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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (17 page)

BOOK: Peluche
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—¿No puedes decirme aunque sólo sea...?

—Ya lo verás

Miro al cristal. Visualizo la secuencia de la discusión de los hermanos. El mayor cerrando de un portazo. El joven llorando en la cama.

—¿Sabéis de algún sitio para dormir en Granada? —pregunto

—Cualquier albergue juvenil —contesta el chico rubio

Pasa el revisor. Se detiene a nuestra altura. Saca un bloc de notas y apunta con el bolígrafo. Camina hasta el final del vagón. Se gira. Me mira. Le miro. Aguanta la vista.

—¿Me guardáis la mochila un momento, por favor? —les pregunto levantándome del asiento

—Claro

Sigo al revisor. Pasa al siguiente vagón. Cierra la puerta. La abro. Está delante de mí.

—¿Busca algo? —me pregunta

—El servicio

—Sígame por favor

Voy pegado a su espalda ancha y pantalón ceñido al culo.

—Aquí es —señalándome la puerta

—¿Está libre?

—¿Ve usted a alguien?

Entro. Dejo la puerta entreabierta. Me bajo la cremallera. La saco fuera. La puerta se abre y se cierra. Me mira desde el pasillo.

—¿Quiere pasar? —le pregunto

—He meado antes

—¿No quiere mirar?

—¿Hay algo que ver?

—Puede

Entra y cierra con pestillo. Se coloca a mi lado y me mira girando el cuello hacia abajo.

—¿Va? —me pregunta con prisa

—Ya —le digo bajando la vista

—Tengo trabajo

—Voy

—Ya... —dice cruzando los brazos con un suspiro

—¿Le gusta?

—Si no ha caído una sola gota

—Es que —empalmándome

—Creo que así va a ser un poco más difícil

—Quizá después

—Después de qué

—No sé

—Lo voy a saber yo

—¿Si usted quiere?

—Quiero qué

—Follar

—Hombre, ya era hora —dice dándome la espalda y bajándose los pantalones

Agacho. Abro. Lengua. Levanto. Penetro. Desabrocho. Tetas. Corro. A medias. Puño dentro. Chorro al suelo. Aseo. Hasta luego.

Vuelvo a mi asiento.

—Anochece —le digo al chico moreno

—Sí —contesta sin girar la cabeza

Cierro los ojos y me duermo. Silencio. Despierto. El tren parado. Miro. Estoy solo. A mi lado la mochila. Salgo del tren. No hay nadie en la estación. Bajo las escaleras y cojo un taxi.

—¿Adónde le llevo? —pregunta el conductor

—¿Conoce algún albergue juvenil?

—Hay muchos en Granada

—Uno que esté cerca de la Alhambra

Conduce rápido. Llegamos. Pago y salgo. Entro en el albergue. Espero en recepción detrás de dos chicas alemanas. El chico que atiende les informa de las condiciones en inglés. Comprenden. Mi turno.

—...habitaciones? —pregunto

—Habitaciones tengo, individuales no, tendrás...

Un chico gordo de unos veintisiete.

—...común

—No hay problema

—El albergue cierra a las dos de la madrugada y a partir de esa hora ya no podrás entrar hasta las siete y...

Voz dulce.

—...media de la mañana

—De acuerdo

Saco un billete. Cambia. Me devuelve.

—Aquí tienes la llave

—Gracias —le digo

—Al fondo a la izquierda

—¿Y el aseo?

