En los hombres lobo que nos rodeaban empezó a crecer el entusiasmo. Ahora que estaba atenta, era como si me lijasen mi propia aura con la suya; seguí la atención de todo el mundo mientras Pam avanzaba hacia nosotros con sus andares tranquilos. Su túnica roja se balanceaba alrededor de sus pies descalzos y el pelo ondeaba a su alrededor. Tenía un aspecto exótico, y caminaba entre los árboles como si perteneciese a la tierra. Mis músculos se tensaron. Esquivé su mirada y me acerqué a Jenks para dedicarle unas últimas palabras.
—Quieta —gruñó uno de los guardias antes de que hubiese avanzado medio metro. Me quedé paralizada, con la cadera medio avanzada.
—Déjame en paz —le contesté, como si no estuviese temblando por dentro—. Por la Revelación, ¿qué crees que voy a hacer?
La aguda voz de Pam se elevó, con un tono de escarnio que no pude discernir si iba dirigido a mío a los chicos de las armas.
—Dejad que hable con él. Puede ser la última vez que tenga la capacidad de hacerlo.
Genial
, pensé. La amenaza del doctor con todas sus agujas me hizo mantener el silencio.
Pam se detuvo ante dos mujeres. No se parecían lo suficiente como para ser amigas. La mayor llevaba una chaqueta de cuero y los típicos vaqueros rotos, mientras que la otra vestía un traje chaqueta poco apropiado y tacones altos. Supongo que eran alfas que habían venido de visita.
Los cuatro hombres que rodeaban a Jenks bajaron las armas casi imperceptiblemente y yo pasé a su lado. Cada vez me resultaba más sencillo ignorar todos aquellos cañones apuntándome, aunque la tensión acabase por dejarme más seca que la última cita de Ivy.
—Jenks, quiero volver a hacerte pequeño.
Su preocupación se convirtió en incredulidad.
—¿Para qué?
Sonreí, deseando que los guardias no estuviesen escuchando nada de aquello.
—Puedes volar de vuelta al continente mientras todavía hace calor, coger un autobús, volver a casa y olvidar que te pedí que me ayudases con todo esto. No sé si tengo suficiente energía de siempre jamás para invocar las dos maldiciones, y no puedo arriesgarme a que te quedes así para siempre si yo… —sonreí de nuevo— si acabo herida —acabé—. No creo que Ceri pueda eliminar la maldición ella sola, así que tendrá que crear una nueva maldición, y necesitaría sangre de demonio… —Lo que realmente deseaba era que me dijese que me estaba comportando como una gilipollas, y que estaría a mi lado hasta el final, pero tenía que ofrecerle la otra opción.
Jenks frunció el ceño.
—¿Ya has acabado? —dijo en voz baja. Yo no respondí, pero él se inclinó sobre mí, para acercar los labios a mi oído—. Eres una bruja atontada —susurró, con palabras suaves pero cargadas de intención, y yo sonreí—. Si pudiese, te encantaría durante toda una semana por sugerir que te abandone, que me largue. Usarás la energía que tienes en la cabeza para transformarte en lobo, y acabarás con esa mujer. Y después nos largaremos de esta isla con Nick. Soy tu refuerzo —acabó, dando un paso atrás—. No soy un mal amigo que se largará al mínimo problema. Y me necesitas, bruja. Me necesitarás para llevar a Nick si está inconsciente, para hacerle un puente al coche para llevarnos a la playa y robar una lancha si él no puede nadar. Y Jax está bien —añadió—. Es un pixie adulto, y puede cuidar de sí mismo. Antes de que nos fuésemos me aseguré de que supiese el número de teléfono de la iglesia, y de que pudiese leer los horarios de los autobuses que van a Cincinnati.
Las líneas de su rostro se relajaron, y un brillo astuto reemplazó la rabia de sus ojos.
—No necesito ser pequeño para librarme de estas esposas. —Alzó una ceja, lo que le dotó de un aspecto travieso—. Es fácil. En cinco segundos.
