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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

Noche Eterna (12 page)

BOOK: Noche Eterna
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—Sí, supongo que lo hizo porque no me creía capaz de cuidar de mí misma. Lo extraño es que me dejara entrar en posesión de mi fortuna a los veintiún años y no ordenara que se mantuviera en fideicomiso hasta los veinticinco. Creo que lo dispuso porque era una mujer.

—Es curioso. Yo hubiera creído lo contrario.

Ellie meneó la cabeza.

—No, creo que mi abuelo estaba convencido de que los varones jóvenes son todos unos alocados y, si no se matan, acaban atrapados en las redes de alguna rubia malévola. Al parecer, consideraba prudente darles tiempo para desfogarse. Pero recuerdo que en una ocasión me dijo: «Si una muchacha tiene sentido común, lo tendrá tanto si tiene veintiuno como veinticinco, y no sirve de nada esperar cuatro años, porque si es tonta tampoco habrá ninguna mejoría. Quizá tú no sepas gran cosa de la vida, Ellie, pero tienes sentido común. Sobre todo con las personas. Creo que siempre lo tendrás.»

—Supongo que yo no le habría caído bien —comenté pensativo.

Ellie siempre es muy sincera. No intentó convencerme de lo contrario y me respondió con la verdad.

—No, creo que se hubiera sentido horrorizado, me refiero al principio. Después probablemente hubiera cambiado de opinión.

—Pobre Ellie —exclamé sin poder contenerme.

—¿Por qué lo dices?

—Te lo dije una vez antes, ¿lo recuerdas?

—Sí, dijiste pobre niña rica. Tenías mucha razón.

—Esta vez no lo dije con el mismo sentido. No quería decir que eras pobre porque tienes mucho dinero. Lo que quería decir es... —vacilé—... que tienes demasiada gente a tu alrededor, demasiadas personas que quieren cosas de ti, pero que en realidad te tienen muy poco aprecio. Es verdad, ¿no?

—Creo que el tío Andrew me quiere de verdad —manifestó Ellie con un leve tono de duda—. Siempre es amable conmigo y muy comprensivo. Los otros no, en eso tienes toda la razón. Sólo quieren cosas.

—Vienen y te acorralan, ¿no es así? Te piden dinero, quieren favores. Quieren que les saques de sus apuros y ese tipo de cosas. ¡Lo único que desean es aprovecharse!

—Supongo que es bastante natural —opinó Ellie serenamente—. Pero esa historia se ha acabado. Ahora vivo en Inglaterra y, por lo tanto, no los veré con frecuencia.

Estaba en un error, por supuesto, pero no lo había entendido del todo. Stanford Lloyd había venido por su cuenta, cargado con una gran cantidad de documentos para que Ellie los firmara. También hablaron mucho de las inversiones, las acciones, las propiedades y de la liquidación de los fondos del fideicomiso. A mí me sonaba a chino. No podía ayudarla ni darle ningún consejo. Tampoco hubiera podido impedir que Lloyd la estafara. Confiaba en que no, pero ¿cómo podía estar seguro un ignorante como yo?

Había algo en Stanford Lloyd que parecía demasiado bueno para ser cierto. Era un banquero y, además, lo parecía. Mayor, elegante, se comportó muy amablemente conmigo y, si pensaba que yo era un patán, no lo mostró en absoluto.

—Bueno —comenté cuando él también se marchó—, ahí se va el último de la pandilla.

—No crees que valgan mucho, ¿verdad?

—Creo que tu madrastra es una zorra de mucho cuidado. Perdona, Ellie, quizá no deba decir algo así de Cora.

—¿Por qué si es lo que piensas? No creo que vayas muy desencaminado.

—Has tenido que estar muy sola, Ellie.

