Panteón (84 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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Demasiado tarde, pensó Jack, frunciendo el
ceño.
El desconocido le hablaba al bebé, pero en una lengua plagada de siseos y silbidos: la lengua de los szish.

Jack se preguntó qué haría un szish tan lejos de los demás, y por qué cargaba con un bebé. Pensó también, por un momento, que, aunque su idioma resultase incomprensible, puesto que los szish hablaban una lengua propia que no era ninguna variante del idhunaico, sus bebés lloraban igual que los bebés humanos.

De pronto, el szish volvió la cabeza hacia él. Sus ojos relucieron un instante en la penumbra, y Jack supo que lo había detectado. Como seguía bien escondido, y no había hecho ningún ruido, supuso que el calor que emitía su cuerpo lo había delatado.

El hombre-serpiente dejó al bebé en el suelo, sobre unas mantas, y se encaró hacia él, extrayendo una espada corta del cinto.

Jack salió de su escondite y sacó a Domivat de la vaina. Su fuego iluminó la escena, y el joven aprovechó para echar un vistazo al bebé, que seguía llorando. Agitaba en el aire dos manitas sonrosadas... sin escamas.

«Es humano», se dijo.

El szish se había quedado paralizado de miedo al ver el fuego de la espada. Pero, sacando fuerzas de flaqueza, se abalanzó hacia él con un agudo grito. Jack interpuso a Domivat entre ambos y lo desarmó sin muchos problemas. Finalmente, lo hizo caer a sus pies, como un fardo.

—¿Quién eres? —exigió saber—. ¿Qué pretendes hacer con ese niño?

El szish le respondió algo en su propia lengua. Jack se dio cuenta de que probablemente no entendía el idhunaico. Era evidente, no obstante, que estaba aterrorizado. Ningún szish se habría arrojado de forma tan imprudente contra un adversario con una espada de fuego. Intrigado, Jack acercó el filo de Domivat al rostro del szish, que gritó de miedo. No sabía gran cosa acerca de los hombres-serpiente, pero aquel le pareció muy joven.

—¡Pero si eres solo un crío! —exclamó, sorprendido, y lo soltó.

El szish retrocedió un poco, arrastrándose, y masculló algo. Jack aguzó el oído.

—¿Cómo has dicho?

—No... crío —dijo él, mostrando evidentes dificultades para pronunciar cada palabra—. Catorce añosssss.

—¿Tienes catorce años? Pues eres un niño entonces.

Luego recordó que el era aún más joven cuando se unió a la Resistencia, y sacudió la cabeza, perplejo. El tiempo pasaba muy deprisa y, a la vez, tenía la sensación de que habían transcurrido siglos desde entonces.

—¿Cómo te llamas? ¿Qué estabas haciendo con ese bebé?

El szish negó con la cabeza, desconcertado. Jack envainó la espada y lo señaló con un dedo.

—Tu nombre —repitió lentamente—. ¿Cómo...te... llamas?

El otro le dedicó un siseo amenazador. No obstante, Jack vio el miedo en su mirada, un miedo mucho más profundo del que pudiera provocarle una espada de fuego o, incluso, un dragón. Siguió mirándolo fijamente, hasta que el szish claudicó y dejó caer los hombros.

—Assssher —dijo.

—¿Assher? ¿Te llamas así?

El szish se señaló a sí mismo.

—Nombre. Asssssher —siseó.

El bebé seguía llorando desconsoladamente, y Jack no lo soportó más. Dejó de prestar atención al szish y acudió a su lado.

Assher hizo ademán de detenerlo, pero al final no se movió. Contempló, impotente, cómo Jack tomaba al bebé en brazos y lo observaba con preocupación.

—¿Qué le has hecho? ¿Por qué llora?

Assher lo miró sin entender. Jack señaló a la criatura.

—Bebé. Niño pequeño. Crío —dijo—. ¿Qué le pasa?

—Crío llora —dijo Assher—. No sssé.

—¿No sabes por qué?

