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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (15 page)

BOOK: Peluche
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—Depende —le digo sujetándome el alma

—¿De qué?

—No sé

—¿Vendrás a verme?

—Puede

—Yo te esperaré

Lloro en silencio. Respiro hondo.

—No lo hagas —le digo

—¿Por qué?

—Porque no

—Lucas, te quiero

Otra lágrima.

—Yo no

Se levanta. Corre hasta el agua. Rompo a llorar. Se lanza de cabeza y bucea. Me tapo la cara con los brazos y sigo llorando. Levanto la vista. Marcelo no sale a la superficie. Se me corta la respiración. Me levanto y seco las lágrimas. Sale por fin. Me mira. Los dos quietos. Se deja caer hacia atrás. Como un duelo. Me tumbo a llorar en la arena. El aire me traspasa. Siento que no estoy aquí. Alguien me llama. Levanto la cabeza. Sebastián y Brian.

—¿Venimos en mal momento? —me pregunta Sebastián

—No, sentaros

Extienden las toallas en la arena. Chanclas fuera y camisetas. Hago esfuerzo para no mirar pero me falta voluntad.

—¿Cómo te encuentras? —pregunto a Brian

—Un poco mejor, pero no he podido rechazar la invitación

—¿Dónde está tu compañero? —pregunta Sebastián

—Marcelo, allí

Miramos al mar.

—Estáis blancos —observo

—A mí no me coge ni a la de tres —dice Brian—, si vengo un día, al otro estoy igual, sólo me dura una noche

—Ven aquí —le dice Sebastián—, que te vas a poner como un tomate — echándole un chorro de crema protectora en la nuca

—Sabe cuidarme —me dice Brian moviendo la cabeza al compás de los masajes de su novio en la espalda

Llega Marcelo. Goteando.

—Hola —nos dice

—Hola —respondemos

—Marcelo —le digo—, te presento a Brian, a Sebastián ya lo conoces

—Encantado

—Igualmente —dándole la mano

—Me voy ya que se me hace tarde —dice Marcelo

—¿No te quedas un rato? —pregunto

—Es que he quedado

—Por favor

Se lo piensa, me mira, se sienta. Le doy las gracias.

—Yo te conozco de algo —Brian a Marcelo

—No sé —contesta

—Tú trabajabas en el hipermercado de Sebastián

—Sí

—Yo descargaba fruta y me parece haberte visto por el almacén, pero ya hace algún tiempo

—Un año, estaba en alimentación

Nos miramos. Brian se arrodilla detrás de Sebastián, se echa crema en las manos y la extiende con suavidad. Marcelo les observa. Yo disimulo el bulto.

—Si quieres irte —le digo a Marcelo

—Tranquilo —me dice

—Lo siento

—No pasa nada

—¿De verdad?

—¿Me echas un poco de protector? —Marcelo a Brian

—Claro, ponte aquí, ¿tú no quieres, Lucas?

—No hace falta

—Va tonto, que te vas a quemar

Cedo. Me pongo de espaldas. Acaba con Marcelo y me chorrea en la espalda y el cuello. Sus manos suaves. Estiro la punta de la toalla y me la coloco sobre los calzoncillos.

—¿Jugamos? —pregunta Sebastián sacando un tablero de parchís

—Lucas y yo —dice Brian— contra vosotros dos

Nos sentamos alrededor. Fichas, dados, cubos. Lanzamos. Empiezo yo. Cuatro. Muevo ficha roja. Tiran Sebastián, Brian, Marcelo y otra vez yo. Nos concentramos en el juego. Lanzamos dados. Movemos fichas. Puente. Marcelo me mata y cuenta veinte. Cambia el rostro serio por una media sonrisa. Sebastián mete una ficha en casa. Cuenta diez. Se come una amarilla de Brian. Vuelve a contar. Seguimos lanzando, contando, matando. Ruido de cubos, dados, fichas. Avanzamos rápido por el tablero. Marcelo escapa por los pelos. La partida a falta de una ficha de Sebastián. Brian y yo a punto de entrar. Les sale uno. Ganan Marcelo y Sebastián. Les proponemos la revancha. Nos vuelven a pegar otra paliza.

