Este detalle ha levantado grandes polémicas. Puesto que en francés la palabra
vair
(que significa piel jaspeada) y
verre
(cristal) se pronuncian de manera similar, podemos suponer que Perrault, al oír dicho relato, sustituyó la palabra
vair
por
verre
equivocadamente, convirtiendo, así, una zapatilla de piel en una de cristal. Aunque esta explicación esté ampliamente divulgada, parece ser que Perrault inventó deliberadamente la zapatilla de cristal. Esto le llevó a eliminar un detalle importante, presente en las primeras versiones de «Cenicienta»: las hermanastras se cortaban un dedo para que el zapato se ajustara a su medida. El príncipe no se daba cuenta del engaño hasta que el canto de los pájaros le comunicaba que había sangre en el zapato. Evidentemente este detalle hubiera resultado absurdo si la zapatilla hubiera sido de cristal, pues la transparencia hubiera delatado el engaño. Por ejemplo, en «Rashin Coatie» (una versión escocesa), la madrastra logra introducir el zapato en el pie de su hija tras cortarle el talón y los dedos. De camino hacia la iglesia, los pájaros empezaron a cantar:
No sigas, príncipe amante,
mira y repara un instante
que el zapato que ésa tiene
para su pie no conviene;
y tu novia verdadera
está en su casa y te espera.
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El canto de los pájaros advierte al príncipe que la hermanastra no es su verdadera novia. Pero esta desagradable mutilación no se hubiera adaptado al modo sumamente gentil en que Perrault pretendía repetir la historia.
La versión de Perrault y las que derivan directamente de ella describen el carácter de la heroína de manera muy distinta a las demás variantes. La Cenicienta de Perrault es demasiado sosa e insulsamente buena, carece de toda iniciativa (lo cual podría justificar que Walt Disney se basara en el relato de Perrault sobre Cenicienta para realizar su propia versión de la historia). La mayoría de protagonistas centrales de este cuento son, en otras versiones, mucho más humanas. Mencionando alguna de las diferencias, citaremos el detalle de que es la propia Cenicienta quien elige dormir entre cenizas en la historia de Perrault: «Al terminar su trabajo, se arrinconaba en una esquina de la chimenea y se sentaba entre las cenizas», cosa que dio lugar a su nombre. En la historia de los Hermanos Grimm no encontramos esta autodegradación, pues se nos dice que Cenicienta
tenía
que acostarse entre las cenizas.
Cuando las hermanastras se visten para acudir al baile, la Cenicienta de Perrault «les aconseja con la mejor voluntad del mundo y se ofrece a arreglarles el pelo», mientras que en la versión de los Hermanos Grimm las hermanastras le ordenan que las peine y les limpie los zapatos; la muchacha obedece entre sollozos. A la hora de ir al baile, en Perrault, Cenicienta no actúa lo más mínimo; es su hada madrina quien le dice que, en el fondo está deseando ir. Sin embargo, en el relato de los Hermanos Grimm, la muchacha ruega a su madrastra que le permita asistir al baile, insistiendo en ello a pesar de las negativas, y realizando trabajos, que parecían imposibles, para conseguir sus propósitos. Al final del baile, se va por su propia voluntad y se esconde del príncipe que la persigue. Por el contrario, la Cenicienta de Perrault no se marcha porque lo considere oportuno, sino que simplemente obedece las órdenes de su hada madrina: no debe permanecer en la fiesta pasada la medianoche; de otro modo, la carroza volverá a convertirse en una calabaza, etc.
A la hora de probar la zapatilla, en la historia de Perrault no es el príncipe el que busca a su dueña, sino que envía a uno de sus criados para que encuentre a Cenicienta. Antes de que la muchacha se reúna con el príncipe, su hada madrina se le aparece de nuevo y la viste con hermosos atuendos. Así, se pierde un importante detalle que, sin embargo, está presente en la versión de los Hermanos Grimm y en muchas otras, es decir, que el príncipe no sufre decepción alguna al ver a Cenicienta vestida con harapos porque sabe reconocer sus cualidades inherentes, al margen de su apariencia externa. De esta manera, se disminuye el fuerte contraste que existe entre las hermanastras, que sólo se fijan en lo externo y material, y Cenicienta, que apenas se ocupa de ello.
En la versión de Perrault no hay demasiada diferencia entre la maldad y la virtud. En este relato se considera que las hermanastras abusan mucho más de Cenicienta que en el de los Hermanos Grimm; sin embargo, al final, Cenicienta abraza a todos los que la habían degradado, les dice que los quiere con toda su alma y les desea lo mejor. No obstante, por lo que dice la historia, es incomprensible que la muchacha se preocupe por su amor hacia ellos o que los demás la quieran después de lo sucedido. Tras contraer matrimonio con el príncipe, Cenicienta llega incluso a «alojar a sus hermanas en palacio y a casarlas el mismo día con dos chambelanes de la corte».
