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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha visto (4 page)

BOOK: Nadie lo ha visto
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—¿Qué pasó después?

—Le aticé. Le di un bofetón; entonces, ella se fue corriendo al cuarto de baño y se encerró allí. Nunca antes le había pegado —aseguró mientras miraba suplicante a Knutas—. Luego, salió Kristian. El que había estado bailando con ella, y le sacudí otro golpe a él también. No tuvo tiempo de devolvérmelo, porque los otros nos separaron. Luego nos tranquilizamos y los demás se fueron a casa.

—¿Qué hiciste entonces?

—Emma, la mejor amiga de Helena, y su marido, Olle, se quedaron en casa. Olle me llevó a la cama y debió de quedarse conmigo hasta que me dormí. Luego, no recuerdo nada más, hasta que me he despertado esta mañana.

—¿Por qué no has empezado contando esto?

—No sé.

—¿Quiénes estuvieron en la fiesta?

—Eran, sobre todo, amigos de la infancia de Helena. Emma y Olle, como he dicho, nuestros vecinos: Eva y Rikard, a los que Helena también conoce desde hace mucho tiempo, y otra amiga que se llama Beata y su marido, John. Han vivido en Estados Unidos, así que era la primera vez que los veía. Y ese tal Kristian, con el que me enfadé tanto. Es soltero y también conoce a Helena desde hace mucho tiempo. Creo que estuvieron liados en algún momento.

—¿Cómo liados?

—Sí, creo que han estado juntos alguna vez. Helena lo negaba, pero yo creo que es así.

—¿Y no serán tus celos los que te llevan a pensar eso?

—No, no lo creo.

—¿Cuánto tiempo habéis estado juntos, Helena y tú?

—Seis años.

—Es bastante tiempo. ¿Cuántos años tienes?

—Treinta y ocho.

—¿Cómo es que no os habéis casado, ni habéis tenido hijos?

—Yo lo he deseado durante mucho tiempo. Helena estaba más indecisa. Empezó a estudiar bastante tarde y quería trabajar más antes de formar una familia. Aunque existía el proyecto de casarnos. Habíamos hablado de ello.

—¿Te sentías inseguro en la relación? Ya que te pusiste tan celoso…

—No, no sé. Había mejorado mucho. Hacía mucho tiempo que no me enfadaba de esa manera. Ayer, sin más, metí la pata.

—¿Sabes si se llevaba mal con alguien de aquí, de la isla? ¿Alguien a quien le cayera mal?

—No, era de ese tipo de personas que caen bien a todo el mundo.

—¿Sabes si la han amenazado alguna vez?

—No.

—¿Os relacionabais con otras personas aquí, en Gotland, además de las que asistieron a la fiesta?

—Sólo con algunos familiares de Helena. Su tía, que vive en Alva y algunos primos, en Hemse… Pero, por lo general, solíamos ir a nuestro aire. Vinimos aquí, precisamente, para relajarnos… y huir del estrés que teníamos en casa… y va y pasa esto.

Apenas podía seguir hablando.

Knutas pensó que de momento no había motivo para seguir con el interrogatorio y lo interrumpió.

C
uando Anders Knutas, comisario y jefe de la policía judicial de Visby, terminó el interrogatorio con Per Bergdal, se encerró en su despacho para concentrarse y reflexionar unos minutos. Se dejó caer pesadamente sobre la vieja silla de su escritorio, desgastada por el uso. Aquella silla de roble le había acompañado durante todos aquellos años. Tenía el respaldo alto y el asiento de piel suave. Se volvió despacio y la silla se columpió un poco cuando se apoyó en el respaldo. Era como si con los años se hubiera adaptado a él. En su vieja silla era donde mejor pensaba.

Anders Knutas era muy meticuloso con estos momentos. Eran especialmente importantes cuando había mucho dramatismo a su alrededor. Como ahora. Su larga experiencia dentro de la policía le había enseñado a aprovechar cualquier indicio al comienzo de una investigación. De lo contrario, era fácil que, con las prisas, se pasaran por alto cosas que podían llegar a revelarse importantes o, incluso, decisivas para la solución del caso. Empezó por cargar la pipa.

Con el pensamiento retrocedió a las impresiones que había tenido en el lugar del crimen. El cuerpo ensangrentado. Las bragas en la boca. El perro degollado. ¿Qué le decía esa escena macabra? Era difícil juzgar si se trataba de una muerte planeada o no. De que se había producido como fruto de un terrible ataque de cólera, no cabía duda.

El forense llegó en avión desde Estocolmo por la tarde. Ya se encontraba en el lugar de los hechos. Knutas decidió visitar el lugar del crimen al día siguiente, cuando todo estuviera bastante más tranquilo.

Le interrumpió una llamada en la puerta. Karin Jacobsson asomó la cabeza.

—Ya están todos aquí. ¿Vienes?

—Claro —respondió levantándose.

