Authors: Laura Gallego García
—Lo has resumido bastante bien.
—Bueno, no voy a dejar que esto me amargue el día, así que por el momento haré como que no he oído nada.
En aquel momento, alguien llegó corriendo, llamando a Jack por su nombre. Los dos se volvieron al la vez, y la persona que los seguía se detuvo en seco, intimidada. Se trataba de una joven humana; Jack no conocía su nombre, pero sabía que trabajaba en la torre como doncella, aunque no era maga.
—¿Qué sucede?
La chica, sin embargo, fue incapaz de decir nada. Tenía los ojos clavados en Christian y temblaba de puro terror.
—Puedes hablar ante él, no pasa nada —insistió Jack—. ¿Para qué me buscabas?
Por fin ella consiguió centrar la mirada en Jack, pero eso no mejoró las cosas. Se sonrojó hasta la raíz del cabello, bajó la cabeza y empezó a tartamudear. Jack esperó pacientemente hasta que ella fue capaz de decir que había llegado un mensajero con una nota para Jack. Era urgente, y procedía de Nanhai.
—Debe de ser de Shail —comentó Jack—. Bien, voy a ver qué es. Gracias —añadió, dirigiéndose a la doncella, pero ella no fue capaz de moverse, hasta que Jack insistió—. Gracias, puedes irte.
—Ha sido un honor, señor —balbuceó ella, con una exagerada reverencia.
Cuando se hubo marchado, Christian lo miró, enarcando una ceja.
—Sí, siempre es así —suspiró Jack, contestando a la pregunta que él no había formulado—. Parece que Victoria y yo nos hemos vuelto famosos. Aunque tú ya sabes de qué va todo esto, ¿no?
Christian no respondió. Jack no insistió en el tema.
—Voy a recibir al mensajero, y después tendré que volver a la reunión —resumió—. Luego tenemos que hablar los tres... largo y tendido. Encontrarás a Victoria en el jardín: deberías ir a verla... —Le dirigió una mirada llena de mal disimulada alegría—, si es que eres capaz de verla, claro.
Momentos después, Christian recorría los senderos umbríos del jardín de la torre, con la extraña sensación de que había algo especial latiendo en el ambiente, algo mágico, tal vez, que no estaba antes. Dio varias vueltas por allí, percibiendo la presencia de Victoria en alguna parte, pero sin llegar a topar con ella. Cuando estaba a punto de darse por vencido, descubrió una forma blanca semioculta bajo un macizo de flores acampanadas. El shek se detuvo en seco y respiró hondo para calmar los violentos latidos de su corazón. Tras asegurarse de que sus ojos no lo engañaban, se acercó al macizo de flores, paso a paso, temiendo todavía que aquello fuera una ilusión que fuera a desvanecerse en cualquier momento.
El unicornio no se movió, ni siquiera abrió los ojos. Pero Christian sabía que había detectado su presencia. Se sentó sobre la hierba, junto a ella, sin pronunciar una sola palabra que rompiera la magia del momento. Y esperó.
Instantes después, la criatura abrió los ojos y lo miró.
Christian sintió que le faltaba el aliento. Volvió la cabeza bruscamente, porque los ojos se le empañaban.
—¿Qué te ocurre? —preguntó ella dulcemente—. ¿No te alegras de verme?
—Sabes que sí, Victoria —respondió él en voz baja.
Sobreponiéndose, alzó la cabeza y la contempló largamente. Su mirada se detuvo más tiempo en el pequeño cuerno que crecía sobre su frente, apenas una punta no más larga que su dedo pulgar. El unicornio lo notó, y bajó la cabeza, claramente avergonzada. Christian se dio cuenta.
—Te está volviendo a crecer el cuerno.
—Es tan poca cosa —suspiró ella—. Tan pequeño, tan ridículo...
—Crecerá —la tranquilizó Christian—. Y no es poca cosa. Es lo más hermoso que he visto nunca.
