Psicoanálisis de los cuentos de hadas (50 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

BOOK: Psicoanálisis de los cuentos de hadas
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En ese instante, lo que había sido una apariencia de belleza otorgada mágicamente durante el baile, se convierte en la verdadera identidad de Cenicienta; es ella quien transforma el zueco, que pertenece a la existencia entre cenizas, en un zapato de oro.

En la ceremonia de la zapatilla, que representa el compromiso de Cenicienta y el príncipe, este último elige a la muchacha porque simboliza la mujer no castrada que le libera de su propia angustia respecto a la castración, que, de otro modo, hubiera sido un obstáculo para la relación conyugal feliz. A su vez, Cenicienta le corresponde porque el ha sabido apreciarla en su aspecto sexual «sucio»; ha aceptado cariñosamente su vagina, bajo la forma de una zapatilla, y aprueba el deseo que siente la muchacha de poseer un pene, hecho simbolizado por el diminuto pie que encaja en la zapatilla-vagina. Esta es la razón por la que el príncipe entrega la zapatilla a Cenicienta y por la que ella desliza su pie en su interior; sólo así podrá ser considerada como la verdadera novia. Pero, con esta acción, la muchacha insinúa que también ella desempeñará un papel activo en la relación sexual, demostrando así que es una mujer íntegra.

Un análisis detenido de un aspecto, universalmente aceptado, de la ceremonia nupcial puede ayudar a clarificar esta idea. La novia alarga uno de sus dedos para que el novio deslice en él el anillo. El introducir un dedo en el círculo formado por el índice y el pulgar de la otra mano es un gesto vulgar para indicar las relaciones sexuales. Sin embargo, el anillo nupcial simboliza algo totalmente distinto. El novio ofrece a la esposa el anillo que simboliza la vagina y ella le tiende la mano para que complete el ritual.

En esta ceremonia se expresan muchos pensamientos inconscientes. A través del ritual del intercambio de anillos, el hombre muestra su deseo y aceptación de la vagina —algo que preocupa seriamente a la mujer— al igual que ella pone de manifiesto su propio deseo de tener un pene. Al introducir el anillo en el dedo, la novia sabe que, de ahora en adelante, en cierto modo, el marido poseerá su vagina al igual que ella será dueña de su pene; gracias a ello, ya no se sentirá privada de este órgano, hecho que simboliza el final de la angustia de castración. También el novio se ve librado de esta misma angustia, al llevar, a partir de este momento, su anillo de boda. La zapatilla
de oro
que el príncipe entrega a Cenicienta, para que deslice el pie en su interior, puede considerarse como una variante de este mismo ritual, con el que estamos tan familiarizados que ya no prestamos atención a su significado simbólico, aunque sea mediante este acto como el novio toma a la novia por esposa.

«Cenicienta» es un cuento en que se habla de la rivalidad fraterna y de los celos, y de cómo se puede conseguir una victoria total sobre ambos. Las características sexuales que uno posee despiertan los celos y la envidia más intensos en el que carece de ellas. Cuando termina la historia de Cenicienta, no sólo se integra y supera la rivalidad fraterna, sino también la de tipo sexual. Lo que empieza por ser una privación completa, por causa de los celos, termina felizmente gracias a un amor que comprende el origen de dichos celos, los acepta y, así, consigue eliminarlos.

El príncipe proporciona a la muchacha lo que ella creía que le faltaba, asegurándole, de forma simbólica, que va a recibir lo que desea poseer. Y él, a su vez, recibe de Cenicienta la confianza que más necesita: la convicción de que sólo él podrá satisfacer el deseo que la muchacha experimenta en cuanto al pene. Esta acción simboliza que ella no se siente frustrada en sus deseos y no tiene intención de castrar a nadie, por lo que el príncipe no debe temer que le suceda algo similar. Cada uno de ellos proporciona a su pareja lo que ésta más necesita. El tema de la zapatilla sirve para calmar las ansiedades inconscientes del hombre, y para satisfacer las necesidades inconscientes de la mujer. Así logran ambos la completa realización de su relación sexual dentro del matrimonio. Este argumento clarifica el inconsciente del que escucha la historia en cuanto al contenido del sexo y del matrimonio.

El niño cuyo inconsciente reacciona al significado oculto de la historia, sea cual sea su sexo, comprenderá perfectamente lo que subyace tras estos sentimientos de celos y tras su ansiedad de que pueda terminar siendo marginado en todos los aspectos. Podrá hacerse también una idea de las ansiedades irracionales que pueden interponerse en su camino hacia el logro de una relación sexual satisfactoria y de lo que se requiere para completar dicha relación. Por otra parte, la historia asegura también al niño que, al igual que todos sus héroes, logrará dominar todas sus ansiedades y que, a pesar de las numerosas penalidades que tendrá que sufrir, habrá siempre un final feliz.

