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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, crisol de magia (23 page)

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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—Almas gemelas —comentó Raistlin.

—... pero para entonces el dueño llamaba a gritos a la guardia de la ciudad. Entonces Tanis apareció por allí y nosotros nos marchamos con el kender mientras él explicaba que todo había sido un error y apaciguaba al dueño del mono dándole un par de monedas de acero por las molestias.

Sturm decidió que lo que hacía falta era un poco de disciplina militar, así que llevamos a Tas al campo de ejercicios

y estuvimos haciendo marcha durante una hora. A Tas le pareció muy divertido y habría seguido con ello; pero, a causa del sol y el calor y al hecho de que habíamos olvidado llevar agua, Sturm y yo tuvimos que dar por terminado el entrenamiento.

Estábamos muertos. El kender, por supuesto, se encontraba como una rosa.

»No acabábamos de llegar al recinto ferial cuando vio a una mujer tragando fuego... Lo hacía de verdad, Raist, yo también lo vi. Total, que Tas echó a correr y nosotros fuimos tras él y, para cuando quisimos alcanzarlo, había escamoteado dos bolsas de dinero y un bizcocho, y estaba intentando meterse en la boca carbones encendidos. Le quitamos los carbones y devolvimos las bolsas, pero el bizcocho había desaparecido por completo salvo algunas miguitas pegadas en los labios de Tas. Y entonces...

Raistlin levantó la mano.

—Sólo dime una cosa: ¿dónde está Tasslehoff ahora?

—Atado —respondió con cansancio Caramon—. En la parte trasera del puesto de Flint. Sturm está de guardia. Era el único modo de retenerlo.

—Excelente, hermano.

—H a sido un verdadero infierno —rezongó Caramon.

A Flint le estaban yendo bien las cosas en la feria. La gente se apiñaba ante su puesto y mantenía muy ocupado al enano sacando anillos de las cajas y atando brazales. Había ganado una buena cantidad de acero, que guardaba bajo llave en una gran caja de hierro, además de muchos objetos obtenidos en trueques. El trueque era una práctica común en la feria, especialmente entre los propios comerciantes. Flint había adquirido una mantequera (que cambiaría a Otik por brandy), un artesón (el suyo tenía un agujero), y un cinturón de cuero con un precioso trabajo de repujado. (El que tenía ahora le estaba un poquito estrecho, según él, porque se había encogido cuando cayó al lago Crystalmir, aunque Tanis decía que no, que el cinturón estaba en perfectas condiciones, y era la cintura del enano la que se había dilatado.)

Raistlin evitó la muchedumbre apiñada en la parte delantera del puesto y entró por detrás; encontró al kender bien atado a una silla, con Sturm sentado en otra colocada frente a Tas. A juzgar por las expresiones de sus rostros, habríase dicho que el prisionero era Sturm. Tasslehoff, que estaba disfrutando en grande de la novedad de encontrarse atado de pies y manos, pasaba el tiempo entreteniendo a Sturm.

—... y entonces tío Saltatrampas dijo: «¿Estás seguro de que es tu morsa?». A lo que el bárbaro respondió... ¡Ah, hola, Raistlin! ¡Mírame! Estoy atado a una silla. ¿No es excitante? Apuesto a que Sturm te ataría también si se lo pides con educación.

¿Querrás hacerlo, Sturm? ¿Atarás también a Raistlin?

—¿Qué ha pasado con la mordaza? —preguntó Caramon.

—Tanis me hizo quitársela. Dijo que era una crueldad, pero dudo mucho que conozca bien el significado de esa palabra —contestó el joven solámnico, que asestó una mirada sombría a Raistlin, como si le gustara acceder a la petición del kender—. Confío en que tu plan merezca la pena, aunque ahora dudo que ni el regreso de todos los dioses para desenmascarar a Belzor bastaría para compensarnos por el día que hemos pasado.