Victoria inclinó delicadamente la cabeza en señal de agradecimiento.
—¿Cómo ha pasado?
—No lo sé. Simplemente, ha sucedido. Pero no de golpe. Me parece que ya llevaba tiempo curándome poco a poco. Lo que ocurre es que a mi cuerpo de unicornio le ha costado mucho tiempo generar un nuevo cuerno. Si no fuera porque mi esencia tenía también un cuerpo humano en el que refugiarse, no habría sobrevivido al proceso.
Con un suspiro, apoyó la cabeza en el regazo de Christian. El joven dejó escapar un pequeño jadeo al sentir la dulce corriente de magia que lo recorría por dentro. Cerró los ojos para disfrutar de esa sensación. Tras una breve vacilación, alzó la mano para acariciar las crines del unicornio, que no se movió.
Por fin, Christian volvió a mirarla.
—¿Por qué has hecho esto? —le preguntó.
—Porque lo deseaba —respondió ella en voz baja.
Christian no dijo nada.
Permanecieron así un rato más, los dos en silencio, Christian sentado sobre la hierba, Victoria apoyando la cabeza en su regazo. Hasta que ella dijo:
—Las leyendas de la Tierra dicen que a los unicornios les gusta reposar la cabeza en el regazo de las muchachas vírgenes e inocentes.
—Me temo que yo no encajo mucho con esa descripción —comentó él.
Victoria sonrió.
—Lo sé. Pero no me importa. Eres Christian, y con eso me basta.
El shek la contempló con expresión indescifrable.
—¿Es por eso? ¿Es ese el secreto de los unicornios? Porque, de lo contrario, no me explico qué he hecho yo para merecer este don... dos veces.
—No sé qué vio en ti el unicornio que te convirtió en un mago. Pero sí sé lo que he visto yo. Y deseaba compartir esto contigo... oh, lo deseaba con toda mi alma.
—¿También con Jack?
—Sí, también con él. Pero no ahora. Mi poder es aún muy débil. Si entregara la magia a un no iniciado, o incluso a un semimago como él... el esfuerzo podría conmigo. Pero tú eres ya un mago.
No necesito concederte un don que ya posees. Sólo puedo renovártelo.
Christian calló. El unicornio alzó la cabeza y lo miró, llena de incertidumbre.
—No te alegras de verme así —afirmó.
—No del todo —reconoció Christian—. Pero tengo una buena razón.
Contempló cómo ella se transformaba de nuevo en humana, entre sus brazos. Cuando lo miró de nuevo, desde el rostro de una muchacha, todavía había rastros de pena en su mirada.
—Tengo una buena razón —repitió él—. Hay alguien que no considera que una chica humana sea una amenaza. Pero sí puede tener mucho en contra del último unicornio, de alguien capaz de conceder la magia.
Le contó, en pocas palabras, lo mismo que le había contado a Jack. Victoria palideció.
—Gerde tiene mi cuerno. Y es una diosa.
Había miedo e ira en sus palabras, Christian lo notó.
—Tengo que sacarte de aquí antes de que ella sepa que te está creciendo el cuerno de nuevo y se entere de que pronto podrás seguir consagrando a más magos. Y solo hay un lugar donde puedo ocultarte de ella.
—Quieres llevarme de vuelta a la Tierra —adivinó Victoria a media voz.
Christian asintió.
—Sé que Idhún es el mundo más apropiado para el unicornio que hay en ti. Pero no con Gerde. Cuando empieces a conceder tu don a más personas...
—Estás hablando igual que Qaydar —cortó Victoria, tensa—. No es tan sencillo entregar el don. Hay que desearlo de corazón. Es algo muy íntimo, y muy especial. Deberías saberlo.
—Lo sé, Victoria.
Ella no dijo nada, y Christian tardó un poco en reanudar la conversación:
—¿Te habría gustado —le preguntó entonces, en voz baja— ser la primera en entregarme la magia?