En el relato de los Hermanos Grimm, el desenlace es totalmente distinto, así como en otras versiones del mismo cuento. En primer lugar, las hermanas se cortan los dedos de los pies para poder calzarse la zapatilla y, en segundo lugar, van por su propia voluntad a la boda de Cenicienta para congraciarse con ella y poder, así, compartir su buena suerte. Pero, cuando iban hacia la iglesia, aparecieron unas palomas —probablemente las mismas aves que habían ayudado a Cenicienta a realizar las complicadas tareas que le habían sido impuestas— y les sacaron un ojo a cada una, repitiendo esta misma acción al acabar la ceremonia. La historia termina con las siguientes palabras: «Por su maldad y falsedad se les privó de la vista para el resto de sus días».
Mencionaremos ahora las dos diferencias más notables entre ambas versiones. En el cuento de Perrault el padre no desempeña papel alguno. Todo lo que sabemos de él es que se casó por segunda vez y que Cenicienta «no se atrevía a quejarse a su padre porque la hubiera reprendido, tan embobado estaba por culpa de su esposa». Además, tampoco se hace alusión alguna al hada madrina hasta que aparece de sopetón para conceder a Cenicienta la carroza, los caballos y el vestido.
Hemos de tener en cuenta los importantes aspectos incluidos en la historia que, al estar combinados en ella, contribuyen a su gran atractivo consciente e inconsciente y a su profundo significado, ya que «Cenicienta» es el cuento de hadas más popular y más extensamente divulgado por el mundo entero. Stith Thompson, que ha hecho el análisis más exhaustivo que podemos encontrar sobre los distintos aspectos de los cuentos de hadas, refiriéndose a la «Cenicienta» de los Hermanos Grimm, cita los siguientes: una heroína maltratada; su condena a vivir junto a los fogones; el regalo que pide a su padre; la ramita de avellano que planta en la tumba de su madre; las tareas que se imponen a la heroína; los animales que la ayudan a llevarlas a cabo; la madre que, transformada en el árbol que Cenicienta plantó en su tumba, le proporciona hermosos trajes; el encuentro en el baile; las tres veces en que Cenicienta huye apresuradamente de la fiesta; su búsqueda de refugio, primero en un palomar y después en un peral, que el padre destruye con un hacha; la trampa que el príncipe le tiende al pintar las escaleras con pez y el zapato que se queda pegado a un escalón; la elección de la novia mediante la zapatilla perdida; la mutilación que las hermanas se infligen, siendo aceptadas como (falsas) novias; los animales que descubren el engaño; el feliz enlace; y el castigo de los malvados.
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En mi comentario acerca de esta historia se incluyen algunas observaciones respecto a los detalles más conocidos de la Cenicienta de Perrault y que están omitidos en el cuento de los Hermanos Grimm.
Ya hemos discutido sobre la degradación de Cenicienta debida a la rivalidad fraterna, tema central de las versiones modernas. Este importante elemento causa un impacto inmediato en el oyente y provoca su empatía. Le lleva a identificarse con la heroína y lo prepara para captar el resto de los mensajes de la historia.
El hecho de que Cenicienta tenga que vivir entre las cenizas —de ahí deriva su nombre— es un detalle de enorme complejidad.
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A nivel superficial, representa el abuso y la humillación que la hace descender de la afortunada posición de que disfruta al principio de la historia. Pero no sin razón, Perrault hace que su protagonista elija una existencia sumida en las cenizas. Tenemos la impresión de que la vida de una sirvienta, que está todo el día junto a las cenizas del hogar, denuncia una posición extremadamente degradada, por lo que somos incapaces de reconocer que, desde otro punto de vista, esta misma situación puede ser algo sumamente deseable, e incluso una posición privilegiada. Antiguamente, el estar al cuidado del fuego —el deber que debían cumplir las Vírgenes Vestales— era uno de los rangos más elevados, si no el mejor considerado, a que una mujer podía acceder. En la antigua Roma, el hecho de llegar a ser Virgen Vestal era algo que toda mujer envidiaba. Para alcanzar tal honor, se elegían niñas, cuyas edades oscilaban entre seis y diez años, probablemente la edad de Cenicienta durante sus años de esclavitud. En la historia de los Hermanos Grimm, Cenicienta planta una ramita y la cultiva con sus lágrimas y plegarias. Sólo después de convertirse en un árbol le concede lo que la muchacha necesita para acudir al baile; así pues, esto nos demuestra que tiene que haber transcurrido mucho tiempo entre ambas acciones.
De seis a diez años es también la edad en que este relato deja su huella más profunda en los niños, y, a menudo, permanece indeleble y les ayuda a lo largo de toda la vida.