—Sí, me sentía sola. Conocía a chicas de mi edad. Fui a un colegio elegante, pero nunca fui completamente libre. Si trataba amistad con unas personas, no sé como se las apañaban, pero siempre conseguían separarme de ellas e intentaban que me hiciera amiga de alguna otra muchacha. ¿Sabes por qué? Porque todo se regía por la escala social. Claro que tampoco llegué a cogerle el suficiente afecto a nadie como para plantarles cara. Nunca hubo nadie que me importara de verdad. Sólo cuando apareció Greta, entonces todo fue diferente. Por primera vez, alguien sentía verdadero afecto por mí. Fue maravilloso. —La expresión de su rostro se suavizó.

—Desearía... —dije mientras me volvía hacia la ventana.

—¿Qué?

—No lo sé. Desearía, quizá, que no dependieras tanto de Greta. No es bueno depender tanto de otra persona.

—Ella no te gusta, Mike.

—Sí que me gusta —respondí apresuradamente—. Claro que sí. Pero debes comprender que para mí es casi una desconocida. Es inútil ocultarlo, creo que estoy un poco celoso. Siento celos porque tú y ella... quiero decir que antes no comprendía lo unidas que estabais.

—No estés celoso. Ella fue la única persona que se portó bien conmigo, que me demostró su afecto, hasta que te conocí.

—Me conociste y te casaste conmigo. —Luego volví a repetir algo que ya había dicho antes—. Quiero que vivamos juntos y felices el resto de nuestras vidas.

Capítulo XIII

Intento lo mejor que puedo, aunque es no es gran cosa, ofrecer una descripción de las personas que entraron en nuestras vidas, mejor dicho que entraron en la mía porque, desde luego, ya pertenecían a la vida de Ellie. Nuestro error fue creer que ellos saldrían de la vida de Ellie. Pero no lo hicieron. No tenían ninguna intención de hacerlo. Sin embargo, en aquel momento no lo sabíamos.

Mientras tanto, por nuestra parte, la vida seguía adelante. Santonix nos envió un telegrama para avisarnos de que la casa estaba terminada. Pedía que esperáramos una semana más. Luego, envió otra en el que decía: «Venid mañana.»

Fuimos en coche y llegamos al atardecer. Santonix había oído el coche cuando subía por el camino privado y nos esperaba delante de la casa. Cuando la vi acabada, algo dentro de mí dio un brinco como si quisiera atravesar la piel. ¡Era mi casa y por fin la tenía! Apreté muy fuerte el brazo de Ellie.

—¿Te gusta? —preguntó Santonix.

—Es el no va más —respondí. Algo bastante ridículo de decir pero él me entendió perfectamente.

—Sí, es lo mejor que he hecho. Os ha costado una fortuna y vale hasta el último céntimo. He superado todos los presupuestos. Venga, Mike, cógela en brazos y llévela a través del umbral. ¡Eso es lo que se hace cuando se toma posesión de una casa con la esposa!

Con el rostro como la grana, levanté a Ellie —que pesaba muy poco— y crucé el umbral como había sugerido el arquitecto. Al hacerlo, me tambaleé un poco y vi que Santonix fruncía el entrecejo.

—Ya está —exclamó Santonix—-. Se bueno con ella, Mike. Cuídala. No permitas que sufra ningún daño. No puede cuidar de sí misma, aunque ella crea lo contrario.

—¿Por qué tendría que ocurrirme algo? —preguntó Ellie.

—Porque éste es un mundo cruel y hay muchas personas malas, querida. Lo sé. He visto a un par por aquí. Las he visto rondando, como buenas ratas que son. Perdonadme pero alguien tiene que decirlo.

—No nos molestarán —afirmó Ellie—. Todos han regresado a Estados Unidos.

—Quizá —replicó Santonix—, pero el viaje en avión sólo dura unas pocas horas. —Apoyó las manos sobre los hombros de Ellie. Eran casi piel y hueso, y muy blancas. El hombre parecía estar cada vez más enfermo—. Yo mismo te cuidaría si pudiera, pero no puedo. Ya no me queda mucho. Tendrás que defenderte tú sola.