—Sí —sonrió ella—. Habría sido hermoso. Pero no sufro por ello. En el fondo no tiene tanta importancia llegar en primer lugar, sino simplemente llegar.
—Cierto —asintió él, mirándola intensamente—. Y ya veo que hay alguien que ya ha «llegado a ti» en primer lugar.
Victoria captó la indirecta y enrojeció, turbada. Christian la alzó con cuidado para apoyar la cabeza de ella sobre su hombro.
—¿Fue todo bien? —le preguntó, sereno.
Victoria comprendió que no le estaba pidiendo detalles, sino que respondiera con una sola palabra.
—Sí —dijo en voz baja.
—Me alegro —susurró él en su oído, con una media sonrisa—. De verdad.
Victoria tragó saliva. Le echó los brazos al cuello y lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Voy a llevarte lejos de aquí —le prometió Christian—. A un lugar donde no entres en los planes de nadie. Donde nadie sepa quién eres realmente. Donde estés a salvo de verdad.
—¿No vamos a luchar?
—¿Contra Gerde? —Christian negó con la cabeza—. No. Puede quedarse con Idhún, si quiere, pero no contigo. Ni conmigo tampoco.
Algo en su tono de voz alertó a Victoria acerca de lo que podía haber sucedido entre Christian y Gerde.
—¿La viste? ¿Hablaste con ella?
El shek tardó un poco en contestar.
—Sí —dijo solamente.
Victoria abrió la boca para preguntar más, pero finalmente decidió no hacerlo. Alzó la cabeza de pronto, y Christian lo hizo solo una centésima después que ella, un instante antes de que apareciera Jack, abriéndose paso entre los macizos de flores, muy alterado.
—Tengo que hablar con vosotros —fue lo primero que dijo al verlos.
—¿Tú no tenías que estar en una reunión?
—Al diablo con la reunión. Esto es mucho más importante.
Se sentó junto a ellos y procedió a hablarles del contenido de la carta de Shail. El mago le relataba en ella su encuentro con Alexander y todo lo que había averiguado en el Oráculo, a través de Ymur y de Deimar, el Oyente loco. Cuando terminó, Victoria miró a Christian, inquieta. Pero el semblante del shek seguía siendo impenetrable.
—¿Y qué? —dijo solamente.
—¿Cómo que «y qué»? —exclamó Jack—. ¡Entiendo que las noticias sobre Alexander no te interesen lo más mínimo, pero lo que ha averiguado Shail en el Oráculo te afecta a ti directamente! ¡Está diciendo que ese mago que le preguntó a Ymur por el Séptimo dios y que entró en la Sala de los Oyentes hace años podría haber sido Ashran!
—Bien, y yo repito: ¿y qué? Eso no va a cambiar las cosas.
Jack suspiró y movió la cabeza con desaprobación.
—Parece mentira que no lo captes, serpiente. La historia de Ymur tiene muchos puntos interesantes, como ya dedujo Shail. Resulta que Ashran llegó al Oráculo siendo simplemente un joven mago que hacía preguntas indiscretas sobre el Séptimo dios. Entró en la Sala de los Oyentes y algo sucedió allí. Puede que se comunicara con los dioses entonces. Quizá, con el Séptimo. Si averiguamos cómo lo hizo, tal vez logremos hacer nosotros lo mismo. Puede que podamos contactar con los Seis y...
—¿Y entonces, qué?
—Deja de ser tan negativo, ¿quieres? —replicó Jack, molesto—. Me acabas de decir que el Séptimo es ahora Gerde. ¿No sería todo infinitamente más sencillo si los dioses conocieran este detalle?
Christian le dirigió una mirada indescifrable.
—No —dijo—, no lo sería.
Apartó a Victoria de sí, con delicadeza, y se puso en pie.
—Tú haz lo que quieras, dragón. Yo me voy a la Tierra, y me iré antes del primer amanecer. Victoria vendrá conmigo, si ella está de acuerdo.
