Politeísmos (4 page)

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Authors: Álvaro Naira

BOOK: Politeísmos
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—Así que localizador... ¿Y cómo va eso? —preguntó Fran.

—Pues... —él se sacó la cajetilla de tabaco y buscó fuego— te dan una aventura gráfica, te lees todo el código, traduces el texto al español y vas cambiando las líneas según toca, luego te pasas el juego entero, ves lo que no funciona, te vuelves a comer todo el código y vas corrigiendo los errores, otra vez te lo juegas completo y, si hay suerte, has acabado. Pero nunca hay suerte; siempre hay que programar cuatro o cinco veces —se encendió el cigarro—. Lo hago desde casa. No tengo horario, lo que tengo son plazos. Mientras entregue a tiempo puedo hacer lo que me salga de las pelotas. Como si quiero mirar al techo una semana y luego estarme otra entera currando sin dormir. Vamos, que me paso todo el puto día sin salir de mis cuatro paredes, delante del ordenador, leyendo en C, traduciendo, jugando, bajando música del Napster y haciéndome pajas. No necesariamente en ese orden.

—Pues perdóname, pero tiene que ser un coñazo.

—Algo. ¿Tú qué haces?

—Servicio técnico. Curro con Jaime.

Álex tiró la ceniza con tanta fuerza que lo descapulló. Le dio una tos bronca incontrolable. Cuando se le pasó, preguntó con la voz estrangulada:

—¿Trabajas para ese puto chacal?

—Él no tiene la culpa de que sus padres tengan dinero, Álex. También el tuyo estaba forrado, no me jodas.

—La diferencia es que yo no vivo de él, cojones —gruñó—. Desde que me abrí no he vuelto a ver un puto duro que no me haya ganado yo.

—Jaime tiene sus cosas, pero es un buen tío. Te daría curro en cuanto se lo pidieras... Pásame un cigarro, anda —se lo encendió y le miró de forma atravesada. Álex aún tosía un poco—. No entiendo cómo coño te destrozas así el pedazo de voz que tienes. ¿Ya no tocas, ni nada?

Álex soltó una risa fría.

—Venga ya. ¿Un tío solo con un teclado? Si te parece me pongo a cantar en el coro de la iglesia, porque otra cosa, difícil. Hace años compuse un par de pistas en midi para juegos, ya ves tú qué creativo. Y el curro —concluyó volviéndose a encender el pitillo descabezado—, se lo mete Jaime por el culo.

—No me toques los cojones. Lo que no tiene sentido es que andes repartiendo propaganda a estas alturas, joder. Si un mes estás mal me llamas, se lo digo a Jaime y haces un par de atenciones al cliente. Te doy mi número de móvil —lo apuntó en una servilleta—. Toma.

Él la dobló y se la guardó en el bolsillo del abrigo de cuero, con una sonrisa escéptica. Fran pagó y se pusieron de pie.

—¿Qué haces ahora? —le preguntó.

Álex luchó contra la doble sensación. Por una parte, quería marcharse de ahí, alejarse de Fran lo más rápido posible sin mirar atrás, y no volverle a ver nunca. Le estaba rascando demasiado la costra del presente, levantándole ampollas en recuerdos que no creía que tuviera tan tiernos porque hacía años que ni siquiera pensaba en ellos. Por otra, sentía cierto placer masoquista y desagradable en hurgarse en las heridas. Llevaban una hora esquivando voluntariamente determinada conversación y le estaban comiendo por dentro las cosas que no se estaban diciendo. No quería irse, en el fondo. Quería tocar los temas que más dolían.

—Voy a comprar tabaco —dijo— y luego para casa.

Fran miró la hora.

—Pues te acaban de cerrar los estancos.

—Ya encontraré unos chinos. No tengo prisa; paso de currar hoy. Pensaba irme dando una vuelta por el Retiro.

—¿Dónde vives?

—Cerca de Tribunal.

Volvió a mirar la hora.