—Acaba de una vez con esas tonterías de las maldiciones gitanas, Santonix, y enséñanos la casa. Queremos ver hasta el último rincón.

Así que recorrimos la casa. Algunas de las habitaciones estaban vacías, pero la mayor parte de las cosas que habíamos comprado: los cuadros, los muebles y las cortinas estaban allí.

—Todavía no le hemos dado un nombre —exclamó Ellie bruscamente—. No podemos seguir llamándola The Towers, un nombre ridículo. ¿Cuál era el otro nombre que mencionaste una vez? —me preguntó—. Algo así como el Campo del Gitano, ¿no?

—No la llamaremos así —repliqué tajante—. No me gusta ese nombre.

—Es como siempre la han llamado por aquí —manifestó Santonix.

—Los habitantes del pueblo no son más que una pandilla de supersticiosos.

Después, nos sentamos en la terraza a contemplar el panorama y la puesta de sol, y pensamos en nombres para la casa. Era como un juego. Empezamos muy serios y, a continuación, comenzamos a pensar en nombres a cuál más ridículo: Final de Trayecto, Delicia del Corazón, o nombres que sonaban a fondas: Los Pinos, El Retiro, Miramar. De pronto, se hizo de noche, se levantó un viento helado, y entramos en la casa. Cerramos las ventanas sin preocuparnos de correr las cortinas. Habíamos traído viandas para la cena. El personal del servicio no llegaría hasta mañana.

—Probablemente no les gustará el lugar, dirán que es solitario y querrán marcharse.

—Entonces será el momento de doblarles el sueldo para que se queden —comentó Santonix.

—¡Usted cree que se puede comprar a todo el mundo! —replicó Ellie con un tono divertido.

Nos sentamos a la mesa y nos comimos el
paté en croúte
y los camarones, todo acompañado de un buen vino, y nos lo pasamos a lo grande. Incluso Santonix parecía más fuerte y animado, y en sus ojos se veía la excitación que le dominaba.

Entonces ocurrió de repente. Una piedra rompió el cristal de la ventana y cayó sobre la mesa. El proyectil destrozó una copa y una astilla de cristal hirió a Ellie en la mejilla. Por un instante nos quedamos paralizados, pero luego me levanté de un salto, corrí a la ventana, la abrí y salí a la terraza. No se veía al atacante por ninguna parte, así que regresé al comedor.

Cogí una servilleta de papel y me incliné sobre Ellie para limpiar el par de gotas de sangre que asomaban por la herida.

—Ya está. No es nada. La astilla apenas si ha rasgado la piel. Te arderá unos segundos y luego te pasará.

Miré a Santonix.

—¿Por qué alguien haría una cosa así? —preguntó Ellie. Parecía atónita ante la agresión.

—Son los chicos de por aquí —le contesté—. Los gamberros del pueblo. Seguramente se han enterado de que acabamos de instalarnos. Yo diría que hemos tenido suerte de que sólo nos arrojaran una piedra. Podrían haber empleado una carabina de balines o algo por el estilo.

—¿Por qué nos hacen esto a nosotros? ¿Por qué?

—No lo sé. Supongo que son unos brutos.

Ellie se levantó bruscamente.

—Estoy asustada. Tengo miedo.

—Mañana haremos unas cuantas averiguaciones. No sabemos gran cosa de la gente que vive por aquí.

—¿Es porque nosotros somos ricos y ellos pobres? —La pregunta se la formuló a Santonix como si él pudiera conocer la respuesta mejor que yo.

—No —respondió Santonix—. No creo que sea ésa la razón.

—Entonces es que nos odian. ¿Qué motivos podrían tener para odiarnos? ¿Porque somos felices?

Una vez más, Santonix meneó la cabeza.

—No —añadió Ellie, como si coincidiera con la opinión del arquitecto—. No, es otra cosa. Algo de lo que no sabemos nada. El Campo del Gitano. Odiarán a cualquiera que venga a vivir aquí. Nos perseguirán. Quizás acaben por salirse con la suya y nos echarán de aquí.

