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Authors: Joe Haldeman,Joe Haldeman

Tags: #Ciencia Ficción

Paz interminable (9 page)

BOOK: Paz interminable
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Ella llevó nuestros cuencos al fregadero.

—Parece un anuncio. —Su voz se apagó—: «Sienta lo que ella siente.»

—Bueno, verás, la gente que paga para que le instalen un conector suele hacerlo por curiosidad sexual. O por algo más profundo; se sienten atrapados en el cuerpo equivocado pero no quieren hacer el cambio. —Me estremecí—. Comprensiblemente.

—La gente lo hace constantemente —dijo ella, burlándose, sabiendo cómo me sentía—. Es menos peligroso que conectar, y reversible.

—Oh, reversible. Te dan la polla de otro.

—Los hombres y sus pollas. Es principalmente tu propio tejido.

—Solía ser inseparable.

Karen fue un hombre hasta que cumplió los dieciocho, y pudo pedir un cambio a la Seguridad Social.

Hizo unas cuantas pruebas y estuvieron de acuerdo en que estaría mejor sin ella.

La primera operación es gratis. Si quería volver a ser hombre tendría que pagar. Dos de las jills con las que a Ralph le gustaba estar eran exhombres que trataban de ganar lo suficiente para recuperar su polla. Qué mundo tan maravilloso.

La gente que no pertenecía al Servicio Nacional tenía formas legítimas de ganar dinero, aunque no muchos ganaban tanto como las prostitutas. Los académicos tenían pequeños pluses, más grandes para la gente que se dedicaba a la enseñanza, sólo una bagatela para los que se dedicaban a la investigación. Marty era jefe de su departamento y una autoridad de renombre mundial en el tema de la interrelación cerebro/máquina y cerebro/cerebro, pero ganaba menos que un profesor asistente como Julián. Ganaba menos dinero que los chicos engominados que servían bebidas en el Saturday Night Special. Y como la mayoría de quienes se encontraban en su situación, Marty sentía un perverso orgullo por hallarse siempre sin blanca: estaba demasiado ocupado para ganar dinero. Y de todas formas no necesitaba las cosas que podías comprar con él.

Con dinero se podían comprar objetos de artesanía y obras de arte originales, o servicios: masajista, mayordomo, prostituta. Pero la mayoría de la gente gastaba el dinero en cosas racionadas; cosas que el gobierno te permitía tener, pero no en suficiente cantidad.

A todo el mundo le correspondían tres créditos de entretenimiento al día, por ejemplo. Un crédito te daba para una película, un viaje en una montaña rusa, una hora de conducir normalmente en una pista de coches deportivos o la entrada a un lugar como el Saturday Night Special.

Una vez dentro, podías quedarte gratis toda la noche, a menos que quisieras comer o beber algo. El precio de los platos del restaurante oscilaban entre uno y treinta créditos, dependiendo principalmente de lo elaborados que fueran, pero los precios de la carta se especificaban también en dólares, por si habías agotado todo tu entretenimiento y tenías dinero.

Con dinero normal, sin embargo, no podías conseguir alcohol, a menos que fueras de uniforme. El alcohol se racionaba a poco más de un cuarto de litro por día, y al gobierno tanto le daba si te tomabas dos vasitos de vino cada noche o si te lo guardabas para coger una curda mensual con dos botellas de vodka.

La medida hacía que los abstemios y la gente de uniforme fueran muy buscados en algunos círculos… y quizá, como era de esperar, no contribuía en absoluto a reducir el número de alcohólicos. La gente que lo necesitaba lo encontraba o lo inventaba.

Había servicios ilegales disponibles a cambio de dinero, y de hecho eran la parte más activa de la economía del dólar. Actividades secundarias como las destilerías caseras o la prostitución por libre eran ignoradas o resueltas con pequeños sobornos. Pero había grandes operadores que movían mucho dinero en drogas duras y servicios como el asesinato.

Algunos servicios médicos, como la instalación de conectores, la cirugía cosmética y las operaciones de cambio de sexo, estaban teóricamente cubiertos por la Seguridad Social, pero no mucha gente era considerada cualificada. Antes de la guerra, Nicaragua y Costa Rica habían sido los lugares a los que acudir en busca de «medicina negra». Ahora era México, aunque un montón de médicos tenían acento nicaragüense o costarricense.

La medicina negra salió a colación en la siguiente reunión del viernes por la noche. Ray pasaba unas cortas vacaciones en México. No era ningún secreto que había ido allí para que le quitaran un par de docenas de kilos de grasa.

—Supongo que las ventajas médicas compensan el riesgo —dijo Marty.

—¿Tuviste que aprobar el permiso? —preguntó Julián.

—Puro trámite —dijo Marty—. Lástima que no pudiera ponerlo como baja por enfermedad. Creo que no ha utilizado ni un solo día.

—Bueno, es vanidad —dijo Belda con voz temblorosa—. Vanidad masculina. Me gusta gordo.

—No quiso acostarse contigo, querida —dijo Marty.

