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Authors: Álvaro Naira

Politeísmos (21 page)

BOOK: Politeísmos
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—Claro, tío.

—Pues mira, espero que dentro de un mes o dos me pague el curro un viaje de presentación del juego que estoy traduciendo. Si no, no creo que me pase hasta el año que viene, y más bien a finales. Quería irme en Semana Santa, pero estoy más pobre que las ratas. Y a Inglaterra hay que ir con pasta, que siempre hay cosas que comprar, si sabes a dónde ir. Oye —interrumpió la conversación—, ¿así que Fran te ha dicho que yo estoy mal?

—Empleó, exactamente, los términos “hecho una mierda” y “como una puta cabra”.

—Sí, hombre. Es Fran el que necesita que le claven las espuelas. En mi puta vida había visto a alguien más feliz en la esclavitud. Sólo le faltaba mover la cola para parecer un golden retriever.

—Oh, pierde cuidado, que si él no la mueve es porque ya se la mueve Paula —le alzó las cejas sonriendo con mala intención, pero Álex mantuvo su apariencia vacua inalterada—. ¿Así que crees que es Fran el que está mal? Pues yo le veo más feliz que una lombriz, lobito. Fue salir tú de su vida y empezar a cepillarse a tu chica tranquilamente, y hasta el día de hoy —suspiró—. Bueno, hasta la semana pasada, más bien. Mi hermano, como es gilipollas, lo primero que hizo fue decirle que te había visto a mi cuñada. En fin.

—¿Cómo está Paula? —preguntó con un tono de voz que intentaba ser casual.

—Pues está de puta madre contigo a más de quinientos metros, Álex. Francamente.

Consiguieron robar dos banquetas y tomaron asiento. Se callaron un rato, que ocuparon en beber y aspirar el humo de los pitillos.

—¿Y tú cómo estás, Javi?

—Yo todo me lo tomo con calma, como siempre. Todo con moderación. Estudiar con moderación. Trabajar con moderación. Salir con moderación. Beber con moderación. Follar con moderación. Más de la que me gustaría.

—Ya... —curvó la sonrisa sardónica—. Pero
¿cómo estás?

Su expresión no ofrecía dudas sobre qué era lo que le preguntaba.

—Álex, tío —respondió mirando para otro lado—. Sabes que no me van tus misticismos.

—Ya. No te van, pero estás en ello igual que yo.

Javi entrecerró los ojos.

—Eh, lobo. Yo no tengo prisa por saber quién gana. Ya me enteraré. Se está muy a gusto así. Tú sí eres de los que se tiran un día por la ventana y salen en las noticias. Yo no.

Álex alzó mini y mirada y Javi le imitó. Se observaron con una sonrisa esquinada y chocaron los vasos de plástico.

—Porque el coyote se meriende de una puta vez al correcaminos. ¿Te gusta el brindis, Álex?

—Me encanta.

Bebieron hasta acabar con el alcohol que quedaba.

—Hostia —exclamó Javi dejando el mini vacío sobre la barra—. Nunca volveré a hablar mal de los góticos, lo juro. ¿Has visto a esa preciosidad?

—¿Cuál?

Álex se volvió hacia la puerta.

—Ah, sí. De cerca.

Verónica se aproximaba con los grandes ojos brutalmente destacados en pintura oscura y una sonrisa luminosa color rojo sangre como una cuchillada triangular. El rostro cándido estaba enmarcado por el torrente de brillantes rizos escarlatas. Llevaba los brazos enguantados caídos con languidez a los lados del cuerpo. Se apretó contra él y se enrollaron prolongadamente. Con la mano metida en el bolsillo trasero del pantalón de la chica, se la presentó a un Javi sorprendido en una sonrisa venenosa.

—Verónica, Javi. Javi, Verónica.

Ella le contempló con interés e ironía por la ropa que llevaba. Javi le repitió el chiste de la catedral de Notre Dame y Verónica se rió de forma cantarina. Dio una vuelta y se pegó a Álex por la espalda, ciñéndole la cintura con los brazos de licra e introduciendo los dedos, de uñas mordisqueadas, bajo la camisa. Le recorrió el pecho, la tripa, el vientre con las yemas y, antes de seguir bajando, le habló al oído.