—A la derecha

—Gracias

—A ti

Busco la habitación. Entro. Seis literas a la izquierda, seis a la derecha. Camino por en medio. Saludo a dos que me responden en inglés, uno en alemán y dos en yo qué sé. Voy al fondo. Lanzo la mochila. Subo las escaleras. Despacio. Me tumbo. Fuera zapatillas. Las dejo a los pies de la cama junto a la pared. Miro al otro lado. El chico rubio del tren me saluda desde la cama de abajo. Miro arriba. Está vacía. Disimulo. Saco la cabeza y miro debajo de la mía. El chico moreno leyendo. Miro al techo. Entra un chico cantando en francés. Le miro la barriga. Se acuesta en la cama de arriba del rubio. Escucho la conversación en inglés, la conversación en alemán y la última no la entiendo. Abro la mochila. Cojo cepillo y pasta de dientes. Me calzo. Voy al servicio. Meo. Compro un bocadillo y me lo como en la cantina. Vuelvo al aseo y me lavo los dientes. Entro en el cuarto. El chico moreno durmiendo. Subo sin hacer ruido. Me tumbo. Los alemanes dale que te pego. Me descalzo. Me quedo en calzoncillos. Aparto los piratas. Cae una zapatilla abajo. No hace ruido. El de abajo se mueve. Me asomo.

—¿Es tuya? —me pregunta con la zapatilla en la mano

—Sí, perdona

—Ah, eres tú

—¿Te he despertado?

—No te preocupes

Se acuesta. Pienso. Me decido y vuelvo a asomarme. Está mirándome.

—Hola —le digo

—Hola —sonriendo

—De verdad que lo siento

—No tiene importancia

Vuelvo a tumbarme. Miro al techo. Vuelvo a darle a la cabeza. Cojo la mochila, neceser, ropa y zapatillas y me las pongo entre las piernas. Pienso. Me asomo hacia abajo. Me sigue mirando.

—No me has dicho cómo acaba el corto —le digo

—Tendrás que verlo

—¿No me puedes dar una pista?

—Piensa

—¿En qué?

—En una despedida

—¿De quién?

—Buenas noches

Me vuelvo a tumbar. Respiro. Tranquilo. Me duermo. Sueño con el hombre del tiempo. Despierto. No sé dónde estoy. Recuerdo. Me acuerdo. Miro a los pies de la cama. Ropa y mochila. Me giro. El chico rubio está despierto. Me saluda. Hago lo mismo. Cojo el neceser y bajo de la litera en calzoncillos. El chico moreno también está despierto. Me mira las piernas. Nos damos los buenos días. Salgo del cuarto. Entro en el aseo. Meo. Las duchas ocupadas. Espero. Me quito camiseta y calzoncillos y los dejo sobre el mármol junto al neceser. Sale el chico francés. Tiene tanta barriga que no se le ve. Me meto. Abro el grifo. Me ducho. Salgo. No hay toallas. Me seco con la camiseta. Calzoncillos y calcetines limpios. Vuelvo al cuarto. El chico rubio y el moreno salen. Les saludo. Guardo la ropa sucia en la mochila y me visto. Camiseta, piratas, zapatillas. Cojo la mochila y salgo. Entro en la cantina. Pido zumo de naranja y dos donuts. Me siento. Desayuno. Acerco el cenicero y enciendo un cigarro. Cojo el periódico. Leo. Llegan el rubio y el moreno. Les hago sitio en la mesa. Se sientan. Me presento. El chico rubio Julián y Marcos el moreno. Nos damos la mano. Toman café con leche y tostadas con mermelada y mantequilla. Doblo el periódico. Apago el cigarro y aparto el cenicero.

—Buen día para grabar —observo

—Estuvimos pendientes del hombre del tiempo —me contesta Julián mordiendo una tostada

—¿Cómo vais hasta la Alhambra?

—En autobús —dice Marcos—, por aquí hay una parada

—¿Habéis venido más veces?

—Hace dos semanas, ¿y tú?

