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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

Noche Eterna (18 page)

BOOK: Noche Eterna
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Mientras nos poníamos en marcha, Phillpot me miró de reojo un par de veces. Le pillé en una de sus miradas y le comenté en un tono amargo:

—De acuerdo, Ya dijo usted esta mañana que tanta euforia podía ser de mal agüero.

—No piense en eso ahora. Quizá ha sufrido una caída y se ha torcido un tobillo o algo así, aunque es muy buena amazona. La he visto montar. No creo que haya tenido un accidente.

—Los accidentes ocurren cuando menos te los esperas.

Conduje a gran velocidad y por fin llegamos a la carretera que atraviesa los páramos más allá de nuestra finca. Aminoré la velocidad y comenzamos a mirar a uno y a otro lado para ver si divisábamos a Ellie. Nos detuvimos en varias ocasiones para preguntarle a la gente que había por la zona. Un nombre que estaba recogiendo turba nos dio la primera pista.

—Vi un caballo sin jinete —dijo—. Hará cosa de unas dos horas. Lo hubiera cogido, pero se alejó al galope cuando me acerqué. Pero no vi señales del jinete.

—Será mejor que vayamos hacia la casa —manifestó Phillpot—. Seguro que ya tendrán noticias.

Llegamos a casa pero nadie sabía nada. Buscamos al mozo de cuadra y le enviamos al páramo en busca de Ellie. El comandante llamó a su casa y ordenó que uno de sus hombres saliera a colaborar en la búsqueda. Phillpot y yo subimos por el sendero que atravesaba el bosque, el favorito de Ellie para llegar al páramo.

Al principio no vimos nada de particular. Luego, mientras avanzábamos cerca del linde del bosque donde se cruzaban varios caminos, la encontramos. Vimos lo que parecía ser un montón de ropa. El caballo había vuelto y ahora se encontraba junto a aquel montón. Eché a correr. Phillpot me siguió dando muestras de una agilidad insospechada para un hombre de su edad.

Ellie estaba allí, acurrucada en el suelo, con el rostro pálido mirando al cielo.

—No puedo... no puedo... —murmuré, incapaz de mirar a mi esposa.

Phillpot se arrodilló junto al cuerpo de Ellie, para después levantarse casi en el acto.

—Mandaremos llamar al doctor Shaw. Es el más cercano, pero ya no creo que se pueda hacer nada, Mike.

—¿Quiere usted decir que está muerta?

—Sí, es inútil fingir otra cosa.

—¡Dios santo! —exclamé, al tiempo que me volvía para no ver el cuerpo de Ellie—. No puedo creerlo. No puedo creer que esté muerta.

—Tome, beba un trago.

El comandante sacó una petaca del bolsillo, le quitó el tapón y me la entregó. Bebí un buen trago.

—Gracias.

En aquel momento apareció el mozo y Phillpot lo envió a buscar al doctor Shaw.

Capítulo XVIII

Shaw no tardó en llegar con su viejo Land-Rover. Supongo que era el vehículo que utilizaba para ir a visitar las granjas aisladas los días de mal tiempo. Apenas nos saludó y se ocupó de Ellie inmediatamente; después vino a reunirse con nosotros.

—Lleva muerta unas tres o cuatro horas —manifestó—. ¿Tienen alguna idea de cómo ocurrió?

Le expliqué que Ellie había salido a cabalgar después del desayuno, como hacía habitualmente.

—¿Había tenido algún otro accidente en sus excursiones?

—No, era muy buena amazona.

—Sí, ya lo sé. La vi montar en un par de ocasiones. Me dijo una vez que montaba desde que era una niña. Me pregunto si no tuvo algún accidente previo que pudiera asustarla. Si el caballo se espantó...

—¿Por qué iba a espantarse el caballo? Es un animal muy tranquilo.

—No creo que haya sido culpa del caballo —opinó el comandante—. Es obediente y tranquilo. ¿Tiene algún hueso roto?

—Como habrán visto, sólo le he practicado un reconocimiento superficial, pero no parece haber sufrido ninguna herida física. Quizá se trate de una hemorragia interna. También podría tratarse de un shock.

—¿Alguien puede morir de un shock?

—Hay personas que han muerto de un shock, y si Ellie tenía el corazón débil...

—Los médicos en Estados Unidos dijeron que tenía el corazón débil... o algo así.

—No sé —replicó Shaw—. No me lo pareció cuando la examiné. Claro que sin un cardiógrafo.... De todas maneras, no tiene mucho sentido discutirlo ahora. Ya lo sabremos más tarde. Durante la encuesta preliminar. —Me miró pensativamente y después me palmeó el hombro—. Le recomiendo que se vaya a su casa y se acueste. Es usted quien sufre ahora un shock.

Resulta extraño cómo la gente en el campo aparece como salida de la nada. En estos momentos, ya se habían reunido tres. Un excursionista que se había desviado de la carretera principal al ver a nuestro grupo; una mujer de rostro rubicundo que había cogido el atajo para ir a una granja; y un viejo picapedrero. No dejaban de hacer comentarios.

«Pobre señora.»

