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Authors: Álvaro Naira

Politeísmos (11 page)

BOOK: Politeísmos
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Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

Verónica se estaba acabando de correr entre convulsiones cuando sonó el timbre del portal.

—¡Mierda! —chilló, echándose hacia atrás, sobre sus piernas, y pataleando contra el colchón—. Ni a propósito.

Álex dobló un poco los brazos, lo que le permitía el amarre.

—Verónica, suéltame, que es el juego que me viene por mensajería. Enseguida seguimos.

La chica levantó la cabeza y sonrió.

—¿Y si te dejara así y me fuera?

—No seas zorra y suéltame, Verónica, que va a subir ya.

—Oh, estate tranquilo. Voy a abrir al telefonillo. Ahora vuelvo.

—¡Verónica! Joder...


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

A Mon le estaban empezando a entrar ganas de llorar de impotencia. Miró el reloj. Su abuela cada vez rezaba más despacio. Ya le había hecho un gesto de moderación con las manos para que redujera la velocidad en las respuestas. Llevaban minutos y se le habían hecho horas. Era como si se le parara el mundo mientras la voz cascada murmuraba. Cada cuenta era un instante que se le escapaba. En estas ocasiones, le daba por pensar de forma maniaca y sumar todo el tiempo de su vida que había estado rezando el rosario.

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Verónica regresó. Se vistió rápidamente y le miró desde el umbral.

—Ya sube. Entorno esto... —se mordisqueó la sonrisa—. Reza porque no haya corrientes de aire.

—Verónica, suéltame de una puta vez, que no tiene gracia.

Ella soltó la carcajada.

—Para mí sí. Muchísima.

—¡Me cago en tu madre! —exclamó dando una sacudida—. ¡Verónica!

Ella torció la cabecita.

—Sssh... Silencio... Que ya sube...

El timbre estaba sonando. La chica, riendo, fue a abrir la puerta. Un tipo como de unos veinte años, en uniforme del servicio de paquetería, leía el nombre en una hoja.

—Traigo un envío para Alejandro Martínez Grey.


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

En su cabeza, Mónica empezó a escuchar otra voz. Decía claramente:
Monja. Jamón. Monja. Jamón. Monjamonjamonjamonjamon...


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

Si la pensaba lo suficientemente deprisa y la repetía bastantes veces, cualquier palabra dejaba de tener sentido.

Te odio. Te odio. Te odio
—pensaba—.
Te odio, te odio, te odio, te odio, te odio te odio te odio te odioteodioteodioteodioteodioteodioteodioteodio...

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

—Se lo cojo yo —le dijo Verónica al cartero desenvueltamente—, que ahora mismo no puede salir a por él.

—Firma aquí. Tienes que ponerme cuál es tu relación con el destinatario.

—Soy su hermanita.

El mensajero debió de notar el tono chocarrero de la voz, porque levantó la vista extrañado.

—También me tienes que escribir tu DNI.

La chica se cortó de pronto. No le pareció ya tan buena idea que figurara su número de identificación por ahí, y no tuvo la rapidez suficiente como para inventarse uno.

—Ah... Espérate que voy a ver si ya sale del baño, ¿eh?

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Otra vez...


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Y otra...


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

Verónica entró en el cuarto. Cerró la puerta tras de sí, aunque no la encajó del todo. Se le quedó mirando salvajemente divertida y excitada, con una sonrisa preciosa, roja y brillante, como si se acabara de comer una piruleta.

—Toca dejar el juego en cruci —suspiró—. Es una lástima.

Cabalgó sobre él, sacó las llavecitas del bolsillo y abrió las esposas. Álex se incorporó verdaderamente cabreado, tirándola hacia un lado. Se frotó las muñecas.

—Verónica —masticó las palabras entre dientes—. No te doy una hostia porque estoy convencido de que te pondría.

La chica se limitó a reírse largamente. Él se subió la ropa interior y abrochó los botones del pantalón. Salió del cuarto echando pestes.

—¿Alejandro Martínez Grey? —preguntó el cartero, ojeando rápidamente otra vez el destinatario del paquete.

—Sí.

—Ponme tu DNI y échame una firmita. Aquí.

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Y otra...


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Y otra...


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Y otra...

—Grey... —repitió Verónica sonriendo, indolentemente apoyada contra la jamba de la puerta del cuarto, jugueteando con las esposas en la mano—. La verdad es que es un apellido raro. Creía que ibas de farol, pero o es catalán o es inglés.

Él bufó.

—Piensa lo que quieras.

El repartidor le entregó la caja con una sonrisa idiota colocada entre los granos, sin quitarle los ojos de encima a la chica.

—Ya me has dado el paquete. ¿Qué coño miras? —preguntó Álex, estirando el brazo hacia el manillar para darle con la puerta en la cara—. Sí, está buena. Pero es una zorra —y cerró con todas sus fuerzas, con la intención de estamparle las gafas contra la nariz.

Y otra...


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Y otra...


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo...

Y o... Jadeó casi de placer. Resopló su parte de la jaculatoria.

—Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


María, Madre de gracia, Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos...

—Ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

¿Estaría ya en el cuarto?

—Tercer misterio: La Coronación de Espinas.

Dejó caer los hombros.

—No ha tenido maldita la gracia —gruñó Álex, entrando en el dormitorio.

La chica se rió sin darle importancia.

—Bien que te hubiera molado al contrario.

—Más te hubiera puesto a ti, Verónica. ¿Y sabes una cosa? No te voy a dar el gusto de vengarme. Juega tú sola con tus juguetitos.