Servía una copa de vino y se la entregué.

—Por favor, Ellie, no digas esas cosas —le supliqué—. Bebe un poco de vino. Ha sido una cosa muy desagradable, pero debemos considerarlo sólo como una vulgar gamberrada.

—No lo sé —replicó Ellie, mirándome fijamente—. Alguien pretende echarnos de aquí, Mike. Expulsarnos de la casa que hemos construido, de la casa que amamos.

—No permitiremos que nos echen. Yo cuidaré de ti. Nada ni nadie te hará el menor daño.

Mi esposa volvió a mirar a Santonix.

—Usted tiene que saberlo. Estuvo aquí mientras construían la casa. ¿Oyó algún comentario? ¿Vino por aquí alguien a tirar piedras o interferir de alguna manera con las obras?

—Es algo difícil de decir —contestó Santonix.

—Entonces, ¿se produjeron accidentes?

—Siempre ocurre algún accidente durante la construcción de una casa. Nada grave ni trágico. Un hombre que se cae de una escalera, alguien que se lastima un pie, otro que se hace un corte en un dedo y la herida se infecta...

—¿Nada más que eso? ¿Nada que se pueda considerar como un hecho premeditado?

—¡No, te juro que no! —afirmó Santonix.

—Te acuerdas de aquella gitana, Mike —dijo Ellie—. El comportamiento tan extraño y la manera en que me advirtió que no viviera aquí.

—No era más que una pobre mujer trastornada.

—Hemos construido una casa en el Campo del Gitano. Hemos hecho lo que nos dijo que no hiciéramos. No permitiré que me echen de aquí —proclamó Ellie con expresión decidida—. ¡No dejaré que nadie me eche de mi casa!

—Nadie nos echará —le prometí—. Aquí seremos felices.

Lo dije como un reto al destino.

Capítulo XIV

Así comenzó nuestra vida en el Campo del Gitano. No encontramos otro nombre mejor para la casa. Aquella primera noche grabó el nombre en nuestras mentes.

—¡La llamaremos el Campo del Gitano y no se hable más! —dijo Ellie—. Será como un desafío, ¿no te parece? Es nuestra casa y al demonio con la advertencia de la gitana.

Al día siguiente había recuperado su alegría habitual, y no tardamos en estar ocupadísimos con el tráfago de instalarnos y también de recorrer la zona y trabar contacto con los vecinos. Ellie y yo fuimos hasta la casa donde vivía la gitana. Me pareció que sería una buena cosa si la encontrábamos trabajando en el jardín. Ellie sólo la había visto una vez, cuando le leyó la buenaventura. En cambio, si ahora la veía como otra vieja cualquiera atareada en su jardín, cambiaría de opinión. Lamentablemente, no la vimos. La casa estaba cerrada. Le pregunté a una vecina si se había muerto, pero la mujer meneó la cabeza.

—Seguramente se habrá ido de viaje. Se va de cuando en cuando. Es una gitana de verdad, por eso no puede vivir en una casa. Desaparece durante un tiempo y después vuelve. —Se tocó la sien con un dedo—. No está muy bien de aquí.

Charlamos un rato más y la mujer nos preguntó, haciendo un esfuerzo por disimular su curiosidad:

—Ustedes vienen de la casa nueva, ¿verdad? La que acaban de construir en lo alto de la colina.

—Así es —respondí—. Nos trasladamos anoche.

—Es un edificio maravilloso. Todos hemos subido a ver cómo la construían. Es un gran cambio ver una casa tan bonita allí donde sólo había un bosque sombrío. —Con cierta timidez le preguntó a Ellie—: Usted es la señora norteamericana, ¿no es así? Al menos, es lo que nos han dicho.

—Sí, soy norteamericana, o lo era, porque ahora estoy casada con un inglés y, por lo tanto, ya soy inglesa.

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