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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

Pobre Manolito (4 page)

BOOK: Pobre Manolito
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—El doctor se ha equivocado y ha hipnotizado a tu madre.

Pero no era eso, es que el hipnotizador costaba una pasta y a mi madre no le volvió el color hasta que le dio el aire por la ventanilla del coche de la Luisa. Costó tanto dinero que no merendamos en una cafetería como hacemos siempre que salimos al centro.

Luego llegó la noche en casa de los García Moreno. El momento de la verdad, el momento en que íbamos a comprobar si las palabras hipnotizadoras del doctor habían hecho huella en la mente del Imbécil.

Serían las cuatro de la mañana, que se ve que es cuando el Imbécil siente el cosquilleo, cuando el Imbécil se levantó y se fue por el pasillo camino del wáter. ¿Qué hizo mi madre? Le siguió. Bueno, en mi casa no puedes seguir a nadie andando porque es muy pequeña, le tienes que seguir con la mirada. Entonces vio que el Imbécil se detuvo en la puerta del cuarto de baño y se quedó pensando en la oscuridad como un niño monstruoso. Mi madre y todo el mundo mundial esperaban que el Imbécil entrara en el wáter. Pues no. El Imbécil se dio media vuelta y se volvió a su cama. ¿Para qué? Para mearse en su cama, que es donde le gusta. Así es mi hermano.

Conclusión: El Imbécil se levantó obedeciendo las órdenes del despertador mental que el doctor había introducido en su cerebro, pero luego se lo pensó mejor y las órdenes que le habían entrado en un oído por la tarde le salieron por el otro a las cuatro de la mañana (normalmente las órdenes tardan menos tiempo en hacer ese recorrido en su cabeza, pero tuvo un detalle con mi madre por los gastos ocasionados), y es que al Imbécil los cambios no le molan; él es feliz con su chupete, su cuna y sus esfínteres incontrolados. Es un animal de costumbres.

Al día siguiente mi madre se levantó hecha una furia. Le echó las culpas a la Luisa por el dinero perdido en el hipnotizador y por primera vez en su vida castigó al Imbécil.

A mí, de ver al Imbécil castigado, me entraron ganas de reírme, de saltar, de vivir la vida intensamente, o sea, lo normal. El niño ése se puso a llorar porque yo me burlaba. Ya ves, por una burlita de nada, y entonces me castigaron a mí también. A mí, que controlo mis esfínteres desde que cumplí dos meses de vida, y no exagero.

Bueno, todo tiene su parte buena, yo me alegro de que él esté castigado y él se alegra de que me hayan castigado a mí. Este castigo nos está uniendo bastante. Se equivocaba aquel sabio que dijo: «Mal de muchos, consuelo de tontos». Lo que le debía pasar a aquel sabio es que era hijo único.

Vencedores y vencidos

La
sita
dijo un día que somos unos niños que pasamos la tarde sin pensar en nada más que en lo que tenemos delante de las narices, que es la televisión.

—Eso no es verdad,
sita
—dijo Arturo Román, que si no opina revienta—, yo no sólo pienso en la tele que tengo delante de las narices, también pienso en la tele que tienen mis compañeros delante de las suyas, en que a lo mejor están viendo otros programas y sufro por no tener cinco televisores y cinco pares de ojos.

Por una vez Arturo Román había dado en el clavo. Hay tardes en que me llama el Orejones por teléfono y me dice:

—¿Has visto
El coche fantástico
en la 3?

Y le contesto:

—No, he visto
McGyver
en la 5.

—Mola diez veces más
El coche fantástico
. McGyver es un empollón con un corte de pelo de macarra.

—Más macarra es el gorila ese del coche fantástico.
El coche fantástico
y su musiquita: Titirirí, titirirí. Vomito.

Colgamos el teléfono sin despedirnos. Pasamos un rato, cada uno en la soledad de su hogar, dándole vueltas a la cabeza. Uno de los dos da el brazo a torcer y llama al otro. No lo hacemos por amistad, ya nos gustaría. Lo hacemos para contarnos el uno al otro el programa que no hemos visto.

Debo reconocerlo: hay ocasiones en la vida en que nuestro cerebro no da más de sí.

La
sita
decidió tomar cartas en el asunto para evitar lo que ella llama «el embrutecimiento de nuestras mentes». Nos dijo que a partir de ahora los niños de Carabanchel Alto íbamos a tener unas actividades extraescolares que nos harían olvidar la televisión y nos convertirían en unos niños creativos, en unos niños de película.

Y aquí es donde empieza esta historia que acaba regular, aviso. La contaré desde el principio de los tiempos:

A nuestro colegio llegaron una chica y un chico y pegaron un cartel que decía:

¡PARTICIPA EN EL TALLER DE CREATIVIDAD CON TUS AMIGOS FAMA Y CRONOPIO! EL DOMINGO PRIMER CONCURSO DE ARTE RECICLADO EN EL PARQUE PEDRO SALINAS. ¡EH, CHAVAL, NO TE LO PIERDAS!

El Orejones le preguntó a la chica:

—¿Y ese parque dónde está?

La
sita
nos dijo que era lo que nosotros llamamos parque del Árbol del Ahorcado, y que a ver si empezábamos a acostumbrarnos a llamar a las cosas por su nombre.

Todos mirábamos cómo Fama (la chica) y Cronopio (el chico) pegaban los carteles. No eran hermanos, pero iban vestidos iguales, con dos monos vaqueros muy anchos, y los dos llevaban pelos en las axilas (los sobacos, para que me entiendas). Eso nos llamó mucho la atención, lo de los pelos de la chica. Mi madre no se deja ni uno. La Luisa sube con la Depilady todos los meses y ¡zas! ¡zas!: ¡fuera pelos! Todas las madres de todos los niños de mi clase hacen lo mismo. Será una costumbre propia de Carabanchel (Alto).