La oleada de alivio que me llenó duró muy poco.
—No dejaré que me capture —le respondí—. Lucharé hasta que no pueda más. Si muero, te quedarás así para siempre.
Su sonrisa se ensanchó.
—No morirás —respondió con una mueca.
—¿Por qué? ¿Porque tú estás conmigo?
—Vaya, por fin lo has aprendido. —Puso las manos fuera de la vista de los guardias, dobló los pulgares y se los dislocó, haciendo que mi estómago se revolviese. Se podía sacar las esposas—. Ahora sal ahí fuera y pégale una dentellada en el culo a esa zorra —acabó, y volvió a colocarse bien las esposas de metal.
Yo pegué un bufido.
—Gracias, entrenador —respondí, sintiendo que las primeras briznas de posibilidad calmaban un poco mi dolor de cabeza, pero cuando volvía echar un vistazo a la creciente multitud volvía sentirme decaída. No era lo que quería. Era una maldición demoníaca, por el amor de Dios. Pero era también la forma más fácil de salir de aquello. Ceri me había dicho que no sería tan complicado pagar por ello. Valía la pena quedar manchada por poder escapar de aquellas drogas. Nada había muerto para crear la maldición. Yo pagaría el precio, no un pobre animal o una persona elevada en sacrificio. ¿Era posible que una maldición fuese técnicamente negra pero moralmente blanca? ¿Si era así, era posible usarla o me estaba comportando como una idiota intentando escapar de aquello, racionalizando la situación para evitar el dolor?
Si estás muerta, no podrás hacer nada
, me dije, y decidí preocuparme por la maldición más adelante.
Mareada, eché una mirada sobre las cabezas de la muchedumbre cada vez mayor de hombres lobo. La energía que surgía de ellos parecía arracimarse a mí alrededor como si fuera niebla, y hacía que la piel me cosquillease. Vale… iba a convertirme en un lobo. No estaría tan impotente como en la ocasión anterior. Tal vez Pam no sintiese dolor, pero si conseguía agarrarla del cuello, caería en un sueño muy poco natural.
Lancé una mirada a Pam y moví las manos para relajarlas. Como era yo quien la había desafiado, yo debía entrar en el campo en primer lugar. Conteniendo el aliento, avancé cinco pasos hacia el interior del claro. El ruido aumentó, y me volvió el recuerdo de mi participación en las peleas ilegales de ratas de Cincinnati, pero enseguida se desvaneció. ¿Qué me pasaba con todos aquellos combates organizados? Pam se dio la vuelta. Con la cabeza elevada, sonrió a las mujeres que había a su lado y acarició el hombro de la más arreglada. Pam se movía con ligereza sobre sus pies descalzos, y se acercó. El ruido que emitía el gentío disminuyó un poco, pero se hizo más intenso. Era fácil vislumbrar el depredador que escondía en su interior, a pesar de su minúsculo tamaño. Me recordaba a Ivy, aunque la única similitud real era su tamaño.
—¿Rache? —me llamó Jenks en voz alta. La alarma en su voz hizo que me diese la vuelta. Señalaba con la barbilla hacia Walter, que se aproximaba siguiendo el mismo camino que su esposa. Le acompañaban dos hombres: uno trajeado y el otro, el más joven, vestido con seda roja de la cabeza a los pies. Al caminar, hacía tintinear toda su joyería.
Walter se detuvo en el borde del círculo; impulsada por el instinto, puse en marcha mi segunda visión. El aura de Walter no estaba bordeada por el tono marrón, sino que este había penetrado completamente en su interior. Las tres manadas habían empezado a aceptar su dominio.
