Peluche (14 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—¿Y cómo se lo digo?

—Joder, hablando

—No sé si lo comprenderá

—¿Crees que sospecha algo?

—No, yo también le digo que la quiero

—Ya, pero eso no es todo

—Además le he hecho tantos regalos, pillé su cumpleaños en diciembre, después Reyes, San Valentín

—Pero ella no es tonta

—Lo sé

—¿Y?

—No sé

—¿Qué no sabes?

—Eso, que no sé que hacer

—¿Y mientras, vas a dejar que pase el tiempo?

—No, ya ha pasado demasiado. El lunes

—¿Qué?

—El lunes se lo diré

—¿Mañana?

—Sí

—¿Y por qué mañana si ya lo tienes claro?

—Necesito tiempo

—¿Para?

—Para pensar

—¿Pensar el qué?

—Cómo se lo digo

—¿Y qué tienes que pensar que ya no sepas?

—Las palabras

Tira el cigarrillo al suelo y lo apaga con el pie. Hago lo mismo. Seguimos contando baterías de máquinas de taladrar. Le miro. Trabaja concentrado. Llegamos al final de la estantería. Pega el último adhesivo. Cogemos la escalera y la dejamos en el piso de abajo. Salimos del almacén. Buscamos a Sebastián por el pasillo central del hipermercado. La gente que cuenta nos mira al pasar.

—No me has dicho tu nombre —me dice

—Lucas, perdona, ¿y tú?

—Marcelo

Sebastián está hablando con nuestros compañeros de sección. Se gira al vernos.

—¿Ya habéis acabado?

—Sí

—Está bien, a ver, seguirme —nos dice—, y vosotros lo que hemos hablado

Han subido el volumen de la música. Marcelo me mira. Le sonrío.

—Venid por aquí —nos indica Sebastián—, ahora contaremos las pilas y los peluches de regalo que hay en las cajas registradoras. Si veis otro artículo diferente no hace falta que lo contéis, pertenecen a otra sección. Tened cuidado porque la gente cuando llega a la caja coge una pila, la mira, piensa si se la lleva o no, duda y al final la deja en otro sitio. Por eso mirad bien que se trate del mismo artículo, es decir, de la misma referencia. En el caso de que haya algún peluche o pila fuera del plástico lo dejáis en la cinta transportadora y no lo contéis, ¿de acuerdo?

—Sí —respondemos

—Si queréis podéis empezar cada uno de una punta, así no os molestaréis

—Me hará falta un rotulador —le digo

—Aquí tienes

Camino hasta la última caja. Marcelo al otro extremo. Empiezo con los peluches. Uno, dos, tres...veintisiete. Anoto en el adhesivo y lo pego en la barriga del que está más afuera. Me siento en el suelo y cuento pilas. Paro. Las ordeno. Empiezo. Acabo. Paso a la siguiente caja. Miro a Marcelo. Casi no le veo. Repito la misma operación. Detrás de mí una chica recuenta las sumas de los adhesivos con una calculadora. Sigo contando. Me aburro. Tarareo el pegadizo estribillo de la canción que suena en el hipermercado.

Desde la montaña te veo llegar desde la montaña te voy a apuntar desde la montaña elegante visión desde la montaña te puedo matar

