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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (30 page)

BOOK: Perdida en un buen libro
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—Muy bien —dijo—. Será mejor que tenga el dinero a medianoche o tendrá
serios
problemas.

Y con una última mirada fulminante, se fue, dejándome sola en el pasillo.

Le ofrecí una golosina a
Pickwick
para que se sostuviese sobre una sola pata. Tenía la mirada vacía por lo que me rendí después de algunos intentos, le di de comer y cambié el papel del cesto antes de llamar a Spike a OE-17. No era un plan perfecto pero poseía la ventaja de ser el
único
plan, así que guiándome exclusivamente por ese criterio decidí que valía la pena intentarlo. Al final pasaron mi llamada a su coche patrulla. Le conté mi problema y me dijo que en aquellos momentos sobraba presupuesto para contratar agentes independientes porque nadie quería ayudar, así que acordamos una paga por hora ridículamente alta y un lugar de encuentro. Al colgar me di cuenta de que había olvidado decirle que prefería
no
hacer ningún trabajo relacionado con vampiros. Qué demonios. Necesitaba la pasta.

23

Diversión con Spike

Gaceta de Van Helsing:
¿Realizaste muchos trabajos de contención de SMS?

Agente Stoker:
Oh, sí. La captura de Seres Malvados Supremos, o SMS, como los llamamos en el oficio, es la labor principal de OE-17. No tengo ni idea de cómo puede haber más de un Ser Malvado Supremo. Todos los SMS que he capturado no sólo se consideran a sí mismos la mejor personificación del mal puro que ha recorrido la tierra, sino también la
única
personificación. Debe de ser toda una sorpresa, aparte de un poco irritante, que te encierren con varios miles de otros SMS, todos básicamente iguales, en fila tras fila de sencillos frascos de vidrio en la Instalación de Contención de Manifestaciones Repelentes. No sé de dónde vinieron. Creo que se filtran del
otro lado,
de la misma forma que un grifo estropeado deja caer agua (risas). Deberían cambiar la arandela.

Agente S
PIKE
S
TOKER
OE-17 (retirado),

entrevistado para la
Gaceta de Van Helsing,
1996

Los incidentes que me dispongo a relatar tuvieron lugar en el invierno de 1985, en un lugar que incluso ahora, por decoro, parece más seguro no divulgar. Baste decir que el pueblecito que visité esa noche estaba desierto y lo había estado desde hacía tiempo. Las casas estaban vacías y ya habían sido saqueadas; el pub, el colmado y el ayuntamiento no eran más que cascarones vacíos. Mientras conducía lentamente por el pueblecito oscuro, las ratas corrían entre la basura y frente a mis faros aparecían breves retazos de niebla. Llegué hasta el viejo roble del cruce, me detuve, apagué las luces y examiné el morboso entorno que me rodeaba. No se oía nada. Ni un soplo de viento daba vida a los árboles; ningún sonido distante de humanidad me elevaba el espíritu. No siempre había sido así. En otra época allí había niños, los vecinos se saludaban amistosamente, las segadoras ronroneaban los domingos por la tarde y el agradable sonido del sauce golpeando el cuero surgía del parque municipal. Pero ya no era así. Todo se había perdido una noche de invierno, apenas hacía cinco años, cuando las fuerzas del mal se alzaron y reclamaron el pueblecito y a todos los que vivían en él. Miré a mi alrededor, con mi aliento materializándose en la noche inmóvil. Por la manera en que los maderos ennegrecidos de las casas vacías mordían el cielo, daba la impresión de que el recuerdo de esa noche seguía grabado en la esencia de las ruinas. Aparcado cerca había otro coche y, apoyado en la portezuela, estaba el hombre que me había traído a ese lugar. Era alto y musculoso y se había enfrentado a horrores que yo, por suerte, nunca tendría que presenciar. Lo había hecho con el corazón rebosante de furia y coraje a partes iguales. Cuando me acerqué, con una sonrisa me habló:

—Vaya un agujero de porquería, ¿eh, Thurs?

—Y que lo digas —respondí, encantada de tener compañía—. Ahora mismo me están pasando por la cabeza todo tipo de rarezas desagradables.

—¿Cómo te ha ido? ¿El maridito sigue con un problema existencial?

—Todo igual… pero me estoy ocupando del asunto. ¿Cuál es la situación aquí?

Spike dio una palmada y se frotó las manos.

—¡Ah, sí! Gracias por venir. Este trabajo no lo puedo hacer solo.