—Él se lo pierde. —La anciana se acarició el pelo.

El camarero era un joven fornido y atractivo que parecía salido de un cartel de película.

—Ultima llamada.

—Sólo son las once —dijo Marty.

—Entonces tal vez puedas con una más.

—¿Lo mismo para todos? —preguntó Julián.

Todos dijeron que sí excepto Belda, que consultó la hora y se marchó.

Era casi final de mes, así que todos cargaron las bebidas a su cuenta, para conservar los puntos de racionamiento, y le pagaron bajo la mesa. Julián se ofrecía a ello casi siempre, pero técnicamente iba contra la ley, así que la mayoría de la gente vacilaba. Reza no. Nunca se había gastado un centavo en el club excepto en pagar a Julián.

—Me pregunto cómo tienes que estar de gordo para que te acepten en la Seguridad Social —dijo Reza.

—Tienes que necesitar una grúa para moverte —contestó Julián—. Tu masa tiene que alterar las órbitas de los planetas cercanos.

—Ray lo solicitó —dijo Marty—. No tenía colesterol ni la tensión demasiado alta.

—Estás preocupado por él —intervino Amelia.

—Claro que sí, Blaze. Sentimientos personales aparte, si algo le pasara me quedaría estancado en tres proyectos diferentes. Sobre todo el nuevo, los fallos empáticos. Se ha encargado de eso.

—¿Cómo va? —preguntó Julián. Marty alzó una palma y sacudió la cabeza—. Lo siento. No pretendía…

—Oh, bueno, puedes saber una cosa… hemos estado estudiando a una de los tuyos. Lo sabrás todo la próxima vez que conectes con ella.

Reza se levantó para ir al cuarto de baño, así que sólo quedaban ellos tres: Julián, Amelia y Marty.

—Me alegro mucho por ambos —dijo Marty, distante, como si estuviera hablando del tiempo.

Amelia se le quedó mirando.

—Tú… tienes acceso a mi cadena —dijo Julián.

—No directamente, y no para invadir tu intimidad. Hemos estado estudiando a uno de los vuestros. Así que naturalmente sé muchas cosas sobre ti, de segunda mano, igual que Ray. Lógicamente, lo mantendremos en secreto mientras tú desees que así sea.

—Eres muy amable al decírnoslo —dijo Blaze.

—No pretendía incomodarte. Pero naturalmente Julián lo sabrá la próxima vez que conecte con ella. Me alegré de dejarte por fin en paz.

—¿De quién se trata?

—De la soldado Defollette.

—Candi. Bueno, tiene sentido.

—¿Ella es la que se sintió tan herida por la muerte del mes pasado? —preguntó Amelia.

Julián asintió.

—¿Esperáis que se rompa?

—No esperamos nada. Simplemente entrevistamos a una persona por pelotón.

—Elegida al azar —dijo Julián.

Marty se echó a reír y alzó una ceja.

—¿No hablábamos de liposucción?

No esperaba mucha acción para la semana siguiente, ya que habíamos tenido que trabajar con un nuevo grupo de soldaditos y empezar también con un nuevo mecánico. Casi dos nuevos, ya que Rose, la sustituta de Arly, no tenía otra experiencia que el desastre del mes anterior.

El nuevo mecánico no era un neo. Por algún motivo disolvieron el pelotón India para usar a sus miembros como sustitutos. Así que más o menos conocíamos al nuevo, Park, a causa del difuso enlace a nivel de pelotón a través de Ralph, y anteriormente de Richard.

No me gustaba demasiado Park. El India era un pelotón cazador-matador. Había matado a más gente que todos los demás juntos, y sin duda le gustaba. Coleccionaba cristales de sus muertes y los veía cuando estaba fuera de servicio.

Entrenábamos con los nuevos soldaditos tres horas sí y una no, destruyendo la falsa ciudad de Pedrópolis, construida para ese fin en la base de Portobello.

Cuanto tuve tiempo, conecté con Carolyn, la coordinadora de la compañía, y le pregunté qué ocurría, ¿por qué tenía que vérmelas con un hombre como Park? Nunca había encajado realmente.

La respuesta de Carolyn fue amarga y acalorada, llena de confusión y furia. La orden de «desmantelar» el pelotón India había venido de alguna parte por encima del nivel de brigada, y estaba causando problemas organizativos por todas partes. Los mecánicos del India eran un puñado de salvajes. No se llevaban bien ni siquiera entre ellos.

Suponía que era un experimento deliberado. Por lo que sabía, nunca se había hecho nada parecido. No había oído hablar de la desintegración de un pelotón más que una vez en que cuatro de los componentes de uno habían muerto de golpe y los otros seis no podían trabajar ya juntos, debido a la pena compartida. El India, por otro lado, era uno de los pelotones con más éxito, en términos de muertes. Realmente no tenía sentido separarlos.

Dijo que yo era afortunado al tener a Park. Había sido el enlace horizontal, y por eso había estado conectado directamente con los mecánicos de fuera de su pelotón durante los tres últimos años. Sus compañeros, excepto el líder del pelotón, sólo se tenían unos a otros, y eran un grupo curioso. Hacían que Scoville pareciera un amante de pedros.

