—Continúa el silencio de radio —dijo una voz. Me quedé paralizada, con una pata levantada mientras me agazapaba lentamente, con todos los músculos protestando. En los alrededores se oían algunos golpes que resonaban sobre el agua. Estaba segura de que este era el punto por el que habíamos penetrado la isla, no el puerto. Y Brett había comentado que no habían encontrado nuestra lancha, lo que significaba que tampoco habían dado con nuestro equipo de buceo. Debían de ser los seis barcos que habíamos oído mencionar. Genial. Salíamos de una persecución para caer bajo control gubernamental.
—Todavía no los han vuelto a capturar —comunicó una voz fuerte a través de la radio—. La tercera botella de aire y el equipo sugieren que deben de encaminarse hacia vosotros. Desplazad las lanchas por la curva de la costa y seguid vigilando. Con un poco de suerte, se dirigirán directamente a vosotros. Si lo capturáis, no esperéis. Alejaos e informadnos desde el agua.
—Entendido, señor —respondió el hombre lobo, y la radio pasó a emitir un siseo.
Maldición
, pensé. Habían descubierto los tanques de oxígeno desde el agua, y habían desembarcado justo en el punto desde el que teníamos que partir nosotros. Conocían todas las actividades de los hombres lobo de la isla, ya que habían estado escuchando sus esfuerzos para capturarnos. Alguien más quería hacerse con Nick… ¿Qué diablos era aquella cosa?
Intenté no jadear, y la cabeza me daba vueltas cuando intenté localizarles. Pude vislumbrar una gorra verde y una cara afeitada. El sonido que brotaba de detrás de ellos se intensificó al cumplir las órdenes que les habían encargado, y me asusté. Poco a poco reculé, hasta que dejé de oír aquellos ruidos. Di media vuelta y me encaminé directamente hacia Jenks.
Los encontré juntos. Jenks parecía un poco más cómodo que antes al sujetar el codo de Nick y ayudarle a superar las ramas caídas. Nick se movía con la agilidad de un anciano de ochenta años, con la cabeza gacha y esforzándose por mantener el equilibrio. Jenks me escuchó y me hizo detenerme.
—¿Problemas? —formó la palabra en silencio, con los labios.
Yo asentí al tiempo que Nick emitía un gemido, con aspecto desesperado tras su barba.
—Cállate —le susurró Jenks, mientras yo apoyaba mi dolorida pata delantera, nerviosa.
—Muéstrame dónde —respondió Jenks, y dejó que Nick siguiese por su cuenta. Le llevé hasta mi puesto de observación. Los movimientos de Jenks fueron cada vez más lentos, casi seductores, a medida que los matorrales eran cada vez más espesos, en el borde de la isla. Jenks se agazapó tras un árbol, en el borde de los arbustos.
Me coloqué al lado del pixie agrandado, jadeando y disfrutando del aire fresco que llegaba del agua.
—Marshal se ha ido —apreció Jenks, que observaba desde un punto superior al mío—. Es un buen hombre. Ha y cuatro lobos con armas semiautomáticas… Y aquello de allí puede ser uno más convertido, allá, bajo la sombra de aquel árbol. Sea como sea, nuestro equipo ha desaparecido. Seguramente se encuentra en una de las lanchas. —Entrecerró los ojos, para afinar la vista—. Por las bragas de Campanilla, si fuese yo mismo, seguramente volaría hasta allí para verlo por mí cuenta, o haría que se disparasen entre ellos, o le clavaría una espina a uno en el ojo. ¿Cómo logras sobrevivir, Rache, teniendo la misma estatura que el resto?
Mis colmillos se separaron, mostrándole una sonrisa lobuna.
Jenks ajustó su peso, con los ojos clavados en la pacífica playa llena de lanchas que habían arrastrado hasta aquella costa rocosa. Había dos hombres de guardia, junto con otros dos preparados para llevar al agua el primer bote.
—Tengo una idea —susurró—. Tú avanzas hasta esa roca rompeolas, y cuando estén distraídos mirándote, yo daré la vuelta por detrás y les pegaré una buena.
Sus ojos brillaban, y aunque no me gustaba mucho que fuese un plan tan apresurado, sí que me gustaba que él confiase en el plan. Como no teníamos otra opción, moví las orejas afirmativamente.
—Perfecto —susurró Jenks—. Pero antes de que te vean tendrías que mojarte, para que parezcas negra, no roja.
Me dedicó una sonrisa que hacía que pareciese que todo se reducía a robarle la manzana al profesor, en lugar de una lancha vigilada por unos hombres lobo con armas semiautomáticas. Jenks volvió atrás para comunicarle el plan a Nick. Yo salí de entre los arbustos. Mi pulso se aceleraba. No me gustaba actuar como cebo, pero como probablemente lograría cruzar toda la playa en cuestión de segundos, podría ir enseguida a ayudar a Jenks.
Mis rodillas empezaron a temblar al apreciar la gran cantidad de playa que había entre mi posición y la orilla. El sol brillaba reflejado en el agua, y las olas se alzaban formidables una vez pasada la protección de la cala. Había dos hombres lobo armados que miraban directamente al bosque, mientras que otros dos estaban listos para desplazar la lancha, confiados en que oirían a cualquiera que se acercase desde el agua antes de que estuviese lo bastante cerca para suponer una amenaza. Y tenían razón.
