—
Apártalos
de tu cuerpo —explicó mi padre, desviando el rumbo de un zarcillo que intentaba enredarse a él. Noté el roce del brote en la mano, como un pequeño gusano verde, y se apartó. Hice lo mismo con los otros que me amenazaban pero papá fue un poco más allá y, con destreza, tejió la zarza formando un bonito lazo.
—He conocido estudiantes que literalmente han echado raíces —me explicó mi padre—. De ahí viene la expresión. Pero también es divertido a veces. Tuvimos a una agente llamada Jekyll que en una ocasión hizo que un roble de cuatrocientos años adoptase la forma de un corazón como regalo para su novio.
El aire era más cálido y empezamos a desacelerar cuando mi padre comprobó el cronógrafo. Los seis meses que habíamos estado allí habían pasado en apenas treinta minutos. Cuando regresamos a un día por día, ya era de noche otra vez.
—No veo a nadie, ¿y tú? —susurró él.
Miré a mi alrededor; la carretera estaba desierta. Abrí la boca para hablar pero mi padre me puso un dedo en los labios. En ese momento apareció un coche veloz por la carretera. Se desvió para esquivar un zorro, derrapó, se salió de la carretera y acabó volcado en el río. Yo quise ponerme en pie, pero mi padre me agarró con fuerza. El conductor del coche (Billden, supuse) apareció en la superficie del río, luego rápidamente volvió a sumergirse y salió de nuevo con una mujer. La llevó a la orilla y estaba a punto de regresar al vehículo sumergido cuando un hombre alto con gabán apareció de la nada y colocó su mano en el brazo de Billden.
—¡Ahora! —dijo mi padre, y salió de la seguridad del bosquecillo.
—¡Suéltale! —gritó mi padre—. ¡Suéltale para que haga lo que tiene que hacer!
Mi padre agarró al intruso y, con un chillido, el hombre desapareció. Billden parecía confundido e intentó correr hacia el río, pero casi de inmediato media docena de agentes de la CronoGuardia, Lavoisier incluido, se presentaron. Uno derribó al padre de Landen antes de que pudiese rescatar a su hijo. Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Grité:
—¡No! —saqué el arma y apunté al hombre que retenía a Billden.
Lo siguiente que supe fue que estaba desarmada, sentada en el suelo y conmocionada y desorientada tras mi breve bucle. Así es como imagino que debe de sentirse un disco rayado. Dos agentes de OE-12 me miraban mientras mi padre y Lavoisier hablaban. Billden respiraba con fuerza y gimoteaba sobre la tierra húmeda.
—¡Cabrones! —escupí—. ¡Mi marido está ahí!
—Tienes
tanto
que aprender —murmuró Lavoisier—. El bebé Parke-Laine
no
es tu marido, es una estadística de accidente… o no. Eso depende de tu padre.
—¿Eres un lacayo de la Corporación Goliath, Lavoisier? —dijo mi padre—. Me decepcionas.
—Prevalece el bien mayor, coronel. De haberte entregado, no hubiese tenido que tomar medidas tan extremas; además, la CronoGuardia no puede funcionar sin patrocinio corporativo.
—¿Y a cambio haces algunos favores?
—Como he dicho, prevalece el bien mayor. Y antes de que empieces a acusarme de corrupción, la Cámara ha sancionado totalmente esta operación combinada de la Goliath y la CronoGuardia. Bien, es tan simple que incluso tú podrás entenderlo. Entrégate y tu hija podrá recuperar a su marido… decida o no ayudar a la Goliath. Como puedes ver, me siento
muy
generoso.
Miré a papá y le vi morderse el labio. Se frotó las sienes y suspiró.
—No.
—¿Qué?—dijo Lavoisier.
—No —repetí—. Papá, no lo hagas. Yo sacaré a Jack Schitt o viviré sola… ¡o
algo!
Sonrió y me puso la mano en el hombro.
—¡Bah! —dijo Lavoisier—. ¡Tan petulante la una como el otro!
Hizo un gesto a sus hombres, que alzaron las armas. Pero papá era rápido. Sentí que me agarraba con fuerza por el hombro y partimos. El sol salió con rapidez mientras nosotros avanzábamos, dejando a Lavoisier y a los otros a varias horas en el pasado antes de que comprendiesen lo que había pasado.
—¡Veamos si puedo despistarlos! —murmuró mi padre—. Y en cuanto a lo de la Cámara… gilipolleces. La erradicación de Landen fue un asesinato, puro y simple. Es más, ¡ésa es justo la información que necesito para defenestrar a Lavoisier!
Los días no eran más que breves destellos de oscuridad y luz alternándose mientras saltábamos al futuro.