—No llegará a tanto lo que planeo, pero sí será igual de efectivo —respondió Raistlin—. ¿Dónde está Kitiara?

—Salió a dar un paseo por la feria, pero prometió que estaría de vuelta a tiempo. —Caramon enarcó una ceja—.

Dijo que el ambiente era demasiado frío para resultar cómodo, ya me entiendes.

Raistlin asintió. Ella y Tanis habían discutido la noche anterior, y fue una discusión que debieron de oír la mayoría de los vendedores y quizá media ciudad de Haven. Tanis había mantenido un tono bajo, de modo que nadie escuchó lo que estaba diciendo, pero Kit no se anduvo con tantos reparos:

«¿Por quién me tomas? ¿Por una de tus ñoñas doncellitas elfas que tiene que estar pegada a ti a todas horas? Voy donde me place, cuando me place y con quien me place. Para serte sincera, no, no quería que vinieras con nosotros. A veces te comportas como un viejo, intentando siempre estropearme la diversión.»

La pelea había continuado hasta bien entrada la noche.

—¿Se reconciliaron esta mañana? —preguntó Raistlin a su gemelo mientras echaba una ojeada a la espalda del semielfo.

Tanis estaba detrás del mostrador contando dinero, respondiendo preguntas, tomando medidas y anotando pedidos especiales.

—En plata con amatistas, por favor —estaba dictando una noble—. Y con pendientes a juego.

—No, ni mucho menos —contestó Caramon—. Ya conoces a Kit. Estaba dispuesta a besarlo y hacer las paces, pero Tanis...

Como si advirtiera que estaban hablando de él, el semielfo se volvió tras guardar otras tres monedas de acero en la caja del dinero.

—¿Sigues decidido a llevar este asunto adelante? —preguntó.

—Sí —repuso Raistlin.

Tanis sacudió la cabeza. Tenía ojeras marcadas y su aspecto era de estar cansado.

—No me gusta —dijo.

—Nadie ha pedido tu opinión —replicó el joven aprendiz de mago.

Se hizo un silencio incómodo. Caramon enrojeció y se mordió el labio inferior, apurado por la seca respuesta de su hermano, pero demasiado leal a él para decir nada. Sturm asestó a Raistlin una altanera mirada de desaprobación, como recordándole que no debía mostrarse irrespetuoso con sus mayores. Tas pensó en contar otra historia del tío Saltatrampas, pero al parecer no se le ocurría ninguna apropiada en este momento, así que guardó silencio y rebulló, incómodo, en la silla. El kender habría corrido despreocupadamente hacia las fauces abiertas de un dragón sin que se le pusiera de punta un solo pelo del copete, pero el enfrentamiento entre sus amigos siempre lo hacía sentirse muy mal.

—Tienes razón Raistlin. Nadie me preguntó —dijo el semielfo, y empezó a girar sobre sus talones para regresar a la parte delantera del puesto.

—Tanis —llamó Raistlin—. Lo siento. No tenía derecho a hablarte de ese modo, siendo mayor que yo, como el aspirante a caballero me ha recordado con su mirada. Lo único que puedo decir a mi favor que justifique mi actitud es que me aguarda una tarea extremadamente ardua esta noche. Y os recuerdo, a ti y a todos los que estáis aquí —su mirada pasó sobre todos ellos— que si fracaso seré yo quien cargue con las consecuencias. Ninguno de vosotros estará implicado.

—Y sin embargo me pregunto si eres consciente del enorme riesgo que estás corriendo —adujo Tanis seriamente—.

Este falso culto está enriqueciendo a Judith y a sus acólitos. Al desenmascararla, es muy posible que te pongas

, en un gran peligro. Creo que deberías reconsiderarlo. Deja I que otros se ocupen de ella.

| —S í —convino Flint, que se había acercado a la parte

trasera del puesto para guardar más dinero en la caja de hierro y había escuchado la última parte de la conversación—.

