En la mayoría de los relatos de «Cenicienta», excepto en el de Basile, se pone de relieve la inocencia de la protagonista, ya que se la presenta como una persona llena de virtudes. Por desgracia, en las relaciones humanas, no es muy corriente que uno de los miembros de la pareja sea totalmente inocente, mientras que el otro es el único culpable. Sin embargo, esta exageración parece factible en un cuento de hadas; no es un milagro mayor del que llevan a cabo las hadas madrinas. Pero cuando nos identificamos con la heroína de una historia, lo hacemos de acuerdo con nuestras necesidades y en ello entran en juego asociaciones conscientes e inconscientes. La reacción de una niña ante esta historia puede estar influenciada por lo que desearía que fuera la relación con su padre y por los sentimientos que siente hacia él, pero que desea ocultar.
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Muchas historias, en las que el padre desea por esposa a su inocente hija —destino que la muchacha sólo puede evitar mediante la huida—, podrían interpretarse como expresiones de fantasías infantiles universales en las que la niña desea que su padre se case con ella pero, sintiéndose culpable a causa de esas fantasías, niega haber despertado dicho deseo en el padre. No obstante, la niña que sabe, en su fuero interno, que desea que su padre la prefiera a ella antes que a su madre, tiene la sensación de que merece ser castigada por estos pensamientos; de ahí que huya, sea expulsada o degradada a una existencia de Cenicienta.
Otros relatos, en los que el padre expulsa a Cenicienta porque su afecto es insuficiente para él, pueden considerarse como proyecciones del deseo de una niña de que su padre quiera que el amor de ésta supere todos los límites, que es, precisamente, lo que la pequeña anhela que su padre sienta hacia ella. Por otra parte, el que Cenicienta sea expulsada por esta razón puede interpretarse también como una encarnación de los deseos edípicos paternos hacia la hija, implicando así los sentimientos edípicos inconscientes, hasta ahora reprimidos, tanto del padre como de la hija.
En la historia de Basile, Cenicienta es inocente si se la compara con sus hermanastras y con la nodriza convertida en madrastra, pero sigue siendo culpable del asesinato de su primera madrastra. Ni en la versión de Basile ni en la variante china, todavía mucho más antigua, se cita ningún detalle que haga suponer que Cenicienta era maltratada por sus hermanas ni que sufra ninguna otra humillación por parte de su madre (madrastra), aparte de verse obligada a realizar las tareas domésticas vestida con harapos. No se le prohíbe explícitamente que acuda a la fiesta. La rivalidad fraterna, que es un elemento constantemente presente en las versiones de Cenicienta actualmente conocidas, apenas si tiene importancia en estas antiguas historias. Por ejemplo, cuando las hermanas, en la narración de Basile, sienten envidia porque Cenicienta se convierte en una reina, este hecho no parece ser más que una reacción natural y lógica al compararse con ella.
Sin embargo, en las versiones de «Cenicienta» conocidas en la actualidad, la rivalidad fraterna se presenta de modo distinto: las hermanas participan activamente en los malos tratos infligidos a Cenicienta y, por ello, son severamente castigadas. Aun así, la madrastra queda sin recibir su merecido, aunque no sea más que un elemento insignificante en las acciones de sus hijas. La historia parece señalar, pues, que el abuso por parte de la madre (madrastra) es algo merecido, pero no así las injusticias cometidas por las hermanastras. Únicamente en las historias de Basile o en las que Cenicienta despierta el amor de su padre, que quiere casarse con ella, se pone de manifiesto lo que Cenicienta ha hecho o deseaba hacer, justificando así el castigo que su madre (madrastra) le inflige.
Analizando estas primeras versiones, en las que la rivalidad fraterna no desempeña ningún papel significativo, y cuyo tema central son los rechazos de tipo edípico —una hija huye de su padre a causa de los deseos sexuales que éste alimenta hacia ella; un padre rechaza a su hija porque ésta no lo quiere lo suficiente; una madre discrimina a su hija porque su marido la quiere demasiado; y, por último, el caso nada frecuente en que la hija desea sustituir a la esposa de su padre por otra que ella misma escoge—, podríamos concluir que, originalmente, los deseos edípicos frustrados explican la degradación de la heroína. Sin embargo, no podemos encontrar una secuencia histórica clara en relación con estos cuentos de hadas probablemente porque, siguiendo la tradición oral, las versiones más antiguas coexisten con las más recientes. El retraso con que se recopilaron y publicaron finalmente los cuentos de hadas convierte a cualquier intento de disposición secuencial anterior en algo meramente especulativo.
Pero, aunque existan enormes variantes en cuanto a los pequeños detalles, todas las versiones de esta historia son semejantes en sus características esenciales. Por ejemplo, en casi todas las historias, la heroína goza, al principio, de cariño y respeto para descender de esta posición favorable hasta la máxima degradación, tan repentinamente como vuelve a recuperarla al final de la historia. El desenlace se produce en el momento en que Cenicienta es reconocida gracias a que la zapatilla se ajusta a su pie. (En alguna ocasión puede tratarse de algún otro objeto, por ejemplo, una sortija.)