Había doce agentes de la policía judicial en Visby. En aquel momento, la mayor parte de ellos se encontraba fuera, en la zona de Fröjel, recabando información de los testigos y asegurando las huellas en el lugar del suceso. Knutas y sus colaboradores más cercanos se reunían con el fiscal, Birger Smittenberg, para repasar lo que revelarían a la prensa y lo que debían mantener todavía en secreto. Se sentaron alrededor de la envejecida mesa de pino en la sala de reuniones, que quedaba enfrente del despacho de Knutas. La sala tenía unas paredes de cristal que daban al pasillo, de manera que se podía ver quién pasaba por él. No obstante, ahora las ligeras cortinas de algodón estaban corridas.

Knutas se sentó en uno de los extremos de la mesa y miró con atención a sus colegas. Le gustaba aquel grupo. Karin Jacobsson, su colaboradora más cercana y con quien mejor debatía, vivaz y menuda, una morena de treinta y siete años que vivía sola. A su lado, Thomas Wittberg, diez años más joven, un policía muy capaz. Especialmente por su técnica para interrogar. De alguna manera, sacaba siempre más de aquellos a quienes interrogaba que ningún otro. Lars Norrby, separado, vivía con sus dos hijos en casa. Casi dos metros de estatura, de trato agradable, perfil correcto. Perfecto para tratar con la prensa. Erik Sohlman, el técnico del grupo. Fuerte y temperamental, casi colérico. Y, además, Birger Smittenberg, curtido fiscal jefe del juzgado de primera instancia de Gotland, nacido en Estocolmo y casado con una cantante de Gotland, de quien se enamoró tanto como de la isla. Ya llevaba viviendo allí veinticinco años. La colaboración con él funcionaba estupendamente, eso había pensado siempre Knutas.

—Sólo una charla corta ahora —precisó el comisario cuando abrió la reunión convocada de urgencia—. Estamos trabajando a tope con el asesinato y, al mismo tiempo, desgraciadamente, tenemos que hablar con la prensa. Ya han empezado a llamar. Tanto de aquí, los medios locales, como de la Península. Es increíble la rapidez con la que se extiende una noticia así —masculló meneando la cabeza—. Me pregunto cómo es posible. Pues bien, no vamos a revelar la identidad de la víctima. La prensa, de todos modos, se va a enterar, más temprano que tarde. Vamos a contar que todo apunta a un asesinato, pero no facilitaremos ningún detalle. No diremos nada del perro, las bragas o los cortes. No diremos nada de la probable arma del crimen, no desvelaremos nada de ninguna pista. Con toda seguridad van a llamar periodistas a todo el personal de la comisaría para intentar obtener información. Remitidlos a todos a que hablen conmigo o con Lars. Nadie dirá nada. Absolutamente nada. ¿De acuerdo?

Se escuchó un murmullo aprobatorio.

—Enviaré un comunicado interno con las instrucciones precisas después de la reunión —dijo Norrby—. La regla básica sigue vigente: mantener a los periodistas a distancia. Os van a caer encima tanto fuera, en la ciudad, como aquí. No digáis ni mu.

—Además, quiero que nos reunamos directamente después de la rueda de prensa en mi despacho, para ver cómo va el trabajo —añadió Knutas—. Aprovechad y comed algo ahora, para que podáis seguir en pie. Vamos a tener que trabajar toda la noche. Me he puesto en contacto con la Policía Nacional. Mañana nos enviarán algún refuerzo. Esto va a ser largo y exigirá muchos recursos si no detenemos al asesino enseguida.

Desde luego, era terrible que ocurriera un asesinato tan brutal, pero al propio tiempo sentía un cosquilleo de excitación en la boca del estómago.

Sabía lo que significaba aquel cosquilleo. Estar ante la expectativa de enfrentarse a un caso complicado. ¿Cómo podría uno llamarlo? ¿Amor al trabajo? Una paradoja que no podía explicarse ni siquiera a sí mismo.

Y quizá fuera ésa la fuerza que lo impulsaba.

A
ún era de día cuando el avión tomó tierra en el aeropuerto, poco después de las nueve. El trayecto en taxi hasta la ciudad fue rápido (el aeropuerto está sólo a tres kilómetros al norte de Visby).

—¡Qué impresionante es la muralla!

Peter no había estado nunca en Gotland.

—Fue construida en el siglo XIII —le explicó Johan—. Mide más de tres kilómetros y medio de longitud y es una de las murallas mejor conservadas de Europa. Ya ves la cantidad de torres que tiene. Enseguida pasaremos por la Puerta Norte para llegar al hotel. Tiene también varios arcos de entrada, y los grandes llevan el nombre de tres de los puntos cardinales: Österport, Söderport y Norderport. Nunca ha existido ningún Västerport. Al oeste se encuentra el mar con el puerto de Visby. Y ésa —añadió, señalando por la ventana— es la catedral de Sankta Maria, también del siglo XIII.

Sus tres altas torres se alzaban hacia el cielo.

Por suerte, les habían dado un piscolabis en el avión. Pasaron por el hotel sólo para dejar las maletas y siguieron directamente hasta la comisaría de policía, donde iba a tener lugar una rueda de prensa a las diez.