Si quisieras seguir mi consejo, jovencito, cosa que nunca haces, opino que deberíamos evitar meter la nariz en este asunto. Estuve dándole vueltas anoche y, después de lo que me contaste de la gente atormentando a esa pobre chica que había perdido a su niña, llegué a la conclusión de que los humanos de Haven se merecen lo que les pase porque ellos y Belzor son tal para cual.

—¡No puedes estar hablando en serio! —protestó Sturm, conmocionado—. Conforme a la Medida, si una persona sabe que se está quebrantando una ley y no hace nada para impedirlo, entonces es tan culpable como el infractor. Hemos de hacer cuanto esté en nuestras manos para detener a esa falsa sacerdotisa.

—Y eso se consigue informando de sus actividades a las autoridades adecuadas —argumentó Tanis.

—Que no nos creerían —señaló Caramon.

—Opino...

—¡Basta! ¡Mi decisión está tomada ya! —Raistlin puso fin a la discusión. Los argumentos en contra lo estaban haciendo dudar de sí mismo, minando las defensas que con tanto cuidado había levantado—. Seguiré adelante con el plan. Los que queráis ayudarme, podéis hacerlo, y los que no, pueden continuar con sus asuntos.

—Yo te ayudaré —manifestó Sturm.

—Y yo —se sumó lealmente Caramon.

—¡Y yo! ¡Para eso soy la clave! —Tas se habría puesto a

dar brincos si no hubiese sido porque brincar atado a una silla resultaba bastante difícil—. No te enfades, Tanis. ¡Será divertido!

—No me enfado —contestó el semielfo, cuyo semblante cansado se relajó con una sonrisa—. Me complace ver que

los jóvenes estáis dispuestos a arrostrar peligros por una causa que consideráis justa. Confío en que ése sea el motivo que os induce a hacerlo —añadió, asestando una mirada significativa a Raistlin.

«Olvida mis motivos —respondió para sus adentros el joven aprendiz de mago—. No los comprenderías. Mientras obtenga un resultado que te complazca y beneficie a otros, ¿qué te importa por qué lo hago?»

Irritado, se volvía para marcharse cuando Kitiara entró por la puerta del puesto y, apartando a codazos a algunos clientes que la miraron con animosidad, se abrió paso detrás del mostrador.

—Veo que ya estamos todos. ¿Preparados para echar a Judith a las serpientes como alimento? —preguntó, sonriente—.

Ah, por cierto, hermanito, estoy entre los escogidos.

Pedí hablar con nuestra difunta madre y la suma sacerdotisa tuvo a bien acceder a mi petición.

Aquello no era parte del plan. Raistlin ignoraba lo que Kit se traía entre manos pero, antes de que tuviera tiempo de preguntarle, la mujer rodeó con el brazo al semielfo y pasó la mano por su hombro en un gesto acariciador.

—¿Vendrás con nosotros esta noche para ayudarnos, amor mío?

Tanis se apartó de ella.

—La feria no cierra hasta que oscurece —respondió—.

Tengo trabajo que hacer aquí.

Kit lo atrajo de nuevo hacia sí y empezó a mordisquearle la oreja.

—¿Sigue mi Tanis enfadado conmigo? —preguntó con tono juguetón.

—Aquí no. —El semielfo la separó sin brusquedad y después, en un susurro, añadió—: Tenemos que hablar de muchas cosas, Kit.

—¡Oh, por amor de...! ¡Hablar! ¡Eso es lo único que quieres hacer siempre! —estalló, furiosa—. Toda la santa noche hablando, hablando, hablando. ¡Vale, te dije una pequeña mentira sin importancia! No fue la primera ni será la última.

¡Y estoy segura de que también tú me has mentido mucho!

—No lo dices en serio —musitó quedamente Tanis, que se había puesto pálido.

—No, claro que no. Digo cosas que no son verdad todo el tiempo. Soy una mentirosa, puedes preguntarle a cualquiera.