Llegó el día del concurso de «Arte reciclado». El lema era: «Haz de la basura un arte». Los monitores nos daban media hora para que fuéramos por los cubos de la basura recogiendo cosas que nos sirviesen para hacer una obra artística inolvidable. Mi madre se fue a la farmacia y nos compró al Imbécil y a mí unas mascarillas y unos guantes de intervenir quirúrgicamente. Era nuestro uniforme de Manipuladores de Basuras. El Imbécil intervenía en la categoría de Analfabetos (esto es una broma, joé, que todo hay que explicarlo). En esa categoría estaba incluido Yihad (no fue así, pero debería haberlo sido).

Los monitores Fama y Cronopio dijeron: «Ya», y todos salimos corriendo y empujándonos, como es nuestro estilo. Los padres se quedaron en el parque y mientras nosotros hurgábamos en la basura, Fama y Cronopio organizaron unos juegos para que se entretuvieran.

Cuando llegamos estaban con ese de las sillas, que suena una música y tienes que ir dando vueltas a las sillas y se para la música y te sientas en la primera que pillas y el que se queda de pie es eliminado y se mosquea cantidad. Bueno, pues la Luisa y mi madre estaban a punto de llegar a las manos por una silla. Mi padre y Bernabé las tuvieron que separar: la cosa se estaba poniendo muy fea, no exagero.

El Imbécil y yo veníamos cargados con nuestras basuras: unas cuantas cáscaras de huevo (en una se había ahogado una mosca golosa), huesos de pollo, cartones de rollos de papel del wáter y otros de tetrabrick de vino que nos dio el dueño del Tropezón. La bolsa de basura estaba hasta los topes. En nuestro pupitre el Imbécil y yo construimos un barco espacial y le pusimos un título muy poético:
Con diez cartones por barba
.

Tuve que quitarle al Imbécil el chupete porque ya estaba a punto de mojarlo en un papel de bollicao que utilizamos para las velas. Es un niño sin escrúpulos, te lo juro.

Estábamos seguros de que íbamos a ganar. Lo teníamos clarísimo porque Yihad, que estaba con el chulito subido, había cogido el cubo de basura de su madre y lo había titulado:
El típico cubo de basura
. Qué morrazo tienen algunas personas.

El del Orejones era asqueroso; se había traído unos garbanzos con moho que había en el portal de la Susana y le había puesto:
Cocidito madrileño
.

La Susana Bragas-sucias había pedido patas de pollo y de gallina en la pollería y las metió en un tarro de plástico, como si fueran flores. Su trabajo se llamaba:
Descanse en paz
. El público hizo gestos de vomitar con la boca.

Cronopio y Fama se iban pasando por todas nuestras obras. Al Imbécil y a mí nos dijeron que habíamos hecho un trabajo muy interesante y un gran esfuerzo creativo y mi madre gritó desde su asiento:

—Como que son unos niños que tienen una imaginación sin límites.

El triunfo era nuestro. Sólo nuestro. Por eso cuando Cronopio y Fama, después de hablar entre ellos, dijeron públicamente y con una sonrisita que habían decidido que no hubiera vencedores ni vencidos y que «todos habíamos ejercitado al máximo la máquina de nuestro talento» y que todos nos merecíamos el soñado diploma, el Imbécil y yo, acompañados de la Luisa, nos acercamos a los monitores para protestar. Eso de que todos ganen, en Carabanchel Alto, no lo entendemos.

Yihad también quería que se supiera quién era el ganador. Todos exigíamos que hubiera un primer puesto, y un segundo, y un tercero. Con su medalla y su pódium y su himno nacional. Como en las Olimpiadas mundiales.

El que quiera premios de consolación que se vaya a Carabanchel Bajo. Ese tipo de premios no van con nuestro estilo, amiguito.

El chulito de Yihad, más chulito que nunca, montó en cólera y tiró nuestra vela de bollicao. Aunque no lo creas, yo también tengo mi límite, así que le pegué una patada a su cubo. El cubo tiró por la tierra el cocidito verde del Orejones. Empezamos a arrojarnos nuestras obras de arte a la cara. El Imbécil se armó con una sartén que había traído Arturo Román para su trabajo:
Cuando seas padre comerás huevos
. El Imbécil daba sartenazos al aire. Menos el que fue a parar a mi frente. Por suerte, la sartén pasó a un centímetro de mis gafas. Como verás, soy el primero en buscarle un lado positivo a la vida.

Fama y Cronopio también se animaron, perdieron la sonrisa y le pidieron a la
sita
a gritos que pusiera orden.

—¿Yo? —dijo la
sita
, sin moverse de su sitio—. Los sábados no trabajo, cierro la comisaría y me dejo la porra y el pito en casa.

—¡Jamás volveremos a este parque de delincuentes comunes! —dijo Fama, quitándose una pata de pollo que había salido volando de la pelea y se había depositado en su pelo.

Se montaron en su camioneta: «Fama y Cronopio: taller de creatividad» y salieron pitando, haciendo con las ruedas el mismo ruido que los coches de las películas.

Poco a poco los padres consiguieron separarnos de nuestros rivales, antes de que el Orejones, muerto de risa por su gran idea, rellenara las patas de la Susana (me refiero a las de pollo) con sus garbanzos y utilizara éstas como catapulta.

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