Y corrí. Farquitt era tan prolífica y popular que tenía un estante para ella sola y sus estuches se convertían rápidamente en artículos de coleccionista… No tenía nada de raro que se estuviese librando una batalla. Entré en la pelea detrás de la Reina Roja y recibí de inmediato un golpe en la nariz. Me eché atrás por la conmoción y me empujaron con fuerza desde atrás mientras alguien, supuse que un cómplice, me metía un bastón entre las canillas. Perdí el equilibrio y caí aparatosamente al suelo de madera; no era un lugar muy seguro. Me alejé de la refriega arrastrándome y me uní a la señorita Havisham en su refugio, tras un expositor de novelas de Du Maurier generosamente rebajadas.
—No es tan fácil como parece, ¿verdad, niña? —preguntó Havisham con una sonrisa muy poco habitual, sosteniéndose un pañuelo blanco de encaje contra la nariz ensangrentada—. ¿Has visto a la arpía real?
—La última vez que la vi luchaba entre Irvine y Eurípides.
—¡Mecachis! —respondió Havisham farfullando—. Escucha, niña, estoy acabada. Me he torcido el tobillo y creo que estoy fuera. Pero tú… es posible que lo consigas.
Miré las masas riñendo. No muy lejos, una Derringer de bolsillo caía al suelo.
—Pensé que podría pasar, así que dibujé un mapa.
Desdobló una hoja de papel con encabezado de Satis House y señaló dónde creía que estábamos.
—No cruzarás con vida el suelo abierto. Vas a tener que escalar la estantería de Investigación policial; ábrete camino por entre la caja registradora y devoluciones; arrástrate bajo la sección de Viajes marítimos y luego lucha los últimos dos metros hasta el estuche de Farquitt, una edición limitada de cien… ¡Nunca tendré otra oportunidad como ésta!
—¡Eso es una locura, señorita Havisham! —respondí indignada—.
¡No
voy a pelear por un paquete de novelas de Farquitt!
La señorita Havisham me miró con dureza mientras se oía el disparo apagado de un arma de pequeño calibre y el golpe de un cuerpo al caer.
—¡Eso pensaba! —dijo con desprecio—. ¡Una cobarde de pies a cabeza! ¿Cómo he podido pensar que ibas a enfrentarte con la
alteridad
de Jurisficción si no puedes enfrentarte a algunos amantes de la ficción enloquecidos decididos a encontrar una ganga? Su período de aprendiza ha terminado. ¡Adiós, señorita Next!
—¡Espere! ¿Esto es una
prueba?
—¿Qué creías que era? ¿Crees que alguien como yo, que dispone de tanto dinero,
disfruta
peleándose por libros que puedo leer gratis en la biblioteca?
Me resistí a la tentación de decir «pues sí» y respondí:
—¿Estará bien aquí, señora?
—Estaré bien —respondió, haciéndole la zancadilla, sin ninguna razón que yo pudiese apreciar, a una mujer que pasaba cerca—. ¡Ahora ve!
Me giré y me arrastré rápidamente por la moqueta, trepé por Investigación policial justo más allá de las cajas registradoras, donde los vendedores cobraban las ofertas con un fervor cercano a lo mesiánico. Me escabullí por detrás, cruzando el departamento vacío de devoluciones, y me sumergí bajo la sección de Viajes marítimos para resurgir a apenas dos metros del expositor de Daphne Farquitt; por algún milagro nadie se había hecho todavía con el estuche… y el descuento era
impresionante:
de 300 libras había pasado a valer 50. Miré a la izquierda y vi a la Reina Roja abriéndose paso entre la multitud. Me miró a los ojos y me desafió a intentar derrotarla. Respiré hondo y nadé en el vórtice de violencia desatada por la prosa popular. Casi instantáneamente me dieron un puñetazo en la mandíbula y me golpearon en los riñones; lloré de dolor y me aparte rápidamente. Cerca de la sección de J. G. Farrell me encontré con una mujer que tenía un corte desagradable sobre el ojo; me dijo, algo conmocionada, que el personaje del mayor Archer salía en
Troubles
y en
The Singapore Grip.
Miré a la Reina Roja atravesar la multitud, derribando a todo el que se le ponía por delante en un intento por alcanzarme. Sonrió triunfal después de dar un cabezazo a una mujer que había intentado clavarle en el ojo un marcapáginas. En el piso de abajo se oyó una breve ráfaga de ametralladora. Di un paso al frente para unirme a la refriega, pero me detuve. Tuve en cuenta por un momento mi estado y decidí que quizá las mujeres embarazadas no deban meterse en peleas de librería. Así que respiré profundamente y aullé:
—¡La señorita Farquitt está firmando ejemplares de sus libros en el sótano!
Se produjo un momento de silencio, luego un éxodo masivo hacia escaleras y ascensores. La Reina Roja, atrapada en la multitud, fue arrastrada sin contemplaciones; en unos segundos el piso estaba vacío.
Daphne Farquitt guardaba celosamente su intimidad… No me parecía que hubiese ni un solo fan suyo que no saltase ante la posibilidad de conocerla en persona.