—Nunca

—Pues vente

Terminan de desayunar. Nos levantamos. Bajamos las escaleras. Hace sol. Me cuelgo la mochila y caminamos hasta la parada de autobús. Llena de gente. Esperamos sentados en el borde de la acera. El autobús. Subimos. No hay asientos libres. Me agarro a la barandilla metálica. Arranca. Nos deja en la entrada de la Alhambra. Bajamos. Marcos saca la cámara de video de su mochila y nos graba. Me sonrojo. Julián natural. Caminamos. Marcos recoge imágenes. Puertas, ventanas, arcos, columnas y empedrados de formas geométricas. Me distancio de ellos. Entro en una tienda. Compro una cajita de música para mi madre y un libro de fotografías de la Alhambra para mi padre. Salgo. Guardo la bolsa en la mochila. Marcos habla con una familia. El niño es rubio con ojos verdes. Me entra la risa. Me acerco. Mantengo la distancia. Acaba de grabar y les da las gracias a los padres y al niño. Marcos rebobina la cinta y comprueba las imágenes con Julián.

—Lucas, ¿nos haces un favor? —me pide Marcos

—Claro

—Es que vamos a grabar ahí dentro, por si nos guardas la mochila

—Espero aquí

Me siento en el banco. Les observo. Marcos graba. Julián tan normal. Enciendo un cigarro. Siguen grabando hasta que les pierdo de vista. Observo a la gente. Extranjeros con cámara de fotos digital y de video. Miro al cielo. Las nubes. El sol.

—Please, photograph, please? —me parece entender

Me levanto. Les hago una fotografía. Posan. Les pido que sonrían. Disparo. Me lo agradecen. Vuelvo a sentarme en el banco. No vienen. Espero. Me piden otra fotografía. Disparo con agrado. Cierro los ojos en el banco. El sol calienta mi piel.

—Ya estamos aquí —me dice Marcos

—¿Habéis acabado?

—Queremos grabar más, pero nos sabía mal que estuvieras aquí solo tanto rato

—No os preocupéis, no he parado de hacer fotos

—Hemos pensado en ir a tomar algo y después continuar —dice Julián

—Vamos

Cogemos los trastos y nos sentamos en la terraza de un bar. Pedimos cervezas. Me invitan.

—No entiendo cómo puedes estar así de tranquilo cuando te graban — le digo a Julián

—Tampoco hay que hacer mucho, no soy actor profesional, trato de comportarme como un chaval normal, como no hay más presupuesto, ¿verdad Marcos?

—Es lo que hay —me dice Marcos—, él actúa y yo grabo, si nos hace falta alguien más se lo pedimos

—Como al niño —le digo

—Como al niño, que no se estaba quieto un segundo, la madre que lo parió

Reímos.

—Bueno —sigue Marcos—, en el corto también salen un par de amigos, el hermano y el cuñado del protagonista

—Que tampoco cobran —observo

—Ni un duro, y además son los que nos realizan el montaje del corto en ordenador

—Joder, qué chollo —les digo

—Hombre, siempre que podemos nos portamos, nunca les faltará una cerveza por nuestra parte y, como todo, si nos piden la cámara, porque ellos también hacen cortos, pues se la dejamos, si necesitan actores, allí estamos, un técnico de sonido, allí vamos

—Compañerismo ante todo —les digo

—Supervivencia —me dice Julián

—¿Os presentáis a concursos? —pregunto

—Sí —dice Marcos—, a uno de la Universidad de Murcia

—¿Y?

—Pues llevamos las cintas y vemos el trabajo, nada más, el año pasado nos abuchearon, ¿te acuerdas Julián?

—Cómo olvidarlo —le contesta

—Es que todavía estamos empezando —me confiesa Marcos—, tampoco nos lo tomábamos en serio hasta que pasó lo de la universidad. Ahora intentamos limpiar de alguna manera nuestra dignidad como cinéfilos que somos, aunque estamos lejos de ganar el concurso porque llegan de toda España, y cierto es que hay algunos realmente buenos

—¿Cuánto tiempo lleváis? —pregunto

—Un par de años —me dice Julián

—¿Y cuántos cortos?

—Doce —dice Marcos

—¿Doce?

—Pero cada vez nos quedan mejor

—Empezamos —interrumpe Julián— con un largo, bueno, un corto de treinta y pico minutos de duración, teníamos cámara, guión, cuatro personajes

—¿Qué pasó?