En el taxi, Johan escribió a vuelapluma la información que tenía hasta el momento. Podrían editar el reportaje en las instalaciones que aún tenían en Gotland, después de que el Centro Territorial de Sveriges Televisión, la cadena pública de Televisión Sueca, hubiera cerrado hacía sólo medio año. El viejo material estaba todavía a su disposición.

Dentro de las dependencias policiales, la gente corría por los pasillos. La tensión flotaba en el aire. Allí se encontraban unos cuantos periodistas y fotógrafos de los medios locales: Radio Gotland,
Gotlands Tidningar
y
Gotlands Allehanda
.

Johan y Peter saludaron fugazmente a sus colegas, pues ya era la hora de entrar en la sala donde iba a tener lugar la rueda de prensa. Anders Knutas y la inspectora Karin Jacobsson se sentaron a uno de los extremos de la mesa.

—Bienvenidos —dijo Knutas y se aclaró la garganta—. Hemos encontrado a una mujer, nacida en 1966, muerta en la playa conocida como de Gustavs, en la zona de Fröjel. Para los que no son de aquí, les diré que está en la costa oeste de Gotland, unos cuarenta kilómetros al sur de Visby El cuerpo ha sido descubierto hoy al mediodía, concretamente entre las 12.30 y las 12.45, por una persona que paseaba por allí. La víctima es natural de Gotland, pero la familia se fue de la isla y se instaló en Estocolmo hace quince años. —Bebió un trago de agua y echó una ojeada a sus papeles—. La mujer se encontraba en Gotland junto con su novio pasando unos días en la casa de veraneo que la familia de ella aún conserva en la isla —añadió—. Salió por la mañana temprano a dar un paseo con el perro y en algún momento durante ese paseo fue asesinada.

—¿Cómo fue asesinada? —preguntó la reportera de Radio Gotland.

—Eso no puedo explicárselo —contestó el comisario.

—¿Qué arma se ha usado?

—No lo puedo precisar para no entorpecer la investigación.

—¿Por qué están tan seguros de que realmente ha sido asesinada? —quiso saber un reportero de Gotlands Allehanda.

—Las heridas que presenta el cuerpo sólo pueden haber sido causadas por otra persona. La causa de la muerte no se ha determinado aún, pero partimos de la base de que ha sido asesinada.

—¿Ha sufrido abusos sexuales? —preguntó Johan.

—Es demasiado pronto para pronunciarse a ese respecto.

—¿Hay algún testigo? —preguntó el enviado de Gotlands Tidningar.

—Estamos interrogando a gran número de personas que viven por los alrededores, o que de alguna manera estuvieron en contacto con la víctima durante sus últimos días de vida. Estamos muy interesados en recibir información de los ciudadanos. Si alguien ha visto o ha oído algo extraño en ese lugar o en los alrededores durante el último día, debe ponerse en contacto con la policía cuanto antes. Y lo mismo rige para quien crea tener otro tipo de información que pueda ser de ayuda para localizar al asesino.

—¿Cómo sabéis que se trata de una sola persona, y de un hombre? —requirió el reportero de la radio local.

—Evidentemente, no lo sabemos —respondió Knutas algo irritado.

—Estaba en la casa de verano con su novio. ¿Es sospechoso? —preguntó Johan.

—El novio ha sido interrogado por la policía. Está conmocionado y ahora mismo se encuentra en el hospital de Visby. Por el momento no está bajo sospecha. El interrogatorio con él continuará mañana por la mañana. Durante toda la tarde, la policía ha rastreado la zona con perros y ha llamado a las puertas en busca de posibles testigos. El trabajo aún continúa. Es todo lo que podemos decir de momento. ¿Alguna otra cosa que quieran preguntar antes de terminar?

El comisario respondió a los periodistas lo mejor que pudo. No había mucho más que decir.

Johan optó por no preguntar nada acerca de los hachazos en el cuerpo de la mujer, ni sobre las bragas en la boca. Estaba claro que era el único periodista que conocía aquellos detalles.

Cuando terminó la rueda de prensa, se acercó a Anders Knutas para hacerle una entrevista individual.

Primero hizo las preguntas de rigor: ¿qué había pasado?, ¿qué hacía la policía en aquellos momentos?, ¿qué pistas había? Luego, directamente:

—¿Qué conclusiones sacáis de que la mujer presentara numerosos cortes, probablemente producidos con un hacha?

Anders Knutas se sobresaltó.

—¿A qué te refieres?

—El asesino la mató con un hacha, o algo parecido, y le asestó un gran número de golpes. Además, le ha metido las bragas en la boca. ¿Qué puede indicar eso?

Knutas, molesto, miró a su alrededor, a ambos lados, como buscando ayuda de alguno de sus colegas.

La luz intensa de la cámara, que le daba en la cara, lo deslumbraba.

—Sé de fuente fidedigna que estos datos son ciertos —insistió Johan.

—No es nada que yo pueda confirmar —replicó Knutas, mientras apartaba el micrófono que tenía delante.

—Desconecta la cámara —le dijo Johan a Peter agarrando del brazo al comisario—. Oye, sé que es cierto. ¿Por qué no lo confirmas?

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