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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (46 page)

BOOK: Peluche
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los dedos como aceitoso y que fumas y te entra la risa y te lo pasas de puta

madre como la noche aquella del coleguita de la acampada que acaba de

invitarnos a un litro de cerveza por la cara. Lástima que antes no estuviera tan

gordito porque si no, seguro que me hubiera enamorado de él, aunque ahora que lo pienso, yo todavía no había salido del armario y seguro que no me hubiera atrevido a decirle nada porque soy más cortado que la ostia, ah, que estaba fumado, pero bueno, igual me hubiese enamorado. Menos mal que no hemos pillado muchos ticket porque cuando beba un poco se me va la vergüenza y me acerco a la barra y espero que me sirva el de la acampada y de paso si quiere nos vemos luego. Anda, espera, si el Dani también está en una barra, entonces lo que haré será que al Dani le pido cerveza y a este vengo

luego por si quiere un rollete como dice Gisela. ¿Dónde se ha metido ésta?

—¡Lucas, estoy aquí!

—¡Voy!, me dejan pasar por favor

Nos colocamos por la fila diez o doce. El grupo no me suena.

Cantan en castellano. Miro la hoja. El Columpio Asesino. Ah sí, los he oído en

Radio 3. Le digo a Gisela que venga un poco más para acá que se escucha

mejor, además que hay un par de gorditos que creo que son pareja. Gisela se da

cuenta y me sonríe burlona diciéndome con la mirada: «sí, que se escucha

mejor, lo que pasa es que tiran más dos gorditos que cien grupos, a ver si te

dejas de chubis y te pones a trabajar en serio con lo que te gusta de una puta

vez que se te va a pasar el arroz y las... ¿cómo se dice en español?, ah, sí, las

lentejas». Yo le miro como diciéndole: «tienes toda la razón del mundo, pero

déjame aunque sólo sea este día disfrutar un poco de lo que también me gusta

que mañana haré lo que piden tus ojos y te demostraré y me demostraré a mí

mismo que no sólo me dejo llevar por la bragueta sino también por los

sentimientos, o por lo menos eso creo, porque como hace tanto tiempo que no

los pongo en práctica no sé si voy a ser capaz de enfrentarme de nuevo a ellos

y a una canción sin que florezcan miedos que tengo cuando me pongo a crear,

porque la inseguridad hay que tenerla en cuenta, que yo me creo muy listillo

pero no tengo ni puñetera idea de lo que va a pasar una vez me deje esto y me

cuelgue la guitarra y me ponga a escribir canciones que es lo que me está

diciendo mi amigo Fernando todo el tiempo, y que me deje ya de mariconadas

que eso no me lleva a nada, que vale, que está bien que uno tenga su Eros y

sexo cuando le apetezca, porque él es bastante hedonista en ese aspecto, pero

coleguita, que eso dirija toda mi vida no le parece que sea lo más correcto,

porque dice que soy un chico con talento y no debo desaprovecharlo, y lo

mismo me dice Gisela que me quiere tanto y cuando me dice que no mire sólo

a gorditos lo que me está diciendo es que hay otras cosas en el mundo y que

abra mi mente para que también formen parte de mi reducido universo, y no

me olvido de mi amiga Mariví, que sé que me quiere más de lo que yo valgo y

por eso está siempre a mi lado, y venga ya de rollos que me estoy perdiendo

este grupo que mola mogollón».

—Toma —le digo a Gisela pasándole el medio litro de cerveza con

una sonrisa que viene a decir: «vale, te entiendo, a partir de ahora seré tu siervo. Por favor, guíame, estoy tan perdido que no consigo encontrarme a mí

mismo»

—Claro —me dice pensando: «tío, eres libre, vive a tu manera,
you

fuck way
, lo que me estás pidiendo es seguridad y yo no puedo ofrecértela, si

no vaya mierda de vida aburrida te espera, coleguita»—, ¿me aguantas el bolso?

—Trae

Prende costo con esa naturalidad innata que le caracteriza. Ahí, de

pie, ni alta ni súper guapa pero bien puesta en el mundo. Además, como viste

con esos trapillos que digo yo, que tiene una suerte porque cuando se hace la

maleta le cabe una de ropa, tú fíjate, un top y una faldita de esas hippies es que

ocupan menos sitio que una camiseta mía. Cuando nos vamos de viaje, por

ejemplo a Barcelona, que sé que le gusta, ya me veis a mí con un maletón y a

ella con una mochila que lleva a cuestas y ale, a vivir. Uf, los gorditos, qué

guapos. Uno de ellos con una bandolera y el otro, joder, ¡el otro es Miqui Puig!

Me animo. Me muevo al compás de la música. Soy moderno. Cojo el porro.

Fumo. Ay, perdona, que todavía no lo tienes hecho.

—¿Te ayudo? —le pregunto

—Coge la boquilla

—¿Con qué mano? Espera, dame

—Joder, qué costo

—¿Es bueno?