—Me voy a bañar —dice Sebastián dejando el cubo en el tablero

—Yo también —levantándome

Marcelo y Brian se quedan. Nosotros entrando despacio en el agua.

—A la próxima ola nos lanzamos —le digo

—¿Estás seguro?

—Sí —mirándole la barriga

Viene la ola. Nos miramos. Cierro los ojos y me lanzo. Buceo. Mi cuerpo helado. Salgo. No veo a Sebastián. Sale a lo lejos. Me acerco nadando. Se lanza agua en la cara. Observo. Escurre por su pecho.

—Gracias por venir —le digo

—¿Pasaba algo?

—... —le miro acobardado

—¿Estás mejor?

—Sí

—Pues a nadar

Hacemos unos largos. Me acerco. Los dos con el agua hasta el cuello.

—Vosotros —observo— parecéis tan felices

—Si llegas a oír la que hemos tenido en el coche

Me giro. Marcelo y Brian fumando.

—¿Es por el tabaco? —pregunto

—No

—¿Por?

—Déjalo

Me tiro de cabeza. Suelto aire. Desciendo. Buceo a ras del suelo. Cojo arena. Salgo. Se escapa entre mis dedos. Me limpio. Sebastián hace el muerto. A flote cabeza, barriga y los dedos de los pies. Hago lo mismo. Muevo las manos. Inspiro. Floto. Miro el cielo azul. Las olas ondulan mi cuerpo. Trago agua. La tiro. Escupo. Me giro. Levanto la cabeza. Cojo aire y vuelvo a bucear. Salgo hacia atrás. Me entra agua por la nariz. Toso. Sebastián me mira. Sonríe. Le echo agua. Se pasa la mano por el pecho siguiendo el contorno de las tetas y la barriga. Buceo. Se oye silencio. Me quedo quieto y salgo a la superficie.

—¿Vamos? —pregunta Sebastián señalándome la arena

—Se ha enamorado de mí

—¿Cómo?

—Marcelo

—¿Y tú?

—Yo no sé qué hacer

—¿Tú le quieres?

—Sí

—¿Y qué problema hay?

—Me tengo que ir

—¿Adónde?

—De aquí, no sé, estoy de viaje

—Tú verás

—Yo no quería que pasara esto, pero qué le voy a hacer si me ha tocado como compañero, le tenía que hablar, ¿no?

—Me parece muy bien

—Y él no me ha dado elección

—Tú tampoco

—Yo sólo le he dado confianza

—Él también, ¿no?

—Sí, y cariño

—Correspondido

—Pues sí, me he dejado querer un poco

—¿Y ahora le cierras la puerta?

—Yo no quería llegar tan lejos

—¿Adónde querías llegar si se puede saber?

—Bueno, a conocerle, a saber qué piensa, qué le pasa

—Y ya lo sabes

—Sí, que quiere salir del armario

—Y lo ha hecho contigo

—Eso parece

—Qué bonito

—Ya, mucho, pero yo

—Tú sólo piensas en ti mismo

—¿En quién voy a pensar si no?, estoy solo

—Sólo en el universo —me dice irónico

—En este viaje sí

—¿Dónde piensas llegar?

—No lo sé, de momento a Madrid, mi autobús se dirigía allí

—¿Y qué pasó?

—Lo perdí

—Algo habrás ganado

—De momento un disgusto —le digo

—El único que está disgustado es Marcelo, bueno más bien enamorado

—Te gusta meter el dedo en la llaga

—Sólo donde duele

—Pero yo paso

—Eso es lo que tú te crees

—Yo no me creo nada, y qué me cuentas de ti, hace un momento también te quedaste sin palabras

—Brian es pederasta

—Ah

—¿Te sorprende?

—No me lo esperaba

—Pero, que sepa yo, nunca lo ha puesto en práctica

—¿Y qué diferencia hay?