—No vamos a la máxima velocidad —me explicó papá—. Puede que Lavoisier me adelante sin darse cuenta. Vigila que…
Lavoisier y los
suyos
aparecieron como visiones muy fugaces cuando nos adelantaron al futuro. Papá se detuvo de pronto y yo me tambaleé ligeramente cuando regresamos al tiempo real. Nos apartamos de la carretera cuando un camión de los años cincuenta pasó a nuestro lado haciendo sonar la bocina.
—¿Ahora qué?
—Creo que le hemos despistado. ¡Maldición!
Volvimos
a partir… Lavoisier había reaparecido. Le perdimos de vista un momento pero enseguida reapareció y se mantuvo a nuestra altura.
—¡Soy demasiado viejo para picar con ese truco! —dijo sonriendo.
Poco después de que reapareciese, dos de los suyos sincronizaron la velocidad a la que nos movíamos por la historia.
—Sabía que vendrías —dijo Lavoisier triunfal, acercándosenos lentamente mientras el tiempo volaba a nuestro alrededor, cada vez más rápido. Se construía una carretera donde estábamos, luego un puente, casas, tiendas—. Entrégate. ¿Qué esperas ganar con todo esto? Tendrás un juicio justo, créeme.
Los otros dos agentes de la CronoGuardia agarraron a mi padre y le retuvieron con fuerza.
—¡Te veré colgar por esto, Lavoisier! ¡La Cámara
jamás
autorizaría semejante acción! Devuelve su vida a Landen y te prometo que no diré nada.
—Bien, de eso se trata, ¿no? —respondió Lavoisier desdeñoso—. ¿A quién iban a creer? ¿A ti con tu historial o a mí, tercero al mando de la CronoGuardia? Además, ¡tu torpe intento de recuperar a Landen ha borrado cualquier rastro que yo hubiese podido dejar al erradicarle!
Lavoisier apuntó con la pistola a mi padre. Los dos agentes le retuvieron para evitar que escapase acelerando, y nos zarandeamos un poco cuando lo intentó. De pronto se me ocurrió una idea.
—Chicos, ¿sois esquiroles?
Los agentes de la CronoGuardia se miraron. Luego consultaron los cronógrafos de muñeca y por último miraron a Lavoisier. El más alto de los dos fue el primero en hablar.
—Tiene razón, señor Lavoisier, señor. No me importa amedrentar y asesinar inocentes, y a usted le seguiría hasta más allá de la contracción final del universo…
normalmente,
pero…
—Pero ¿qué? —preguntó Lavoisier furibundo.
—… pero
soy
un miembro leal del gremio del tiempo. No soy un esquirol.
—Yo tampoco lo soy —dijo el otro agente, asintiendo en dirección a su amigo—. Igual y fielmente.
Lavoisier sonrió con simpatía.
—Escuchad, chicos, yo
personalmente
pagaré…
—Lo siento, señor Lavoisier —respondió el agente, un poco indignado—, pero nos han dado instrucciones de no aceptar contratos por cuenta propia.
Y en ese instante desaparecieron mientras llegaba diciembre y el mundo se volvía rosa. Lo que antes había sido una carretera no era más que unos centímetros del mismo material rosado que papá me había entregado. Estábamos más allá del 12 de diciembre de 1985 y, donde antes había habido crecimiento, cambio, estaciones y nubes, ya no había nada sino una interminable extensión de crema reluciente y opaca.
—¡Salvado por la acción sindical! —dijo papá, riendo—. ¡Cuéntales
eso
a tus amigos de la Cámara!
—Bravo —respondió Lavoisier sardónico—, bravo. Creo que deberíamos decir
au revoir,
amigos… hasta que volvamos a encontrarnos.
—¿Tiene que ser
au revoir?
—pregunté—. ¿Qué tiene de malo adiós?
No tuvo tiempo de responderme. Sentí que papá se envaraba y aceleramos rápidamente por el cronoflujo. La sustancia rosa desapareció, dejando sólo tierra y rocas. Vi que el río se apartaba de nosotros serperneando hacia un valle y luego regresaba, pasaba bajo nuestros pies y serpenteaba antes de ser reemplazado por un lago. Nos movimos más deprisa. No tardé en ver que la tierra cedía y, a medida que la corteza se inclinaba y se combaba sometida a la fuerza de la tectónica de placas, los valles descendieron para crear mares y las montañas se alzaron. Apareció vegetación nueva mientras en segundos pasaba un millón de años. En un segundo se alzaban y se perdían vastos bosques. Nos quedamos cubiertos, luego descubiertos, luego cubiertos de nuevo, ahora por un mar, ahora por rocas, ahora rodeados de capas de hielo, ahora a treinta metros en el aire. Más bosques, luego desierto, luego montañas alzándose rápidamente para quedar aplanadas momentos después.