Con un último jadeo, salí corriendo, salté al interior del agua fría y rodé por el suelo. Inmediatamente perdí la necesidad de seguir jadeando, ya que el agua, sin la ayuda del amuleto de calor de Marshal, estaba congelada. Mi primera sensación de que había sido mala suerte que esta segunda facción de lobos hubiese descubierto nuestro equipo cambió para parecerme que había sido una gran fortuna. Nick no podría haber sobrevivido en agua tan fría, y Jenks y yo solo teníamos que encargarnos de cinco personas, en lugar de la multitud que podía estarnos esperando en el puerto.
Lancé un gañido para llamar la atención, alcé la cabeza y me quedé tan quieta como se quedaría un lobo sorprendido. Pero fuese como fuese, me hubiese quedado paralizada de todas formas. Había cinco seres observándome: cuatro llevaban armas; el otro mostraba los colmillos. Creo que este último era el que más me asustaba: era enorme.
Mi pulso perdió el control. No tenía ningún sitio al que escapar, solo el bosque, y si descubrían que era algo más que un lobo, se lanzarían encima de mí en cuestión de segundos. Afortunadamente, sus rostros reflejaban una expresión de curiosidad, no de sospecha.
Un pequeño movimiento a sus espaldas se convirtió en Jenks, y tuve que luchar contra mis instintos para no quedarme mirándolo en lugar de agachar las orejas y observarlos a ellos, como si me preguntase si me iban a echar un poco de carne de su comida campestre.
Los hombres hablaban suavemente, con las manos colocadas sobre las armas. Dos de ellos querían atraerme con comida, y le ordenaban al transformado que reculase antes de que me asustara.
Idiotas
, pensé. No me provocaron ninguna lástima cuando Jenks les cayó encima por la espalda. Con un grito salvaje, balanceó su palo y dejó al primer hombre lobo inconsciente antes de que el resto se diese cuenta de que los estaban atacando. Me puse en movimiento, sintiendo como si me moviese a cámara lenta hasta que salí del agua. Jenks se había convertido en un borrón mientras luchaba, pero lo que más me preocupaba era el hombre lobo convertido. Corrí por la rocosa playa y me lancé contra sus cuartos traseros.
Ni siquiera en ese momento comprendieron que les estaban atacando, y se giró con un gañido, sorprendido de descubrir que estaba encima de él.
Mostrando los dientes, salté a un lado, con el pelo erizado. El otro lobo soltó un ladrido al darse cuenta de lo que sucedía y saltó hacia delante, con las orejas apretadas contra la cabeza. Mierda, era enorme… unas cuatro veces yo misma. Con una queja de mi columna vertebral, reculé. Mi único objetivo era mantenerme alejada de sus dientes.
Supe de inmediato que tenía problemas. No podía poner distancia entre nosotros. Pam había luchado como una bailarina, siguiendo una coreografía. Este, en cambio, se movía de forma militar, y me superaba claramente. El miedo empezó a invadirme, y empecé a desplazarme de forma errática, en zigzag por toda la playa. La pata herida resbalaba sobre las rocas resbaladizas. Una enorme zarpa me golpeó y caí al suelo.
Con una descarga de adrenalina, gemí cuando saltó sobre mí. De espaldas al suelo, clavé mis garras en su cara, mientras intentaba escabullirme. El otro lobo tenía el aliento cálido, y en la lengua llevaba tatuado un trébol.
—Basta —gritó Jenks, pero ninguno de los dos le prestó atención hasta que una corta ráfaga de tiros lo envió lejos de mí.
Jadeante, volvía ponerme sobre las cuatro patas. Había tres hombres inconscientes, sangrando por la cabeza. El cuarto permanecía callado, en silencio, completamente abatido, derrotado. Jenks estaba de pie, solo. El sol refulgía sobre sus mallas negras y en sus rubios rizos, y el arma semiautomática que sujetaba dotaba de un carácter amenazador a su habitual pose de Peter Pan.
—¡Nick! —gritó, balanceando el arma—. Sal de una vez. Necesito que vigiles a estos. ¿Podrás hacerlo, cerebro de mierda?
Los dos lobos se pusieron en tensión cuando Nick salió bamboleándose, pero volvieron a quedarse quietos ante la amenaza que suponía la presencia de Jenks. Volvieron a rebullir, nerviosos, cuando Jenks le pasó a Nick su arma, e intercambiaron una mirada al ver que Nick la sostenía de forma poco profesional. Volvieron a recobrar la calma; era evidente que esperaban el momento propicio.
Con todos los disparos, era cuestión de minutos antes de que se desatase el infierno en la playa, y mientras Nick les controlaba manteniéndose erguido pero tembloroso a causa de la fatiga de sus músculos, Jenks rompió los interruptores de arranque de todas las lanchas excepto una, y los tiró al agua, junto con todas las armas que pudo encontrar.