—Hambre... creo.

Jack escudriñó la carita del bebé, buscando alguna pista. Descubrió entonces las vetas pardas que marcaban su piel.

—Un bebé bárbaro —musitó, sorprendido—. ¿Es esta la niña Shur-Ikaili que secuestró Gerde?

Se volvió hacia Assher, con ojos relampagueantes.

—¿Qué habéis hecho con ella? —exigió saber—. ¿Para qué la quería Gerde? ¡Responde!

—¡Gerde! —repitió Assher, y en su voz había un tono de profunda adoración, pero también un miedo cerval—. Gerde quiere Saissssh. —dijo, y señaló a la niña.

—¿Saissh? ¿Es así como se llama? ¿Y a dónde la llevabas, Assher? ¿Qué querías hacer con ella?

—Bárbarossss vienen —susurró Assher—. Quieren Saissssh. Yo llevo Saisssh con ellossss.

Jack dejó de acunar a la niña y lo miró, incrédulo.

—¿Quieres devolverla a los bárbaros? ¿Por qué razón? ¿Lo sabe Gerde?

—Gerde no ssssabe —murmuró Assher.

—Comprendo. Eres un traidor.

—¡No traidor! —exclamó el szish, molesto.

Jack lo contempló, desconcertado. Assher no dominaba el idhunaico, y estaba claro que no encontraría palabras para explicar sus motivos, que, de momento, resultaban bastante incomprensibles. Pero él debía de saber por qué quería Gerde a aquel bebé. Convenía mantenerlo con vida, y retenerlo cerca.

—Pero quieres devolver a la niña a Shur-Ikail —dijo, con suavidad—. Te acompañaré a devolverla. Iré contigo —añadió, para asegurarse de que lo entendiera.

Assher lo miró con una desconfianza llena de antipatía.

—Lleva Saisssssh —dijo—. Tú sssssolo. Yo vuelvo.

Jack sacudió la cabeza.

—Ni hablar. Tú vienes conmigo. Eres mi prisionero.

Assher debía de conocer la palabra «prisionero», porque le dirigió una breve mirada, se puso en pie a la velocidad del rayo y echó a correr.

Soltando una maldición por lo bajo, Jack dejó de nuevo al bebé sobre las mantas y salió en su busca.

Lo alcanzó un poco más lejos, cuando estaba a punto de internarse en la espesura. Se arrojó sobre él, y ambos rodaron por el suelo.

—Ah, no, no te vas —le dijo, cuando logró reducirlo—. Me vas a explicar quién es Saissh, y para qué la quiere Gerde.

—No ssssé nada —ladró el szish, enfadado—. Esssstúpido ssssan-grecaliente.

Jack se contuvo para no atizarle. Lo agarró por la ropa y lo levantó con cierta brusquedad.

—Es un bebé, serpiente. Una niña pequeña, indefensa. Si Gerde le ha hecho daño...

—Gerde cuida Saisssh —replicó él—. Gerde quiere Saisssssh.

—¿Que le tiene cariño, quieres decir? —Lo soltó, perplejo—. Esa mujer no tiene sentimientos. ¿Cómo va a querer a un bebé? ¿Me vas a decir que de pronto se le ha despertado el instinto maternal?

Assher no entendió sus palabras, de modo que se limitó a dirigirle una mirada malhumorada.

—Es igual —gruñó Jack—. No sé para qué me molesto, si...

Se interrumpió, porque el szish se había incorporado, tenso como un muelle, y escuchaba con atención y con los ojos muy abiertos.


¿Qué...?

—Saisssssh no llora —siseó el.

Cruzaron una mirada... y los dos, al mismo tiempo, se levantaron y echaron a correr, de vuelta al campamento de Assher.

Cuando llegaron, se detuvieron de golpe, sorprendidos.

Había alguien más allí, alguien que había tomado al bebé en brazos y lo mecía con suavidad. Assher estuvo a punto de abalanzarse hacia ellas, pero Jack lo retuvo a su lado, con firmeza.

