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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

Peluche (20 page)

BOOK: Peluche
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—Y te acostaste

—Claro

—Quiero decir, te dormiste

—No podía

—¿Por?

—Me estaba meando. Había pasado por delante del aseo y no pensé en entrar

—¿Te levantaste?

—En silencio, quité la sábana, puse los pies en el suelo, entré a oscuras en el aseo y meé apuntando con el chorro en la pared para no hacer ruido. No tiré de la cadena

—Y te volviste a acostar

—Efectivamente

—¿Por qué me cuentas todo esto?

—Porque uno de los chicos, el que estaba a mi lado, se levantó de su cama y se acostó en la del otro chico

—¿Para qué?

—Para follar

—¿Delante de ti?

—Sí

—¿Y tú los veías?

—Se veía la sábana

—¿Moverse?

—Arriba y abajo

—¿Rápido?

—Despacio

—¿Cómo sabías que eran dos chicos y no chico y chica?

—Porque me estaban mirando

—¿Mientras lo hacían?

—Sí

—¿Y qué hiciste?

—Nada

—¿Y ellos?

—Quitaron la sábana

Cojo el paquete de tabaco y saco un par de cigarros. Le ofrezco. No quiere. Enciendo uno. Fumo. Le miro la barriga. Disimulo. Tiro la ceniza por la ventanilla.

—¿Eran jóvenes? —pregunto

—De tu edad. El de arriba, barrigón como yo, empujaba. El de abajo se mordía los nudillos de la mano para soportar el placer en silencio

—¿Y qué hiciste?

—Mirar

—¿Sólo?

—Al principio sí

—¿Y luego?

—Yo también dejé caer la sábana

—¿Y?

—Estaba en calzoncillos

—¿Usted?, digo, ¿tú? —pregunto tragando saliva

—Sí

—Ah

—Me acariciaba el pecho con la mano

—¿Sí?

—Me pellizcaba las tetas con los dedos

—¿Y ellos?

—Me miraban

—Ya veo

—Me daba palmaditas en la barriga...

Imagino. Me atraganto con la saliva. Pego una calada al cigarro. Echo el humo por la ventanilla. Miro el cigarro. Un centímetro de ceniza al rojo vivo. Vuelvo a su barriga, la de verdad, la de camisa. Tengo escalofríos en los costados. Respiro con dificultad. Fumo y callo.

—...por encima de los calzoncillos

—¿Y?

—Me seguían mirando, sobre todo el de abajo, mientras follaban, despacio

—¿Sí?

—Apenas se veían sus siluetas, el brillo de sus ojos, el sudor

—Ah

—La respiración entrecortada

—Vaya

—¿Sigo?

—Por favor

—Y me bajé los calzoncillos hasta los muslos. Escupí sobre la palma de mi mano y me lubriqué la polla. Me levanté, me coloqué detrás del chico gordo que empujaba y me arrodillé en la cama

—¿Sí?

—Apoyé la mano en la pared, la barriga en su espalda, me incliné y permanecí quieto, con el glande entre sus nalgas, esperando que su movimiento acompañara

—¿Y?

—Le agarré de los pechos que le colgaban, fuerte, y le escuché gemir

—¿Sí?

—Al acabar nos encendimos un cigarro y fumamos en silencio

Apago el mío en el cenicero, junto a otros tantos que he carbonizado escuchando. Me tiemblan las manos. Creo que no se me nota.

—Eso es lo que te pasó el día que te dormiste —observo

—Me pasa de vez en cuando

—¿Lo de dormirte?

—Lo otro

—¿Qué hiciste al final?

—Me despertó la alarma del reloj. Ellos se vistieron con ropa de camarero y bajaron al restaurante del hostal a trabajar

—Ah

—El chico barrigón era el hijo del hostelero

—Vaya, ¿y siguen trabajando?

—Sí

—¿Los sigues viendo?