—¿Acaso no es lo mismo?

—Hombre, no lo sé, supongo que sí, lo que cambian son las consecuencias

—No lo había pensado así

—¿Estás seguro que nunca lo ha hecho?

—De eso uno nunca puede estarlo

—Pero te habrá contado algo

—Me ha enseñado fotos

—¿Y tú qué piensas?

—Lo que piense yo

—Eres su pareja

—A su edad la única pareja que tiene es la muerte, de la que ya nunca se separa

—Joder, no es tan mayor

—Tampoco se comporta como un adulto

—Es su forma de ser

—Sí, y yo lo quiero así como es

—Hablas como si fueras su padre

—Casi

—Pero debes ayudarle

—¿A qué?

—No me refería a eso, quiero decir, a envejecer dignamente

—Lo intento

—¿Y él?

—Él no está para cuentos

—Pero todavía le queda mucho por vivir

—Como a ti

—Yo me puedo morir en este instante

—Sí, pero no por viejo, sino por cobarde

—Hombre, gracias

—Es eso lo que querías oír, ¿no?

—Puede. ¿Y tú?

—¿Yo?

—¿Cómo morirías tú si lo hicieses en este instante?

—Peor que tú, porque no vendría nadie a auxiliarme

Salimos del agua. Marcelo y Brian hablan. Nos acercamos. Sonríen. Me miro los calzoncillos.

—¿Cómo está el agua? —pregunta Brian

—Helada —contesta Sebastián

—Marcelo dice que podíamos ir a su apartamento

—Como queráis —dice Sebastián

—Vale —contesto

Nos secamos con la toalla. Tapan sus barrigas con camiseta. Recogemos. Nos mojamos los pies en las duchas y caminamos por el paseo marítimo.

—¿Dónde tienes el apartamento? —Brian a Marcelo

—Detrás de aquellos edificios

—¿Hay comida?

—Creo que no, alguna lata de conserva

Marcelo y Brian entran en un supermercado. Sebastián y yo esperamos con un cigarro en la mano. Salen. Seguimos hasta el apartamento. Ascensor. Puerta. Pasillo largo hasta el comedor. Marcelo sube la persiana que da al balcón. Entra la luz del sol.

—¿La cocina? —pregunta Brian

—La primera puerta a la izquierda —le indica Marcelo

Sebastián y yo nos sentamos alrededor de la mesa. Marcelo tirado en el sofá. Brian entra en el comedor con la mano dentro de una bolsa de papas.

—¿Queréis? —nos pregunta

—Yo me voy a duchar —dice Marcelo levantándose

Sebastián y Brian hablan. Yo en el balcón. Sólo se ve un trozo de playa. El sol me calienta la piel que huele a crema protectora. Mi camiseta rozando el salitre de mi cuerpo. Me apoyo en la barandilla. Una pareja se baña en la piscina. Un chico sube las escaleras, camina hasta el césped, coge carrerilla, da una pirueta en el aire y se zambulle en el agua con los brazos por delante. Su compañero le aplaude. Me giro. Sebastián y Brian siguen hablando. Miro al edificio de enfrente. En un balcón una chica riega las plantas. En otro dos niños juegan con sus muñecos. Más abajo un señor gordo con barba y sin camisa lee el periódico. Le observo. Me mira. Disimulo y entro en el comedor al mismo tiempo que Marcelo, secándose la cabeza con una toalla.

—¿Alguien quiere pasar a la ducha? —nos pregunta

Sebastián coge su bolsa de playa y sale. Marcelo vuelve a tumbarse en el sofá.

—Está muy bien el apartamento —observo—, ¿no veraneáis aquí?

—Sí, lo que pasa es que mis padres se han ido al pueblo, y yo, como trabajaba en el hiper, me he quedado en el piso de Almería

—Muy bonito —dice Brian

—Gracias, ¿qué queréis para beber?

