Gracias a su mujer, el héroe de la historia encuentra en su lecho nupcial aquello que había estado ausente durante toda su vida. Para el niño, más que para el adulto, queda bien patente que sólo podemos encontrar las cosas allí donde las perdimos por primera vez. A nivel inconsciente, el relato nos indica que el audaz protagonista perdió la capacidad de temblar para no tener que enfrentarse a las sensaciones que, una vez en la cama con su esposa, podrían llegar a vencerle: es decir, las emociones sexuales. No obstante, sin esas sensaciones, como él mismo repite a lo largo de la historia, no logra ser una persona completa en todos los aspectos; la idea de casarse no le atrae en absoluto si antes no consigue experimentar el temor.
El héroe de este cuento no podía estremecerse debido a la represión de todas sus sensaciones sexuales, como nos lo demuestra el hecho de que, al recuperar de nuevo sus temores sexuales, el protagonista puede ya alcanzar la felicidad. En esta historia hallamos algunas sutilezas, fáciles de captar a nivel consciente, aunque no por eso dejan de hacer mella en el inconsciente. El título
[159]
del cuento sugiere ya que el héroe va en busca del miedo. Pero a lo largo del relato se hace hincapié en el hecho de estremecerse o temblar; el héroe afirma que es algo que escapa a su comprensión. Frecuentemente, la ansiedad sexual se experimenta bajo la forma de una repugnancia; el acto sexual hace estremecer a la persona que se siente ansiosa por experimentarlo, pero no suele causar miedo alguno.
Tanto si el lector de esta historia capta, o no, que las angustias sexuales del héroe dieron pie a su incapacidad para estremecerse de miedo, el incidente que finalmente le hace temblar sugiere la naturaleza irracional de algunas de nuestras ansiedades. Al tratarse de un temor del que tan sólo su mujer puede liberarlo, por la noche y en la cama, podemos adivinar fácilmente cuál es la naturaleza subyacente de dicha angustia.
Para el niño, que se siente más temeroso de noche cuando está en la cama, pero que, en ciertas ocasiones, se da cuenta de lo irracional de sus ansiedades, esta historia resulta sumamente rica, pues le insinúa, a nivel plausible, que, tras una ostentosa carencia de angustias, pueden hallarse ocultos temores infantiles e inmaduros a los que se ha negado el paso a la conciencia.
Sea cual sea el modo en que se interprete, la historia asegura que la felicidad conyugal no se alcanza si antes no se experimentan todas aquellas sensaciones que habían permanecido inaccesibles hasta entonces. Por otra parte, el relato nos indica que es la mujer quien descubre las cualidades humanas de su pareja: pues sentir miedo es humano; en cambio, el no sentirlo no es humano. Por último, a la manera de los cuentos de hadas, este relato nos revela que, en el postrer eslabón hacia una madurez completa, las represiones han de ser vencidas.
Son mucho más numerosos y populares los cuentos en los que —sin aludir a la represión que provoca actitudes negativas respecto al sexo— se predica, simplemente, que para alcanzar el verdadero amor es absolutamente necesario que sobrevenga un cambio radical en cuanto a las actitudes que previamente se mantenían respecto al sexo. Como es característico en los cuentos de hadas, lo que ha de suceder se expresa mediante imágenes harto convincentes e impresionantes: una bestia se convierte de improviso en una persona de gran alcurnia. Estas historias, por muy distintas que sean, tienen todas un elemento común: la pareja sexual se presenta, en un primer momento, bajo la forma de un animal. De ahí que, en los trabajos sobre los cuentos de hadas, este ciclo reciba el nombre de «animal-novio» o «animal-esposo». (Las historias, actualmente menos conocidas, en que la futura pareja femenina aparece, al principio, bajo el aspecto de animal, merecen el calificativo de relatos pertenecientes al ciclo «animal-novia».
[160]
) Hoy en día, el que goza de mayor popularidad es «La bella y la bestia».
[161]
Este tema se ha hecho tan conocido que difícilmente encontraríamos otro cuento de hadas cuyo argumento hubiera sufrido tantas variaciones.
[162]
Hay tres elementos típicos de todas las historias incluidas en el ciclo animal-novio. En primer lugar, ignoramos cómo y por qué el novio fue transformado en un animal, a pesar de que muchos cuentos nos proporcionen una información al respecto. Segundo, quien realizó el hechizo fue una bruja, aunque al final no se la castigue por su perversidad. Y, en tercer lugar, es el padre quien obliga a la heroína a unirse con la Bestia, cosa que la muchacha cumple sin rechistar por amor u obediencia hacia su padre; a nivel manifiesto, la madre no desempeña ningún papel importante en la historia.