En lo referente a los años de esclavitud de Cenicienta, podemos compararlo a: sólo durante los últimos años de la época romana se adoptó la costumbre de que las Vírgenes Vestales sirvieran durante treinta años antes de poder casarse. En un principio, su función como sacerdotisas duraba sólo cinco años: es decir, hasta que alcanzaban la edad adecuada para contraer matrimonio. Este es el lapsus de tiempo que uno imagina que duran los sufrimientos de Cenicienta. El hecho de ser una Virgen Vestal significaba ambas cosas a la vez: estar al cuidado del fuego sagrado y ser absolutamente pura. Después de haber desempeñado con éxito esta función privilegiada, estas vírgenes se casaban con hombres de la nobleza, al igual que Cenicienta. Así pues, la inocencia, la pureza y el estar al cuidado del fuego del hogar poseen connotaciones que datan de muy antiguo.
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Es posible que con el advenimiento del cristianismo, lo que había sido un cargo sumamente importante y deseado se convirtiera en algo denigrante. Las Vírgenes Vestales cuidaban del fuego sagrado y servían a Hera, la diosa madre. Al sustituir a las deidades maternas por un dios padre, éstas se vieron relegadas y degradadas. En este sentido, Cenicienta se puede considerar también como la diosa madre degradada, que, al final de la historia, renace de las cenizas como Fénix, el ave mítica. El oyente medio no podrá, sin embargo, establecer estas conexiones de naturaleza histórica.
El niño es capaz de crear otras asociaciones, igualmente positivas, en cuanto a una existencia dedicada al cuidado de los fogones. A los niños les encanta pasar el rato en la cocina, observando y ayudando a preparar la comida. Antes de que existiera la calefacción central, el lugar más caliente y, a menudo, más codiciado, en todas las casas, estaba situado junto al hogar. Éste origina en muchos niños recuerdos felices del tiempo que solían pasar al lado de su madre.
A los niños les gusta también ir sucios de pies a cabeza: para ellos, es un símbolo de libertad instintiva. El ser una persona que va siempre cubierta de cenizas —significado original del nombre de Aschenbrödel— tiene pues implicaciones positivas para el niño. El ir «sucio de pies a cabeza» produce placer y culpabilidad al mismo tiempo, al igual que ocurría antiguamente.
Por último, Cenicienta llora la muerte de su madre. «Convertirse en cenizas» no es la única expresión que establece connotaciones íntimas entre la muerte y las cenizas. El cubrirse uno mismo de cenizas es un símbolo de dolor; vivir cubierto de Harapos es un síntoma de tristeza. Por lo tanto, una existencia entre cenizas puede representar tanto la época feliz al lado de la madre junto al hogar, como el profundo estado de tristeza ante la pérdida de esta intimidad con la madre, a medida que vamos creciendo, simbolizado por la «muerte» de la madre. Gracias a esta combinación de imágenes, el hogar suscita intensos sentimientos de empatía, que nos recuerdan el paraíso, en el que vivimos durante nuestros primeros años, y el modo en que cambiaron nuestras vidas al vernos obligados a abandonar la existencia simple y feliz del niño pequeño, para enfrentarnos a todas las ambivalencias que se presentan en la adolescencia y en la edad adulta.
Mientras el niño es pequeño, sus padres lo protegen contra los sentimientos ambivalentes de sus hermanos y las exigencias del mundo externo. Al observar esta época retrospectivamente, nos parece paradisíaca. Pero, de pronto, los hermanos mayores se aprovechan del niño ahora indefenso; le imponen exigencias; y tanto éstos como la madre adoptan una postura crítica ante lo que el niño hace; por lo menos, esto es lo que el pequeño se imagina. Los reproches que se le hacen por ser desordenado, o por ir sucio, le hacen sentirse rechazado y realmente sucio, mientras que los hermanos parecen gozar de todas las cualidades. No obstante, el niño cree que su buena conducta no es más que una farsa, un engaño, una falsedad. Esta es la imagen que corresponde a las hermanastras de «Cenicienta». El niño pequeño oscila entre sentimientos extremos: en un momento dado se siente sucio y cruel, lleno de odio; y, al instante, es él quien encarna la inocencia, siendo los demás las criaturas malvadas.
Sean cuales fueren las condiciones externas, durante estos años de rivalidad fraterna, el niño experimenta un período de sufrimientos internos, de privación, incluso de necesidad; y tiene que soportar los malos tratos, e incluso la perversidad de los demás. El tiempo que Cenicienta pasa entre cenizas muestra al niño que se trata de algo inevitable. Hay momentos en los que no parecen existir más que fuerzas hostiles, ya que nadie puede ayudarnos. Si la niña, a la que se le cuenta la historia de Cenicienta, no siente que debe soportar épocas llenas de penalidades, su alivio será incompleto cuando, por fin, las fuerzas benéficas venzan a las hostiles. El desconsuelo del niño es, en ocasiones, tan profundo que parece que haya de durar mucho tiempo. Por lo tanto, ningún período de la vida de Cenicienta puede compararse a lo que el niño siente. Cenicienta tiene que permanecer en su posición mientras el niño así lo crea, para poderle proporcionar la convicción y la seguridad de que lo mismo le ocurrirá a él.