—¿Está dentro?

—¿Qué?

—Ya sabes...

—Sí —cercenó la conversación con incomodidad.

—¿Y qué es?

Decidió hacer un experimento.

—¿Tú qué crees?

—Si lo supiera no te lo preguntaría.

—¿No tienes ni idea? —insistió.

—No sé... —pero la mirada le relampagueaba—. ¿Compartimos? ¿Es un zorro?

Suspiró.

—Casi. Coyote.

Verónica se mordisqueó la boca y se dejó marcados los dientes en el pintalabios rubí.

—Mola...

Mantuvo un rato las uñas rotas jugueteando con la cinturilla, el botón y la cremallera del pantalón de Álex, sin entrar en materia, y luego se desprendió de él con una caricia lenta y cremosa. Mon y Rebeca se habían presentado por su cuenta y estaban rebuscando dinero para pedir en la barra. Verónica se acercó a aportar su contribución. Después de hacer un tiempo con ellos, se pusieron a bailar las tres, primero despacio, con tranquilidad discreta, y poco a poco fueron encendiéndose, hasta acabar moviéndose de forma llamativamente sensual, muy juntas.

—Eres un pedazo de cabrón —le confesó Javi—. ¿Me dejas al menos a la amiga? Tampoco está mal...

—Toda tuya. Es un poco coñazo y muy cría. A mí me cansa, pero es buena gente y tiene pinta de facilona. Con dos chorradas que le digas la tienes encima. Ándate con ojo, eso sí, que creo que es virgen.

—¿Sí? No lo parece.

El lobo miró en su dirección. Javi estaba observando a Rebeca, la estirada Rebeca, un metro setenta de estatura y menos de ochenta centímetros de pecho. Vestía —claro— entera de negro, con unos pantalones anchos de militar llenos de bolsillos, botazas, un top de cinta de un tejido incómodo que parecía látex y guantes de brazo del mismo material. El pelo repeinado, como si lo hubiera mojado, le hacía unos mininos en la nuca y en la frente un rizo art-decó. Se estaba restregando contra Verónica, frente contra frente, sonrisas húmedas, piernas flexionadas y brazos en alto, moviendo las caderas al ritmo de la música, mientras Mónica, a su lado, se balanceaba con la cabeza gacha.

—Hostia, que hablas de la gata. Joder, ¿te gusta? A mí me da un asco que no puedo ni mirarla.

—Venga ya, está buena. Aunque sea gótica, es una pena. Si vistiera como una persona normal luciría más.

—¡Pero si parece un tío! Ni tetas tiene. Te lo juro, me produce un desagrado que no te puedes imaginar.

—¿De quién habláis? —preguntó Mon, acercándose con las chicas para seguir bebiendo.

—De tu amiguita la camello que os pasa el ácido, Mónica.

—Te he oído, Álex —apostilló Rebeca con cara de pocos amigos.

—Mucho mejor; así no me toca repetirlo.

Verónica se le abrazó, sudorosa y jadeante, riendo. Se besaron y él le mordisqueó el lóbulo y le susurró al oído:

—Ya habéis calentado a medio local, princesa, yo incluido. ¿Pensáis seguir bailando en plan bolleras toda la noche?

—Puede que sí, puede que no, Álex —respondió en un murmullo muy divertida—. Como tú siempre pasas de moverte y te estás apalancado en una banqueta desde que abren hasta que cierran, tengo que buscarme la vida.

—Sois unas calientapollas, Verónica.

—¿Y te molesta?

—No. Me pone un huevo.

En ese momento, una pareja que pasaba de los treinta años, altos y de cierta corpulencia atlética, entraron y se quitaron los abrigos. Se disponían a introducirse hasta el fondo del local cuando le divisaron, abrazado a Verónica y con Javi y las niñas. Parecieron un poco confundidos, pero acabaron acercándose. Tanto él como ella tenían el pelo castaño, largo y rizado, y vestían de negro, pero con elegante discreción. Se parecían tanto como si fueran perro y dueño, o hermanos.