Empezamos a captar el significado subyacente a lo que parecen, a simple vista, graves deficiencias del relato, si aplicamos percepciones psicológicas profundas a estas tres facetas de dichas historias. Desconocemos por qué se obligó al novio a adoptar la forma de un repugnante animal, así como tampoco sabemos por qué no se castiga al autor de semejante maldad. Este hecho indica que la transformación de una apariencia hermosa y «natural» se llevó a cabo en un pasado remoto, cuando ignorábamos la causa de todo cuanto nos sucedía, aunque tuviera las consecuencias más graves y duraderas. ¿Sería descabellado afirmar que la represión sexual se realizó en una época tan temprana que no podemos ni siquiera recordarlo? Nadie es capaz de evocar el momento de su vida en que el sexo apareció bajo la forma de algo semejante a un animal, de algo temible, de lo que deberíamos huir y escondernos; todo lo referente al sexo se convierte demasiado pronto en tabú. No hace mucho tiempo, los padres de clase media solían inculcar a sus hijos la idea de que hasta que no contrajeran matrimonio no debían intentar averiguar nada referente al sexo. No debemos sorprendernos, a la vista de estos hechos, de que en «La bella y la bestia», el animal, habiendo recobrado su forma humana, diga: «Un hada perversa me condenó a permanecer bajo ese aspecto de animal hasta que una hermosa virgen consintiera en casarse conmigo». Sólo el matrimonio posibilitó el acceso al sexo, mutándolo de algo puramente animal en un vínculo santificado por este sacramento.
No es de extrañar que sea una mujer la que convierta al futuro novio en un animal, puesto que nuestras madres —o niñeras— contribuyeron a nuestra educación más temprana, haciendo del sexo un tabú. Por lo menos, en una de las historias del ciclo animal-novia se nos narra que una madre convierte a su hija en un animal debido a su desobediencia. El cuento de los Hermanos Grimm «El cuervo» comienza con estas palabras: «Érase una vez una reina que tenía a su hija recién nacida en sus brazos. Un día, la niña no se estaba quieta ni un momento y hacía caso omiso de lo que su madre le ordenaba. Finalmente, ésta se impacientó de tal manera que, al ver los cuervos que volaban, abrió la ventana y dijo: "Me gustaría que te convirtieses en un cuervo para que salieras volando y me permitieras tener un poco de tranquilidad". Tan pronto como hubo pronunciado estas palabras, la niña se transformó en un cuervo…». No parece descabellado afirmar que la madre experimentó la impresión inconsciente de que la niña se comportaba como un animal —y de que, por lo tanto, podía convertirse en cuervo— debido a su conducta sexual, instintiva e inaceptable. Si la pequeña simplemente hubiese gritado o llorado, la historia lo hubiera mencionado, o, por lo menos, la madre no la hubiese castigado de modo tan perverso.
Por el contrario, la madre parece estar ausente en las historias pertenecientes al ciclo animal-novio, ya que su presencia se oculta bajo el disfraz de la hechicera que obligó al niño a considerar el sexo como algo semejante a un animal. Puesto que la mayoría de los padres convierten todo lo referente al sexo en un tabú y puesto que se trata de algo tan universal y, hasta cierto punto, inevitable en la educación del niño, la hechicera que convirtió al futuro novio en un animal no recibe castigo alguno al final de la historia.
La devoción y el amor que la heroína siente por el animal-novio es la clave para que éste recobre su forma humana. Sólo se llegará a este final feliz si la muchacha se enamora verdaderamente de él. Para que este amor sea completo, es necesario que ella le transfiera el vínculo infantil que la mantenía ligada a su padre. Y, por último, para que esto sea posible, el padre debe estar de acuerdo, a pesar de que tenga sus dudas, en que esta acción se lleve a cabo. Por ejemplo, el padre de «La bella y la bestia» no quiere aceptar primero la unión de su hija con el animal, cosa imprescindible para que éste viva; sin embargo, acaba por dejarse convencer de que tiene que ser así. La muchacha podrá transferir —y transformar— el amor edípico del padre al amante, sin más problema, siempre que este hecho le ofrezca, mediante la sublimación, la realización tardía del amor infantil que sentía por su padre, con la satisfacción actual que le proporciona el amor maduro de la pareja adecuada para ella.
Bella se une a la Bestia únicamente por amor a su padre, pero, cuando este amor madura, cambia su objeto principal, cosa que, como la historia nos narra, no deja de comportar las consiguientes dificultades. Al final, tanto el padre como el marido recobran la vida gracias al amor que ella les profesa. Si quisiéramos buscar una prueba más de que esta interpretación del significado de la historia es correcta, podríamos citar el detalle de que Bella pide a su padre que le traiga una rosa y él pone en peligro su vida para que los deseos de su hija se hagan realidad. El hecho de que Bella desee una rosa y su padre haga todo lo posible por satisfacerla es una prueba de que ninguno de los dos había dejado de amar al otro; es un símbolo de que este sentimiento permanecía vivo en ambos. Y es, precisamente, este amor eterno lo que permite ayudar a la Bestia.