Ordeno los peluches. Recojo uno del suelo. No tiene plástico. Lo dejo encima de la cinta transportadora de la caja. Me mira. Le miro. Hablo con él. Le digo que es muy guapo. Me dice que yo también. Le pregunto a qué se dedica. Me pregunta a su vez que si no lo adivino -lleva un disfraz de mecánico-. Le pregunto si arregla coches. Me dice que motos también. Le pregunto si tiene estudios. Me dice que cursó el bachillerato en Madrid y un módulo de electricidad y mecánica en un centro de formación profesional de Málaga. Pregunto cómo ha acabado aquí. Me dice que se ha apuntado a una ETT para viajar de
aupair
, que de momento le dejan ahí de muestra y que cuando lo compren podrá realizar las prácticas en la casa donde le toque y así poder reparar coches eléctricos, motos y enchufes. Le digo que está bien. Me dice que a ver si tiene suerte. Le digo que la tendrá. Me dice que de momento no le va muy bien. Le pregunto por qué. Me dice que ayer llegó un niño y lo sacó del plástico. Le pregunto qué pasa entonces. Me dice que tendrá que volver a la casa de juguetes. Le propongo ponerle un plástico. Me dice que se lo llevó el niño. Le digo que la propuesta es quitárselo a otro osito. Me dice que están todos sindicados. Le digo que como quiera. Me dice que puedo acercarme a la papelera de fuera a ver si lo encuentro. Me acerco. No lo veo. Vuelvo. Encuentro uno en el suelo. Le pregunto si le sirve. Me dice que es de un osito quiosquero. Le pregunto si no dará igual. Me dice que pruebe, que a veces tiene el mismo tamaño. Pruebo. Le va bien. Se despide. Me despido. Me dice que le haga un pequeño agujero por la parte de arriba para respirar. Se lo hago con una llave. Me guiña el ojo. Le doy un beso. Lo cuelgo. Los demás ositos me miran. Los cuento. Acabo con las pilas y me despido de todos ellos. Me levanto del suelo. Paso a la siguiente caja. Hago lo mismo. Siguiente caja. Lo mismo. Llego a la caja del medio. Junto a Marcelo.

—¿Cómo va? —pregunto

—Esto es siempre igual, colega, menudo coñazo, estoy de pilas y peluches hasta los huevos

—¿Qué prefieres contar ahora?

—Me da totalmente igual

—Empiezo yo por los peluches

Contamos cada uno lo suyo. Terminamos. Buscamos a Sebastián. Allí está.

—Ya hemos acabado —le dice Marcelo

—Pues, ya no sé qué más puede quedar. Ah sí, me olvidaba, acompañarme

Volvemos a entrar en el almacén y salimos a un gran patio trasero. El sol en la cara. Hasta ahora no me había fijado en el color de ojos de Marcelo.

—¿Habéis utilizado alguna vez un traspalé? —nos pregunta

—Sí —responde Marcelo

—Yo no

—Bueno, luego le explicas cómo funciona. Tenéis que coger esos palés de ahí y llevarlos dentro del almacén

—¿Todos? —pregunto

—¿A ver? —dice acercándose—, éste, éste también, sí, todos, venid

Le seguimos hasta el almacén.

—Los colocáis aquí, pegados a las estanterías. Dejar un pasillo para que pueda pasar bien el traspalé. Si acabáis pronto podéis subir donde antes y recoger las cajas vacías que me habíais dicho. Pero bueno, lo primero es esto, ¿de acuerdo?

—Sí —respondemos

—Yo me voy a la cantina a preparar los bocadillos

—Vale

Sebastián se va. Nos quedamos junto al traspalé.

—¿Dan bocadillos? —pregunto

—Al acabar

—De puta madre

Salimos al patio. Marcelo mete los hierros del traspalé por debajo de un palé lleno de cajas.

—¿Ves esas marcas pintadas en los cuernos? —me pregunta señalando con el dedo

—Sí

—Deben quedar a esta altura del palé, ¿lo ves?

—Sí

—De otra forma se engancharían las ruedas con la madera y no podrías levantarlo

—Vale

—Una vez lo tengas en esta posición sólo tienes que echar la palanca hacia atrás, así

—Muy bien

—¿Ves cómo sube?

—Sí

—Y ya está listo para transportar. Cógelo. Bien. Para. Ahora para bajarlo aprieta esta manecilla

—¿Así?

—No hay mayor complicación, ah bueno, para subirlo de nuevo tienes que poner la manecilla hacia abajo, ¿ves?, de otra forma no sube...

—Vale

—...y puedes estar media hora dándole hacia atrás y no se va a levantar ni un dedo del suelo

—Bien

—Y acabo ya, ten cuidado con las pendientes porque parece que no, pero cuando vas a frenarlo pesa un huevo. En caso de emergencia o que no puedas controlarlo aprieta la manecilla y él solo se parará al entrar en contacto la madera del palé con el suelo, ¿está claro?