—Qué soso eres, tío.

—¿Soso? Tu puta madre. A ver, niñata, ¿qué es lo que quieres? Tente cuidado con lo que andas buscando, que igual vas y te lo encuentras.

—¿Ah, sí? No me digas.

Álex se cruzó de brazos.

—Verónica, ¿me estás retando?

Ella enarcó las cejas sonriendo y se mordisqueó la punta de la lengua.

—Muy bien —dijo él. Se dejó caer en la silla y la reclinó echándose hacia atrás. Puso los pies sobre la cama—. Te voy a demostrar que yo no necesito usar esposas para que no te muevas. Desnúdate.


Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo...

—El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, amén.


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

—Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte amén.

—Hija, despacio —le dijo la anciana—. Que si no no aprovecha.
Dios te salve, María; llena eres de gracia...

Álex encendió un cigarro.

—Adelante. ¿A qué coño esperas? Desnúdate, zorra.

Verónica sonrió suavemente y empezó a sacarse pieza por pieza de ropa, con deliberada tranquilidad y coquetería.

—Sin florituras —cortó él, dando una calada profunda y tirando la ceniza al cenicero, sin prestarle atención a la chica—. No me interesa tu ropa y no me interesa cómo te la quitas. Sólo despelótate y punto. No quiero que te dejes ni una sola mierda encima. Sólo quiero carne y pelo.

—Tío... —murmuró un poco dolida.

—Cierra la puta boca. Tampoco me interesa lo que puedas decirme. Carne y pelo. ¿Eres capaz de cumplirlo? Si te parece que no, ahí está la puerta.

La chica paró en seco el juego y obedeció algo cohibida. Se desnudó rápida y eficazmente, como si se estuviera cambiando en su casa para ponerse el pijama. Álex fumaba y recitaba un viejo cuento de hadas en voz baja: “Y por cada prenda, delantal, falda, corpiño y media, la niña preguntaba dónde ponerlos, y el lobo respondía:
Arrójalo al fuego; ya no lo necesitarás
”.

—Cuarto misterio: El camino del Calvario.

Le quedaban —no pudo evitar hacer la cuenta, aunque le latía la cabeza sólo de detenerse a pensarlo— un padrenuestro, diez avemarías, un gloria, una jaculatoria, el quinto misterio, un padrenuestro, diez avemarías, un gloria, una jaculatoria, lo cual sumaba dos padrenuestros, veinte avemarías, dos glorias, dos jaculatorias... y luego empezaban todas las letanías.


Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

—Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo...

Ya ni siquiera le consolaba pasar al siguiente misterio.

—Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


María, Madre de gracia, Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos...

—Ahora y en la hora de nuestra muerte amén.

—¿Así te parece bien, Álex? —le preguntó, enteramente desnuda, lechosa y vulnerable. Todavía sonreía, pero ahora de forma vacilante.

Él mostró los dientes. Se acercó, se puso a su espalda y le apartó el cabello rizado de la espalda, del cuello y la nuca en una suave caricia. Desabrochó el collar de perro y se lo sacó casi de un latigazo.

—Se me había olvidado... —dijo ella.

Él se desnudó también; sólo se dejó el colmillo. La miró con los ojos estrechados.

—Ahora, ponte a cuatro patas.

—Quinto misterio: La crucifixión.

Mónica se mecía, agarrándose las piernas, como si fuera una autista en su mundo privado. Respondía de forma febril a las oraciones, y contaba al tiempo los tic-tacs del reloj, las sacudidas de los visillos con el aire, el chirrido del sillón bajo las posaderas de la anciana, los bultos del gotelé de la pared, las líneas de su mano, sus propios balanceos. Cualquier cosa menos los rezos.


Kyrie, eleison
.

Pestañeó. ¿Ya estaban con los latines? ¿Habían pasado otras diez avemarías? ¿Se habían acabado los misterios? No pudo evitar gritar la respuesta contentísima, aunque no tenía ni la menor idea de lo que significaba y, es más, estaba segura de que su abuela tampoco lo sabía.


¡Christe, eleison!


Kyrie, eleison.

Verónica se lamía la sonrisa.

—¿Que me ponga a cuatro patas? —repitió—. ¿Así, de pronto? ¿Y si te digo que no, qué me haces?

—Hablas demasiado, zorra.


Christe, audi nos.


Christe, exaudi nos.

Álex le ciñó a la chica el pescuezo con la mano y apretó lo suficiente como para hacerle daño. La inclinó hacia delante y la puso de rodillas. Le dijo al oído, pero alto, no en un murmullo:

—No quiero oírte hablar. Sólo quiero oírte gemir, gruñir y gritar, ¿estamos?


Pater de caelis, Deus.


Miserere nobis.


Fili, Redemptor mundi, Deus.


Miserere nobis.


Spiritus Sancte, Deus.


Miserere nobis.


Sancta Trinitas, unus Deus.


Miserere nobis.

Sin dejar de estrangularla, la empujó en la cama hasta empotrarle el pecho y la tripa contra el colchón. Rebuscó debajo y sacó la caja de preservativos. Cogió el envoltorio del condón con los dientes y le dio el tirón al plástico para rasgarlo con la izquierda. Se enfundó el látex con la misma mano, mientras que, con la otra, sujetaba a Verónica y la mantenía pegada a las sábanas.


Ave Maria, Filia Dei Patris.


Ora pro nobis.


Ave Maria, Mater Dei Filii.


Ora pro nobis.


Ave Maria, Sponsa Spiritus Sancti.


Ora pro nobis.


Ave Maria, templum Trinitatis.

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