Cuando la joven alzó la cabeza, sintió que el corazón se le derretía, como cada vez que ella le sonreía de aquella manera. No podía ser un espejismo.

—Victoria, ¿qué haces aquí? —le preguntó, con voz ronca.

—He venido a buscarte —respondió la muchacha—. Alsan y Shail regresaron sin ti..., y estaba preocupada.

—¿Y cómo has llegado aquí tan deprisa?

Victoria desvió la mirada hacia un peñasco cercano. En lo alto, hecho un ovillo, descansaba un pájaro haai.

Repuesto ya de la sorpresa, Jack acudió junto a ella, y la abrazó y la besó con ternura.

—Es una niña Shur-Ikaili —explicó—. Gerde la secuestró y luchó por ella cuando los bárbaros quisieron recuperarla.

No mencionó que también Christian había estado involucrado en todo aquello. Victoria asintió, sin apartar la mirada del rostro del bebé. Había una expresión extraña en su rostro, dulce y anhelante a la vez... y algo parecido a una sombra de inquietud.

—¿Se la has arrebatado a Gerde? —preguntó ella.

—No; fue él quien, por lo visto, se la llevó de su lado —explicó Jack, señalando a Assher, que seguía mirándolos con desconfianza, un poco apartado—. Dice que quiere devolverla a los bárbaros, pero no ha querido, o no ha sabido, explicarme por qué, ni cuáles eran los planes de Gerde con respecto a ella.

Fue entonces consciente de que el szish seguía allí. Podría haber escapado, aprovechando la confusión del momento, pero seguía allí.

—Y me temo que ahora no puede volver con los suyos —añadió—. Parece ser que este bebé era muy importante para Gerde. Supongo que se pondría furiosa cuando desapareció, y que los está buscando a ambos.

Victoria asintió de nuevo.

—No paraba de llorar —dijo entonces Jack.

—Normal; tiene hambre, pobrecilla, y no sé qué darle de comer. He usado mi poder para calmarla un poco, pero eso no llenará el vacío de su estómago, me temo.

—¿Tu poder? ¿Cuánto poder, exactamente?

Victoria sonrió.

—Como para una curación leve. No le he concedido la magia, si es eso lo que quieres decir. No es necesario, porque esta chiquilla ya es una maga. Y el chico también —añadió, mirando a Assher.

Jack los miró a ambos, sorprendido.

—¿Cómo lo sabes?

—Gerde usó mi cuerno para ello —respondió Victoria simplemente—. Hay algo de mi esencia en ambos, aunque solo sea un poco.

Jack movió la cabeza, algo preocupado.

—No hay duda de que Gerde le está sacando partido a tu cuerno, Victoria. Entiendo que quiera tener a algunos magos szish entre sus filas, pero, ¿por qué robar a una niña bárbara y otorgarle la magia?

Victoria no respondió. Jack se quedó mirándola un rato, pensativo. Había algo de tristeza en los ojos de ella.

—¿Piensas en Christian? —le preguntó, con suavidad—. ¿Crees que él sabe lo que trama Gerde?

—Es posible —asintió Victoria; alzó entonces la cabeza, decidida—. Si vamos a devolver a esta niña, hemos de hacerlo cuanto antes. Gerde no tardará en encontrarnos.

—Ahora ya no estoy seguro de que sea buena idea. Si la llevamos con los suyos, Gerde la encontrará de todos modos. Puede que lo mejor sea que nos la llevemos con nosotros, al menos hasta que averigüemos qué está pasando.

—Pero no puedo alimentarla, Jack. Y Gerde sí podía. Quiero decir, que la niña está sana, mírala. Es el szish el que no le ha dado de comer, seguramente porque no sabía cómo cuidarla, pero Gerde la trataba bien.

—En Vanissar hay mujeres que la cuidarán, Victoria. Y ahora que sé que Gerde se toma tantas molestias por ella, no me atrevo a devolverla. Shur-Ikail será el primer sitio donde la buscará. Cuando la encuentre, los bárbaros lucharán por conservarla, y Gerde los matará a todos. Pero ella no sabe que nosotros la hemos encontrado, así que podemos ocultarla.