Jack se quedó sin habla.
—¿Vas a marcharte, sin más? —pudo decir al final, estupefacto—. ¿Vas a salir
huyendo?
—No hay nada que me retenga aquí, y no tengo el menor interés en quedarme a presenciar una guerra de dioses.
—¿Y Victoria? ¿Le darías la espalda si decidiese quedarse?
Se volvieron hacia Victoria, los dos a una, esperando a que ella hablara. Victoria titubeó.
—Es una decisión difícil —dijo por fin—. Tendría que pensarlo.
—Si eligiese quedarse en Idhún —repitió Jack—, ¿qué harías tú, Christian? Christian y Victoria cruzaron una mirada larga, intensa. Por fin, el shek sacudió la cabeza y dijo:
—Ya he dicho que me voy a la Tierra. Vosotros podéis elegir..., pero puede que yo no tenga otra opción.
Antes de que ninguno de los dos pudiera preguntarle a qué se refería, Christian se perdió en el jardín, silencioso como una sombra, dejándolos a solas.
Jack y Victoria se quedaron un rato en silencio.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó él entonces.
Victoria se retorció las manos, indecisa.
—Quieres que vaya a la Tierra, con él, ¿verdad?
—Lo habíamos hablado ya, sí. Los dos coincidimos en que es lo más seguro para ti; y, por otro lado, si Gerde tiene tu cuerno y se entera de que a ti te está creciendo el tuyo otra vez...
No terminó la frase, pero Victoria entendió lo que quería decir.
—Christian ha llegado a la misma conclusión —dijo a media voz.
—Y tú, ¿qué opinas? ¿Quieres regresar a la Tierra con él?
Victoria inclinó la cabeza.
—Creo que debo hacerlo. Pero no quiero dejarte atrás, así que, antes de tomar una decisión, me gustaría saber si estarías dispuesto a acompañarnos.
—¿Por qué crees que debes hacerlo? —inquirió Jack, sin responder a la pregunta.
Victoria guardó silencio un momento antes de decir:
—¿Recuerdas cuando llegamos a Idhún? Christian se fue a Nanhai y tú a Awinor, y yo tuve que decidir a quién acompañaría. Entonces me resultaba difícil elegir, pero Christian me hizo ver que estaba muy claro cuál era la opción correcta. Me dijo que tú me necesitabas más en esos momentos.
Jack alzó una ceja.
—¿Ah, sí?
—Estabas solo en un mundo que no conocías. Ibas a emprender un viaje muy peligroso en busca de ti mismo. Christian podría arreglárselas muy bien sin mí, pero tú necesitabas apoyo y ayuda por mi parte. Eso fue lo que me hizo decidirme por acompañarte a ti, y no a él.
Jack se recostó contra el tronco del árbol.
—¿Y ahora no es así?
—Creo que no, Jack. Christian no está bien. Tengo miedo por él. Temo que esté en peligro.
—¿A causa de Gerde?
Victoria asintió.
—Ella tiene muchos motivos para querer vengarse de él. Y ya no es como antes, Jack: Gerde es la Séptima diosa, tiene poder sobre él. Puede... puede hacerle daño. Le dejó marchar sin más, y creo que es porque sabe que le tiene en sus manos.
—Entiendo —asintió Jack—. ¿Se te ha ocurrido pensar que, en tal caso, puede que él haya vuelto a cambiar de bando? No digo que lo haga voluntariamente, sino que, tal vez... no le quede otra opción, como ha dicho.
—Haga lo que haga, Jack, sé que yo no corro peligro a su lado. Cuando dice que quiere llevarme con él a la Tierra porque allí estaré más segura, está hablando en serio. Quiere alejarme de Gerde pero, por otro lado, creo que hay algo más que no nos ha contado... ni va a contarnos.
—A mí no, pero puede que a ti sí. Y esa es otra razón por la que tienes que irte con él.