Tenemos la impresión de que los cuentos de hadas transmiten importantes mensajes a nuestro inconsciente, dejando aparte nuestro sexo y el del protagonista de la historia. A este respecto, vale la pena señalar de nuevo el hecho de que, en la inmensa mayoría de los cuentos occidentales, la bestia es del sexo masculino y el único medio para romper el hechizo es el amor de una muchacha. El tipo de animal varía según los lugares de procedencia de la historia. Por ejemplo, en un relato en Bantú (Kafir), un cocodrilo recobra su forma humana gracias a una doncella que le lame la cara.
[163]
En otras narraciones, el animal toma la forma de un cerdo, un león, un oso, un asno, una rana, una serpiente, etc., que se transforman de nuevo en seres humanos mediante el amor de una doncella.
[164]
[165]
[166]
Se podría suponer que los que relataron estas historias por primera vez estaban convencidos de que la mujer debía superar la idea de que el sexo es algo temible y parecido a un animal para poder llegar a una unión plenamente feliz. También podemos encontrar algunos cuentos occidentales en los que la mujer ha sido hechizada y es, entonces, el amor y el valor del héroe masculino lo único que puede ayudarla a recobrar la forma humana. Sin embargo, estas figuras femeninas convertidas en animales no son casi nunca peligrosas ni repugnantes, sino que, por el contrario, suelen ser muy agradables. Hemos citado ya, por ejemplo, el cuento titulado «El cuervo» y podemos hablar también de otra historia de los Hermanos Grimm, «El tamborilero», en la que la protagonista ha tomado la forma de un cisne. Así pues, parece ser que los cuentos indican que el sexo, sin amor ni devoción, es algo semejante a un animal, pero sus características no tienen nada de peligroso y sí, en cambio, de encantador cuando se trata de personajes femeninos; únicamente los aspectos masculinos del sexo merecen el calificativo de brutales, es decir, propios de un animal.
Mientras que el animal-novio es casi siempre una bestia desagradable y feroz, también se pueden encontrar algunas historias en las que se trata de un animal dócil y manso, a pesar de su naturaleza salvaje. Este es el caso del cuento de los Hermanos Grimm «Blancanieves y Rojaflor» en el que aparece un oso bueno, que no inspira ni temor ni repugnancia. Sin embargo, estas cualidades no están ausentes en dicha historia, pues están representadas por un desagradable enano que ha encantado al príncipe transformándolo en un oso. En este relato, los protagonistas han sido disociados en dos personajes distintos: encontramos por una parte a dos doncellas que rompen el hechizo, Blancanieves y Rojaflor, y, por otra, a un oso bueno y a un despreciable enano. Las dos niñas, animadas por su madre, congenian con el oso y ayudan al enano a salir de una situación difícil a pesar de su poca amabilidad. Lo salvan, por dos veces consecutivas, de un enorme peligro cortándole parte de la barba, y la tercera y última vez, lo rescatan rasgándole la chaqueta. En este relato, las protagonistas deben liberar por tres veces al enano antes de que el oso pueda darle muerte y recuperar, así, su forma humana. Por lo tanto, vemos que, aunque el animal-novio se presente como una figura dócil y bondadosa, la(s) muchacha(s) deben despojarle de su repugnante naturaleza, encarnada por el enano, para convertir en una relación humana lo que antes no era más que un aspecto instintivo y animal. Esta historia postula la existencia de aspectos agradables y desagradables en cuanto a nuestra naturaleza, y cuando logramos desembarazarnos de estos últimos podemos conquistar la felicidad. Al final de este cuento se establece de nuevo la unidad esencial del protagonista mediante la unión de Blancanieves con el príncipe, y de Rojaflor con el hermano de aquél.
Las historias del ciclo animal-novio nos comunican que la mayoría de las veces es la mujer la que necesita cambiar de actitud respecto al sexo, debe pasar de un rechazo total a una aceptación del mismo, porque, en tanto que el sexo siga apareciéndosele como algo horrible y brutal, el comportamiento masculino seguirá teniendo connotaciones y características animales, es decir, el hechizo perdura. Mientras un miembro de la pareja aborrezca el sexo, el otro no podrá disfrutar de él; mientras uno siga considerándolo como algo semejante a un animal, el otro conservará, en parte, esta misma apariencia, tanto para sí mismo, como para su pareja.
Algunos cuentos de hadas subrayan el largo y difícil proceso de desarrollo que posibilita el control sobre lo que parecen nuestras tendencias animales, mientras que otros, por el contrario, se centran en el trauma que supone el descubrimiento de que, lo que antes se experimentaba como algo brutal, se presenta ahora como la fuente de toda felicidad humana. La historia de los Hermanos Grimm «El rey rana» forma parte de este último grupo.
[167]
[168]