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El punto más importante en que difieren todas estas historias —en los términos en que (tal como se ha comentado) se han clasificado por grupos— yace en la
causa
deja degradación de Cenicienta.
Hay un grupo en el que el padre desempeña un papel central, como antagonista de Cenicienta. En el segundo grupo, la madre (madrastra) con las hermanastras son los personajes que se oponen a Cenicienta; en estas historias, madre e hijas están tan íntimamente relacionadas entre sí que uno tiene la sensación de que se trata de un solo personaje disociado en figuras distintas. En el primero de estos grupos, el desmesurado amor de un padre por su hija es la causa de las desgracias de Cenicienta. En el otro, el odio de una madre (madrastra) y sus hijas, es decir, la rivalidad fraterna, es el elemento que da lugar a la situación de la protagonista.
Si nos basamos en las pistas que nos proporciona la historia de Basile, podremos decir que el exagerado amor de un padre por su hija, y viceversa, es el punto de partida del relato, y la humillación de Cenicienta, provocada por la madre con las hermanas, es su consecuencia lógica. Esta situación es paralela al desarrollo edípico de una niña. En primer lugar ama a su madre, a la madre buena original, que reaparece más tarde en esta historia bajo la forma del hada madrina. A continuación su cariño se dirige hacia el padre, por el que quiere, al mismo tiempo, ser amada; en este momento, la madre —y todos los hermanos, reales o imaginados y, en especial, las hermanas— se convierten en sus rivales. Al final del período edípico, la niña se siente marginada, totalmente abandonada; sin embargo, si todo se desarrolla normalmente en la pubertad, la muchacha será capaz de hallar el camino de vuelta hacia la madre, pero ahora viéndola ya no como una persona de la que debe disfrutar de su amor en exclusiva, sino como alguien con quien identificarse.
El fogón, la parte central de una casa, simboliza la madre. El hecho de vivir tan cerca del hogar, que uno llega incluso a cubrirse de cenizas, puede ser un símbolo de los esfuerzos por mantener la relación con la madre o volver hacia ella y hacia lo que ésta representa. Todas las niñas, al experimentar la frustración que les inflige el padre, intentan volver a la madre. No obstante, esta nueva relación que la niña quiere establecer con la madre ya no es satisfactoria, puesto que ésta ya no es la madre de la infancia que todo lo daba, sino que ahora, se ha vuelto exigente con su hija. Bajo este punto de vista, Cenicienta, al principio de la historia, se lamenta, no sólo por la pérdida de la madre original, sino también porque se han esfumado sus sueños sobre la maravillosa relación que iba a sostener con el padre. La protagonista tiene que superar las profundas frustraciones edípicas para acceder a una vida satisfactoria al final del relato, ya no como una niña, sino como una doncella lista para el matrimonio.
Así pues, los dos grupos de historias de «Cenicienta», que, a nivel superficial, son tan distintos en cuanto a las causas de la desgracia de la niña, resultan tener una estructura profunda muy semejante. Simplemente, transcriben por separado algunos de los principales aspectos de un mismo fenómeno: las ansiedades y deseos edípicos de la niña.
La trama es mucho más compleja en las historias actualmente conocidas del tema de «Cenicienta», por lo que será necesario hablar extensamente para poder explicar por qué estas versiones han sustituido a las anteriores, como, por ejemplo, la de Basile. Los deseos edípicos en cuanto al padre aparecen reprimidos si exceptuamos el hecho de que la niña espera algún regalo mágico por parte de éste. El presente que el padre trae a Cenicienta, como la palmera en «Gata Cenicienta», le brinda la oportunidad de encontrarse con el príncipe y ganar su amor, hecho que le permite sustituir al padre, que, hasta entonces, había sido el hombre que más amaba, por la pareja ideal.
El deseo de Cenicienta de eliminar a la madre está totalmente reprimido en las versiones modernas y sustituido por desplazamiento y proyección: no es la madre quien desempeña, de modo manifiesto, un importante papel en la historia, sino una madrastra; la madre ha sido sustituida. La muchacha no quiere rebajar a la madre, para ocupar su lugar en la vida del padre, sino que, proyectando este deseo, es la madrastra la que anhela la desaparición de la niña. Aún hay otro indicio de que el desplazamiento sirve para ocultar los verdaderos deseos: son las hermanas las que quieren arrebatar el lugar que, por derecho, le corresponde a la heroína.