Comprobé rápidamente las auras de los otros dos machos alfa. Era evidente que se encontraban bajo la influencia de Walter, al igual que sus esposas, pero los alfa que venían de fuera tenían que ser conscientes de que aquello estaba sucediendo. Que permitiesen por propia voluntad que sucediese aquello me asustaba completamente. Lo que Nick había robado era lo bastante importante para aliarse durante tanto tiempo que Walter estaba empezando a hacer sentir su influencia sobre todos ellos. Aquello iba en contra de todas las tradiciones, de todos los instintos de los hombres lobo. Nunca se había hecho antes.
Walter tenía un aspecto completamente satisfecho. Me lanzó una mirada, alzando las cejas, como si supiese que yo podía apreciar la conexión mental que estaban creando con el alfa de la otra manada. Con una mueca, se volvió hacia Pam y le hizo un gesto.
Pam bajó la mano al cinturón de su túnica.
—¡Espera! —grité, y una carcajada estalló entre su gente. Creían que estaba asustada—. Voy a efectuar un hechizo para transformarme en lobo, y no quiero que me disparéis mientras lo uso.
Hubo un momento de vacilación colectiva, y la mayor parte de las conversaciones se detuvieron; los hombres lobo callejeros eran los que siguieron hablando con la voz más alta. Yo pasaba el peso de un pie al otro, expectante. Pam recuperó la compostura rápidamente, y se detuvo a un par de metros de mí.
—¿Puedes transformarte? —me preguntó con una sonrisa burlona—. Walter, cariño, no sabía que las brujas de tierra pudiesen hacerlo.
—No pueden —respondió él—. Está mintiendo, para poder lanzarnos un hechizo a nosotros.
—Puedo transformarme —intervine yo, haciendo que mi segunda visión se desvaneciera—. Es un hechizo de líneas luminosas, y si quisiera hechizaros a vosotros, ya lo habría hecho. Soy una bruja blanca. —Me dolía el estómago; tenía que ir con urgencia al baño. Dios, yo era una bruja blanca pero aquella era una maldición de magia negra. Había jurado que no la usaría, pero allí me encontraba, a punto de saltar al pozo de cabeza. No importaba que la maldad que usaría fuese insignificante, ya que mi alma quedaría manchada. ¿Qué diablos estaba haciendo yo allí?
Walter miró a la gente mientras unos cuantos gritaban que nos pusiésemos a luchar.
—¿Pam? —preguntó, y la diminuta mujer les echó una mirada desafiante.
—El que desafía escoge —respondió Pam. El público estalló en gritos de júbilo.
Walter asintió.
—Tú decides —me dijo—. ¿Quieres empezara dos patas, y que parte del combate sea la rapidez de la transformación, o prefieres cambiar primero, antes de empezar?
—Ya sé a lo que te refieres —le corté, estirada—. Ya lo he hecho antes, y todo esto es ilegal. No ha venido mi alfa, y no hay otros seis alfas que sirvan para reemplazarle en su ausencia.
El rostro de Walter reflejó su asombro durante un instante, pero pudo disimularlo enseguida.
—Somos seis alfas.
—Ella no cuenta —repliqué señalando a Pam, pero todos se rieron de mí. ¿Es que creía que iban a realizar el combate siguiendo las reglas?—. Empezaremos a cuatro patas —respondí en voz baja; era consciente de que Pam podría transformarse muy rápidamente, y yo tal vez ni podría respirar una sola vez antes de que ella hubiese terminado.
A la gente le gustó, y Pam se desató la túnica despreocupadamente. La ropa cayó alrededor de sus pies, y quedó completamente desnuda. Parecía una diosa con aquel moreno perfecto, derecha, con un pie ligeramente adelantado respecto al otro. Hasta las estrías que tenía reafirmaban su imagen de superviviente. El ruido de la multitud no cambió al apreciar su nuevo… aspecto.
Bajé la mirada, ruborizada. Yo no haría lo mismo. Cuando Jenks se había transformado, tanto su ropa como sus cicatrices habían desaparecido. Esperaba que conmigo sucediera lo mismo, que no apareciese convertida en una loba con mallas negras y unas braguitas de encaje, por muy divertido que pudiese sonar. Ni tampoco les iba a mostrar mi cuerpo paliducho cubierto de pecas.