—Cuando paso por allí, sí

—¿Y?

—Si no están en horario laboral

—¿Cuánto hace de eso?

—Tres o cuatro años

—¿Haces a menudo esa ruta?

—Una vez al mes

—¿Y si alguna vez, por lo que sea, no vas?

—No son los únicos

—¿Hay más?

—Claro

—¿Muchos?

—Sí

—¿Cuántos, más o menos?

—Cinco, seis

—¿Camareros?

—No todos

—¿En hostales?

—Sí

—¿Y bares?

—Gasolineras, casas de campo, granjas, apeaderos

—Joder

—¿Y tú? —me pregunta

—¿Yo?

—¿Con quién?

—¿Con quién lo hago?

—Claro

—Con quien puedo, no sé, tampoco lo tengo tan planificado Se ríe

—Tampoco sigo la guía Michelín —me dice

—Ya, pero

—¿No te gustaría a ti?

—Sí

—¿Entonces?

—¿Cómo has llegado a?

—¿A?

—No sé, a tener a tantos

—Yo sólo trabajo

—Viajando

—Primero lo primero, y si se presenta la ocasión

—¿Y ellos?

—¿Los chicos?

—Sí

—Pues lo mismo, zapatero a tus zapatos, aquí te pillo aquí te mato

—Y cada uno con su vida

—Como tiene que ser

—¿Nunca te has enamorado?

—¿Yo? —me mira serio

—De alguno de estos chicos

—No, fue hace muchos años

—¿Qué pasó?

—Que no me quería

—¿Qué hiciste?, perdón, no te interrumpo

—Nada, le gustaban las chicas

—Vaya

—¿Me das un cigarro?

—Toma —pasándole uno encendido

—Y no hay nada más

—¿Por?

—Porque todo lo demás fue invención mía

—¿Tu amor por él?

—Sí

—¿Y él?

—Lo último que sé es que estuvo saliendo con una chica, hoy por hoy le he perdido la pista

—Pero seguís siendo amigos

—Eso creo

—¿Cómo se inventa uno un amor?

—Pensando

—¿Sólo?

—Imaginando cosas donde no las hay

—Pero así te vuelves loco

—Es lo que ocurrió

—¿Y qué hiciste?

—Aguantarme

—¿Llegó a saber él que le querías?

—Sí

—¿Cómo reaccionó?

—Bien, muy bien

—¿Y?

—Te importa si descansamos un poco

—Sí, perdona

Le pega una calada al cigarrillo. El rostro serio. Fumo. El aire contra la ventana. Me relajo. Pienso. Pienso en el mundo imperfecto. En lo bello. En lo feo. Me duermo. Sueño con delfines. Despierto. El camión parado en un escampado con las luces encendidas. El camionero meando en el tronco de un árbol. Acaba. Sube. Apaga las luces.

—Voy a dormir un poco —me dice

—De acuerdo

—Dentro hay sitio para dos

—Aquí estoy bien, gracias

Salgo y meo. Subo. Me tumbo en los asientos. Baja las lonas de la cabina para que entre menos luz. Pasa atrás y se acuesta en la cama. Nos damos las buenas noches. Abro los ojos. No se oye nada. Respiro. Me tranquilizo. Subo la mochila y la utilizo de almohada. Me quito zapatillas y calcetines y los dejo en el suelo. Estiro los pies. Estoy cómodo. Noto un bulto en la espalda. Bajo la mano. Meto el enganche del cinturón de seguridad entre los asientos. Cambio de postura. Un brazo me cuelga hasta el suelo. Juego con las hendiduras de la goma del reposapiés. Me aburro. Subo la mano. Tengo los brazos pegados al cuerpo. Doy media vuelta. Miro al techo. Chafo la mochila con la cabeza. Aprieto. Dejo la forma. La echo hacia fuera y pongo la cabeza entre la mochila y el asiento. El asiento más duro que la mochila. Hace calor.