Álex abandonó los cuchicheos y risitas con Verónica.

—Haller —le saludaba el hombre acercándose—. ¿Qué pasó el lunes que desconectaste de golpe?

—Pues ya ni me acuerdo, Lucien. Francamente.

Éste guardó silencio. Intercambió una mirada rápida con su acompañante y terminó sonriendo.

—Ya veo. Me alegra verte, pero creo que nos vamos. Esto está lleno de pibes —se apartó la melena tras los hombros. Tenía un ligero acento musical y rehilaba de forma curiosa el sonido de la y griega y la elle—. Me parece que no vamos a volver, porque lo hace sentirse a uno viejo —le guiñó un ojo cómplice a una de las chicas, que le miraba.

—Tienes toda la puta razón —convino Álex—. Antes los niñatos se quedaban en el S***, pero son tantos que no entran y se nos vienen. Dentro de nada habrá que montar un jardín de infancia con los que acaban de dejar el chupete para abrazar la oscuridad, y hoy encima no hay quien aguante la música. ¿Me haces un favor, Lucien? —dijo después de dar un trago al mini—. Acércate a la cabina a pedirle al pincha que se dedique a la papiroflexia y deje de tocar los cojones; yo paso de abrirme camino entre góticos, que si los tocas se contagia.

El tipo se rió con ganas.

—Pero qué rompepelotas que sos, Haller.

Se despidió con un gesto, mientras la mujer le sonreía.

—¿Haller? —preguntó Verónica.

—Hostia —dijo de pronto Rebeca, mirándole como si cayera en la cuenta—. ¿Haller? No me digas que eres tú el hijo de puta que... —se calló en seco. Él sonreía con los dientes apretados.

—Sigue, sigue. ¿El hijo de puta que qué?

—Hará como año y medio, ¿tú no pinchabas en el H***? En el piso de arriba.

—Puede.

—Sí. A ver. ¿Y no estás todo el puto día conectado al canal de música siniestra? Y también al de clásica, y a uno así como de nueva era, algo raro. ¿Paganismo? No recuerdo cómo se llamaba.

Él encendió un cigarro y se cruzó de brazos.

—¿Y tú quién coño eres y por qué me haces
whois
para ver en dónde hablo?

—K4twoman. Con ka y un cuatro en lugar de la primera a. Hemos hablado varias veces en el de siniestros.

—No me suenas —dijo Álex—. Y creo que me acordaría de esa gilipollez de nick.

—¿Y qué significa el tuyo, listo?

—No significa nada. Es de un libro de Hermann Hesse. Yo no te he visto en la vida, Catwoman con ka y un cuatro. Pero lo que está claro es que el mundo es un pañuelo —dio una calada larga—. Qué asco.

—No me entero de nada... —suspiró Mónica.

—Álex, pues yo sí que he hablado contigo —insistía Rebeca—. Vamos, no en persona. Te habré visto en la cabina del H*** pinchando, eso sí. Vaya fama que tenías...

—¿De qué?

Rebeca se rió. Levantó el dedo corazón de la derecha.

—De hacer esto cada vez que te pedían que pusieras Marilyn Manson. Todavía se habla de la noche que tuviste los huevos de pinchar clásica y quedarte tan a gusto. Ésa fue mítica.

Javi, con la carcajada a flor de piel, pidió que le contaran la anécdota completa, pero el lobo retorció la comisura del labio, liquidando el asunto.

—“Clásica”. Pones el
Sacre du Printemps
y la gente se cabrea, pero si pinchaba el
O Fortuna
todo el mundo dando saltos. Me cago en la puta. Estoy rodeado de analfabetos.

—Álex, ¿de verdad no recuerdas haber hablado conmigo? —insistió Rebeca—. K4twoman. Kat.

—Kat... Espera. ¿Tú no estabas con...?

—Con el satánico, sí.