—Se deshace en los dedos

—Ya te mandaré por correo

—Sí, como quedamos

—Oye —nos pregunta el chico de delante—, ¿lleváis papel?

—Sí —contesta Gisela—, dale uno Lucas, en el bolso hay

—A ver —rebuscando entre la cartera, los tampax, joder qué mala

suerte venir al FIB con la regla, bueno, a lo mejor no le tiene que bajar, que

ellas lo tienen muy controlado por eso de los días y los dolores. Recuerdo que

una vez me contó mi hermana que cada mes le baja de un lado de los ovarios,

y si llega la hora de la menstruación y no sale es porque pueden tener algo en

uno de esos lados o porque se han quedado preñadas, claro. Yo no sé si

preferiría ponerme tampax o compresas, joder, aquí está el papel, que no lo

veía—, toma

—Gracias

—¿Queréis material?

—Llevamos, gracias —le contesta Gisela con una sonrisa como

diciéndole: «coleguita, que me estoy haciendo un porro con mi amigo y ya te

hemos dado tu papel para que te hagas un porro y te lo fumes a tu salud y si no

te importa estaba viendo el grupillo de rock and roll español»

—Toma —pasándole la boquilla y de reojo al de la bandolera y a

Miqui

—Gracias —colocándola en el papel, enrollando, pegando lengüetazo,

calentándolo con el mechero y prendiéndole fuego con una calada que no sé si

se ha tragado el humo o no

—Ten —le paso la cerveza

Pega un trago largo. Me pasa el porro.

—Dame,
pobret
—cogiéndome el bolso

A su lado dos guiris hablando en inglés y ella que no se corta se

pone a hablar con ellos. Le paso el porro, tras darle un par de buenas caladas

por si no vuelve, para que les haga fiesta. Yo me quedo con el Miqui, que está

ahí delante moviendo los hombros ligero al compás de la música. Empiezo a

encontrarme a gusto. A mi lado un chaval de unos veinte, que venía de atrás

para escuchar mejor la música, se quita la camiseta y una barriga enorme y

esas tetas puntiagudas de pezones rosados y miro hacia arriba y una cara de

piel blanca pero tostada por el sol y mofletes y pestañas largas y negras como

si se las maquillara y me tiemblan las piernas y miro más para arriba

atravesando la carpa para poner a Dios por testigo que prometo escuchar

cuando me digan cosas importantes y ya que lo tengo al aparato que por nada

de este mundo el chico que tengo a mi lado se vaya más cerca del grupo y

puestos a pedir le pido que me conserve la vista aunque sólo sea unos

segundos que lo que estoy viendo me retuerce por dentro y me duele pensar

que la vida se acaba y tengo miedo a la muerte y vuelvo a mirar al chico que

me sonríe y me dice:

—Jai

—Hola —le digo sin conocerlo de nada y miro al lado de Gisela y

comprendo que va con ellos y me vuelvo a girar y le sonrío como un tipo duro

pero cagado por dentro

Gisela me pasa el canuto. Fumo. Se lo paso al de mi lado. Quién

fuera porro. Sólo siendo boquilla me conformo. Pega otra calada. Me mira.

Sonriendo. Como diciendo que está bueno. Yo que estaba muerto hace rato y

él empeñado en tirar tierra sobre mis huesos. Me roza con la mano. No puedo

creerlo. Me giro al otro lado para ver si Gisela tiene algo que ver con este

milagro. Ella disparando cartuchos de léxico. Yo dejo la mano donde estaba y

empiezo con las estadísticas. Me ha vuelto a rozar. Ya van dos. Amplío mi

campo de vista. Hay sitio de sobra como para que el de mi lado y yo estemos

tan pegados. Yo los pies en el suelo. Me toca de nuevo. Yo la mano muerta.

Como el resto del cuerpo. Otra vez. Dejo las estadísticas para después. Me

agarra un dedo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve

segundos con el dedo en sus manos. He dicho que ya no cuento. Me suelta. Mi

mano resucita pero pasa a tener párkinson. Mi cerebro ordena. El resto de

cuerpo obedece. Acerco el dorso de la mano y le rozo los dedos. Él siguiendo

el juego. Yo empalmado hasta las cejas.

—It´s a wonda mich a fer, you know?

—Yes —contesto

Cuestiono mi ser auténtico. No he entendido palabra.

—Sorry? —pregunto

—It´s a…

—Gisela —cogiéndola de la cintura para que me traduzca

—Dice que es una banda que toca muy bien, que él tiene un grupo de

drum and bass
en Londres

—Ah, ok —le digo abriendo los ojos porque es músico y tenemos algo

en común para hablar

—I play guitar —le suelto

—You must be good —me dice, joder le he entendido

—Not so much

—We sawer frein Radiohead ansuaring FIB

—Oh, yeah, Ok Computer

—My zanquerlinstay Paranoid Android

—I prefer Let Down

—It´s my favorite too

—Ok

—Go? —me pregunta cogiéndome de la mano

—Go —me giro—, Gisela ahora vengo

—Ok darlin, be care —siguiendo de palique con los londinenses Salimos de la carpa. Él cogido a mi mano y yo al principio

sonrojado pero luego diciéndome qué coño. Le sigo. Lleva los pantalones

bajados y se le ve el calzoncillo. Tropiezo. Y el pelo rizado del culo. No caigo.