—Cerveza —pido yo

—Agua —Brian

—Ahora os traigo —levantándose de un salto

—¿Trabajas mañana? —le pregunto a Brian

—Sí

—¿Con el camión?

—Claro

—¿Dónde vas?

—Todavía no lo sé, los lunes me dan los viajes de toda la semana

—¿Viajas por toda la península?

—A veces, normalmente por la zona de levante

Entra Marcelo con la bebida. Él toma cerveza. Bebemos. Brian le mira por debajo de la barriga. Ofrezco tabaco. Fumamos. Marcelo coge un cenicero con forma de ostra y lo deja encima de la mesa. Echamos la ceniza.

—Te ha cogido bastante el sol —Brian a Marcelo

—Sí —dice subiéndose la manga de la camiseta

Brian le observa. Bebe agua. Se mete una papa en la boca.

—A mí no me ha cogido tanto —digo

No me hacen ni puñetero caso, como estoy moreno. Siguen mirándose con curiosidad. Le pego una calada al cigarro. Bebo cerveza y de reojo las pantorrillas de Brian. Sebastián entra en el comedor.

—El siguiente —dice

—Voy yo —levantándome

Cojo la mochila. Entro en el baño. El suelo empapado. Me desnudo. La tengo mojada y encogida. Me meto en la ducha. Abro el grifo rojo. Sale agua fría. Espero. Me mojo los pies. Espero. Sale calentita. La ajusto. Cuelgo el teléfono en la pared. Respiro. Debajo del chorro. Cierro los ojos. Agua dulce por mi cuerpo. Ruedo la cabeza. Despacio. Me crujen las vértebras. Le doy la espalda al chorro. Respiro. Abro los ojos. Cojo el champú y me enjabono. Huele a algas. Me enjuago. Cierro los dos grifos. Espero a que el agua se escurra. Quieto, como un plato recién lavado. Salgo. Me miro en el espejo. La cara roja. Toalla y me seco. Está mojada. Abro mi neceser. Me afeito. Me lavo los dientes. Aseo el lavamanos. Me acerco al urinario y meo. Limpio las gotas de pis que han dejado los primeros con un trozo de papel higiénico. Me visto. Salgo. Dejo la mochila a los pies del sofá.

—Ahora me toca a mí —dice Brian

Se quita la camiseta y la deja sobre una silla. Marcelo y yo le miramos. Sebastián tira el humo hacia arriba.

—Como te decía —Sebastián a Marcelo—, mis padres también tenían un apartamento en la playa

—¿Lo habéis vendido?

—No

—Yo sé de un amigo que busca uno

—Está alquilado

—¿En verano?

—Todo el año

—¿Y eso?

—Bueno, lo que pasa a veces entre hermanos, unos quieren pasar el verano, otros venderlo, y al final ni para unos ni para otros

—¿Tienes más cerveza? —interrumpo

—Tú mismo —me dice Marcelo

Entro en la cocina. Abro la nevera. Miro. Se oye el ruido de la ducha. Pienso. Imagino. Cojo una cerveza y cierro la puerta. Salgo. Abro el bote y bebo. La dejo encima de la mesa y me enciendo un cigarrillo.

—...movidas de familia —dice Marcelo

—¿Y tú no tienes apartamento en Castellón? —me pregunta Sebastián

—No, en verano cojo el coche y me voy al Grao, a Benicàssim, a Oropesa, según me pegue, a veces a Peñíscola, depende

Brian entra en el comedor secándose el pelo del pecho. Marcelo y yo le miramos.

—¿No tenéis hambre? —nos pregunta colocándose la camiseta—, a ver, ¿quién me ayuda?

—Yo mismo —dice Marcelo

—Vamos, va

Salen del comedor. Sebastián y yo nos sentamos en el sofá. Le paso mi bote de cerveza. Fumamos.

—Qué bien se está —me dice

—Sí

Me pasa la cerveza. La cojo. Se echa hacia atrás. Desliza su cuerpo sobre el cojín y la camisa sube hasta el ombligo. Miro de reojo. Disimulo. Me tiembla todo.

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