En las versiones actuales, la rivalidad fraterna suplanta al conflicto edípico que ha sido reprimido y ocupa el punto central del argumento. En la vida real, las relaciones edípicas, positivas y negativas, y la culpabilidad que de ellas se desprende, permanecen a menudo ocultas tras la rivalidad fraterna. Sin embargo, como suele ocurrir con los fenómenos psicológicos complejos que provocan sentimientos de culpabilidad, lo único que la persona experimenta a nivel consciente es la ansiedad debida a dichos sentimientos, y no la culpabilidad como tal ni lo que la originó. Por lo tanto, «Cenicienta» trata únicamente de lo que representa el ser degradado.
Como es tradicional en los cuentos de hadas, la ansiedad que despierta la penosa existencia de Cenicienta en el que escucha el relato se ve pronto aliviada por el final feliz. Al identificarse con la protagonista, la niña (implícitamente y sin ser consciente de ello) se enfrenta, de alguna manera, a la ansiedad edípica y la culpabilidad consiguiente, así como a los deseos que subyacen en el fondo. La esperanza que tiene la niña de poder superar y liberarse de los conflictos edípicos, al encontrar un objeto amoroso al que pueda entregarse sin sentir ansiedad ni culpabilidad, se convierte en realidad, puesto que la historia le asegura que el penetrar en las mayores profundidades de su existencia no es más que un paso necesario hacia el reconocimiento de las propias y grandes potencialidades.
Hay que subrayar que, al oír las versiones más populares de Cenicienta, sería imposible reconocer, a nivel consciente, que su humillante situación se debe a implicaciones edípicas por su parte y que, al insistir en su incomparable inocencia, la historia oculta su culpabilidad edípica. Las historias más conocidas de «Cenicienta» disimulan eficazmente todos los rasgos edípicos y no ofrecen ninguna duda en cuanto a la inocencia de la protagonista. A nivel consciente, la maldad de la madrastra y de las hermanastras resulta ya suficiente para explicar la situación de Cenicienta. El argumento de los relatos modernos se basa en la rivalidad fraterna; el hecho de que la madrastra degrade a Cenicienta no tiene otra causa que el deseo de favorecer a sus propias hijas, mientras que la hostilidad de las hermanastras se debe a los celos que sienten por Cenicienta.
Sin embargo, «Cenicienta» no deja de despertar en nosotros aquellas emociones e ideas inconscientes que, en nuestra experiencia interna, están relacionadas con nuestros sentimientos de rivalidad fraterna. Debido a lo que el niño experimenta, puede comprender perfectamente —aunque no «sepa» nada sobre ello— el cúmulo de experiencias internas relacionadas con Cenicienta. En el caso de la niña, al recordar sus deseos reprimidos de desembarazarse de la madre para poseer al padre de modo exclusivo, y al sentirse ahora culpable por estos «sucios» deseos, la pequeña «comprende» perfectamente por qué una madre es capaz de querer perder de vista a su hija y de obligarla a vivir entre cenizas, prefiriendo a los otros hermanos. ¿Qué niño no ha deseado alguna vez poder expulsar a un progenitor, sintiendo que, en consecuencia, él merece el mismo castigo? y ¿qué niño no ha anhelado revolcarse por el barro, siguiendo sus propios impulsos, y no se ha sentido sucio ante las críticas de sus padres, que han llegado a convencerle de que no merece otro lugar que el rincón de las cenizas?
Al elaborar el trasfondo edípico de «Cenicienta», se pretendía demostrar que la historia ofrece una profunda comprensión de lo que se oculta tras los sentimientos de rivalidad fraterna. Si el oyente permite que su comprensión inconsciente «corra» paralelamente al mensaje que se transmite a la mente consciente, capta mucho más profundamente las causas de las complejas emociones que le hacen sentir sus hermanos. La rivalidad fraterna, tanto negada como manifiesta, es parte importante de nuestras vidas hasta que alcanzamos la madurez, al igual que los sentimientos positivos que albergamos respecto a nuestros hermanos. Sin embargo, ya que estos últimos no suelen causar dificultades emocionales, pero sí dicha rivalidad, una mayor comprensión de los elementos psicológicos implícitos en ella podría ayudarnos a luchar con este importante y difícil problema.
Al igual que «Caperucita Roja», «Cenicienta» se conoce actualmente bajo dos formas distintas, la de Perrault y la de los Hermanos Grimm, versiones que difieren considerablemente.
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Como es característico en todas las historias de Perrault, el fallo de su versión es que tomó el material de un cuento de hadas —el relato de Basile o alguna otra historia de «Cenicienta» que llegó a sus oídos a través de la tradición oral, o bien una combinación de ambas posibilidades—, lo despojó de todo contenido, según él, vulgar, y pulió los demás rasgos para convertirlo en un producto adecuado para ser narrado en la corte. Al tratarse de un autor de gran ingenio y sensibilidad, inventaba detalles y transformaba otros para elaborar la historia según sus propios criterios de estética. Por ejemplo, un rasgo de este relato que debemos a la imaginación de Perrault es que la zapatilla estuviera hecha de cristal, elemento que sólo encontramos en las versiones que derivan de la suya.