Victoria lo miró un momento, dubitativa. Después, asintió.

—Muy bien; llevémosla a Vanissar, pues.

Emprendieron el viaje de regreso casi de inmediato. Jack no se atrevió a transformarse en dragón, por si Gerde o los sheks lo detectaban, y tampoco podían montar todos en el pájaro haai, que solo soportaría a dos personas sobre su lomo. Jack sugirió dejar atrás a Assher, pero Victoria se opuso.

—Si lo encuentran, lo matarán, Jack.

De modo que avanzaron a pie.

La jornada siguiente fue larga y difícil. Avanzaron bordeando las montañas, protegidos por la sombra de los grandes picos de piedra. Era un trayecto duro y complicado, y más cargando con un bebé, pero les pareció más seguro.

Saissh seguía hambrienta, y Jack y Victoria no tenían la menor idea de cómo remediarlo. No tenían leche para darle, ni nada apropiado para su boquita sin dientes, aunque le dieron agua para beber, y eso pareció aliviarla, en parte.

Cuando el tercero de los soles se puso por el horizonte, estaban cansados y desanimados, y les parecía que no habían avanzado demasiado.

—Cuando crucemos las montañas y nos adentremos en Nandelt, me transformaré y regresaremos volando —prometió Jack.

Victoria no dijo nada. Dejó caer la cabeza sobre su hombro, agotada, mientras Saissh tironeaba de uno de sus bucles, tal vez para llamar su atención, tal vez porque se aburría.

Se habían acurrucado en torno a una hoguera que habían encendido a la entrada de una pequeña caverna. A una prudente distancia de ellos estaba Assher, que los miraba con desconfianza. No había hablado en todo el día, aunque Jack sospechaba que los escuchaba con atención y trataba de entender lo que decían.

Estaban ya medio adormilados cuando Saissh se echó a llorar otra vez.

Victoria se despertó de golpe y la acunó entre sus brazos, tratando de calmarla. Y lo consiguió, en parte. La niña dejó de llorar, pero parecía nerviosa, a pesar del cansancio.

—No se dormirá —murmuró Victoria—. Tiene demasiada hambre.

—Déjame a mí.

Jack la cogió en brazos y le hizo muecas hasta que consiguió que sonriera.

—Tal vez deberías cantarle una nana —sugirió Victoria.

—¿Yo? Qué va, canto muy mal.

—Eso no es verdad.

—Sí que lo es, y por eso nunca canto en público, a no ser que alguien me escuche a escondidas —añadió, lanzándole una mirada de reproche; Victoria sonrió—. Le contaría un cuento, pero ahora no se me ocurre ninguno. ¿Y a ti?

Ella se encogió de hombros. Se fijó entonces en Assher, que los observaba con atención.

—¿Conoces algún cuento para niños, Assher? —le preguntó.

—Victoria, si apenas conoce nuestro idioma...

El szish los miraba, desconfiado.

—Cuento para Saissssh —dijo, sorprendiéndolos a ambos—. Madressss sssszish ssssaben cuentossss para niñossss. Yo ssssé.

—¿Lo ves? —le dijo Victoria a Jack.

Aún receloso, Assher se acercó y se sentó junto a ellos. Alargó un dedo para acariciar la barbilla del bebé, pensativo. Probablemente estaba tratando de ordenar sus pensamientos, y de encontrar suficientes palabras para relatar la historia que tenía en mente.

—Cuento para niñossss —dijo—. Cuento de la Sssssombra Ssssin Nombre.

—Extraño título para un cuento infantil —comentó Jack, pero Victoria lo hizo callar.

Assher hizo varios intentos de comenzar a relatar su historia, pero terminó sacudiendo la cabeza, derrotado. Siguiendo un impulso, Jack se quitó su amuleto de comunicación y se lo entregó.

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