—Joder con la maquinita, y parecía sencilla

—Es una puta máquina de mierda, a mí sólo me recuerda a trabajo y más trabajo

—Hm

Marcelo coge otro traspalé del final del patio. Viene subido en él como con patinete. Se le mueven las tetas. Frena delante de mí. Nos acercamos a los palés. Encaro uno. Las ruedas se me van primero a un lado y, cuando enderezo, al otro. Me echo hacia atrás. Encaro. Intento entrar recto. No lo consigo. Giro y lo meto hasta dentro. Saco. Las marcas de los hierros en su sitio. Empujo la palanca hacia atrás. No sube. Manecilla abajo. Marcelo no me estaba mirando. Subo el palé. Lo arrastro hacia el almacén. Dentro voy más despacio. Lo dejo junto a la estantería. Maniobro. Se me vuelve a ir a los lados. Puto traspalé. Me relajo. Sigo encarando. No se ha quedado muy pegado a la estantería pero paso. Bajo el traspalé y lo saco. Vuelvo al patio. Repito la operación. El traspalé me hace más caso. Lo llevo al almacén y lo dejo junto al de antes. Marcelo ya ha acabado. Me ayuda. Terminamos. Subimos a por las cajas. Las doblamos, bajamos, tiramos en el contenedor de cartón. Escondo la caja del plástico quemado. No huele. Entramos en el hipermercado. En recepción nos espera una mesa llena de bocadillos y refrescos. La gente comiendo. Nos acercamos. Hay de jamón serrano con tomate, chorizo, salchichón y queso. Cojo uno de jamón. Marcelo de queso. Un par de cocacolas y nos sentamos en el suelo. Saludo a Sebastián a lo lejos. Comemos.

—¿Conocías a Sebastián? —le pregunto

—No —responde con la boca llena—, debe llevar poco tiempo

—Vive con su pareja, un chico

—Ah, no lo parece

—Su novio es camionero, inglés

—¿De qué los conoces?

—Sebastián me recogió ayer con el camión de Brian, su pareja, y anoche dormí en su casa

—Buena gente

—Sí

—¿Quieres otro?

—Gracias, estoy servido

Marcelo se levanta. Vuelve con otro bocadillo. De salchichón.

—Tienes hambre —observo

—Es lo que tiene trabajar

—Sí

—Cuando he cogido el primer bocadillo dudaba entre éste y el de queso, y luego he pensado que uno detrás del otro y a tomar por culo

Termino el bocadillo. Espero. Me levanto.

—¿Quieres café? —pregunto

—No me gusta

—¿Leche?

—Con azúcar

Voy a la mesa. Me sirvo un cortado. Cojo dos cucharillas de plástico y dos azucarillos. Vuelvo, me siento, bebemos.

—¿Un cigarrillo? —me pregunta

—Claro

Fuma negro. Dejo el cortado en el suelo. La música deja de sonar en el centro.

—¿Qué vas a hacer ahora? —me pregunta

—Vamos a la playa, ¿no?

—¿Conmigo?

—¿Con quién si no?

Sonríe. Le pega una calada al cigarro. Vuelve a sonreír. Me hago el despistado. Terminamos el cigarro hablando. Nos levantamos. Vamos con Sebastián. Le acompañamos al despacho. Nos paga. Le damos las gracias. Salimos los tres del hipermercado. Cojo la mochila del coche. Marcelo desencadena la moto.

—Muchas gracias por todo —le digo a Sebastián

—De nada hombre

—De verdad, gracias

—¿Te vas ya?

—Vamos a la playa

—¿Con él?

—Sí

—Bueno, pasarlo bien

—Gracias. Dale un saludo a Brian de mi parte

—Lo haré

—¿No queréis veniros?

—Brian está resfriado

—A tomar algo

—¿Dónde vais a estar?

—Ni idea, espera. ¡Marcelo!, ¿a qué playa vamos!