—Pues creo que te acompaño —declaró mientras empujaba la puerta del bar— y así hago tiempo y voy a buscar a Paula, que hoy tiene el último turno y le toca hacer caja.

Hubo un silencio.

—Paula. ¿Es la que yo conozco?

Fran se revolvió incómodo. Álex cortaba con la mirada.

—Sí —respondió finalmente y cambió de tema—. ¿Tú estás con alguien?

Él se detuvo a pensarlo con detenimiento.

—Supongo que sí.

—¿Supones? Joder. ¿Cómo es?

—Una auténtica zorra —sentenció—. Dentro de unos años será peligrosa de verdad, pero ahora no es más que una cría. Una de las tías más guapas que he visto en mi vida, aunque en parte es por la edad. Aún ni está hecha...

—Coño, Álex. ¿Qué tiene, doce años?

—No —sonrió—. Pero los aparenta.

Tiraron por la calle Atocha hasta la plaza de Carlos V. Fran le hablaba de música sin que le prestara mucha atención. Iba haciendo chascar la piedra del mechero, contemplando con una aplicación inusitada cómo se le apagaba la llama por el aire.

—... No entiendo cómo no te has movido nada en todo este tiempo; la maqueta que yo tengo es cojonuda, Álex. Yo ya te creía haciendo pinitos en discográficas pequeñas... Mira, ahora que estoy pensando, conozco a un guitarrista. Bastante bueno. Te sampleas las baterías y a tomar por culo. Podrías hablar con él y volver a intentar...

—Joder, Fran, ¿para qué? —hastiado, interrumpió el monólogo—. Ya sabes que no aguanto más de tres meses en un grupo. O más bien —se giró para resguardarse del aire y encendió el pitillo con una sonrisa dura—, como Paula no se cansaba de repetir, no
me
aguantan más de tres meses en un grupo. ¿Cómo decía? “Es un gilipollas y sólo le soportan los que son igual de gilipollas que él”, ¿no? Yo creo que intentaba insultarte a ti también, ¿sabes?

—Venga ya. Paula nunca ha dicho eso.

—Me lo ha dicho a la cara —zanjó—. Y no una sola vez. Una tía con dos cojones. Y ya follaba bien entonces, así que ahora será la hostia —se encogió de hombros—. Me alegro por ti.

—Joder —Fran se había quedado clavado. Fingió mirar los libros expuestos en los tenderetes que estaban recogiendo en la cuesta de Moyano. Tomó aire—. ¿Es que no respetas nada?

—¡Coño! ¡Como si no supieras que me la tiraba! —exclamó Álex mientras descolocaba un par de volúmenes del puesto, leyendo los títulos—. Tú eres el que se ha conformado con los restos de mi plato.

—Vas a conseguir que te dé una hostia, Álex.

Él sólo sonrió.

—Qué sensible te has vuelto, joder.

Fran le miró tristemente.

—Álex, hostia, no puedes ir escupiendo a la cara a la gente que te rodea. Yo porque te conozco, pero es que no me extraña que acabes siempre completamente solo. Tú te haces tu concha para que nada te alcance, pero a los demás les das bien por culo. Sé que por dentro eres una de las personas más... enteras que me he echado a la cara, pero me cansé de esquivar tanto puñal. Por eso dejamos de hablarnos.

—No dejamos de hablarnos
por eso
—le contradijo furiosamente, masticando las palabras—. Parece mentira la poca memoria que tienes.

—Álex. Teníamos dieciocho años y éramos unos niñatos. A mí me faltaba personalidad y tú ibas vomitando la que te sobraba. Te tenía en un pedestal y lo sabes. Hacía todo lo que se te ocurría. Te copiaba los gustos, la música, la forma de vestir, las expresiones al hablar. Te hubiera seguido en cualquier cosa, a cualquier parte. Te la habría chupado si me lo hubieses pedido.

—Siempre supe que eras maricón —comentó con una sonrisa hiriente.

—No me vengas con gilipolleces —gruñó Fran—. ¿Ves? A eso me refiero. Intento hablar en serio y tú me metes pulla tras pulla. Eres incapaz de cerrar la puta boca.