Seguí su mirada hasta la iglesia derruida y el cementerio que la rodeaba. Era un lugar sombrío incluso para lo habitual en OpEspec 17, que tendía a considerar cualquier lugar que no pasara de
triste
como un buen sitio para una fiesta. Estaba rodeado por una doble verja metálica, y nadie había entrado o salido de allí desde los «problemas» habidos cinco años antes. Los espíritus inquietos de las almas condenadas atrapados en el camposanto no sólo habían matado toda la vegetación dentro de los confines del Lugar Oscuro sino también la situada a una corta distancia alrededor… Vi la hierba secándose y muriendo a dos metros de la verja interior, los árboles deshojados y sin vida a la luz de la luna. En realidad las verjas eran más para mantener fuera a los curiosos y a los estúpidos que para contener a los no muertos; un cerco de madera de tejo quemada justo en la cara interna de la verja exterior era la última defensa que los no muertos nunca podrían atravesar, aunque no por eso dejaban de intentarlo. Ocasionalmente, un miembro de la Legión de las Almas Perdidas del Oscuro atravesaba la verja interior. Cruzaba entonces los detectores de movimiento instalados a intervalos de tres metros. Puede que los no muertos fuesen buenos servidores del Oscuro, pero la electrónica se les daba de pena. Habitualmente andaban a ciegas por la zona entre verjas hasta que el primer sol de la mañana o un lanzallamas de OE-17 reducía sus cáscaras sin vida a cenizas y liberaba el alma atormentada para que realizase en paz su tránsito a la eternidad.

Miré la iglesia en ruinas y las tumbas dispersas del cementerio profanado y me estremecí.

—¿Qué vamos a hacer? ¿Quemar el cascarón vacío y andante de un no muerto?

—Bien, no —respondió Spike incómodo, yendo hacia la parte posterior de su coche—. Me gustaría que fuese así de simple.

Abrió el maletero y me pasó un cargador de balas de plata. Recargué el arma y le miré frunciendo el ceño.

—Entonces, ¿qué?

—Hay fuerzas oscuras libres, Thursday. Otro Ser Malvado Supremo recorre la tierra.


¿Otro?
¿Qué ha pasado? ¿Escapó?

Spike suspiró.

—En los últimos años ha habido varios recortes presupuestarios y ahora es un contratista privado el que se ocupa del transporte de SMS. Hace tres meses se confundieron con el envío y en lugar de llevarlo directamente a la Instalación de Contención de Manifestaciones Repelentes, le dejaron en la Residencia de San Merryweather para jubilados simpáticos.

—Según la TNN fue un brote de la enfermedad del legionario.

—Ésa es la tapadera habitual. Algún idiota abrió el frasco y se desató el infierno. Logré arrinconarlo, pero conseguir que el SMS regrese a su frasco va a ser difícil… y ahí intervienes
tú.

—¿El plan implica que yo entre
ahí?

Indiqué con un gesto la iglesia. Y, como si quisieran dejarlo claro, dos lechuzas salieron volando en silencio del campanario y pasaron cerca de nuestras cabezas.

—Eso me temo. No deberíamos tener problemas. Hoy hay luna llena y por lo general no caminan en las noches más claras. Será pan comido.

—Bien, ¿qué hago? —pregunté inquieta.

—No puedo decírtelo por temor a que él oiga mi plan, pero mantente cerca y haz exactamente lo que te diga. ¿Comprendes? No importa lo que sea, debes hacer
exactamente
lo que te diga.

—Vale.

—Promételo.

—Lo prometo.

—No, me refiero a que debes prometerlo
de verdad.

—Vale… lo prometo
de verdad.

—Bien. Oficialmente te convierto en ayudante de OpEspec 17. Recemos un momento.

Spike se hincó de rodillas y rezó una plegaria corta… algo sobre librarnos de todo mal y que esperaba que su madre llegase al número uno de la lista de espera para reemplazos de cadera y que Cindy no le dejase caer como una patata caliente en cuanto descubriese a qué se dedicaba. En cuanto a mí, dije básicamente lo que decía siempre, pero añadí que si Landen estaba mirando, ¿podría, por favor, por favor, por favor, cuidarme?

Spike se puso en pie.

—¿Lista?

—Lista.

—Entonces aportemos algo de luz a esta oscuridad.

De la parte posterior del coche sacó una bolsa de viaje verde y una escopeta. Nos acercamos a las puertas oxidadas y sentí un hormigueo en la nuca.

—¿Lo has notado? —preguntó Spike.

—Sí.

—Está cerca. Esta noche le encontraremos, te lo prometo.

Spike abrió la cerradura de las puertas y las apartó con el chirrido de bisagras que no se usaban desde hacía mucho tiempo. Los agentes habitualmente empleaban los lanzallamas a través de las verjas; nadie se molestaría en entrar a menos que fuese para realizar un trabajo realmente importante. Volvió a atrancar las puertas y atravesamos la zona prohibida a los no muertos.

—¿Qué hay de los sensores de movimiento?

Se oyó un zumbido en el coche.

—Yo soy básicamente el único receptor. Helsing sabe lo que estamos haciendo; si fracasamos, vendrá mañana por la mañana a limpiar los restos.

—Gracias por el consuelo.

—No te preocupes —respondió Spike con una sonrisa—, ¡no fracasaremos!

Alcanzamos la segunda puerta. A la nariz me llegó el olor mohoso a cadáveres apolillados. El tiempo lo había suavizado hasta dejarlo en olor a hojas podridas, pero seguía siendo inconfundible. Una vez atravesadas las puertas interiores nos dirigimos rápidamente a la puerta del cementerio y cruzamos la estructura en ruinas. El camposanto era un desastre. Habían excavado todas las tumbas y los restos de los que estaban demasiado descompuestos para ser resucitados estaban dispersos por todas partes. Ésos eran los que habían tenido suerte. Los que acababan de morir habían sido obligados a iniciar una segunda carrera como servidores del Oscuro… algo que no te apetecía añadir al currículo si lo hubieses tenido todavía.