A Park le gustaba también matar cosas no-humanas. Durante el ejercicio de entrenamiento se cargaba de vez en cuando algún pájaro al vuelo con su láser, tarea que no era fácil. Samantha y Rose pusieron pegas cuando abatió un perro vagabundo. Él defendió burlón su acción. Según señaló, no pertenecía a la AO, y podía ir equipado para espiar o ser una trampa explosiva. Pero todos estábamos conectados, y sabíamos qué sentía cuando apuntaba al enemigo: una alegría obscena. Pasó a la ampliación máxima para ver explotar al perro.

Los últimos tres días combinamos guardia de perímetro con entrenamiento, y tuve visiones de Park usando a niños como blanco de tiro. Los niños suelen observar a los soldaditos desde una distancia prudencial, y sin duda algunos de ellos informan a papá, que informa a su vez a Costa Rica. Pero la mayoría no son más que niños fascinados por las máquinas, fascinados por la guerra. Probablemente yo pasé por una etapa como ésa. Mis recuerdos antes de los once o doce años son tan vagos que casi no existen: una secuela de la instalación del conector que afecta a un tercio de nosotros. ¿Quién necesita una infancia cuando el presente es tan divertido?

Tuvimos diversión más que suficiente para todos la noche pasada. Tres cohetes llegaron simultáneamente, dos de ellos desde el mar y otro, un simulacro, a ras de los árboles, lanzado desde un promontorio de las afueras de la ciudad.

Los dos que llegaron del mar estaban en nuestro sector. Había defensas automáticas contra este tipo de ataque, pero las reforzamos.

En cuanto oímos la explosión (Alfa derribando al cohete al otro lado del campamento) reprimimos el impulso natural de mirar y nos volvimos a vigilar la dirección opuesta, directamente fuera del campamento. Los dos cohetes aparecieron de inmediato, camuflados pero brillantes con los IR. Una pared de luz se alzó ante ellos, y los alcanzamos con nuestras balas pesadas aproximadamente cuando la golpearon. Dos bolas de fuego escarlata. Todavía brillaban impresionantes en el cielo nocturno cuando una pareja de aviadores saltó al mar en busca de la plataforma de lanzamiento.

Nuestro tiempo de reacción había sido bastante rápido, pero no habíamos batido ningún récord. Park, por supuesto, disparó el primer tiro, cero coma cero dos segundos por delante de Claude, cosa que lo hizo pavonearse. Todos teníamos tipos en los asientos de calentamiento, pues era el último día de nuestro ciclo y el primero del suyo; recibí una confusa pregunta del segundo de Park a través de mi segundo:
¿Pasa algo raro con este tipo?

Es sólo un buen soldado
, dije. Lo que significaba estaba claro. Mi segundo, Wu, no tenía más instinto asesino que yo.

Dejé a cinco soldaditos en el perímetro y llevé a los otros cinco a la playa para estudiar los restos de los misiles. No hubo sorpresas. Eran RPB-4 taiwaneses. Se enviaría una nota de protesta, y en respuesta llegaría otra lamentando el robo.

Pero los cohetes eran sólo una distracción.

El ataque real estaba muy bien calculado. Tuvo lugar menos de una hora antes de que cambiara el turno.

Por lo que pudimos reconstruir, el plan fue una combinación de paciencia y súbita fuerza desesperada. Los dos rebeldes que lo hicieron llevaban años trabajando para el servicio de comida de Portobello. Entraron en el vestíbulo adyacente a los vestuarios para dejar el buffet que casi todos engullíamos al acabar el turno. Pero llevaban armas (dos barrecalles) bajo los carritos de servicio. Una tercera persona, nunca localizada, cortó la línea de fibra que daba al mando su imagen física del vestíbulo y el vestuario.

Eso les concedió unos treinta segundos de «alguien ha tropezado con el cable» mientras los dos sacaban sus armas y atravesaban las puertas que conectaban el vestíbulo con el vestuario y el vestuario con Operaciones. Entraron en Ops y empezaron a disparar.

Las cintas muestran que vivieron 2.02 segundos después de que la puerta se abriera, y que en ese tiempo lanzaron setenta y nueve andanadas de calibre 20. No hirieron a ninguno de los que estábamos en las jaulas, ya que habrían hecho falta balas capaces de perforar el blindaje y más, pero mataron a los diez mecánicos de calentamiento y a dos de los técnicos, que estaban tras un cristal supuestamente a prueba de balas. El guardia zapato, que dormitaba sobre nosotros en su traje blindado, despertó con el ruido y los frió. Faltó poco, porque recibió cuatro impactos directos. No lo hirieron, pero si hubieran alcanzado el láser habría tenido que desconectar y atacarlos mano a mano. Eso les podría haber dado tiempo de romper las carcasas. Cada uno llevaba cinco cargas bajo la camisa.

Todas las armas eran de la Alianza; las ametralladoras automáticas contenían munición de uranio.

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