al camino. No hay ninguna huella de coche, de modo que el asesino tuvo que llegar hasta allí andando. Lo más probable es que la matase allí. Las manchas de sangre en el suelo parecen indicar eso. Después, arrastró el cuerpo hasta el pequeño bosque.

—¿Y el perro? —intervino Karin Jacobsson.

—Tiene que habérselo quitado de encima antes. Según el novio, era un perro guardián atento y obediente, que siempre se mantenía cerca de su dueña, dispuesto a defenderla. Fue golpeado en la cabeza y el cuello con un hacha. La cabeza estaba prácticamente seccionada. Además, le cortó una pata. Me pregunto cuál sería el motivo.

Los presentes se removieron en sus sillas. Karin hizo un gesto de desagrado.

—¿Cuántas personas sabían que se encontraba en la isla? —preguntó Norrby.

—Unas treinta personas, si he contado bien —contestó Karin rebuscando entre sus papeles—. Su familia, los compañeros del trabajo y un par de amigos en Estocolmo, su amiga Emma Winarve, los vecinos más cercanos y, claro, los invitados a la fiesta.

—¿Qué induce a pensar que haya sido el novio? —quiso saber Wittberg, y se volvió hacia el fiscal.

—La pelea que se produjo entre él y Helena en la fiesta y que terminó con que él le pegó —contestó Smittenberg—. Se puso celoso. Ella estaba bailando con un antiguo compañero de clase, Kristian Nordström. A Bergdal le pareció que ese tal Kristian se estaba propasando y que ella lo consentía. Entonces sacó a Helena fuera, empezaron a discutir y él le dio un bofetón. Bergdal tenía arañazos y la señal de una mordedura que le hizo ella. La trifulca duró sólo un momento. Luego salió Nordström para hablar con Bergdal. También recibió un puñetazo. Los amigos intervinieron y no llegó a producirse una pelea. Dicen que todo estaba tranquilo cuando dejaron la casa. Bergdal se había dormido y Helena incluso se había acostado a su lado. Los agravantes en su caso son que fue la última persona que vio a Helena con vida y el hecho de que se pelearan la noche anterior al asesinato. A mí me parece que es suficiente para detenerlo en las circunstancias actuales. Sin embargo, para poder solicitar su prisión preventiva necesito algo más. Si no conseguís más pruebas, como por ejemplo pruebas técnicas, tendré que dejarlo en libertad. Disponéis de tres días, a lo sumo.

—¿Qué se sabe de Helena? —preguntó Karin—. ¿Qué tipo de vida llevaba?

Knutas miró su bloc de notas.

—Llevaba una vida normal, según parece. Nació el 5 de julio de 1966, así que tenía treinta y cuatro años. Nacida y criada en Gotland. La familia se trasladó a vivir a Estocolmo en 1986, cuando Helena tenía veinte años. Conservaron la casa de veraneo en Fröjel, adonde venían un par de veces al año. Solían pasar aquí todos los veranos. Se había formado como analista de sistemas en la Universidad de Estocolmo y trabajaba para una empresa de informática desde hacía tres años. Tenía muchos amigos. Antes de conocer a Bergdal no había mantenido ninguna relación amorosa especialmente larga, según parece. Nunca estuvo casada ni prometida. Según Bergdal, tuvo una relación con ese tal Kristian que estuvo en la fiesta. Pero también puede ser pura fantasía. Por lo que sabemos, el novio es muy celoso, aunque ninguno de los amigos ha podido confirmar que sea cierto. Y lo más lógico es que alguno de ellos hubiera sabido una cosa así. A Kristian Nordström aún no le hemos podido interrogar, porque se trasladó a Copenhague al día siguiente de la fiesta. Sus padres viven allí. He hablado con él por teléfono y volverá mañana.

—¿Helena Hillerström tenía algún tipo de antecedente policial? —inquirió Wittberg.