«Una persona tan joven. La tiró el caballo, ¿verdad?»

«Nunca se sabe lo que pueden hacer los caballos.»

«Es Mrs. Rogers, ¿no? La señora norteamericana que vivía en The Towers.»

No fue hasta que todos los demás acabaron con los comentarios, que el picapedrero abrió la boca. Fue el único que nos dio información útil.

—Yo lo vi —manifestó, meneando la cabeza—. Yo lo vi.

El doctor Shaw se volvió hacia el viejo inmediatamente.

—¿Qué vio?

—Vi un caballo que galopaba desbocado campo a través.

—¿Vio usted caer a la señora?

—No, eso no lo vi. Ella iba cabalgando por la parte más alta del bosque cuando la vi y, después, continué con mi trabajo cortando piedras para la carretera. Fue entonces cuando oí el ruido de los cascos y, al mirar, vi al caballo pasar a todo galope. No se me ocurrió que pudiera tratarse de un accidente. Di por sentado que la señora había desmontado y que el caballo se había escapado. No venía en mi dirección, sino que galopaba en dirección opuesta.

—¿Vio a la señora caída?

—No, no veo bien de lejos. Vi al caballo porque destacaba contra el cielo.

—¿La señora cabalgaba sola? ¿Había alguien más con ella o cerca?

—No vi a nadie cerca. No, ella iba sola. Pasó cerca de mí en aquella dirección, hacia el bosque. No, no vi a nadie excepto a ella y al caballo.

—Quizá fue la gitana la que lo espantó —señaló la mujer de rostro rosado.

Me di la vuelta en el acto.

—¿Qué gitana? ¿Cuándo?

—Vaya, tuvo que ser hará unas tres o cuatro horas cuando yo pasaba por la carretera esta mañana. Vi a la gitana alrededor de las diez menos cuarto. La que vive en el pueblo. Al menos creo que era ella. No estaba lo bastante cerca como para jurar que fuera ella, pero es la única de por aquí que lleva una capa roja. Caminaba por uno de los senderos que entran en el bosque. Alguien me contó que siempre le decía cosas desagradables a la pobre señora norteamericana. La amenazaba seriamente. Le dijo que le pasaría algo muy malo si no se marchaba de este lugar.

—La gitana —murmuré amargamente para después añadir—: El Campo del Gitano. Desearía no haber conocido nunca este lugar.

LIBRO TERCERO
Capítulo XIX

Es extraordinario lo difícil que me resulta recordar todo lo que sucedió después de aquello. Me refiero al orden de los acontecimientos. Verán, hasta entonces, todo lo tenía muy claro, sólo tenía algunas dudas de por donde empezar, nada más. Pero a partir de entonces fue como si hubieran cortado mi vida en dos mitades de un hachazo. Lo que sucedió a partir de la muerte de Ellie me parece ahora algo para lo que no había estado preparado. Una confusión de personas, elementos y sucesos sobre los cuales yo ya no tenía ningún control. A mí no me ocurrían cosas, sino que las cosas pasaban a mi alrededor. Ésa al menos era la sensación que tenía.

Todo el mundo se portó muy amablemente conmigo. Eso parece ser lo que mejor recuerdo. Iba de aquí para allá con aspecto de sonámbulo y sin saber que hacer. Recuerdo que Greta estaba en su elemento. Tenía aquel extraordinario poder de las mujeres para hacerse cargo de situaciones anómalas. Se ocupó de todos aquellos asuntos, aparentemente sin importancia, que alguien tenía que resolver. Yo hubiera sido incapaz de atenderlos.

Creo que lo primero que recuerdo claramente después de que se llevaron a Ellie y yo regresé a mi casa —nuestra casa— fue cuando el doctor Shaw vino a hablar conmigo. No sé cuanto tiempo había pasado. Se mostró tranquilo, bondadoso, razonable. Me explicó las cosas con toda claridad y muy amablemente.

Preparativos. Recuerdo que utilizó la palabra preparativos. ¡Qué palabra más odiosa y todo lo que significa! Las cosas en la vida que tiene grandes palabras: amor, sexo, vida, muerte, odio, no son las que gobiernan nuestra existencia. Son las otras, más degradantes y miserables. Las cosas que tienes que soportar, las cosas en las que nunca piensas hasta que te suceden. Empleados de pompas fúnebres, organizar los funerales, las actuaciones judiciales. Los sirvientes recorrieron las habitaciones y cerraron las persianas. ¿Había que cerrar las persianas porque Ellie estaba muerta? ¡Vaya estupidez!

Por eso recuerdo que sentí tanta gratitud hacia el doctor Shaw. Se ocupó de todo con mucha amabilidad y consideración. Me explicó por qué algunas cosas, como una encuesta preliminar, eran necesarias. Recuerdo que me hablaba muy lentamente para asegurarse de que entendiera todo lo que me decía.