—Un poco desordenados, ¿no? —susurré mientras nos abríamos paso por entre los restos humanos dispersos hasta la pesada puerta de roble.

—Le escribí un poema a Cindy —dijo Spike en voz baja, rebuscando en el bolsillo—. Si pasa algo, ¿se lo entregarás?

—Se lo podrás dar tú. No va a pasar nada. Tú mismo lo has dicho. Y no digas esas cosas. Me desconcentras.

—Vale —dijo Spike, guardándose el poema en el bolsillo—. Lo siento.

Respiró hondo, agarró la manilla y abrió la puerta. El interior no estaba tan absolutamente oscuro como yo había esperado; la luz de la luna penetraba a través de los restos de las grandes vidrieras y los agujeros del tejado. Aunque había penumbra, podíamos ver. La iglesia no estaba en mejor estado que el camposanto. Habían arrancado los bancos y los habían convertido en leña. El facistol estaba caído y roto y se habían cometido todo tipo de actos vandálicos de naturaleza escalofriante.

—El hogar lejos del hogar para Su Suprema Maldad, ¿no te parece? —dijo Spike con una risa alegre. Se puso detrás de mí y cerró la pesada puerta. Giró la enorme llave de hierro en la cerradura y me la dio para que la guardase.

Miré a mi alrededor, pero no podía ver a nadie en la iglesia. La puerta de la sacristía estaba bien cerrada y miré a Spike.

—No parece que esté aquí.

—Oh, lo está… sólo tenemos que hacerle salir. La oscuridad puede ocultar muchos rincones. Simplemente nos hace falta el tipo adecuado de fox terrier para hacerle salir de la madriguera… metafóricamente hablando, claro está.

—Claro está. ¿Y dónde estaría esa madriguera metafórica?

Spike me miró con seriedad y se tocó la sien con el índice.

—Está aquí. Pensó que podría dominarme desde el interior y le he atrapado en algún lugar del lóbulo frontal. Poseo algunos recuerdos incómodos y me ayudan a contenerle. El problema es que parece que no puedo volver a sacarle.

—Yo tengo a alguien así —respondí, pensando en Hades irrumpiendo en mi recuerdo del salón de té con Landen.

—¿Oh? Bien, obligarle a salir va a ser complicado. Le he traído a un terreno que pensé que podría hacerle salir espontáneamente, pero parece que no funciona. Espera un segundo, déjame que pruebe.

Spike se apoyó contra los restos de un banco y gruñó y se esforzó poniendo caras de lo más raras mientras intentaba expulsar el espíritu del Tenebroso. Era como si intentase expulsar una bola de bolos por la nariz. Después de unos minutos de esfuerzo se detuvo.

—Cabrón. Es como intentar atrapar una trucha en un arroyo de montaña con guantes de boxeo. No importa. Tengo un plan B que no debería fallar.

—¿El fox terrier metafórico?

—Exacto. Thursday, saca el arma.

—¿Ahora, qué?

—Dispárame.

—¿Dónde?

—En el pecho, en la cabeza, donde sea fatal. ¿Qué pensabas? ¿En el pie?

—¡Estás de coña!

—Nunca he hablado más en serio.

—¿Y luego, qué?

—Cierto. Debería habértelo explicado primero.

Abrió la bolsa para que viese una aspiradora.

—Va con baterías —me explicó Spike—. Tan pronto como el espíritu aparezca, aspíralo.

—¿Así de fácil?

—Así de fácil. La contención de SMS no es ingeniería aeronáutica, Thursday. Simplemente, no hay que tener reparos. Ahora, mátame.

—¡Spike!

—¿Qué?

—¡No puedo hacerlo!

—Pero lo prometiste… y es más, lo prometiste
de verdad.

—¡Si hubiese sabido que se trataba de matar a otro agente de OpEspec no habría aceptado! —respondí exasperada.

—El trabajo de OpEspec 17 no es ninguna maravilla, Thursday. Ya he tenido suficiente, y créeme, tener a este cabrón metido en la cabeza no es tan fácil como parece. No debería haberle dejado entrar, pero lo hecho, hecho está. Tienes que matarme y matarme bien.

—¡Estás loco!

—Sin duda. Pero mira a tu alrededor. Me has seguido hasta aquí. ¿Quién está más loco? ¿El loco o el loco que sigue al loco?

—Escucha… —empecé a decir—. ¿Qué es eso?

Se oyó un golpe en la puerta de la iglesia.

—¡Maldición! —exclamó Spike—. Los no muertos. Que no son necesariamente fatales y están severamente limitados por ese paso lento… pero pueden ser molestos si nos arrinconan. Cuando me hayas matado y capturado a Risitas puede que tengas que abrirte paso a balazos. Toma mis llaves; estas dos son para las puertas interiores y exteriores. Están un poco duras y tendrás que girar a la izquierda…

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