—¿Estás dormido? —pregunto

—No

—¿Hay agua?

—Al lado del cambio de marchas, una botella de plástico

—No la veo

—Detrás

—Ah sí, gracias

—¿Estás cómodo?

—Tengo calor, ¿quieres un trago?

—No

Dejo la botella en su sitio. Me tumbo. Miro por debajo de la lona. Se ven las estrellas. Cierro los ojos. Pongo un pie encima del otro. Respiro. Cambio de posición.

—Aquí se está más fresco —me dice

Abro los ojos. Me reincorporo. Aparto la cortina y miro atrás. El camionero golpea con su mano el otro lado de la cama. Paso por encima y me tumbo. Los dos mirando al techo.

—Gracias —le digo

La cortina se descuelga y nos quedamos completamente a oscuras. Respiro hondo. Tranquilo. Él un poco más que yo. Intento respirar a su ritmo. No puedo. Empieza a roncar. Grave. Profundo. Me giro, le miro, no le veo. Imagino. Me canso de pensar.

—Oye —le digo

—¿Sí?

—¿Puedo besarte?

Silencio. Se lo piensa.

—Sí —responde

—¿Ya?

—¿A qué esperas?

—Es que no te veo

—Estoy delante de ti

—Ah —notando su calor

Nos besamos. Despacio. Su lengua lamiendo la mía. Despacio. Mis labios acariciando su perilla. Suave. Su carne. Blandita. Qué placer. Deslizo mi lengua por su cara y le como el pezón de la oreja. Gime. Le acaricio el brazo. Tiene los pelos de punta. Continúo. Se deja. Nos besamos. Me encanta. Despacio. Me encanta. Sus labios, perilla, lengua. Me encantan. Le desabrocho la camisa. Sin prisa. Mientras nos besamos. Le hago cosquillas. Le gusta. Le beso las tetas. Disfruta. Paso la yema de mis dedos por todo su cuerpo. Suspira. Por debajo de los huevos. Se le empina. Abro la boca y me la meto sin rozarle. Cierro. La saco chupando. Lubrica. Vuelvo a hacerlo. Se excita. Hago un círculo con el dedo índice y el pulgar y lo paso rozando su glande. Le encanta. Vuelvo a hacerlo. Le encanta. Ahora sólo con la boca. Hasta dentro. De nuevo con los dedos. Le encanta. Más dedos. Le encanta. Como si nunca antes le hubieran dado tanto placer. Me chupo la palma de la mano y le rodeo el pene con la mano y masturbo. Le encanta. El glande en mi boca. Le encanta. Sigo, se corre, para. Acaricio todo su cuerpo hasta que me duermo. Despierto. El camión en marcha. Conduce en silencio. Todavía es de noche. Me desperezo. Empalmado. Me hago una paja mirando su cuello. Duermo. Un rayo de sol que se cuela por la lona me despierta. Aparto la cortina.

—Buenos días —le digo

—Buenos, ¿qué tal has dormido?

—Muy bien, gracias

—Me alegro

—¿Dónde estamos?

—En la provincia de Badajoz

Cojo la mochila. Me cambio de calzoncillos, calcetines, camiseta. Paso al otro lado y me siento. Meto los pies en las zapatillas.

—¿Todo bien? —me pregunta

—Sí

—¿Tienes hambre?

—Todavía no, gracias

—¿Música? —señalando el radiocasete

—¿Puedo?

—Pon lo que quieras

Miro los botones. Conecto. Paso diales. Suena
El corazón es un cazador solitario
de Los Niños Mutantes. Pienso en el FIB. Saco la cartera. Busco entre los papeles. Encuentro el teléfono de Gisela. Lo miro y lo dejo en el mismo sitio. Guardo la cartera y cierro la cremallera. Empieza el solo de guitarra. Paramos en una gasolinera. Bajamos. Servicio. Compramos tabaco, zumo y rosquilletas. Le invito. Subimos al camión. Arranca. Comemos.