—Rodeó el mostrador encorajinada y le soltó una patada a Caramon cuando el joven no se apartó de su camino todo lo deprisa que quería—. ¿Vais a venir los demás?

—Desatad a Tas —ordenó Raistlin—. Sturm, el kender está a tu cargo. Y tú, Tas —clavó en él una mirada severa—, tienes que hacer exactamente lo que yo te diga. Si no cumples, puede que seas tú el que acabe sirviendo de comida a las cobras.

—¡Oh, qué emocionan...! —Comprendió que ésta no era la respuesta adecuada al ver la rapidez con que el joven fruncía las cejas. Su actitud se tornó repentinamente solemne—.

Quiero decir, sí, Raistlin. Haré lo que tú me digas. Ni siquiera miraré a una serpiente a menos que me lo ordenes —añadió, considerándolo un sacrificio y una heroicidad.

Raistlin contuvo un suspiro. Percibía grandes brechas abriéndose en su plan y la posibilidad de que muchas cosas salieran mal. En primer lugar, contaba con un kender, cosa por la que cualquier persona en Krynn habría opinado que estaba completamente loco. En segundo lugar, confiaba en un caballero en ciernes que anteponía el honor y la sinceridad por encima de cualquier consideración, incluido el sentido común. En tercer lugar, ignoraba lo que Kitiara planeaba hacer por su cuenta, y esto quizás era la brecha más peligrosa de todas; más bien podía convertirse en un profundo abismo en el que tal vez se despeñaran todos.

—Estoy dispuesto, Raist —dijo resueltamente Caramon.

Su lealtad era reconfortante para su hermano, aunque lo echó a perder al añadir mientras se tiraba orgullosamente del cuello de la camisa—: Y no respiraré el humo. Me he puesto esta camisa amplia para poder echármela sobre la cabeza.

Imaginando a su gemelo entrando en el templo de esa guisa, Raistlin cerró los ojos y elevó una plegaria en silencio a los dioses —los de la magia y todos los verdaderos que hubiera— para que lo acompañaran y velaran por él aquella noche.

16

Llegaron al templo a tiempo de mezclarse con la multitud que entraba en tropel. Esta noche habían acudido muchas más personas al haberse propagado el «milagro» de Judith entre los visitantes de la feria, entre ellos Enanos de las Colinas, varios de los bárbaros Hombres de las Llanuras con sus adornos de plumas, y algunas familias nobles ataviadas con finas ropas y acompañadas por sus sirvientes.

Con gran consternación, Raistlin también vio a varios vecinos de Solace; se caló más el deformado sombrero de fieltro sobre el rostro y cerró bien la gruesa capa negra que ocultaba su túnica. De hecho, se alegró de ver que Caramon se había subido la camisa más arriba de las orejas, lo que le otorgaba el aspecto de una gigantesca tortuga. El joven confiaba en que ninguno de sus vecinos los reconociera e hiciese algún comentario respecto a la magia de su paisano.

Raistlin se sintió un tanto atemorizado por la concurrencia.

Gentes de todas partes de Abanasinia presenciarían su actuación; hasta ahora no se le había ocurrido que actuaría ante un público muy numeroso, y la idea no era precisamente tranquilizadora. Si en ese momento hubiera aparecido alguien y le hubiera ofrecido un céntimo falso por huir, habría cogido la moneda y habría echado a correr.

El orgullo lo incitó a seguir adelante. Después del enfrentamiento con Tanis, de su bonita parrafada ante sus hermanos y amigos, no podía echarse atrás ahora porque perdería su respeto y la influencia que en el futuro tuviera ocasión de ejercer sobre ellos.

Se pegó a la espalda de Caramon utilizando el corpachón de su gemelo como un escudo mientras se abrían paso entre la multitud. Sturm los seguía de cerca, con una mano sobre el hombro del kender para dirigirlo y con otra apartando los ágiles dedos de Tas de las bolsas y saquillos de los fieles.

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