No sabía cómo era una encuesta preliminar. Nunca había estado en una. Me pareció algo bastante irreal, propio de aficionados. El coroner era un hombre pequeño y nervioso que utilizaba unas gafas que se enganchaban en la nariz. Fui uno de los testigos. Me pidieron que presentara pruebas de la identificación, que describiera la última vez que había visto a Ellie durante el desayuno y de la cita para comer con el comandante Phillpot después de la subasta. Declaré que ella parecía la misma de siempre, rebosante de salud.

La declaración del doctor Shaw fue mucho más discreta y menos concluyente. No había encontrado heridas graves: un hombro dislocado y los golpes normales que se producen cuando alguien se cae de un caballo.

Nada de verdadera importancia y todas producidas en el momento de la muerte. Al parecer, no la había movido de la posición original. Suponía que la muerte había sido prácticamente instantánea. No había ninguna herida interna específica capaz de producirle la muerte y no se le ocurría ninguna explicación, excepto que había fallecido debido a una parada cardiaca. Hasta donde pude entender del lenguaje médico, Ellie había muerto sencillamente como resultado de la ausencia de respiración, de una asfixia de algún tipo. Los órganos eran sanos y el contenido del estómago era normal.

Greta, que fue otro de los testigos, insistió un poco más que la vez que se lo mencionó al doctor Shaw, en las leves afecciones cardíacas que había tenido Ellie tres o cuatro años atrás. Nunca había oído mencionar nada específico, pero los parientes de Ellie habían hablado en ocasiones de que su corazón era débil y que no debía hacer demasiados esfuerzos. Pero recalcó que no había oído nada.

Después le tocó el turno a las personas que habían visto o habían estado en la vecindad a la hora que ocurrió el accidente. El primero fue el viejo que cortaba turba. Había visto pasar a la señora a unas cincuenta yardas más o menos. Sabía quien era aunque nunca había hablado con ella. Era la señora de la casa nueva.

—¿La conocía de vista?

—No la había visto antes, pero conocía al caballo, señor. Tiene una pata blanca. Había pertenecido a Mr. Carey de Shettlegroom. Por lo que sé era un caballo muy bueno y tranquilo, la montura ideal para una señora.

—¿Vio si la señora tenía algún problema con el caballo? ¿El animal estaba nervioso?

—No, se le veía la mar de tranquilo. Hacía una mañana muy bonita.

No había mucha gente por los alrededores, añadió, al menos él no había visto mucha. Aquel camino a través del páramo no se usaba mucho, excepto como un atajo para ir a alguna de las granjas. Había otro camino una milla más adelante. Había visto pasar a dos hombres: uno a pie y otro en bicicleta, pero no los había reconocido porque estaban demasiado lejos y, además, tampoco le parecía importante saber quiénes eran. Más temprano, antes de ver pasar a la señora, había visto a la vieja Mrs. Lee, o por lo menos a alguien que se le parecía mucho. La gitana se había acercado por el camino, para después cambiar de rumbo y meterse en el bosque. Era una visitante asidua del páramo y del bosque.

El coroner quiso saber por qué Mrs. Lee no se encontraba presente en la sala. Se le había enviado una citación para que asistiera. Sin embargo, le informaron que Mrs. Lee se había marchado del pueblo unos días antes. Nadie sabía la fecha exacta. No había dejado ninguna dirección. No acostumbraba a hacerlo. A menudo iba y venía sin darle explicaciones a nadie, por lo tanto no había ningún misterio. De hecho, uno o dos de los asistentes comentaron que si no recordaban mal, la vieja se había marchado del pueblo antes del día del accidente. El coroner volvió a interrogar al viejo.

—Sin embargo, ¿cree usted que la mujer que vio era Mrs. Lee?

—No lo sé, no lo puedo asegurar. Era una mujer alta, y con una capa roja, como la que Mrs. Lee lleva en ocasiones. Pero no me fijé mucho, estaba muy ocupado con lo que estaba haciendo. Quizás era ella, o tal vez otra persona. ¿Quién lo puede decir?

Del resto de detalles, repitió prácticamente lo que nos había dicho en el primer momento: que había visto pasar a la señora y que la había visto en otras ocasiones. No había prestado mucha atención. Más tarde había visto pasar al caballo sin jinete. Pensó que algo le había espantado. Tampoco tenía muy clara la hora, quizá fueran las once, tal vez más temprano. Había vuelto a ver pasar el caballo, pero mucho más tarde. Parecía ir hacia el bosque.

Entonces, el coroner me volvió a llamar y me hizo unas cuantas preguntas sobre Mrs. Lee, Mrs. Esther Lee de Vine Cottage.

—¿Usted y su esposa conocían a Mrs. Lee de vista?

—Sí, bastante bien.

—¿Hablaron con ella?

—Sí, en varias ocasiones. Mejor dicho, ella habló con nosotros.

—¿En alguna ocasión le amenazó a usted o a su esposa?

Pensé durante unos momentos.

—En cierto sentido se podría decir que sí —respondí con voz pausada—, pero nunca creí...

—¿Nunca creyó qué?

—En sus amenazas.

—¿Le dio la impresión de que tuviera un rencor especial hacia su esposa?

—Ellie me lo comentó en una ocasión. Me dijo que tenía la impresión de que le profesaba cierto rencor y no entendía la razón.

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