Álex bajó la mirada.

—Tienes razón —admitió—. Lo siento.

Dejaron atrás las casetas grises de los libreros. Pasaron junto al Ministerio de Agricultura y entraron al parque. A su izquierda, entre los castaños de indias, sobresalían gigantescos eucaliptos. El amplio paseo de asfalto estaba casi desierto. Caminaban por la acera hacia la glorieta de la estatua del Ángel Caído cuando los interrumpieron.

—Disculpad.

Levantaron la vista dispuestos a ofrecer hora, tabaco u orientación. Dos señoras de mediana edad, correctamente vestidas, sonreían ante ellos de forma tirante.

—¿Sí?

—Veréis, estamos intentando acercar la Biblia para que sea accesible a todo el mundo, y repartimos gratis...

Fran soltó una carcajada potentísima y avanzó más rápido, pero Álex le detuvo. Puso la mejor de sus sonrisas.

—No seas maleducado. Oigamos lo que las señoras tienen que decir.

La mujer portavoz repitió su presentación de forma infatigable.

—Estamos intentando acercar la Biblia para que sea accesible a todo el mundo, especialmente a los jóvenes, y repartimos gratuitamente unos folletos donde se explican algunos pasajes de forma sencilla e ilustrada con imágenes, que resultan muy atractivas para los niños, por si los tienen.

—Pues dios me libre, señora. Pero ustedes seguro que sí, y a pesar de que son más de las nueve, siguen predicando, con sus hijos solos en casa. Cuánta abnegación, ¿no te parece, Fran? ¿Podría darme uno de sus folletos? ¡Vaya, pero si tiene varios modelos! Veamos:
“APOCALIPSIS, ¡por fin explicado!”
. ¡Por fin! Éste otro me interesa menos:
“¿Cuál es el VERDADERO EVANGELIO?”
. Tiene peor pinta, ¿no crees? Aunque éste de aquí sí que es perturbador:
“¿Existe DIOS?”
.¡Y lo resuelven en dos páginas con dibujos!
“Por qué EXISTE USTED”
. Hay que ver lo curradas que están las ilustraciones. Fran, ¿no te recuerdan un poco a las del tipo este, el dibujante de
Casa de Muñecas
? Las páginas que tienen el fondo rosa, ¿sabes cuáles te digo? Claro, señora, para explicar las nociones básicas a la gente sin instrucción, diga usted que sí, que eso es muy importante.
“Cuándo vendrá la PAZ MUNDIAL”
. Y además a todo color. Les ha tenido que salir la impresión por un ojo de la cara, ¿verdad? Venga, enséñeme más.
“Cómo es EL DIABLO”
. Muy útil para reconocerle, que no siempre lleva el rabo y los cuernos. ¿Y éste? ¡Joder! ¿Seguro que no se ha confundido de carpeta? Señora, ¿ha leído el título? ¿
“Elimine todas sus PREOCUPACIONES FINANCIERAS”
? A mí esto me parece el folleto de un banco. ¿Para qué es? ¿Para acertar el número de la lotería? Ah. Sí. Dígame. De acuerdo, lo leo. ¡Pero ríase tranquilamente, mujer, no se contenga, que es muy sano! Leo. Sí.
“Buscad [usted]”
, qué explicativo: viene entre corchetes. Sí, sigo, sigo.
“Buscad PRIMERAMENTE el Reino, y sus necesidades materiales serán AÑADIDAS”
. Paréntesis, Mal... Malaquías, tres, diez.
“¡Convierta a Dios en su SOCIO!”
. Prodigiosa redacción. ¿Malaquías dijo que convirtiéramos a Dios en nuestro socio?

Fran, un poco retirado, se sujetaba las tripas conteniendo la risa a duras penas.