—¡A la del puerto!

—Allí estaremos —le digo a Sebastián

—Pues nada

—Hasta luego

—Adiós

Sebastián entra en el coche. Me despido con la mano. Sonríe. Conecta la cinta. Sevillanas. Sonrío. Arranca. Se va. Me acerco a Marcelo viendo el coche pasar.

—Toma —me dice dándome el casco

—No, llévalo tú

—Como quieras

—¿Dónde pongo los pies?

Me señala. Pongo los pies sobre dos pequeñas barras de hierro. Me coge la mano y la apoya en el depósito. Acerco la otra rodeando su cuerpo. Da gas. Primera. Suelta el embrague. Acelera. Salimos. Despega el pie del suelo y lo acopla en la moto. Giramos en un par de rotondas dirección al mar. El aire me golpea fuerte. Marcelo apoya la mano en mi muslo. La miro. Dejo la mía encima. La gira y nos la damos. Se me escapa una lágrima. Al fondo el mar. Llegamos al puerto. Conduce despacio. La gente camina por el paseo marítimo. Miro a los bañistas. A los chicos en las duchas. Al abuelo con nieta. Al perro suelto. Al gordo sin camisa. Respiro la brisa del mar. Huele a Benicàssim. Paramos. Bajamos. Marcelo encadena la moto. Nos sentamos en el borde del muro con los pies colgando. Fumamos. Una nube pasajera deja salir el sol.

—¿Llevas bañador? —pregunto

—No, ¿y tú?

—Calzoncillos

—Como yo

—¿Vamos?

Fuera zapatillas, calcetines, piratas, fuera camiseta. Caminamos por la playa. Quema. Corremos hasta la orilla. La arena más fresca. Dejo la mochila en el suelo y encima la ropa. Marcelo se quita la camiseta. Le miro las tetas. Puntiagudas. Disimulo. Doy media vuelta. Le miro la barriga. Peluda. Se tumba en la arena. Hago lo mismo. Miro directo al sol. Cierro los ojos. En mis párpados soles. Los abro y los cierro. Colores. Muevo la espalda hasta que la arena queda plana.

—Qué bien —observo

—Sí

—¿Vienes mucho?

—Estuve la semana pasada. Con ella.

Abro los ojos. Sol. Cierro.

—¿Vienes al agua? —pregunto

Meto un pie. Helada. Marcelo camina decidido hacia dentro. El otro. Escalofrío mi cuerpo. Camino. Despacio. El frío va subiendo. Esquivo las olas. Viene una. Salto. Caigo en medio. Hasta los huevos. Me mojo la nuca. Marcelo se tira de cabeza. Bucea. Sale. Tira un chorro de agua por la boca. Me mira. Sonrío tiritando. Se ríe. Otra ola. Le doy la espalda. Me golpea fuerte. Caigo al agua. Muevo los pies. Nado. Doy media vuelta. No veo a Marcelo. Sale delante de mí. Nunca lo había tenido tan cerca. El agua escurre por su cara. Nos miramos. Su boca llena de agua. Labios cerrados. Mofletes hinchados. La lanza en mi cara. Sonríe. Le miro. Me abraza. Le abrazo. Qué suave su cuerpo. Me encanta. Flotamos en el agua. Las olas nos desplazan. Nos separamos. Me tiro de cabeza. Buceo. El agua está clara. Salgo. Está haciendo el pino. Mueve las piernas. Hago lo mismo. Salimos. Nos sentamos en la arena. Fumamos. El sol nos calienta. La gente pasea por la orilla. Nos mira. Un grupo de chicos y chicas dejan sus toallas a nuestro lado. Se bañan. Me giro. Le miro.

—¿Qué miras? —me pregunta

—Eres muy guapo

Se queda rojo. Le pega una calada al cigarro. Se tumba al sol.

—Tú también lo eres

Miro al horizonte. Recto. Perfecto. Me giro. Observo a Marcelo. Me enamoro de él. Me tumbo. Apago el cigarro.

—¿Te irás pronto? —me pregunta

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