—¡Joder! Satánico. ¿Con las consonantes en mayúscula? Ya lo creo que le conozco, y en persona. Hostia. ¿Qué hacías con ése, princesa? Ese tío es un gilipollas integral y un puto drogadicto. Vale, ya sé de dónde sacáis el LSD. Le habré visto una vez que no estuviera hasta arriba de anfetas, joder.

—Qué coincidencia. Casi la misma proporción que te he visto yo sobrio, Álex —comentó Rebeca con mala intención, mientras Javi contenía la hilaridad—. Él también te considera un gilipollas integral, por cierto.

—Pues ya tenemos algo en común. Podría ser el principio de una hermosa amistad —miró para otro lado mientras tiraba la ceniza—. Ese tío es un cabrón, y se trae un rollo religioso que no me gusta ni pizca.

Javi, ante esa afirmación, hizo con mímica exagerada, sin expeler un sonido, el gesto de señalar a Álex con un dedo y partirse de risa. Él le apartó la mano de un golpe con una mueca sardónica.

—¿Queréis hablar para todo el mundo? —interrumpió Verónica perdiendo la paciencia, mientras Mon asentía con cara de aburrimiento.

—Que resulta que conocía ya a Álex del IRC —explicó Rebeca—. Y éste conoce a Tiago. Creía que sabías que lo de satánico era su nick, Vero.

—En el DNI pondrá Santiago —puntualizó Álex con una sonrisa despectiva—. Es de los que se quitan el san para parecer más satánicos. Gilipollas.

—Creí que era satánico de verdad y por eso le llamabas así. ¿Qué es eso de nick? —preguntó Vero.


Es
satánico de verdad —replicó Rebeca.

—¿No tienes internet? —le preguntó Javi a Verónica sonriendo—. Un nick es un pseudónimo. Se conocen del chat; es un programa para hablar por el ordenador. Álex, mi nick es AcMe con a y eme en mayúscula. Méteme en tu lista y yo te meto en la mía.

—Es un alias, Verónica, nada más —explicó Álex—. Yo también lo uso para pinchar, y para cualquier cosa en que no me guste que circulen mi nombre y apellidos. Es una chorrada, pero mucha gente me conoce por el nick, como has podido comprobar —apagó el cigarro—. Me aburre hablar del IRC. ¿Qué tal si nos vamos a follar, Verónica? Me parece que ya me has calentado bastante por hoy.

Ella se apretó contra él y le murmuró algo al oído.

—¡No jodas! Vaya mierda. Pues nada...

—Podemos hacer otra cosa, Álex —susurró de forma provocativa.

—Sí, claro. Tienes razón —adoptó una expresión meditabunda como si realmente se lo estuviera pensando—. Pero verás, es que no tengo Monopoly en casa.

—¿Tú eres imbécil? Me refería...

—Que no, Verónica —la interrumpió—. Pasando. Para una mamadita paso de que subas. Qué puta pereza.

—¿O sea que yo tengo la regla y ya no me dejas entrar? ¿Qué pasa, que o follamos o no puedo pasar?

—Normas de la casa —se burló él—. ¡Joder! —añadió al verle la cara—. Me llevas calentando sin parar desde que has entrado y ahora me sales con éstas. ¿Qué querías que te dijera? ¿Que me sacara unas puñetas de encaje a lo Lestat el Vampiro y te susurrara: “Sangre menstrual... Eso me pone, querida”? Sé seria. Yo ahora me parece que voy a comprar tabaco. La puta máquina sigue rota, ¿no?

—Ésta me la pagas, Álex —murmuró con resentimiento la chica.

—No te pongas trágica —le dio un beso, pero fue como enrollarse con una estatua—. El próximo viernes ya hablamos, ¿eh?

—Tú sabrás.

—Javi, ¿te vienes a por tabaco?

—Claro —se acercó a él—. ¿Tú sabes lo que haces, lobo? —le dijo en voz baja según se alejaban—. Has dejado colgada a una tía porque tiene la regla, ¿estás imbécil? Ésa no te la va a perdonar.

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