—No. La cuestión es qué vamos a hacer ahora. Interrogaremos a todos los que estuvieron en la fiesta. Sobre todo, quiero hablar con Kristian Nordström. Alguien tendrá que ir a Estocolmo para interrogar a la familia de Helena, a sus compañeros de trabajo, a los amigos y demás personas de su entorno. Deberíamos hacerlo lo antes posible. Hemos de trabajar sin hipótesis, no tenemos pruebas de que sea Bergdal. Si no es él, no sabemos si el asesino es de la isla o si la ha seguido desde la Península. O si se trata de alguien a quien la víctima ni siquiera conocía, alguien a quien se encontrara por casualidad.

—Yo puedo desplazarme a Estocolmo —dijo Karin—. Tenemos que hablar cuanto antes con quienes la conocían. Puedo viajar esta tarde.

—Está bueno —dijo Knutas.

Sus colegas ya sabían que Knutas a veces utilizaba giros y expresiones de su mujer danesa.

—Llévate a alguien. Hay mucho que hacer en Estocolmo y muchas personas a las que interrogar. Sin duda, allí tendrás ayuda de la Policía Nacional, pero me parece que deberíais ir dos.

—Yo puedo viajar con ella —se ofreció Wittberg.

Karin lo miró agradecida.

—Está bien. Por lo demás, seguiremos a la espera de lo que diga el SKL. Mientras tanto, iremos confeccionando una lista de la red de amigos y conocidos que tenía Helena aquí, en la isla. ¿Con qué gente se relacionaba cuando estaba aquí? Además de su mejor amiga, claro. Tenemos que interrogar a los vecinos una vez más. Quiero tener un interrogatorio más en profundidad con Emma Winarve. ¿Qué hizo Helena los días anteriores a su muerte? Conversaciones a través del móvil, mensajes de SMS… El novio dice que apagaron los móviles apenas desembarcar. De todos modos, tendremos que comprobar tanto su teléfono como el del novio. ¿Qué podemos hacer para buscar la ropa? Aumentaremos el perímetro alrededor del lugar donde fue hallada, tanto en lo que se refiere a la búsqueda sobre el terreno, como a preguntar a los vecinos. Bien, todo esto es lo que creo que podemos ir haciendo de momento. ¿Qué os parece? —preguntó Knutas para terminar.

Nadie tuvo nada que objetar y se repartieron las tareas.

D
espués de comer con algo de retraso, Johan y Peter regresaron en el coche hasta la comisaría de policía para mantener la entrevista con el comisario. Querían que les confirmara los nuevos datos acerca del perro antes de preparar el reportaje para el informativo de la tarde.

En la puerta de cristal que daba acceso a la sección de la policía judicial, Johan se tropezó con una mujer con el cabello cortado en media melena, de color arena, y unos ojos oscuros, que miraban de frente.

Les saludó de forma apresurada y desapareció por el pasillo con el bolso colgado al hombro. Alta y guapa, llevaba unos pantalones vaqueros y calzaba botas.

—¿Quién era? —preguntó Johan, antes siquiera de saludar.

—Una amiga de la mujer asesinada —contestó Knutas escuetamente—. Pasad. Bien, ¿qué queréis? —preguntó algo cansado, sentándose pesadamente tras el escritorio—. Estoy muy ocupado.

Johan se sentó en una de las sillas dispuestas para las visitas. Decidió ir directo al grano.

—¿Por qué no habéis dicho nada del perro?

Knutas no se inmutó.

—¿Decir qué?

—Que el asesino había cortado la cabeza al perro de la chica, o poco menos. Que el perro fue encontrado cerca del cadáver.

A Knutas empezaron a salirle manchas rojas en el cuello.

—No puedo confirmar lo que estás diciendo. Ésos son tus datos, y tendrás que responder de ellos.

—¿Qué conclusiones sacáis de ello?

—Puesto que no puedo confirmar ni desmentir lo que dices, tampoco puedo sacar ninguna conclusión.

—Sabemos por dos fuentes distintas que la mataron con un hacha. Ya se ha publicado y ha estado en todas las portadas de los periódicos. ¿No sería mejor que lo confirmaras?