El desenlace no sería completamente satisfactorio si no se castigara a los enemigos. Pero, en este caso, ni Cenicienta ni el príncipe infligen daño alguno a nadie. Los pajarillos, que habían ayudado a Cenicienta a escoger las lentejas, completan ahora la destrucción que las mismas hermanastras habían comenzado: arrancan los ojos a las hermanastras. La ceguera real de las hermanastras simboliza su anterior ceguera, al pensar que podrían sobresalir rebajando a los demás; al confiar su destino sólo a la apariencia externa, y, principalmente, al creer que la felicidad sexual podía alcanzarse mediante la (auto-)castración.

Ha sido necesario comentar las connotaciones sexuales para poder examinar, así, la importancia inconsciente de algunos de los rasgos de este popular cuento de hadas. Al hacerlo, me temo que he actuado en contra del consejo del poeta: «Pisa con cuidado que estás caminando sobre mis sueños».
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No obstante, los sueños empezaron a desvelar su significado e importancia cuando Freud osó penetrar en los múltiples y a menudo toscos pensamientos sexuales inconscientes, que se ocultan tras una superficie aparentemente inocente. Debido a la influencia de Freud, nuestros sueños se han convertido en algo problemático para nosotros, algo que nos conmociona y a lo que nos resulta difícil enfrentarnos. Pero son, asimismo, el camino principal y más directo hacia el inconsciente, permitiéndonos obtener una visión nueva y más rica de nosotros mismos y de la naturaleza de nuestras cualidades humanas.

El niño que disfruta con el relato de «Cenicienta» reaccionará principalmente a alguno de los significados superficiales del cuento. Sin embargo, en diversos momentos de su desarrollo hacia la autocomprensión y según el problema que esté atormentando al niño, alguno de los significados ocultos más importantes de la historia arrojará luz sobre su inconsciente.
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A nivel manifiesto, la historia ayuda al niño a aceptar la rivalidad fraterna como un hecho corriente y le promete que no debe temer que dicha rivalidad le destruya; por el contrario, si sus hermanos no fueran tan crueles, con él, el pequeño no lograría un triunfo tan importante al final. Además, el relato transmite al niño que, aunque en un principio se le considerara sucio y rudo, no se trataba más que de una situación temporal que no había de tener consecuencias en el futuro. Al margen de éstas, encontramos otras enseñanzas morales, también evidentes: las apariencias superficiales no nos muestran en absoluto el valor interno de una persona; si uno es sincero consigo mismo, podrá vencer a aquellos que pretenden ser lo que no son; y la virtud será recompensada y el mal castigado.

También se postula a nivel manifiesto, aunque no se capte a primera vista, que para desarrollar plenamente la propia personalidad hay que ser capaz de trabajar duro y de distinguir el bien del mal, hecho simbolizado por el episodio de las lentejas. Se pueden obtener cosas de gran valor, incluso a partir de algo tan ínfimo y miserable como las cenizas, si sabemos cómo hacerlo.

Oculta bajo las imágenes superficiales, pero accesible a la mente consciente del niño, subyace la importancia que tiene el mantenerse fiel a lo que, en el pasado, fue satisfactorio, y el conservar viva la confianza básica obtenida de la relación con la madre buena. Esta fe es la que nos permite obtener lo mejor de la vida. Si uno consigue encontrar el camino que nos devuelve a las características obtenidas en aquella relación, recibirá una gran ayuda para la victoria final.

En lo referente a la relación del niño con ambos progenitores, «Cenicienta» ofrece tanto a los padres como al niño la posibilidad de llevar a cabo importantes percepciones que le proporcionarán conocimientos internos, cosa que ningún otro cuento de hadas puede hacer tan satisfactoriamente. Estas percepciones son tan importantes que hemos reservado su comentario para el final del capítulo. Al ir tan íntimamente relacionados con la historia, por lo que causan siempre una profunda impresión, estos mensajes tienen mayor impacto en nosotros porque no desciframos conscientemente lo que en realidad significan. Sin «saberlo», estas enseñanzas de los cuentos se convierten en una parte importante de nuestra comprensión acerca de la vida, si logramos que estas historias de hadas pasen a formar parte de nosotros mismos.

En ningún otro cuento de hadas popular se yuxtapone de modo tan evidente la madre buena y la madre mala. Ni siquiera en «Blancanieves», que trata de una de las peores madrastras que existen, la muchacha es obligada a realizar tareas tan difíciles e imposibles como las de Cenicienta. Tampoco en esta historia reaparece la madrastra, al final, bajo la forma de la madre buena original para proporcionar felicidad a su hija. Sin embargo, la madrastra de Cenicienta le exige labores irrealizables que la muchacha no puede llevar a cabo. También a un nivel evidente, la historia nos relata cómo Cenicienta pudo encontrarse con su príncipe
a pesar
de los impedimentos que pone la madrastra. Pero a nivel inconsciente, sobre todo si se trata de un niño pequeño, este «a pesar» a menudo equivale a «a causa de».