—¿Falta mucho? —pregunto

—En un rato llegamos

—Y luego para casa

—Sí, de vuelta a Murcia

—Menuda paliza

Fin de las rosquilletas. Guardo las bolsas en la mochila y le ofrezco un cigarrillo encendido. Fumamos con zumo de naranja. Leo la señal que indica Mérida. Entramos en la ciudad. Nos desviamos por un complejo industrial. Llegamos a nuestro destino.

—Vaya —me dice—, ya me están esperando

—Bueno, aquí me quedo

—Pues nada, que vaya bien tu viaje

—Lo mismo digo

Nos damos la mano. Cojo la mochila y bajo del camión. Nos despedimos con una sonrisa por el retrovisor. Se acerca a la puerta y habla con el chico gordo de la garita. Le abre. Entra. La puerta se cierra. Doy media vuelta y camino.

EL TEATRO ROMANO

Termino el zumo. Lo tiro en una papelera de reciclaje con las bolsas de rosquilletas. Sigo por la acera. Entro en una panadería. Espero detrás de una chica. De reojo los pasteles. Pido uno de chocolate cuando me toca el turno. Pago y salgo. Sigo caminando. Quito el papel. Miro el pastel. Lo huelo. Muerdo despacio. Qué bueno. Llego a una plaza. Me siento en un banco. Dejo la mochila a mi lado. Estiro los pies. Me cambio de sitio para que me dé el sol. Miro hacia arriba. El cielo despejado. Termino el pastel. Hago una bola con el papel y lo lanzo desde unos tres metros a la papelera. Se acerca un barrendero. Mira en su interior. Coge la bolsa negra y la vacía en su carrito. Mete la mano. Estira un chicle pegado. Vuelve a dejar la bolsa en su sitio. Me mira. Improviso.

—Perdone, ¿el teatro romano? —pregunto

Me levanto. Se quita la gorra. Voy hacia él. Limpia el sudor de la frente con su antebrazo cubierto de...

—Por aquella calle, todo recto —me indica

...pelo castaño y muy rizado y su...

—Gracias —le digo

...enorme barriga oculta la hebilla del pantalón verde a...

—¿Tienes un cigarro? —me pregunta

...juego con la camisa entreabierta por la que asoma el pelo de...

—Aquí tiene

...su pecho. Apoya su mano grande y peluda en el carro...

—Gracias

...de basura y lo arrastra hasta la sombra...

—¿Fuego?

...donde puedo ver su cara redonda quemada por el sol...

—Aquí tiene

...de la tarde. Coge el mechero y lo enciende. Pega una calada y me lo devuelve. Me enciendo uno.

—Gracias —me dice de nuevo

—De nada

—¿De dónde vienes? —me pregunta

—De Levante

—¿Valencia?

—Castellón de la Plana

Se lleva el cigarro a la boca, le pega una profunda calada y mantiene el humo dentro...

—Bonito lugar —observa

...mientras habla.

—¿Trabaja a estas horas? —pregunto

—Qué remedio

—¿Solo?

—Con un par de compañeros

—¿Me da un trago?, estoy seco

Coge la botella de coca-cola del carrito y me la pasa. Quito el tapón. Bebo sin tocarla con los labios. Se la devuelvo. Bebe. Le doy el tapón, cierra y la deja en el carrito.

—Gracias —le digo

—¿Y qué se te ha perdido por aquí?

—No sé, a ver la ciudad...

Pego una última calada al cigarro, lo tiro al suelo y lo apago con el pie.

—...el teatro

Me agacho. Cojo el cigarro y lo tiro en la bolsa de su carrito.

—A ver si provocas un incendio —me dice

Miro dentro. No sale humo.

—Perdone —le digo

Coge el carrito con las dos manos y deja caer su cigarro en el suelo.

—Vamos a ver tu teatro —me dice

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