Un escalofrío de adrenalina me recorrió. El gentío también respondió a ello, y vi una de las otras alfa sacar un ramito de acónito. Un murmullo de aprobación se alzó cuando lo rechazó a mí no me ofrecieron nada. Zorras. Tampoco es que me hubiese servido de mucho.
Pam cerró los ojos y mis labios se separaron cuando empezó a cambiar. Yo solo lo había visto en las pelis de Hollywood, y… Dios, lo habían capturado a la perfección. Sus rasgos se transformaron, se alargaron en su cara y sus brazos y piernas se adelgazaron hasta crear una caricatura a medio camino entre el lobo y el hombre. No tenía ni idea de dónde sacaba la energía para transformarse, porque los hombres lobo ni podían usar ni usaban magia de líneas luminosas, a diferencia de los hombres zorro, y esa era la razón por la que estos últimos podían controlar su propio tamaño, algo que los hombres lobo envidiaban terriblemente. Pam cayó al suelo sobre lo que ya debían de ser garras por aquel entonces, y se alzó sobre sus nuevas patas. La piel se le tiñó de un tono negro, y apareció un pelo sedoso. De su cuerpo brotó un gemido, y sus ojos se abrieron de golpe, todavía humanos, con un aspecto grotesco. El rostro era horrendo: estaba formado por un morro alargado que todavía tenía dientes humanos. No era ni loba ni humana, sino que estaba atrapada en un estadio intermedio, completamente indefensa. Todo había sucedido muy rápido.
—¡Rache! —gritó Jenks—. ¡Haz algo!
Miré entre los hombres lobo, que seguían coreando, hasta que alcancé a verle, mientras Pam se elevaba en una nueva postura, sujeta por sus patas, temblando mientras sus entrañas se colocaban bien. Sí. Con el corazón palpitando violentamente, cerré los ojos. Percibí enseguida el olor del almizcle y el de mi propio sudor. Por encima de todo, captaba el hedor de la carne infestada por gusanos de aquel pozo que todavía no había visto. No creía que nadie en su interior siguiese vivo, pero no estaba segura. El sonido de la multitud me golpeaba, las oleadas de fuerza que llegaban de ella me perturbaban. Uní las manos para alcanzar mi chi y deseé que no me hiciesen mucho daño.
—Lupus —musité, parpadeando rápidamente.
Respiré profundamente y abrí los ojos completamente cuando siempre jamás se desplegó a partir de mis pensamientos. Como una costra que se estuviese pelando, sentí un dolor delicioso, la sensación de estar volviendo a un estado primigenio. Un lienzo de siempre jamás manchado de negro me cubrió, y no pude ver con claridad. Tampoco podía escuchar nada. Estaba envuelta en una manta mullida.
Mi equilibrio cambió y caía cuatro patas sobre el suelo; se me antojaba que me estaba hundiendo. Eché la cabeza hacia atrás y jadeé al sentir que la electricidad se arracimaba a mí alrededor de forma distinta. Pero no dolía, a diferencia del hechizo de tierra que había usado para convertirme en un visón. Esto no arracimaba diferentes partes de mi cuerpo, sino una pulsión que despertaba en los átomos antiguos recuerdos, tan natural y desprovisto de dolor como la respiración. Estaba viva, como si estuviese sintiendo cada nervio de mi cuerpo por primera vez, como si la sangre se moviese en mi interior por primera vez. Estaba viva. Estaba allí. Estaba emocionada.
Con la cabeza bien alzada, reí, deje que las carcajadas brotasen de mi interior y se convirtiesen poco a poco en un aullido. Siempre jamás, negro, se desprendió de mí y recuperé mi sentido del oído, que llenó mi cabeza con los sonidos que yo misma estaba haciendo. Estaba viva, maldición, no solo existía… y todo el mundo debía saberlo.