—¿Queda alguno? ¿Uno más? A ver...
“Usted puede vivir siempre en un PARAÍSO”
. Será el mejor de todos, ya que se lo guardan para el final, así que me quedo con este último, definitivamente. Me encantan sus dibujos, señoras. Gracias por haberme dedicado su tiempo. Aunque no las voy a engañar, que han sido muy simpáticas. ¿No te parece, Fran, que no debo engañarlas?

El otro ni le podía responder. Asintió. Se plegó sobre sí mismo aguantando las carcajadas. Álex inclinó un poco la cabeza hasta componer un estudiado gesto diagonal, arqueó la sonrisa y dijo suavemente:

—Verán: es que yo sirvo
a otro
.

Entonces Fran estalló en estruendosas risotadas y, como un rugido, añadió:

—¡Oh, sí! ¡Y ahora mismo íbamos a rendirle culto ante la Estatua!

Las mujeres salieron despavoridas. Álex chascó la lengua, aún con la sonrisa corva congelada en la boca. Saltó a un banco, haciendo un ruido espantoso con las grandes botas de cuero y metal, caminó sobre la madera un par de pasos hasta el otro extremo y se dejó caer en el respaldo. Apoyó los codos en las rodillas. Se encendió otro cigarro y le ofreció.

—Te encanta hacerlo, ¿eh? —declaró Fran sentándose a su lado.

—Lo has disfrutado tú más que yo.

—Joder, es que ya había olvidado lo divertido que es tocarles las pelotas a los cristianos, como cuando éramos críos. ¿Recuerdas?

—Claro que lo recuerdo. Pero habiendo cumplido el cuarto de siglo hay que mantener cierta postura respetuosa si no se desea hacer el ridículo. Se acabó el mear en la pila bautismal, masticar hostias a dos carrillos con la boca abierta, comprarles disciplinas a los del Opus para practicar sadomaso con la chica, pelársela pensando en monjas que se sujetan las medias en los muslos con cilicios en lugar de ligueros. Ya está fuera de lugar.

Fran miraba en la dirección por la que habían huido las mujeres.

—Se iban cagadas de miedo.

—Qué le vamos a hacer —Álex se encogió de hombros—. Es lo que sucede cuando alguien le dice a un creyente que adora a Satán: que se asusta. Si yo creyera en la existencia del demonio, también me asustaría al conocer a gente que le rinde culto.

—Que les den por culo a todos los católicos —sentenció dando una calada.

—Ésas no eran católicas. Eran testigos de Jehová, o evangelistas americanas. Católicas, no.

—Joder. Qué control.

—Hay que conocer al enemigo.

—La verdad es que no sé cómo se nos han acercado, con la pinta que llevamos. Sobre todo tú, Álex. Pareces un satánico de carné.

—El Retiro está lleno de sectarios. Es muy normal que lo hagan. He llegado a contar cinco grupos de captación en una tarde. Ésas eran agradables. Además —hizo una pausa deliberada y aspiró el humo profundamente. Habló con absoluta seriedad— has sido tú quien ha hablado del demonio, Fran. Yo no he mentido ni por un instante.
Yo sirvo a otro.

Fran empalideció. El pitillo se le había quedado pegado a la piel reseca del labio inferior. Álex había abierto el folleto y contemplaba un dibujo ingenuo del paraíso, lleno de animales. Leyó la nota que lo explicaba al pie y su expresión se convirtió en una mueca salvaje. Era Isaías 11: “Y el lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, y el becerro y el leoncillo pacerán juntos; y un niño los conducirá”.

Su sonrisa se hizo completamente feroz; estrujó el folleto entre las manos hasta hacerlo una bola y lo lanzó lejos. Fran esquivaba su mirada; se separó el cigarro arrancándose una pielecilla y golpeó el filtro con el pulgar para tirar la ceniza de forma innecesaria, hasta casi romper el pitillo. Se echó hacia atrás los pelos sueltos que se le habían salido de la coleta. Las farolas arrojaban una luz tenue; en el parque infantil de delante una pareja jugaba con un perro.

—¿Sigues en esa mierda? —acabó por decir Fran, señalándole discretamente el colmillo del cuello.

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