—¿Rache? —me llamó, haciendo un gesto hacia la lancha que había escogido. Yo salté alegremente al interior. Mis garras resbalaron sobre la cubierta de fibra de vidrio. Caí dentro de la cabina, que tenía el suelo forrado con una moqueta de hierba artificial. Me sorprendió encontrar allí dentro nuestro equipo de buceo. No había querido ni imaginarme lo que su pérdida hubiese supuesto para mi tarjeta de crédito. Marshal estaría encantado.
Nick fue el siguiente; se sentó en el borde de la lancha y le pasó el arma a Jenks antes de abordarla. Mordisqueándose uno de sus labios quebrados, puso en marcha el motor mientras las peticiones de información que llegaban a través de la radio se hacían cada vez más intensas.
Todavía en el agua, Jenks empujó el bote con una sola mano, mientras con la otra mantenía el arma apuntada contra los hombres lobo. Abrí la boca asombrada al ver que se alzaba y efectuaba una voltereta aérea para acabar aterrizando en la pro a del barco. En ningún momento dejó de apuntar con la semiautomática. Los dos hombres lobo parpadearon, pero no se movieron.
—Por Cerbero, ¿qué demonios eres? —preguntó uno, claramente sorprendido.
—¡Soy Jenks! —respondió este, evidentemente de buen humor, equilibrándose cuando Nick arrancó. Jenks convirtió una casi caída en un movimiento grácil, y se coló en la cabina, para estar a mi lado, con el arma todavía apuntando. Nick avanzó al ralentí y después puso la motora toda marcha. Yo intenté mantener el equilibrio. Jenks saludó con la gorra a los hombres lobo que seguían en la playa y empezó a reírse, mientras lanzaban el arma a la estela que dejábamos detrás.
Nos alejamos mientras los primeros hombres lobo llegaban de entre los árboles, con sus voces ladradoras y sus chasquidos de colmillos. Ya había alguien en el agua, buscando los interruptores. Lo habíamos logrado… por el momento. Lo único que nos quedaba era cruzar los estrechos sin que nos engullese el pesado oleaje y perdernos entre el resto de visitantes. También teníamos que solucionar el problema de mantener a Nick a salvo. Y a mí, claro, ahora que todos los hombres lobo al este del Misisipi sabían que yo tenía a Nick… y que Nick sabía dónde estaba la estatua, fuese lo que fuese esa estatua.
Entrecerré los ojos al sentir el viento de cara, y exhalé el aire de mis pulmones en un bufido perruno cuando me di cuenta de que el rescate de Nick no había hecho más que empezar. ¿Qué había robado que justificase todo aquello?
Jenks alargó un brazo y manipuló la palanca de las marchas para frenarnos un poco.
—¿Cómo has sabido usar el arma? —le preguntó Nick, con voz ronca y las manos temblando sobre el timón. Miraba directamente la brillante luz del sol, como si no la hubiese visto en días… Y, probablemente, así había sido.
Jenks sonrió mientras avanzábamos sobre las olas, mientras nos enfrentábamos contra ellas. La tirita empezaba a desprenderse, pero él estaba emocionado, triunfante.
—Arnold —respondió, imitando el acento austríaco del autor. Yo ladré de risa.
Miré cómo la isla se alejaba de nosotros, aliviada de que nadie nos estuviese siguiendo… todavía. Solo tardaríamos unos minutos en poder escabullimos entre el tráfico marítimo, y tal vez en un cuarto de hora llegásemos a tierra firme. Podíamos amarrar la lancha, y dejar dentro el equipo, para devolvérselo a Marshal en cuanto tuviésemos la ocasión. No me importaba tener que llevarnos todas aquellas cosas a Cincinnati con nosotros; se lo íbamos a devolver todo.
Jenks frenó un poco más, y Nick volvió a acelerar. No le culpaba, pero las olas nos golpeaban y nos balanceaban como si fuésemos una cáscara de nuez a pesar de que él solo tenía dos piernas y yo cuatro, Jenks se mantenía mucho mejor que yo contra el balanceo, y empezó a cotillear, abriendo todos los paneles y alzando todos los asientos. Era su curiosidad de pixie. Yo me sentía un poco mareada, así que me acerqué a Nick, apoyé la cabeza en su regazo y le miré con ojos de cachorro triste, esperando que frenase un poco la marcha. Y está claro que funcionó, ya que sonrió por primera vez desde que lo habíamos encontrado y apoyó una mano delgaducha sobre mi cabeza antes de refrenar.
—Lo siento, Ray-Ra y —murmuró, aunque pude oírlo por encima del ruido del motor—. Es que no… no puedo volver allí. —Tragó saliva con dificultad y su respiración se aceleró—. Lo has logrado. Gracias, te debo una. Te debo la vida. —Con las manos temblorosas, cruzó su mirada con la mía, con las manos agarrando el timón recubierto de plástico antes de soltarlo de nuevo—. Creía que habías muerto. Tienes que creerme…
Y lo hacía. Si no, no hubiese dejado aquella rosa en aquel bote de mermelada. Jenks había descubierto algo.
—¿Alguien tiene hambre? —gritó, para que le oyésemos por encima del viento y del motor—. He encontrado las reservas de comida.