—Bien —dijo mi padre—. Lavoisier trabaja para la Goliath. ¡Quién lo hubiese dicho!
—Papá —pregunté mientras el sol se volvía visiblemente más rojo—, ¿cómo regresaremos?
—No regresaremos —respondió—.
No podemos
regresar. Una vez que el presente se ha producido, ya está. Seguimos avanzando hasta regresar al punto de partida. Es una especie de rotonda. Si no pillas la salida, tienes que dar de nuevo toda la vuelta. Simplemente hay muchas más salidas y la rotonda es mucho, mucho más grande.
—¿Cómo de grande?
—Un montón. Silencio, ahora… ¡ya casi estamos!
Y de pronto no estábamos
casi
allí, estábamos
allí,
desayunando en mi apartamento, papá pasando las páginas del periódico.
—Bien, lo hemos intentado, ¿no? —dijo mi padre.
—Sí, papá, lo hemos hecho. Gracias.
—No te preocupes —dijo con cariño—, incluso la mejor erradicación deja
algo
detrás con lo que reactualizar. Siempre hay una forma. No tenemos más que encontrarla; garbancito, le
traeremos
de vuelta. No voy a dejar que mi nieto crezca sin padre.
Me dio confianza y le di las gracias.
—¡Bien! —dijo, cerrando el periódico—. Por cierto, ¿conseguiste entradas para el concierto de las hermanas Nolan?
—En eso estoy.
—Buen espectáculo. Bien, el tiempo no espera por nadie, como decimos…
Me apretó la mano y se fue. El mundo arrancó de nuevo, la televisión volvió a emitir y
Pickwick
emitió
plocs
apagados porque había logrado quedarse encerrada en el armario de la caldera. La dejé salir y ahuecó las plumas avergonzada antes de ir a buscar su cuenco de agua.
Fui a trabajar pero había muy poco que hacer. Bowden pasó la mañana ensayando su actuación, y al mediodía ya se habían producido dos intentos de robar el
Cardenio
en Vole Towers. Nada importante; OE-14 había doblado las medidas de seguridad. Aquello no era en absoluto asunto de OpEspec 27, así que me pasé la tarde leyendo a escondidas el manual de instrucciones de Jurisficción, lo que me resultaba similar a leer el tebeo en clase. Sentí la tentación de entrar en una obra de ficción para probar alguno de sus «consejos útiles para saltar a los libros» (página 28), pero Havisham me había prohibido terminantemente hacerlo hasta que «no tuviese más experiencia». Para cuando llegó la hora de volver a casa había aprendido algunos trucos referentes a los procedimientos de evacuación de emergencia de libros (página 34) y leído sobre el propósito de los Bowdlerizadores (página 62), que eran un grupo de individuos bienintencionados pero decididos a eliminar cualquier obscenidad de la ficción por medio de la censura. También leí acerca de la inesperada carrera de tres años de Heathcliff en Hollywood bajo el seudónimo de Buck Stallion y su previsible regreso a las páginas de
Cumbres borrascosas
(página 71), acerca de los cuarenta y seis intentos ilegales y abortados de evitar que Beth muriese en
Mujercitas
(página 74), me enteré de detalles sobre el Programa de Intercambio de Personajes (página 81), aprendí el uso de versos homófonos para hacer salir a gente renegada de los libros o LibroHuidos como se les conocía (página 96), y también a servirme de errores ortográficos, erratas y dobles negaciones para hacer señales a otros Agentes de Recurso Prosaico en caso de que los procedimientos de evacuación de emergencia de libros (página 34) fallasen (página 105). Estaba aprendiendo el protocolo que se aplicaba a las novelas históricas (página 122) cuando acabó la jornada laboral. Me uní al éxodo generalizado y le deseé a Bowden buena suerte con su actuación. No parecía en absoluto nervioso, pero claro, rara vez parecía nervioso.
Cuando llegué a casa me encontré al casero en la puerta. Dio un vistazo para asegurarse de que la señorita Havisham no anduviera cerca y dijo:
—Se ha acabado el tiempo, Next.
—Dijo hasta el sábado —respondí, abriendo la puerta.
—Dije hasta el viernes —respondió el hombre.
—¿Qué tal si le doy el dinero el lunes, cuando abran los bancos?
—¿Qué tal si me llevo el dodo y vive tres meses sin pagar alquiler?
—¿Qué tal si se lo mete por donde le quepa?
—No compensa ponerse impertinente con el casero, Next. ¿Tiene el dinero o no?
Pensé con rapidez.
—No… pero dijo hasta el viernes y el viernes todavía no ha terminado. Es más, me quedan todavía seis horas para encontrar el dinero.
Me miró, miró a
Pickwick,
que había sacado la cabeza por la puerta para ver quién era, y luego el reloj.