Caminé con tranquilidad hasta el estuche, lo llevé al mostrador, lo pague y me reuní con la señorita Havisham tras los libros de saldo de Du Mauriers, donde hojeaba tranquilamente un ejemplar de
Rebeca.
Le enseñé el trofeo.
—No está mal —dijo a regañadientes—. ¿Tienes el recibo?
—Sí, señorita.
—¿Y la Reina Roja?
—Perdida en algún punto entre este lugar y el sótano —me limité a responder.
Una delgada sonrisa recorrió los labios de la señorita Havisham y la ayudé a ponerse en pie.
Juntas atravesamos lentamente la masa de buscadores de gangas librescas que se peleaban y llegamos a la salida.
—¿Cómo lo has logrado? —preguntó la señorita Havisham.
—Les he dicho que Daphne Farquitt firmaba ejemplares en el sótano.
—¿Está firmando? —exclamó la señorita Havisham, volviéndose hacia las escaleras.
—No, no, no —añadí, agarrándola por el brazo y dirigiéndola hacia la salida—. Es sólo lo que les he dicho.
—¡Oh, ya comprendo! —respondió Havisham—. Efectivamente, muy buena salida. Ingeniosa e inteligente. La señora Nakajima tenía toda la razón… Creo que después de todo serás una buena aprendiza.
Me miró un momento, como si se estuviese decidiendo. Finalmente asintió, me dedicó otra de esas sonrisas poco comunes y me pasó un sencillo anillo de oro que encajó con facilidad en mi meñique.
—Aquí tienes… para ti. No te lo quites nunca. ¿Comprendes?
—Gracias, señorita Havisham, es bonito.
—Bonito… y una porra, Next. Guárdate la gratitud para los favores
de verdad,
no para las baratijas, mi niña. Vamos. En
La pequeña Dorrit
conozco un lugar donde sirven unos bollos excelentes… ¡Invito yo!
En el exterior, los enfermeros asistían a las víctimas, muchas de ellas todavía aferradas a los restos de sus gangas por las que habían luchado tan valientemente. Mi coche había desaparecido (lo más probable era que se lo hubiese llevado la grúa) y caminamos todo lo rápido que pudimos teniendo en cuenta el tobillo lesionado de la señorita Havisham. Doblamos la esquina del edificio hasta que…
—¡No tan rápido!
Los agentes que nos habían perseguido antes ahora nos bloqueaban el paso.
—¿Buscan algo? ¿
Esto
, supongo?
Mi coche estaba en la grúa. Se lo llevaban.
—Tomaremos el bus —dije.
—Tomarán el coche —me corrigió el agente—.
Mi
coche… ¡Eh! ¿Dónde cree que
va?
Hablaba con la señorita Havisham, que con el estuche de Farquitt bien agarrado se metía en un grupito de mujeres para ocultar su libro—salto… de regreso a
Grandes esperanzas
o a tomarse ese bollo en
La pequeña Dorrit,
o a algún otro lugar. Deseé haberme podido unirme a ella, pero mis habilidades librescas no estaban a la altura. Suspiré.
—Queremos respuestas, Next —dijo el policía, muy serio.
—Escuche, Rawlings, no conozco muy bien a la señora. ¿Cómo dijo que se llamaba?
¿Dame-rouge?
—Es
Havisham,
Next… eso lo sabe, ¿no? La policía conoce muy bien a esa «señora»… Ha acumulado setenta y cuatro violaciones
graves
de tráfico en los últimos veintidós años.
—¿En serio?
—Sí, en serio. En junio la vieron conduciendo un automóvil Higham Special con motor Liberty a 276 kilómetros por hora por la M4. No es sólo una irresponsabilidad, es… ¿De qué se ríe?
—De nada.
El agente me miró fijamente.
—Parece conocerla muy bien, Next. ¿Por qué hace esas cosas?
—Probablemente —respondí—, porque allí de donde viene no tienen autopistas… ni automóviles Higham Special.
—¿Y dónde es eso, Next?
—No tengo ni idea.
—Podría arrestarla por ayudar a escapar a un individuo bajo custodia policial.
—No estaba arrestada, Rawlings, usted mismo lo ha dicho.
—Quizá no, pero usted sí. Al coche.
Yorrick Kaine
En 1983, el joven Yorrick Kaine fue elegido líder de los
whigs
, en ese momento un partido pequeño y en general inconsistente cuyo deseo de volver a situar a la aristocracia en el poder y limitar el derecho al voto de los propietarios de viviendas lo había situado en la periferia más alejada de la escena política. La posición a favor de Crimea, acompañada del deseo de unificar las islas Británicas, le ayudó a obtener el apoyo nacionalista y, en 1985, los
whigs
tenían tres diputados en el Parlamento. Basaron su programa en ideas populistas como la de bajar el impuesto sobre el queso y la de ofrecer ducados como premio de la Lotería Nacional. Político astuto y estratega inteligente, Kaine ambicionaba el poder y estaba dispuesto a conseguirlo por cualquier medio.