Entramos en el aseo de chicos. Todos ocupados. Esperamos en uno. Yo

mirándole el pecho. Disimulando. No sale. Me entra la paranoia de que se

canse de esperar y se vaya. Me impaciento. Qué estará haciendo el de ahí

dentro. Mi compañero tranquilo. Me contengo. Se abre la puerta. Sale un chico

gordo y peludo. Nos miramos los tres. Entramos el inglés y yo. Deja la puerta

entreabierta. Será que le gusta que le vean. A mi ya me da todo igual. El chico

gordo y peludo nos mira desde el otro lado.

—Come in —le dice el guiri

Le entiende a la primera. Entra. No hay mucho sitio. El chico gordo

y peludo se quita la camiseta. Más gordo y peludo de lo que imaginaba. Me

desnudan. Yo mirando los cuerpos que me rodean. Tocándonos. Tras los

nervios somos uno. Mi polla dentro del gordo y peludo. Abrazos. Ahora el

guiri me folla mientras el gordo y peludo se masturba en mi cara. Caricias.

Llenamos el cuarto de semen. Cada uno apoyado a un lado de la pared dejando

que el aire caliente suba hasta el techo y poder respirar algo que no sea nuestro

aliento ni el sudor de nuestros cuerpos. Nos vestimos, limpiamos, salimos. El

gordo y peludo vuelve a meterse con otro que le ha guiñado el ojo. No habrá

tenido bastante. Yo casi no me tengo en pie. Intento relajarme.

Agradezco el fresquito de fuera. Sigo al guiri de la mano hasta la

carpa. Gisela con su cerveza. Voy a por otro litro. Le pido al chico de la

acampada. No me quedan fuerzas para decirle que está buenísimo y

simplemente le guiño el ojo como el que se ha llevado al gordo y peludo al

cuarto después de nosotros. Me sirve y se va a lo suyo. Pego un buen trago y se

la llevo al guiri. Dos canciones, tres caladas al porro y dos tragos de cerveza y

le digo a Gisela que me marcho a ver tiendas. El guiri se va con los suyos.

Quedamos para el concierto de Chucho donde siempre. Salgo de la carpa.

Saludo al dueño del Rico y a su mujer. Por mi lado pasa Julio de Radio 3 con

una camiseta del Atlétic. Miro tiendas. Cojo preservativos. Camisetas de

Smashing y Radiohead. Cedés de Los Piratas, Mercromina, La Habitación

Roja, Chucho, Lagartija Nick, y otros que no tengo ni idea. Saco un billete.

Hago cola. Pido un kebab y un agua. Como. Qué bueno estaba el cocinero.

Delantal blanco. En sus manos piel morena mi corazón pinchado en un palo

dando vueltas y vueltas. Muerdo con tanta fuerza que me chorrea la salsa y me

mancho la camiseta. Mierda. Abro la botella de agua y derramo sal y pimienta

sobre la herida en el hueco de mi corazón. Froto con la servilleta. Pero ni su

sonrisa ni la tenue luz de la luna llena podrán jamás borrar la huella de un alma

en pena. Huyo de mi destino hasta la próxima tienda. Regalan porta-cedés.

Trinco uno. Guardo los condones dentro. Vuelvo a por otro porta-cedés para

Gisela. El de los condones para ella. Miro hacia arriba. Se van las nubes

pasajeras y bajo el sol de una tarde de verano aparece Miqui con su amigo el

de la bandolera. Creo que mira hacia aquí. Pasa por mi lado. Yo como si nada.

Creo creer que creo que me ha mirado. El de la bandolera se ha quedado con la

copla morena y sonríe porque mi cuerpo se ha quedado muñequito de cera.

Ahora se lo está comentando. Yo disimulando en contacto con el aura que le

rodea. Parece no darle importancia. Yo como grupi. Sin voluntad propia. Él

natural. Yo cagándola por mirar de reojo. Él acercándose. Yo sintiendo las

vibraciones cada vez más cerca. Él delante. Yo levitando. Él mirándome a los

ojos. Yo transmutándome. Él aquí. Yo en un viaje astral.

—¿Te vienes al concierto? —me pregunta Miqui

—Claro, ¿a cuál? —¿Para qué pregunto si me da igual!

—Va a empezar Moloko

Me presenta al de la bandolera. Vamos a la carpa. Mis pies tomando

tierra. Voy haciendo paso entre la gente. Nos situamos cerca. Vemos el

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