—Fracasó, se vino abajo

—¿Por?

—Pues porque lo queríamos hacer todo perfecto, que si la cámara que teníamos no valía una mierda y podríamos pedírsela a la universidad, que para realizar aquel
travelling
que nos iba a quedar de puta madre necesitábamos las ruedas del carrito de la sobrina de Marcos, que para la iluminación de una noche estrellada teníamos que pedir los focos al tío de un amigo que actúa en un dúo musical, etcétera, etcétera

—Qué jaleo —le digo

—Pues aún hay más

—¿Y entonces?

—Eso, que el proyecto se nos hizo demasiado grande. Nos desanimamos y lo dejamos por un tiempo. Después reaccionamos y empezamos a rayarnos con cortos surrealistas, ¿verdad Marcos?

—Surrealistas del todo, vamos, yo todavía no los entiendo

—Pero bueno, ahora es el momento de terminar lo que dejamos a medias cuando empezamos

—Este corto, ¿no? —pregunto

—Así es

Terminamos la cerveza. Se levantan. Marcos coge la cámara. Dejan las mochilas en las sillas.

—Os espero aquí —les digo

—Gracias

Se alejan. Pido al camarero. Lo trae. Se cobra. Subo y bajo la bolsita de poleo. Echo azúcar. Cojo el paquete de tabaco de la mesa y saco un cigarro. Me lo llevo a la boca. Mechero. Enciendo. Trago el humo. Separo el cigarro de los labios. Lo expulso. Despacio. Hasta dejar limpios los pulmones. Inspiro aire puro. Remuevo el poleo con la cucharilla. Espiro. Saco la bolsita y la estrujo. La dejo en el plato. Me acerco la taza. Huelo. Entra el vapor en mi cuerpo. Pego un sorbito. Quema. Humedezco los labios con la lengua. Vuelvo a beber. Está bueno. Dejo la taza en el plato. Cruzo las piernas y me recuesto hacia atrás. Un señor me observa tras el cristal del bar. El camarero me devuelve el cambio en un platito de madera y la cuenta. Le digo que ya está. Me lo agradece.

Abro la mochila. Saco el libro de la Alhambra. Hojeo. Comparo las fotografías con lo que veo. Levanto la vista y miro tras el cristal. Sigue mirándome. Fumo. Paso las hojas. Bebo poleo. Gordo, treinta y pico, pelo corto. Leo. Dejo la taza en el plato. Paso la página. Una fotografía de la Alhambra desde arriba. Me paso la mano por el cuello. Levanto la vista. Su silla vacía. Miro a los lados. No le veo. Termino el poleo y me concentro en lo que leo.

—¿Puedo sentarme? —me pregunta el desconocido

—Sí —le digo—, déjela en el suelo

—Mi nombre es Ernesto

—Lucas

Nos damos la mano

—¿Te apetece algo? —pregunto

—¿Qué lees?

—Un libro de la Alhambra, lo he comprado para mis padres

—Tomaré otro poleo —me dice

Pido al camarero.

—¿Le conozco? —pregunto

—No creo

—¿Es de aquí?

Llega rápido el camarero. Pago.

—¿Fuma? —ofreciéndole

Coge un cigarro. Lo coloca entre sus labios, enciende.

—Te estaba observando —me dice

Mueve la bolsita de poleo arriba y abajo. La saca. Echa azúcar. Remueve con la cucharilla.

—Tras el cristal —observa

Coge la taza y bebe. Resopla. Vuelve a beber.

—¿Ha venido solo? —pregunto

—Sí

—Yo me he quedado solo

Deja la taza en el plato. Una última calada al cigarro y lo apaga en el cenicero.

—Bueno —dice levantándose—, me tengo que ir

—Qué prisa tiene

—Van a venir tus amigos

—Como quiera

—¿Puedo abrazarte?

—Claro

Nos abrazamos. Siento miedo. Se aleja por donde vienen Julián y Marcos. Me levanto.

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