La historia deja bien sentado que la heroína nunca hubiera llegado a ser la esposa del príncipe si primero no se la hubiera humillado y convertido en una «Cenicienta». El relato preconiza que, para conseguir una identidad personal completa y la autorrealización a un nivel superior, se necesitan ambos tipos de progenitores: los padres buenos de los primeros años y, más tarde, los «padrastros» que parecen imponer exigencias «crueles» e «inhumanas». Estos personajes antagónicos son los que dan pie a la historia de «Cenicienta». Si la madre buena no se convirtiera durante algún tiempo en la perversa madrastra, no nos veríamos obligados a desarrollar una identidad separada, ni a descubrir la diferencia entre el bien y el mal ni a actuar con iniciativa y autodeterminación. De ello son testimonio las hermanastras, para las que la madrastra sigue siendo la madre buena a lo largo de toda la historia, y no consiguen evolucionar en ningún sentido; son tan sólo un caparazón sin contenido. Cuando las hermanastras no consiguen introducir su pie en la zapatilla, es la madre quien les sugiere lo que han de hacer, pues ellas no actúan por sí solas. Este hecho se acentúa en el final de la historia, cuando las palomas les arrancan los ojos, dejándolas ciegas —es decir, insensibles— para el resto de sus vidas; símbolo, pero también consecuencia lógica, de haber fracasado en el desarrollo de su personalidad.

Es necesaria una base firme para que se lleve a cabo este desarrollo hacia la propia individualidad; es decir, ha de existir esa «confianza básica» que sólo puede obtenerse a partir de la relación del niño con sus padres buenos. No obstante, para que este proceso de individuación se realice —no nos comprometemos en él a menos que sea inevitable, pues resulta demasiado penoso—, los padres buenos tienen que convertirse durante algún tiempo en personajes malos y perseguidores, que obligan al niño a vagar durante años en su desierto personal, imponiendo exigencias «sin respiro» y sin tener en cuenta, en absoluto, el bienestar del niño. Sin embargo, si el niño responde a estas penosas pruebas desarrollando su identidad de modo independiente, los padres buenos reaparecerán milagrosamente. Es algo semejante al padre que actúa absurdamente a los ojos del adolescente, hasta que éste alcanza la madurez.

«Cenicienta» traza el camino hacia un desarrollo de la personalidad, necesario para conseguir la plenitud, presentándolo a la manera típica de los cuentos de hadas, para que toda persona pueda captar lo que tiene que llevar a cabo para convertirse en un ser humano total. Esta característica de los cuentos no tiene que extrañarnos, puesto que, como he intentado mostrar a lo largo de todo este libro, estos relatos representan perfectamente bien el funcionamiento de nuestro psiquismo: cuáles son nuestros problemas psicológicos y cómo podemos dominarlos. Erikson, al describir el ciclo de vida humano, postula que el ser humano se desarrolla a través de lo que él denomina «crisis psicosociales específicas», en el caso de que consiga sus objetivos ideales de cada una de estas fases específicas. La secuencia de estas crisis es la siguiente: en primer lugar, la confianza básica, representada por la experiencia de Cenicienta con la madre buena original y lo que ésta dejó grabado en su personalidad. En segundo lugar, la autonomía, cuando Cenicienta acepta su propio papel y lo desempeña lo mejor que sabe. En tercer lugar, la iniciativa, que Cenicienta muestra cuando planta la ramita y la cultiva con la manifestación de sus sentimientos personales, es decir, sus lágrimas y plegarias. En cuarto lugar, la laboriosidad, representada por las arduas tareas de Cenicienta, como la de limpiar las lentejas. Y quinto, la identidad: Cenicienta escapa del baile, se esconde en un palomar y luego entre las ramas de un árbol, insistiendo en que el príncipe la vea y la acepte en sus aspectos más negativos, antes de asumir su identidad positiva como novia del príncipe; ya que toda identidad verdadera posee sus aspectos positivos y negativos. De acuerdo con el esquema de Erikson, sólo estaremos preparados para la verdadera relación íntima con otra persona después de haber superado estas crisis psicosociales, mediante la consecución de las características de la personalidad ya citadas.
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La diferencia entre lo que les sucede a las hermanastras, que permanecen vinculadas a sus «padres buenos» sin llevar a cabo ningún desarrollo interno, y las penalidades e importante evolución, que Cenicienta tiene que realizar cuando sus padres buenos originales son sustituidos por padrastros, permite que padres e hijos comprendan que, por el bien del niño, incluso los mejores padres tienen que aparecer a los ojos del pequeño como padres-«padrastros» que exigen y rechazan. Si «Cenicienta» hace mella en los padres, les puede ayudar a aceptar esta etapa inevitable en el desarrollo de su hijo hacia la verdadera madurez, es decir, que, durante algún tiempo, se verán convertidos en padres malvados. La historia afirma, también, que, apenas el niño alcance su verdadera identidad, los padres buenos resucitarán en su mente, ostentando un poder todavía superior y sustituyendo, para siempre, la imagen de los padres malvados.

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