J. P. M
ILLINER
Los nuevos
whigs:
de un humilde
comienzo al Cuarto Reiche
Me llevó dos horas convencer a la policía de que no iba a decirles nada sobre la señorita Havisham aparte de su dirección. Sin vacilar, recurrieron a un código legal ya amarillento y finalmente me acusaron de violar una ley muy poco conocida de 1621 y «permitir que una persona de dudosa catadura moral conduzca un caballo y un carro», pero tachando «caballo y carro» y sustituyéndolos por «coche»… lo que daba clara muestra de su desesperación. A la semana siguiente tendría que presentarme ante el juez. Intenté escabullirme del edificio para volver a casa pero…
—¡Ahí estás!
Me volví y esperé que mi gemido de dolor no fuese audible.
—Hola, Cordelia.
—Thursday, ¿estás bien? ¡Pareces un poco magullada!
—Quedé atrapada en un frenesí de ficción.
—Ya basta de tonterías… necesito que te reúnas con los ganadores del concurso.
—¿Tengo que hacerlo?
Flakk me miró muy seria.
—Es más que aconsejable.
—Vale —respondí—. Déjame ir al baño y estaré contigo dentro de cinco minutos. ¿Vale?
—¡Estupendo! —Cordelia sonrió.
Pero no fui al baño; subí a la oficina de detectives literarios.
—¡Thursday! —dijo Bowden cuando entré—. Le dije a Victor que tenías la gripe. ¿Cómo te ha ido?
—Creo que muy bien. He vuelto a entrar en los libros
sin
Portal de Prosa. Puedo hacerlo sola… más o menos.
—Estás de broma.
—No, hablo muy en serio. Landen casi está de vuelta. He conocido a la señorita Havisham.
—¿Qué tal es?
—Rara. Parece que en el
interior
de los libros hay algo muy parecido a OpEspec 27
…
todavía me faltan detalles. ¿Cómo van las cosas por aquí?
Me mostró un ejemplar de
The Owl.
El titular rezaba: «Hallada en Swindon nueva obra de Will.» El titular de
The Mole
era: «¡Sensación
Cardenio!»
y
The Toad,
como era de prever, abría con: «La estrella del criquet de Swindon, Aubrey Jambe, pillado en el baño con un chimpancé.»
—¿Entonces el profesor Spoon lo ha validado?
—Así es —respondió Bowden—. Esta tarde uno de nosotros debería llevar el informe a Volescamper. Esto es para ti.
Me entregó la bolsita de masa rosada junto con un informe del laboratorio forense de OpEspec. Le di las gracias y con tanto interés como confusión leí el análisis sobre el limo que papá me había entregado.
—«Azúcar, proteínas, grasas animales, calcio, sodio, maltodextrina, carboxymetilcelulosa, fenilalanina, compuestos complejos de hidrocarburos y trazas de clorofila.»
Miré el dorso del informe pero no descubrí nada más. En el laboratorio habían cumplido fielmente mi petición de un análisis… pero no me habían dicho nada nuevo.
—¿Qué significa, Bowd?
—A mí que me registren, Thursday. Están intentando encontrar el perfil de algún compuesto químico conocido, pero sin suerte hasta ahora. Quizá si nos dijeses de dónde lo sacaste.
—No creo que eso fuese muy conveniente. Yo entregaré el informe del
Cardenio
a Volescamper… quiero evitar a Cordelia. Di a los del laboratorio que el futuro del planeta depende de ellos. Eso los estimulará.
Tengo
que saber qué es esa sustancia rosada.
Vi a Cordelia esperando en el vestíbulo con su invitado, que tenía una bolsa del hotel Finis en una mano y una joven hija en la otra. Por desgracia para él, Spike Stoker pasaba en ese momento y Cordelia, deseosa de encontrar
lo que fuese
para entretener al ganador de la competición, evidentemente le había pedido que dijese algunas palabras. La expresión de horror absoluto en la cara de su invitado lo decía todo. Oculté el rostro tras el informe del
Cardenio
y dejé a Cordelia con el marrón.
Conseguí que me llevasen en un coche patrulla hasta la deteriorada Vole Towers. La mansión había cambiado mucho desde la última vez que estuve allí. Ahora estaba rodeada por los equipos de noticias, todos deseando informar de cualquier detalle relativo al descubrimiento del
Cardenio.
Dos docenas de unidades móviles estaban aparcadas en la gravilla infestada por la hierba, zumbando de actividad. Las antenas estaban orientadas hacia el cielo de la tarde, transmitiendo las imágenes a las estaciones repetidoras de las naves aéreas que habían sido redirigidas para enviar noticias a los televidentes ansiosos de todo el mundo. Por razones de seguridad, habían requerido los servicios de OpEspec 14 y los agentes se encontraban allí de pie, hablando tranquilamente, en general, eso parecía, sobre la aparente indiscreción de Aubrey Jambe con el chimpancé.
—¡Hola, Thursday! —dijo un guapo y joven agenté de OE-14 apostado en la puerta principal. Me daba rabia; yo no le reconocía. Que la gente a la que no conocía me saludase como si fuese amiga mía era algo que me había ocurrido con mucha frecuencia desde la erradicación de Landen; supuse que me acostumbraría.