—No importa la cantidad de fuentes que tengas, no voy a decir nada para no entorpecer la investigación. Te ruego que lo aceptes —respondió Knutas con impaciencia contenida.

—De todos modos, tengo que hacerte otra entrevista.

—Sí, claro, pero no voy a decir más de lo que ya he dicho. Por nuestra parte, no estamos dispuestos a decir más en la situación actual. El sospechoso no está de momento en prisión y el fiscal no ha presentado ante el juzgado ninguna solicitud de prisión preventiva. Por eso, para no entorpecer la investigación, no podemos confirmar lo que dices acerca del perro. Puede ser que el asesino ande suelto y, en tal caso, es importante que la información sensible no salga a la luz. Espero que seáis lo bastante sensatos como para no contar eso y esperéis hasta que sepamos más —dijo Knutas mirándoles serio.

D
espués de una entrevista incómoda para ambas partes, Johan y Peter se apresuraron a volver a la redacción. Estuvieron trabajando un par de horas para montar tres reportajes que se diferenciaran lo suficiente como para satisfacer a las distintas redacciones de Televisión Sueca.

Los programas de noticias no podían parecerse unos a otros, en absoluto.

De acuerdo con Grenfors, decidieron contar lo del perro y emitir la entrevista con Svea Johansson. Los datos les parecían relevantes, porque de alguna manera daban cuenta de la índole del asesino. Además, pensaron que podía ser interesante para los espectadores oírselo relatar a la hermana del hombre que había encontrado el cadáver

Grenfors estaba satisfecho de que hubieran conseguido entrevistar a la hermana, quien no dudó en dar su consentimiento para que la entrevista se emitiera en TV. Cuando Johan le advirtió del impacto que podía tener su emisión, se limitó a responder que las cosas ocurrieron así, que no había ninguna razón para que la gente no pudiera saber lo sucedido. «Esta vieja tenía que haber sido periodista», pensó Johan.

Cuando acabaron de montar el reportaje, llamó a Knutas para explicarle que iban a emitir la entrevista con Svea Johansson, en la que ella hablaba del perro. Sabía lo importante que era no ponerse a malas con la policía, porque en tal caso resultaría más difícil obtener información en adelante. Knutas no se enojó, parecía más bien que se rendía. A modo de compensación, Johan le prometió que incluiría en el reportaje que la policía aceptaba agradecida cualquier información que pudieran facilitar los ciudadanos.

Fueron paseando hasta el hotel en aquella tarde cálida de principios de verano. Peter le propuso a Johan dar una vuelta y cenar en alguna terraza, en lugar de volver directamente al hotel.

Johan conocía bien Gotland. Había estado en la isla muchos veranos. Sobre todo con la bicicleta, en los años ochenta, cuando estuvo realmente de moda que todo el mundo recorriese la isla en bicicleta en verano. Familias, clases de escolares, jóvenes, parejas de enamorados… Se preguntaba qué habría sido de aquello. La isla continuaba siendo igual de buena para ello, con su terreno llano, con las cunetas repletas de flores y las largas playas de arena fina junto a las carreteras.

Bajaron hasta la calle Strandgatan y siguieron a través de una salida de la muralla hasta el parque de Almedalen, un espacio amplio y abierto, con bancos, fuentes, césped y un escenario en el que los políticos solían pronunciar sus discursos durante la tradicional semana de los políticos, en julio. En verano, el parque estaba a rebosar de turistas que tomaban el sol y de familias con niños.

Ahora estaba desierto. Cruzaron el parque y dieron un paseo por el puerto, donde el viento procedente del mar era fresco. En el puerto apenas había barcos. La mayoría de las terrazas y restaurantes estaban aún cerrados. Dentro de dos o tres semanas, estarían cada tarde repletos.

La ciudad tenía un aspecto totalmente distinto cuando no estaba abarrotada por hordas de turistas. Subieron por la escalera al lado de la iglesia, Kyrktrappan, hasta las casas pintorescas de Klinten. Visby se extendía a sus pies como un hormiguero de casas, antiguas ruinas y calles estrechas, que se apiñaban dentro de la muralla. Con el mar al fondo.

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